domingo, 4 de noviembre de 2012

Apuntes (184): Moscas


Hay demasiada gente, demasiadas moscas, demasiada ropa puesta a secar en las colmenas. No puede ser verdad tanta mentira; la vida triunfará, y volverán los tiempos de dejar escapar el agua entre las manos.

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Otra desventaja del libro electrónico: aún no llevo dos años con mi ridáider y ya me están poniendo los dientes largos con los modelos nuevos de Kindle. Supongo que pasaré por caja. El negocio sigue del mismo tamaño, pero se traslada del contenido al continente.

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El retrato que hace Brenan de la España de finales del XIX y principios del XX en El laberinto español es ameno, vívido y atractivo. Seguramente hay actualmente estudios más rigurosos de esa época, e incluso más imparciales, pero a quién le importa la imparcialidad en la Historia.

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Días oscuros y lluviosos en Alájar, de nieblas bajas y colores verdes brillantes en los pocos instantes de luz. Ayer caminábamos hacia la iglesia oyendo las campanas doblar a muerto. Nos topamos con el cortejo fúnebre a medio camino, pero no se observaba gran tristeza en los rostros. Curiosamente era un duelo sereno, y la lluvia persistente no causaba esa sensación de agobio, de angustia, tan frecuente en estos casos. O quizá era tan sólo mi sensación individual, que no tiene por qué coincidir con el sentir de los que me rodean: tan acostumbrados estamos a ponernos en el centro de la creación que hacemos girar el mundo en torno a nuestro ánimo.

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Las moscas se resisten a abandonar su corta temporada de existencia, y revolotean atontadas por la casa dedicándose a su incesante y absurda labor de procreación, búsqueda de un alimento fácil y muerte bajo un matamoscas de color azul o, aún más terrible, en las fauces de la planta carnívora que nos hemos traído de Sevilla.

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