Se conoce como falacia de
la composición aquélla que otorga una determinada conclusión a un todo
basándose en el comportamiento de sus partes. En el campo de la Economía se puede
encontrar un ejemplo muy claro de dicha falacia, que ha servido desde los
mismos orígenes de esta ciencia para justificar y ponderar las bondades del
libre mercado. La siguiente cita de La riqueza de las naciones, de Adam Smith,
es archiconocida, y la figura de la mano invisible ha hecho fortuna en
generaciones de economistas y pensadores de la corriente liberal.
Every individual is continually exerting himself to find out the most advantageous employment for whatever capital he can command. It is his own advantage, indeed, and not that of the society which he has in view. But the study of his own advantage naturally, or rather necessarily, leads him to prefer that employment which is most advantageous to society... He intends only his own gain, and he is in this, as in many other cases, led by an invisible hand to promote an end which was not part of his intention.
Adam Smith. An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations. Book IV, Ch. 2
Cada individuo pone todo su cuidado en buscar el medio más oportuno de emplear con mayor ventaja el capital de que puede disponer. Lo que realmente se propone es su propio interés, no el de la sociedad. Pero esos mismos esfuerzos hacia su provecho le inclinan a preferir, sin premeditación suya, el empleo más útil para la sociedad… Pretende únicamente su propia ganancia y en éste, como en otros casos, es guiado por una mano invisible que le conduce a un fin que no formaba parte de sus intenciones.
La argumentación de Smith
no puede ser más sugestiva, como por otra parte lo es la totalidad de este
libro, que no en vano está considerado como la fuente de la Economía moderna. El mago
escocés da a la imprenta su obra en 1786, y ahí nació el capitalismo, o al
menos sus bases teóricas: la aplicación práctica tuvo aún que esperar casi un
siglo. Gloria a los mercados, porque en ellos reside el Reino de la Economía. No seré yo
quien diga que el mercado es pérfido, ni que es el origen de todos los males. Antes
bien, a él debemos buena parte del progreso, con todo lo que esta palabra tiene
de malo y de bueno, de nuestra sociedad, pero las cosas no son tan simples como
se nos presentan. En el siglo XIX los seguidores de Smith, especialmente
Ricardo, desarrollaron con rigor las ideas del liberalismo, y ya conocemos la
respuesta de Marx, la irrupción de Keynes y las disputas que duran hasta hoy que
hacen honor al segundo apellido de la Economía Política ,
pero casi nunca se vuelve al origen, a esa mano invisible dibujada de forma tan
ingeniosa pero a la vez falaz: “…esos mismos esfuerzos hacia su provecho le
inclinan a preferir, sin premeditación suya, el empleo más útil para la
sociedad”. No señor, las cosas no son tan fáciles, ojalá lo fueran: si el egoísmo
individual condujera al bienestar de la sociedad en su conjunto hace tiempo que
la economía sería una balsa de aceite. El interés particular genera
desigualdad, agotamiento de los recursos, escasez de ciertos bienes necesarios (los
llamados bienes públicos), crisis económicas, y un sinfín de fallos del mercado
a los que éste por sí solo no da respuesta. ¿Quiere esto decir que las
decisiones las debe tomar el Estado, sustituyendo al mercado? A estas alturas
han quedado convenientemente demostradas las nefastas consecuencias de tamaño
disparate. Pocos son los que dudan que es necesario cierto grado de intervención
estatal, y considero que el margen de actuación del Estado es amplio y
necesario. Cosa distinta es que nuestros gobiernos corruptos e ineptos cometan
disparates que antes que ayudar
perjudiquen a la economía. Culpa suya es, pero las actuaciones son necesarias. Nadie
sino el Estado podrá corregir las injusticias sociales inherentes al
capitalismo salvaje mediante una política redistributiva necesaria, si bien difícil
de aplicar. Algunos sectores necesitan subvenciones, como por ejemplo las energías
renovables, que sin el dinero público no serían acometidas por el sector
privado, privando a la sociedad de unos beneficios que en el futuro serán
generados íntegramente por las empresas privadas. Como éstos hay infinidad de
ejemplos. Son muchos los que denostan el Estado de bienestar como una rémora
para el crecimiento económico, y sin embargo es necesario, con una gestión
eficiente del mismo, y ahí está el reto. Las grandes corporaciones financieras
juegan con ventaja, los beneficios del capital financiero van a parar a unas
pocas manos privilegiadas, algo que en esta crisis resulta especialmente
sangrante. Son infinitos los ejemplos que demuestran que el interés particular
no tiene por qué conducir al interés general. Los beneficios del mercado son
indudables, y ahí está la historia del siglo XX para demostrarlo, pero también
lo son sus peligros. Y la mera regulación en el seno de la democracia no es suficiente
para detener las consecuencias del desequilibrio económico y la información
asimétrica. No tenemos más que mirar el mapa de este principio del siglo XXI
para comprobarlo. La solución no es que el Estado tome las riendas, qué duda
cabe, pero sí que actúe allá donde resulta necesario. Siempre cabe el riesgo de
que la actuación sea más o menos arbitraria, pero las técnicas se perfeccionan.
