El ajedrez es una mezcla hermosa de juego, deporte y campo de batalla. Un pasatiempo obsesivo, infinito, que ha cautivado a las culturas más diversas: desde el chaturanga de la India, el shatranj árabe o el zatrikion bizantino hasta el juego actual de reglas precisas y combinaciones maravillosas que desafía a las mentes más profundas y a los procesadores más potentes. ¡Qué tragedia, cuando por primera vez un ordenador derrotó a un gran maestro! El ajedrez perdió gran parte de su encanto, aunque bastante resistió, y aún resiste, la mente humana al cálculo bestial de las computadoras. Si Capablanca levantara la cabeza... se volvería de Nueva York a la Habana a beber ron en el malecón. El habanero era un mago del tablero, y asombró a norteamérica y Europa con su juego valiente, brillante e imaginativo. Sólo Fischer le igualó en audacia cincuenta años después. El norteamericano llegó a Reykjavik, congeló el telón de acero antes de abrirlo como una lata y regresó a ningún sitio, para acabar sus días de 64 escaques sin sentido en el mismo escenario de su gloria.
Tantas vidas rotas, perdidas, inútilmente quemadas por este juego cruel, que siempre acaba hundiéndote en la miseria. Porque aquí no se confrontan cuerpos, sino inteligencias, y es difícil asumir la humillación de un rey tumbado. Aunque se ganen nueve partidas de cada diez, es tanta la desolación de esa derrota que borra la alegría de los triunfos. No tengo admiración por esos seres pálidos y frágiles doblados frente a un tablero; más bien es pena lo que siento. No luchan contra un rival, ni buscan el aplauso del público. Luchan contra ellos mismos, y la victoria sin errores será su única recompensa. Se les ve temblar al pulsar con la mano el reloj; se comen las uñas en los apuros de tiempo y poco les falta para prorrumpir en sollozos cuando yerran sutilmente. Eso sí, se esponjan como pavos cuando tienen ventaja en el juego, su pecho se inclina sobre el tablero y fulminan con su mirada triunfal al contrincante, que se defiende como gato panza arriba, no pierde la compostura y es capaz de sacar petróleo de una posición perdida para firmar unas tablas milagrosas que aniquilan al otro.
Tantas vidas rotas, perdidas, inútilmente quemadas por este juego cruel, que siempre acaba hundiéndote en la miseria. Porque aquí no se confrontan cuerpos, sino inteligencias, y es difícil asumir la humillación de un rey tumbado. Aunque se ganen nueve partidas de cada diez, es tanta la desolación de esa derrota que borra la alegría de los triunfos. No tengo admiración por esos seres pálidos y frágiles doblados frente a un tablero; más bien es pena lo que siento. No luchan contra un rival, ni buscan el aplauso del público. Luchan contra ellos mismos, y la victoria sin errores será su única recompensa. Se les ve temblar al pulsar con la mano el reloj; se comen las uñas en los apuros de tiempo y poco les falta para prorrumpir en sollozos cuando yerran sutilmente. Eso sí, se esponjan como pavos cuando tienen ventaja en el juego, su pecho se inclina sobre el tablero y fulminan con su mirada triunfal al contrincante, que se defiende como gato panza arriba, no pierde la compostura y es capaz de sacar petróleo de una posición perdida para firmar unas tablas milagrosas que aniquilan al otro.
Dicen que el ajedrez es una alegoría del campo de batalla, pero no hay sangre, ni piafar de los caballos, ni tropa enardecida. Tan sólo dos hombres frente a frente, matándose con la mirada y moviendo unos muñecos absurdos para demostrar algo que ni ellos mismos saben.
Demoledor y desconcertante párrafo final, querdio mío.
ResponderEliminarEl ajedrez, olvidado ya para mí, fue importante cuando éramos jóvenes. Recuerdo torneos caseros entre los colegas. Nos dio por ahí...entre otras drogas. Recuerdo a Francisco (ya fallecido), que era capaz de anticipar un mate con ocho o diez movimientos de antelación o que jugaba con los ojos cerrados (literalmente). Francisco tuvo que dejar el ajedrez durante un tiempo: su obsesión era tal y fumaba tantos porros que un día vio a un tipo en una moto y le pareció que el tipo era la figura de un caballo de ajedrez. Maravilloso y colgadísimo Francisco.
