Hoy por la tarde me he dormido una siesta y, hablando en plata, la he cagado. Lo malo no es que se me cortó el cuerpo, como de costumbre, ni esa desagradable sensación de no saber dónde está uno cuando se despierta. Lo que de verdad me ha hecho renegar de ese descanso vespertino es que me ha chafado el día, con lo contento que estaba. Y es que desde el lunes no paro: me levanto a las siete, llevo a los niños al cole, clases en la universidad, escribir para la editorial, corregir pruebas, recoger a los niños, clases a “los viejos” (aula de mayores), entre medias besos a mi mujer si la veo, que trabaja más que yo, risas con los niños, clases en el instituto en el nocturno, vuelvo a casa a las 11 y están todos dormidos, escribir en mi blog, leer otros blogs, leer mi correo electrónico, responder correos electrónicos, dormir (poco), levantarme a las siete... ¡y vuelta a empezar! Cuando llega el sábado, pensaréis que tengo el merecido descanso. ¡Y un jamón con chorreras! Es la hora de disfrutar a tiempo completo de mis tres criaturitas, que pronto serán cuatro (maravilloso pero agotador), y siempre hay trabajo retrasado en el ordenador, cosa que intento hacer con un niño colgado en cada oreja, y como me sobra el tiempo pues habrá que hacer alguna entradita en el blog (para esto se une el tercero que agarra mi nariz y lanza miradas aviesas al teclado de mi portátil), y en esto estaba cuando.... ¡oh maravilla! va mi mujer y me dice que por qué no me duermo la siesta un ratito, que me ve cansado. Antes de que termine de pronunciar la palabra “cansado” ya estoy en la cama con la puerta del dormitorio cerrada y la almohada enrollada en la cabeza para no oír los gritos del pequeño que no puede soportar el trauma de perderme de vista. Cierro los ojos, y los abro una hora más tarde arrullado por seis ojitos expectantes a cuyos dueños les han dado permiso para venir a despertarme.
¿Dónde está el problema, diréis? ¿No es el merecido descanso del guerrero? A fe que es verdad, pero si lo sé no lo hago. El resto del día me estuve arrastrando como alma en pena, no por cansancio, sino por hastío. Tras mucho cavilar he dado con la explicación a tan sorprendente fenómeno: cometí el grave error de parar la rueda, y en ese instante el monstruo de la pereza se coló por debajo de mis sábanas.
Es lo que yo digo, nos quejamos de vicio. ¡Viva la actividad! ¡Vivan los niños! ¡Viva el trabajo! ¡Viva mi amigo Stajanov! Me voy a la cama a las once y diez, todo un record. ¡Ahí os quedáis!
P.S. No quiero que saquéis una impresión falsa de mi vida. Una parte del relato es exagerada: dedico muchísimo tiempo a mi familia y nos queremos todos con locura. Otra es verdad: no sé cómo, pero también hago el resto de cosas que cuento.
Alfredo KrausTrujillo nació en Las Palmas de Gran Canaria el 24 de noviembre de 1927 y murió en Madrid 72 años después. Literalmente, murió cantando. Tuve la suerte de acudir a su último concierto en Sevilla en enero de 1999, meses antes de morir. Su rostro representaba su edad, pero la voz era la de un joven de 30 años, ¡y qué voz! También lo vi representando su papel favorito, Werther, en octubre de 1995. Cuando terminó de entonar su aria favorita, “Pourquoi me reveiller..”, levantó del asiento al teatro entero, que lo vitoreó mientras él aguardaba con la terrible carta en la mano. Varios minutos después pudo continuar cantando.
Lo mejor que he escuchado de Kraus es el llamado “Lamento de Federico”, la emocionante aria de La Arlesiana, de Cilea. En la versión que ofrezco Kraus la canta con 63 años. Es impresionante comprobar cómo fluyen las notas, con qué naturalidad, como si no le costara esfuerzo emitirlas; yo estoy convencido de que en efecto no le costaba. Kraus había nacido para cantar, y lo hacía como quien respira. Los que alguna vez hemos intentado cantar en la cuerda de tenor sabemos lo difícil que resulta mantener esas notas (2’12”): (vo... rrei... po... ter...). Con todos mis respetos para los tres tenores, creo que ni subidos uno encima de otro (Pavarotti debajo, por supuesto) llegaban a su altura.