Sólo se necesita honradez, buena fe e inteligencia. Si no, con mercado o sin
mercado, que Dios nos coja confesados.
Ave María Purísisma ?
ResponderEliminarSin mercado concebida.
ResponderEliminar¿Sin mercado concebida? Dicen que la última cena -ésa de los apóstoles-, fue la primera cena de empresa... ;-P
ResponderEliminarLa entrada, muy ecléctica, machote. Sí pero no, no pero sí. Meterla un poquito, pero no demasiado... La verdad es que no sé a cuál de tus afirmaciones contestar. Desde luego, para concluir que es una falacia afirmar que el interés particular conduce al interés general, primero hay que definir qué se entienede en ese contexto por interés general. Entonces a lo mejor podemos empezar a debatir.
Abrazos síperono
Sí, es verdad, y además hicieron un simpa y dejaron el muerto a Judas, que tenía crédito en plata.
ResponderEliminarSmith consideraba como interés general el de la sociedad. Creo que todos tenemos una idea bastante cercana de lo que se entiende por este término. Yo no critico la obra de Smith; al revés, la admiro: de hecho su tesis de que gracias a la especialización aumentaba la producción y los obreros podían subir el nivel de vida es muy acertada en términos generales, pero se tiende a generalizar, a sacar conclusiones de dos o tres frases, como la de la mano invisible, sin haber leído el libro, y entonces la gente se agarra al mercado como a un Dios, y se olvida de sus lagunas evidentes. La clave está en dónde situar el nivel de intervención estatal, si es que se considera que debe haberlo, y en delimitar la regulación de la intervención. Ya sabes que yo pienso que la regulación no es suficiente, y que la intervención es necesaria pero sumamente difícil. Por otro lado, que el interés particular lleva al interés general me parece una falacia peligrosa, por lo atractiva que resulta.
Un abrazo, con "El hombre y la Tierra" de fondo.
Si el interés general es el de la sociedad, y la sociedad está compuesta de individuos, parece obvio que los intereses particulares comunes a la mayoría coincidirán con el interés general, ¿no? Parece complicado defender -salvo desde una postura paternalista del Estado que niegue al individuo-, que puedan existir intereses generales que sean a su vez particulares de una minoría de la sociedad a la que pretenden servir.
ResponderEliminarSi algunos de mis intereses particulares son el deseo de una educación y sanidad universales, y que exista una razonable igualdad de oportunidades para todos los individuos que conforman la sociedad en que vivo, y si esos intereses particulares coinciden con los de la mayoría, ¿no se habrán convertido esos intereses individuales en interés general? Claro, que también cabría preguntarse por qué iba yo a desear tales cosas, aunque esa sería otra cuestión a la que responde de una forma bastante ingeniosa -y a mi juicio acertada-, John Rawls y su velo de la ignorancia.
Después están esos otros intereses particulares que, por no ser mayoritarios, ni pueden ni deben convertirse en intereses generales.
A mí -que sí me leí el libro en su día, y lo releo parcialmente de vez en cuando-, no me parece en absoluto una falacia esa afirmación de Smith en el sentido en el que la hizo. Cuestión distinta será la interpretación torticera que puedan hacer algunos de las ideas de Smith.
En cuanto a la mano invisible y la necesidad de Estado, ya conoces mi postura y yo la tuya. Ambos reconocemos que el libre mercado tiene fallos, pero discrepamos en el grado de regulación/intervención estatal que creemos necesario, así que no nos vamos a repetir.
Abrazos desinteresados
"Si el interés general es el de la sociedad, y la sociedad está compuesta de individuos, parece obvio que los intereses particulares comunes a la mayoría coincidirán con el interés general, ¿no?". NO. Precisamente ahí está la falacia de la composición, que es difícil de ver. Los intereses particulares pueden ir por un lado y los de la sociedad por otro. El hecho de que algo sea verdadero para las partes no implica que lo sea para el todo. Esta falacia no sólo funciona en Economía, hay numerosos ejemplos: si un equipo de fútbol tiene once jugadores excelentes el equipo no tiene por qué ser excelente; los átomos que componen una piedra no son visibles, y sin embargo la piedra sí lo es. Hay ejemplos en que la falacia es evidente y otros no tanto, como ésta de la mano invisible, pero yo tengo claro que es una falacia: los intereses de unos pocos propietarios del capital no conducen necesariamente al bien general: puede también dar lugar a explotación y pobreza. La de Smith es una verdad a medias, y como tal peligrosa, estoy de acuerdo contigo en que se hacen interpretaciones torticeras, que aunque no quitan mérito a Smith deforman su mensaje.