Yo jugué mucho, pero no tanto como para llegar a ser bueno. Y ahora es una de las actividades que programa el cole de Domingo, supongo que lo apuntaré para el curso que viene.
Abrazos, querdio mío. Un día de estos nos echamos una partidita. Yo pongo el tablero y las figuras. Tú las copas.
J.
En todas las actividades competitivas, el segundo es el gran derrotado.
ResponderEliminarSaludos.
Con permiso, amigo Ridao, humildemente creo que "piafar" en lugar de "piafar" quedaría mucho más mejón.
ResponderEliminarSaludos desde el poblado vecino
Gracias, NGG, la he "piafado". Pero ha sido una errata, ¿eh? Que uno es tela de curto.
ResponderEliminarEso está hecho, Juanma, te voy a aniquilar, jeje.
Eso es verdad, Sombras, pero en ajedrez es especialmente cruel la derrota, al ser un juego de inteligencia practicado por egos hipertrofiados.
Abrazos pifiados.
¿Un juego? ¿Un pasatiempo? ¡Qué insensibilidad para ser poeta...! Acabas de perder un fan... ;-P
ResponderEliminarUn abrazo, aunque sólo sea por educación
Hombre, Tato, los poetas no pueden repetir las palabras, hay que buscar sinónimos, y "pasatiempo" es lo más aproximado que veo, cuando yo jugaba me sentaba cinco horas frente al tablero. ;-ppppppppp
ResponderEliminar¿Tú cómo lo llamarías? ¿Duelo de titanes? ¿Justa? ¿Combate singular?
┌П┐(◉_◉)┌П┐
Felices vacaciones.
Oye, ¿no serás tú er Tato ése que lleva los papeles del Betis? Todo me cuadra...
¡Arte!
ResponderEliminarP.S.: Uno es un humilde tabernero. Con la pasta que se han llevado los administradores del Betis -¡vaya con el tal Tato...!-, hago yo una reformita muy curiosa en la letrina de la taberna.
¡Gracias! Ya sabía que te gustaría mi comentario. Uno, que es un artista...
ResponderEliminar¡Uff! Me quitas un peso de encima, tengo de ti una imagen muy buena, a pesar de ser bético y liberal.
Saludos para la Paqui.
joer que ganas de aprender a jugar al ajedrez me han entrao, con la pasión descriptiva que le has puesto..
ResponderEliminarpor cierto por qué lo llaman deporte?.
Del ajedrez me acuerdo de los duelos de Karpov y Kasparov; y de las crónicas de un periodista calvo, -Juancho Nosequé.
Recuerdo que yo quería que ganara Karpov, no sé muy bien aún porqué.
¿Dónde me aniquilas? ¿Con las copas o en el tablero? Mira que soy bastante más joven que tú...
ResponderEliminarRidao, leete (si no lo has hecho ya) en ese peasso de e-reader que tienes "Novela de Ajedrez" de Stefan Zweig.
ResponderEliminarEs cortita, y si te gusta el ajedrez, seguro que pasas un buen ratito.
Saludos Alfilescos.
Mi correo es "ajedrezdama" en honor a este maravilloso juego.
ResponderEliminarBesos José Miguel.
No era Juancho, Escasso, era Leoncho García, y ahí sigue el tío, con sus crónicas y bolos. Hace poco le leí un artículo sobre Fischer. El duelo Karpov-Kasparov fue histórico, yo lo vi en Sevilla. Era un combate entre la vieja guardia comunista (Karpov) y la juventd brillante y contestataria (Kasparov). Mira que ir con Karpov, con lo feo que era el tío, que parecía que no había visto el sol en diez años...
ResponderEliminarLa experiencia es un grado, amigo Juanma, en TODO. ;-p (Tato dixit).
Pues no la he leído, Paco, y soy un fan de Zweig. Gracias por la recomendación, a ver si me la bajo de gorra.
Pues sí que te tiene que gustar, Lourdes, nada menos que en tu correo electrónico, con lo sosos que suelen ser.
Abrazos.
¿Tato dixit? Pues no lo recuerdo... ;-P
ResponderEliminarY sí, la novela -o mejor, novelita-, de Zweig que te han recomendado es deliciosa.
Un abrazo (Ridao dixit)
Lo dixit, Tato, que me la bajo, eso sí, sin aflojar un pavo, que luego se lo llevan los ladrones, no sé cuáles, pero seguro que son ladrones.
ResponderEliminarUn abrazo dixit y pixit.