Cuando en este aria Kraus entona “il... dol... ce... sem... bian... te” (2’48”) siempre me emociono, no lo puedo ni quiero evitar. Recuerdo que corrí a ponerla la mañana en que murió, cuando me enteré de la noticia; ese día me emocioné más que nunca. ¡Y cómo mantiene el si bemol agudo final (4’01”)! Lo hace durante seis segundos, pero da la impresión de que podría haber seguido en esa nota un par de horas más.
Abusando de vuestra paciencia, aquí tenéis otra versión de Kraus cantando el Lamento con... ¡71 años! Alguna diferencia hay con la versión anterior, pero... ¡71 años! ¿No será que Kraus conoció a Fausto entre bambalinas en una de sus actuaciones a través de Werther, y éste le enseñó cómo pactar con el diablo? Si fue así, seguro que Goethe hizo de testigo.
Dice el refrán que Dios los cría y ellos se juntan, y pocos refranes son tan certeros. Siempre me ha llamado la atención cómo las personas se buscan unas a otras por sus intereses comunes, su ideología o su pertenencia a una determinada clase social. Esto no tiene nada de malo, pues está en la condición humana buscar la compañía, el apoyo y la comprensión de sus semejantes, pero si nos limitamos exclusivamente a frecuentar a nuestros afines se pierden muchas oportunidades. Oportunidades, por ejemplo, de enriquecerse y crecer como persona.
Esto sucede en el ámbito político, y así tendemos a conversar con aquellos que comparten nuestras ideas. Si estamos a favor del gobierno de turno solemos destacar sus virtudes, y nos regodeamos con los triunfos electorales. Acudimos a los mítines con nuestras mejores galas y vitoreamos a los líderes, en una especie de catarsis glorificadora. Si, por el contrario, tenemos la desgracia de apoyar a la oposición frecuentamos tertulias donde sólo se habla de lo malo que es el gobierno, nos deleitamos con viñetas y chistes que lo ridiculizan, leemos sólo determinada prensa y escuchamos determinadas emisoras de radio, y el que puede utiliza su influencia para hacer campaña a favor de su partido. Esto lo hacen, por supuesto, los ciudadanos implicados en la política, que son los menos. La gran mayoría, entre la que me cuento, asiste cada vez más aburrida al espectáculo, y pone sus intereses en otros asuntos más enriquecedores.
En el mundo virtual del blog también se observan claramente estas afinidades, y solemos visitar cuadernos cuyos dueños tienen mucho en común con nosotros. Nada que objetar cuando se comparte literatura, música, cultura en definitiva, pero si entramos en el terreno de las ideas o de la religión tendemos a evitar bitácoras cuyo contenido llega incluso a ofendernos; a veces sentimos la tentación de refutar furiosamente una entrada, y si lo hacemos se entra en una guerra dialéctica donde lo único que hacemos es tirarnos los trastos a la cabeza.
¿No es mejor dialogar en vez de discutir, ponerse en el papel del otro, enriquecerse con opiniones ajenas? Y es que nuestra vena intolerante es muy difícil de extirpar.
¡Tercer año triunfal! Así rezaba el letrero que aparecía en una carbonería sevillana del año 39, según me contó un antiguo compañero de trabajo que recordaba esos momentos difíciles. Admirable la guasa andaluza, presente incluso en esos tiempos de hambres y fríos; seguro que la miseria era más fácil de sobrellevar con buen humor y buen talante. ¡Buen talante! Se abre la caja de los truenos, parece mentira que la política contamine una palabra tan bella y necesaria. La he abierto queriendo, no crean; pienso en la dictadura, que según las cuentas de Franco empezó en el 36 y acabó, como es sabido, en el 75, ¡40 años triunfales!, y la comparo con nuestro gobierno andaluz (¡Ojo! que nadie me malinterprete, por supuesto que no es una dictadura), que empezó, si mal no recuerdo, en 1978 con Plácido FernándezViagas y que cuenta con el mismo presidente, Manuel Chaves, desde 1990.