ResponderEliminarA este paso habrá que hablar de "La pobreza de las naciones".
Eres un tramposillo, Ridao.
ResponderEliminarLuego te contesto que ahora me voy a la playa. Mientras, ponme un ejemplo en el que los intereses particulares de la mayoría no coincidan con el interés general.
No son trampas, Tato, es una argumentación rigurosa y brillante, jeje. Te contesto volviendo de la playa. Hay mogollón de ejemplos: los intereses particulares de la plantilla de empleados de una empresa pueden no coincidir con el interés general de la empresa. Generalmente es así: ascensos, subidas salariales, aumento de las vacaciones...
ResponderEliminar¡Coño, que me había olvidado de ti! Debe ser que estoy intoxicado de Cruzcampo y sardinas..
ResponderEliminarVeamos, Ridao.
Siempre intento ser bastante preciso en el lenguaje -lógicamente, no siempre lo consigo-, precisamente para evitar discusiones estériles sobre lo que quise decir pero no dije. Reproduces entrecomillada una frase mía, y niegas su conclusión afirmando que es una falacia, pero no demuestras que lo sea, sino que te limitas a afirmar que "los intereses particulares pueden ir por un lado y los de la sociedad por otro". Pues claro. Pero fíjate que yo he dicho -y también lo dije tal cual en mi anterior comentario-, "...intereses particulares comunes a la mayoría...", no cualesquiera intereses particulares. En todo caso, atribuir a los Estados, y en concreto a los gobiernos -en definitiva, a un pequeñísimo grupo de ciudadanos-, la capacidad de decidir, y acertar, en qué consisten los intereses generales del conjunto de la sociedad, cribando qué intereses particulares son merecedores de ser ascendidos a intereses generales es algo así como creer en las velas negras de la bruja Lola.
También, hablas de la falacia de la composición como si el efecto composición nunca se cumpliera, siempre fuera una falacia, cuando hay casos en los que no sólo se cumple, sino que además se producen sinergias que potencian ese efecto.
En cuanto al ejemplo. sigues con las trampas. Para el efecto composición de ese ejemplo no puedes contraponer los intereses particulares de los asalariados con los generales de la empresa, pues los intereses generales de la empresa no se forman componiendo los intereses particulares de los trabajadores, sino de sus propietarios. Dicho de otra forma, ¿acaso los intereses particulares mayoritarios de los trabajadores no coinciden con los intereses generales de los trabajadores, a saber, ascensos, subidas salariales...? Incluso algunos de éstos podrían -y deberían-, coincidir con los particulares y generales de la empresa, como el mantenimiento de los puestos de trabajo.
Abrazos salitrosos
P.S.: Con el ejemplo de la piedra te has lucido, macho.
Maestro: esto tiene mucha enjundia, y podíamos estar discutiendo hasta Navidades del 2099. Da para un ensayo, claro. Tienes razón en que el efecto composición hay veces que se cumple, y lo hace parcialmente en este caso, pero sólo parcialmente, mucha gente se aferra a la composición 100% y cierra los ojos a los aspectos en que la falacia funciona, que son muchos.
ResponderEliminarEn el ejemplo que te pongo las partes son los trabajadores, y el todo la empresa. Evidentemente, hay otras partes que componen a la empresa, que he obviado. No es que haya querido hacer trampas, sino simplificar. Estoy totalmente convencido de mi argumentación, pero como sé que eres una maricona y que vas a desmontarme cualquier otro ejemplo pues no te lo pongo, ea, que hace mucha caló.
Perdona que no te haya contestado antes, pero es que en vacaciones es cuando menos tiempo se tiene pa na, sobre todo vacaciones con niños chicos.
Un abrazo desde Alájar, buen verano en la playa o donde sea, que no pienses mucho en política, y que sigas dando caña con tus entradas, pero a partir de septiembre, que hace mucha caló, dicen que ayer 45,9º. Espero que no estuvieras "fuera" del aeropuerto.
A remojarse...
Otro abrazo, pero éste ya desde Sevilla, que mañana empiezo a currar. Alguien tendrá que levantar este país, ¿no?
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