Donde se cuenta la descojonante manera que tuvo don Cipote en armarse caballero.
Y así, fatigado de este pensamiento y harto saciado su apetito con chochitos, que no con chochetes, don Cipote abrevió su limitada cena, la cual acabada llamó al castellano, y sin percatarse de las miradas burlonas con que le regalaba, se hincó de rodillas ante él, diciéndole:
—No habré de abandonar esta decente morada, valeroso caballero, hasta que la vuestra cortesía me otorgue un don que pedirle quiero, el cual redundará en alabanza vuestra y en pro del género humano.
Ante tal requerimiento, el castellano vio superados todos sus pesares, tan de su agrado eran las ocurrencias de su insospechado huésped, y le hubo de decir que le otorgaría cuantos dones apeteciese, y que podía escoger la moza que fuera de su gusto, sin importar su grave estado de tiesura, al punto que no pudiera pagar los chochitos, a lo que respondió don Cipote:
—No esperaba yo menos de la gran magnificencia vuestra, señor mío. No me trae aquí la apetencia de chochitos ni de chochetes, sino la grande ansia de ser armado caballero, y esta noche en la capilla de este vuestro castillo velaré las armas; y mañana, como tengo dicho, se cumplirá lo que tanto deseo, para poder ir por todas las cuatro partes del mundo buscando aventuras y acometiendo hazañas.
El castellano determinó seguirle el humor, mas díjole que en aquel su castillo no había capilla alguna donde poder velar las armas, pero que podía usar la pieza que le apeteciese, donde tendría grata compañía que le hiciera más amena la espera. Todo ello fue muy al gusto de don Cipote, que se aprestó a velar sus armas. Consistían éstas en un garrote de palo de santo, honda de piel de carnero, a semejanza del arma legendaria de los guerreros baleares, y a modo de arma viviente un perrillo con una alzada de dos cuartas, que más temible y mordedor no lo hubiere en todo el reino. Así provisto, encaminóse a la pieza que le pareció más a su gusto y se dispuso a pasar la noche en vela.
Contó el ventero a sus pupilas la locura de su huésped, y encomendó a la más vistosa y descarada dellas acudiese a satisfacer cuantos deseos tuviere el caballero. La moza, a quien conocíase por el sobrenombre de Paca la Chupetera, acudió presta al encargo, y encontróse a don Cipote hincado de rodillas frente a un espejo de marco rosa.
—Buenas noches tenga vuesa merced, señor don Cipote, tráeme aquí el deseo de servir a tan noble caballero en lo que me requiriese.
Grande fue el espanto del caballero al ver perturbada tan importante noche, y volvióse para comprobar do venía tan inoportuno parlamento. Fue volverse y caérsele el garrote al bueno de don Cipote, y al punto levantársele el otro cipote, tan asombrosa era la visión que a sus ojos se ofrecía. Allí estaba la Chupetera, tal como el Altísimo la alumbró a este mundo. Presto recobró el ánimo nuestro señor, si bien el cipote no se le bajaba, y le habló con estas palabras:
—Vade retro, hija de Satanás, que no me has de amargar una empresa tan trascendente.
Rióse a esto la Chupetera y encaminóse a donde estaban don Cipote y su cipote, haciendo honor a su apodo en los minutos posteriores. Salió la moza y don Quijote quedó muy corrido, mas tomó la determinación de que tal incidente no había de turbar la empresa que al castillo le había traído, por lo que pasó la noche sin más incidentes.
Avisado el castellano de los azares de la noche, determinó dar a don Cipote la orden de caballería, y así, se desculpó de la insolencia de la Chupetera. Díjole que todo el toque de quedar armado caballero consistía en la pescozada y en el espaldarazo, según él tenía noticia del ceremonial de la orden. Todo se lo creyó don Cipote, el castellano trujo luego un libro con estraños grabados de caballeros y damas en las más diversas posturas, se vino adonde don Cipote estaba, al cual mandó hincar de rodillas; y, haciendo como que decía alguna devota oración, alzó la mano y diole sobre el cuello una enorme colleja, y tras él, un tremendo y gentil garrotazo, siempre murmurando entre dientes, como que rezaba. Hecho esto con gran contento de don Cipote, llamó a la Chupetera, que le acomodó el cipote, de nuevo descabalado, y le habló con estas palabras:
—Dios haga a vuesa merced muy venturoso caballero y le dé ventura en todas lides.
Hechas, pues, de galope y aprisa las hasta allí nunca vistas ceremonias, no vio la hora don Cipote de verse en su motocarro y salir buscando las aventuras que le hicieren famoso en los venideros siglos.