Ahora con la crisis me acuerdo del letrero del carbón; eran otros tiempos, España y Andalucía se han desarrollado; en concreto, Andalucía marcha imparable. No creo que lleguemos a lo del carbón, pero no descarto un cartelitografitero dejado por un guasón contemporáneo, quizás bisnieto del carbonero de Triana, pero educado en un centro TIC y bilingüe al amparo de la tercera modernización. Perpetraría su gamberrada en una oficina del INEM, ahora Servicio Andaluz de Empleo, y diría algo así como:
Se acabó el trabajo, ¡32º año triunfal!
Ya sólo quedan ocho años para los 40. ¡ANDALUCÍA, IMPARABLE! ¿Nos estrellaremos antes?
P.S. Pueden estar tranquilos los dirigentes autonómicos, los chavales de la LOGSE no dan para tanto, y los de la LOE que vengan puede que no sepan escribir.
Sigo hablando de primavera. Mucho mejor hacerlo ahora que en abril, cuando no nos hará falta que nadie nos lo recuerde. Cuando la primavera llega de verdad lo hace con todas las consecuencias, con sus alergias y sus estornudos. Yo prefiero esta primavera intuida que nos está regalando este febrero tardío, que aquí en el sur no tiene mucho que envidiar al verano de otras latitudes.
Hablando, como digo, de primavera, me ha venido a la memoria el aria de la Walkiria que canta Sigmund en el primer acto, “Winterstürme wichen dem Wonnemond ...”. Quien piense que Wagner es aburrido, plomizo o infumable, o quien crea que su música sólo está al alcance de los iniciados, por favor que escuche esto.
El cantante es el danés Lauritz Melchior, miembro de una raza hoy prácticamente extinta, los “heldentenor” o tenores heroicos, pues héroe hay que ser para cantar una ópera de Wagner sin que salten por los aires las cuerdas vocales. El hombre se ganaba la vida en los años 40 haciendo películas en Hollywood, de ahí el entorno anacrónico del vídeo, pero miren su expresión cuando canta, la más pura felicidad teutona, y en la misma ópera donde las walkirias corrían en furiosa cabalgata. ¡Qué país de contrastes, Alemania!
P.S. No os perdáis la cara de las dos pavisosas del video, como si se estuvieran enterando de algo.
Ayer volvió la cigüeña al campanario de la iglesia de Alájar. Me di cuenta de repente, por su inconfundible sonido, parecido a un redoble de mástiles, rivalizando con el repique de las campanas. Últimamente no emigraba, se quedaba al calor de nuestro tibio sol invernal, pero este año un instinto remoto, unas cabañuelas emplumadas, le avisaron de que venían fríos como los de antes, y decidió pasar la invernada en alguna atalaya africana.
Al oír el sonido inconfundible he abierto la ventana y he sentido el sol en mi rostro, el sol de febrero, el mismo sol que ayer, pero sin embargo distinto, convertido, gracias al gran pájaro, en un sol de primavera, lleno de buenos augurios.
Antes se cantaba de otra manera. Para comprobarlo no hay más que escuchar al tenor aragonés Miguel Fleta, pastor de ovejas en su infancia y jotero de fama poco después. Con 23 años ya era un tenor consagrado, y con esa edad interpreta por primera vez Tosca, de Puccini. Nunca hubo y probablemente nunca habrá un Cavaradosi como él. Dicen que justo antes de morir susurró "o dol... ci bacci, o lan... gui... de ca... re... zze", su romanza del tercer acto. Seguramente no es cierto, pero no cuesta trabajo imaginarlo en su lecho de muerte emitiendo esta frase en pianissimo. Sus restos mortales reposan en Zaragoza.
Recomiendo encarecidamente que escuchen la versión de esta romanza que ofrezco más abajo. De 1:16 a 1:27 prodigioso apianamiento culminado en portamento con sabor antiguo. De 1:37 a 1:57 para mi gusto el momento más estratosférico de la historia del canto (al menos de lo que yo he escuchado). ¿Alguien se atreve hoy a cantar en ese volumen de pianissimo una nota como ésa (1:46)? ¡Y no respira hasta 20 segundos más tarde!
Pero dejemos estos detalles técnicos para una segunda audición. Ahora cierren los ojos cuando lo indique la pantalla y limítense a escuchar y sentir.
La técnica de Fleta era perfecta, su fraseo, sublime; su forma de cantar era de otra dimensión, de otros tiempos; era un canto antiguo y eterno. Antes se cantaba con más técnica y con más sentimiento. Se cantaba, y perdonen la licencia poética, con más cojones.
Os transcribo la conversación que he tenido esta mañana con mi hijo Miguel, de cinco años, mientras le llevaba al colegio junto a sus hermanos.
- Papá, ¿a que hace mucho tiempo, cuando no había nada, existían unos cristalitos transparentes?
- ¿Qué cristalitos, Miguel?
- Gafas (sic), y después se convirtieron en angelitos, y nos pusieron uno a cada uno encima.
- ¿Y quién lo hizo, hijo?
- Dios.
- Vaya, ¿y quién te ha dicho eso?
- Mi primo Emilio... bueno, me parece que me lo he inventado yo.
No me negaréis que me ha dado toda una lección de poética, metafísica y teología, haciendo además guiños a Kafka detrás de unas gafas. Me he quedado tan acojonado que voy a sugerirle que abra un blog.
Yo me he asomado a las profundas simas de la LOGSE en mi centro, y les he visto el fin, o con los ojos o con el pensamiento.
Mas, ¡ay! de un inspector llegué al abismo y me incliné por verlo, y mi alma y mis ojos se turbaron: ¡tan sordo era y tan ciego!
Ya sé que no queda muy poético este retoque a la rima XLVII, la palabra LOGSE mata cualquier verso; pero estoy convencido de que si Bécquer hubiera vivido en nuestro tiempo su alma atormentada habría tenido muchos más motivos de inspiración.
P.S. Como dicen que para toda regla hay excepciones pido disculpas a éstas si las hubiere, pero ¡no entiendo cómo no salen corriendo!
Ante los últimos acontecimientos truculentos no queda más que un vencedor: la muerte. La muerte es algo a lo que en nuestra cultura damos la espalda, como si no existiera, y sólo nos enfrentamos a ella cuando los focos de la actualidad la iluminan, creando polémica (Eluana) o suscitando la más absoluta indignación (Marta). Demasiado se ha hablado sobre estos dos casos, sin que por desgracia se pueda cambiar el resultado. Al menos sirve de desahogo, de reflexión necesaria para diagnosticar el mal, aunque me temo que los malvados no estarían dispuestos a tomar la medicina prescrita, hay muchos que piensan que más que medicina hay que darles leña. Y es que las medicinas judiciales de nuestro Estado de Derecho son más bien agua de borrajas, ya podrían ser aceite de ricino, que no cura pero hace pasar un mal trago.
Pero me estoy desviando de lo que hoy quiero contar. ¿Os habéis fijado en la cantidad de horas que acaparan estos sucesos en noticiarios, las páginas en prensa, los comentarios en blogs como éste, las conversaciones en bares, en el trabajo... Hay interés, hay necesidad de informarse, hay necesidad de desahogarse y, lo que es peor, hay mucho morbo. La Economía es la ciencia que trata de la satisfacción de las necesidades humanas. Ante una curiosidad tan palpable, siempre habrá alguien dispuesto a satisfacerla a cambio de una compensación.
En definitiva, se ha creado un mercado, pero es el mercado de la muerte, que vende más que el de la vida. Es lo que hay.
En el poco tiempo que llevo navegando por cuadernos propios y ajenos he observado que se cumplen ciertas normas y que más o menos se llega a ciertos consensos. Por ejemplo, observo con curiosidad la forma en que el dueño de un blog reacciona ante los comentarios que se hacen a una entrada. Hay quien se esmera en responder prontamente y uno por uno a todos los comentarios que su público tiene a bien dejarles, mientras que otros responden de modo general o bien lo hacen sólo de vez en cuando, e incluso hay quien no responde nunca. Es evidente que un medio como éste, hecho para adaptarse a cualquier uso, no se presta a reglas fijas, pero el asunto no es baladí, pues están en juego las expectativas de los comentaristas de turno.
Otro juego de cortesías que se suele observar en el blog es la "devolución de visitas". Así, es muy normal que, al encontrarnos con un nuevo comentarista, accedamos a su cuaderno y dejemos un comentario de retorno, agradeciendo el interés mostrado. También se observan algunas veces actitudes de rechazo ante los anónimos, moderación de comentarios, aparición de intrusos que buscan notoriedad... y es que a nadie le gusta que en su casa entre cualquiera.
Me llama poderosamente la atención cómo esta maravillosa realidad virtual va creando sus propias reglas de juego, por supuesto no obligatorias pero que, en caso de inobservancia, pueden hacer que nos veamos excluidos de ciertos ámbitos.
Ayer hablaba de palabras teñidas de sentimientos, de palimpsestos mil veces borrados y vueltos a escribir, hasta el punto de desposeer al autor de su obra, convirtiéndola en algo vivo, nuevo, fascinante. Eso sucede sin duda cada vez que nos acercamos a un poema, a una novela, a un ensayo, pero ahí se queda la magia, en el corazón de cada amanuense, incapaz de compartir el hallazgo, el matiz, el tinte único con que adorna su pergamino.
En el blog, sin embargo, sí es posible abarcar y compartir toda la riqueza aportada por los lectores de una obra, somos testigos del buen hacer de los artesanos de las letras y de los tejedores de sentimientos, comprobamos cómo se borra el pergamino para volver a escribir en él, dejando una huella fácil de reconocer. La propia naturaleza del medio lo favorece: a una entrada sucede una serie de comentarios, a los que responde el autor de la entrada, y entre todos se va conformando el palimpsesto. Lo mejor de todo es que no es necesaria la alquimia para descifrarlo, porque es un medio transparente y simple, alejado de secretos y misterios.
Para mí que el blog tiene el alma de Heráclito: todo cambia, todo fluye, todo mejora, hasta en la literatura.
Cuando leí por primera vez estas palabras en el Libro del desasosiego de Pessoa se me quedaron grabadas para siempre. En aquel momento sentir era para mí un peso, y me vi reflejado en ellas. También Pessoa debió de sentir un peso terrible, pero no mientras escribía, para eso aprovecharía los momentos de alivio. Me cuesta trabajo imaginar a nadie escribiendo con esa maestría mientras soporta el peso de una losa.
Es curioso observar cómo las palabras y las frases se tiñen del estado de ánimo del que las escribe, y cómo quien las lee vuelve a darles otra capa de barniz. Todas las grandes obras son palimpsestos, y sólo su autor, y no siempre, puede recuperar el original.
¡igual que como solías, al entrar en la habitación!
Oh tú, la prisión de un padre,
¡Ay! ¡Qué pronto
apagas el brillo de la dicha!
Friedrich Rückert
Éste es uno de los 425 poemas que escribió Rückert tras perder a dos de sus hijas en menos de un mes. Mahler puso música a cinco de ellos y suscitó las iras de Alma, su mujer: "Puedo entender que uno se ponga a componer con textos así de horribles si uno no tiene hijos, o si acaba de perderlos... Pero, ¿cómo se puede cantar a la muerte de los niños media hora después de abrazar a los propios hijos, felices y saludables? ¡Por el amor de Dios, estás jugando con fuego!"
Yo no entiendo a Mahler, pero aún menos a Rückert. En cualquier caso el legado de ambos está ahí. La conjunción de estos versos con la partitura de Mahler es estremecedora. Si además quien pone la voz es Kathleen Ferrier resulta casi imposible contener las lágrimas. ¿Hay algo más triste que un niño muerto?
Nota: he copiado estos versos justo después de leer esta conmovedora entrada en el blog de Miroslav Panciutti.
Que no cunda el pánico, que no voy a hablar otra vez de dibujitos animados ni de muñecotes. Lo que hoy me ronda por la cabeza es la conveniencia o no de tener uno, dos, tres o tropecientos blogs. Y es que a veces me pongo sentimental y tengo la necesidad de contar mis cosas, otras me da por intentar salvar el mundo, en ocasiones me las doy de escritor y me fijo más en el estilo que en el mensaje, y mayormente me dedico a escribir, como ahora, una retahíla de chorradas no demasiado congruentes. Así, a veces pienso que podría tener un blog para cada cosa, pues corro el riesgo de que algunos de vosotros, comentaristas insignes, os hartéis de entradas como ésta y me borréis de las litas de recomendados, y a ver entonces quién me iba a leer.
Un poner: podría llamar al blog donde escribo como lo hago ahora “Para desblojonarse”, y así quien entre ya sabe a lo que va; que se desblojone o no ya es cosa suya. En cuanto al blog de las confesiones lo llamaría “La vida es un blog que se me escapó”. Otra cosa que se me ha ocurrido es, para las cosas más serias, abrir un blog de esos que llaman “de autor”, al que titularía, para dar continuidad al anterior, “La tierra es el blog donde vivo yo”. Lo tengo todo pensado: me haría una foto con perilla y el pelo alborotado fumando en pipa delante de una chimenea con aire meditabundo y con un cocker spaniel a mis pies. Lo único malo es que tendría que alquilar la pipa, la perilla, la chimenea, el perro... y una peluca.
En fin, aquí estoy dando vueltas al asunto, a ver si vosotros, blogueros con pedigrí, me podéis echar un cable (y puestos a hablar de pedigrí, que alguien me preste el cocker para la foto).
P.S. Si alguien con perilla se siente aludido no es por nada, es que quedan bien para esas fotos, antes los intelectuales gastaban barba y ahora perilla.
Para quien no conozca esta cultura de seres extraños y orgullosos, tan solo diré que habitan en la isla de Gorm, a los pies de un volcán amenazante, y que deben defenderse de las incursiones de terribles enemigos que les quieren expulsar de su territorio. A lo largo de las generaciones han ido separándose en cuatro tribus distintas: los gormitis del bosque, del cielo, del mar y de la tierra.
Los que conocen de qué se trata se habrán saltado el rollo anterior, y saben que el misterio no tiene nada que ver con las vicisitudes de la cultura gormiti. Más bien estarán igual de asombrados que yo de ver cómo sus hijos veneran unos muñecos tan feos, que ni hablan, ni se mueven solos ni hacen pis, y tampoco son los héroes de un juego de la videoconsola. ¿Acaso son la reencarnación de los Madelman, de los Geyperman, de los Clic de Famobil, de los Master del Universo, y en el fondo a los niños de todas las épocas lo que les gusta de verdad son unos muñecos bien fuertes para estrellarlos unos contra otros? ¿O quizás el fabricante ha dado con el antídoto contra la electrónica juguetera? Sin duda es un misterio sin resolver... o más bien sin desvelar, guardado celosamente por los dueños de Giochi Preziosi, la firma italiana que se ha hecho de oro gracias a esta historia.
... y malos para la economía. ¿Qué mejor momento que éste para sumergirse en versos propios y ajenos, para leer, glosar, compartir y gozar de la poesía? Basta ya de datos macroeconómicos, de malos augurios, cuitas, mentiras que todos queremos creer, verdades que ignoramos para no caer en el desánimo, proclamas encendidas de los que anuncian el apocalipsis. ¡Qué sabrán ellos! Como si tuvieran una bola de cristal.
Hoy hace falta apagar el televisor, quemar los periódicos y leer sobre lo que hay dentro de nosotros, no sobre lo que hay fuera, que no podemos cambiar. Además, fuera llueve y hace mucho frío.
El fin de semana pasado comprendí por qué Suecia es uno de los países con el índice de suicidios más alto de Europa. Nunca he estado allí, pero me imagino el invierno sueco como este fin de semana pero con más lluvia, más frío y más nubes, y además cuatro o cinco meses seguidos. Y conste que no lo digo porque no me guste la lluvia, ni el frío. En realidad lo prefiero con creces al calor sofocante del verano. Lo que me ocurre es que no hay quien aguante a los niños encerrados en casa peleando, saltando por los sillones y martirizando mis tímpanos con sus gritos. Digo yo que los suecos se suicidan por eso, y que antes suicidan a sus hijos.
Y a pesar de todo, ¡qué vacía sería mi vida sin ellos!
¿Puede un poema atraer el intelecto? ¿Puede dar que pensar? ¿Es la poesía un sentimiento? ¿Es corazón sin razón o razón sin corazón? ¿O acaso razón y corazón van siempre de la mano?
Ahí tenéis material para la polémica, para la vana polémica. Yo no soy poeta, pero tengo mi corazoncito, y hay poemas que me gustan, y me hacen vibrar, y otros que me hacen cavilar sobre cosas que sólo un poema me puede hacer ver. Y los mejores son los que a la vez me hacen sentir y pensar; esos los guardo en mi corazón y en mi pensamiento.
Sólo de escribir esta entrada ya he tenido que pensar para transmitir lo que siento. ¡Qué no pensará un poeta cuando escribe sus versos!
Para los que no sepan de qué va esto, diré que un premio es una respuesta rápida y certera en forma de pareado a frases rematadas por ciertas sílabas. Por ejemplo, si llega un vecino a pedir un poco de cebolla se lleva su correspondiente premio, y si es vecina pues también. Otros premios celebrados se dan ante afirmaciones como "hoy no puedo con los pantalones", o el clásico "ya estoy de camino", que siempre da mucho juego. Las posibilidades son casi infinitas.
Las normas no escritas de este arte prescriben que no es de buen gusto otorgar el premio en toda su extensión, sino que basta con decir "po toma premio" o bien "pues ya sabes...". Tan importante es la elegancia en el oficiante como el reconocimiento del premiado de los méritos acumulados. También se presta el juego a tender una celada a los incautos como por ejemplo preguntar qué agua bebe a un incondicional de la marca Bezoya.
De todas las entregas de premios a las que he asistido, y a fe que han sido muchas, la mejor sin duda fue aquella vez en que fui con tres amigos a jugar al pádel. Uno de ellos era de esos que lo saben todo sobre deportes, hasta la marca de los calzoncillos de Raúl, seguro que conocéis a alguien parecido. El caso es que era la época del Tour de Francia, y ese día había ganado la etapa un ciclista llamado Vinokurov, natural de Kazajistán, antigua república soviética. Mi amigo Paco, maestro consumado, le preguntó que quién había ganado la etapa, a lo que respondió raudo que Vinokurov. ¡El ruso! dijo arteramente mi amigo, y el otro mordió el anzuelo: ¡no es ruso, es kazajo! Ni que decir tiene que empezamos a jugar diez minutos tarde y con agujetas en los abdominales de tanto reír!
P.S. Llevo unos días intentando acordarme de cómo se llamaba cierto presidente de la Junta de Andalucía al que apodaban Pepote. ¿Alguien puede ayudarme?
En uno de mis periplos por Internet me encontré ayer con una hermosa entrada de Antonio Javier Sánchez Risueño sobre los lugares perdidos por el hombre, como la soledad, el silencio y el tiempo. Y se me vino a la cabeza que la oscuridad es otro lugar perdido, acaso para siempre. Me acordé del año que estuve viviendo en Alájar, un pueblecito de la sierra de Huelva donde la noche aún es noche, y sus habitantes son dueños de su tiempo. Cuando volví a la ciudad eché de menos esa falta de luz, ese silencio nocturno y el canto del gallo al amanecer.
No me extraña que Arias Montano eligiera esos andurriales para su retiro. La corte de FelipeII debía de ser demasiado ruidosa para un erudito como él.
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