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jueves, 19 de marzo de 2015

Tener o no tener... pelo



Ante el ataque perpetrado el otro día por mi hijo Ignacio sobre mi asendereado aspecto actual, quiero traer hoy una imagen de los tiempos remotos en que las lanas tapizaban mi cráneo, y así mis hijos sabrán lo que les espera en el futuro. Obsérvese la prestancia, la intrepidez, el aplomo y, por qué no decirlo, la chulería que desprenden mis 22 años. No oculto que el tiempo tan sólo ha mejorado y añadido solera al producto, aunque, eso sí, al precio de un ligero clarear en mis venerables sienes.

¡Y esa indescriptible camisa de palmero, por Dios!

sábado, 28 de febrero de 2015

Cría cuervos...


Andaba detrás de mí el otro día mi hijo Ignacio diciéndome que si estaba muy ocupado, que me necesitaba un tiempo "un poquito largo", pero que debía estarme muy quieto, hasta que finalmente, intrigado, accedí. Me dijo que me sentara, cogió papel y lápiz y ni corto ni perezoso se puso el tío a hacerme un retrato. A la vista está el resultado, y lo peor es que todo el mundo anda alabándole, cómo es posible que a sus siete años haya conseguido un parecido tan grande, y encima él dice que me ha puesto más pelo para que esté contento.

Yo, que siempre me he creído un sex symbol, y va el niño éste y hace la gracia...

sábado, 9 de marzo de 2013

Ese pedazo de Ignacio


Gracias a mi amigo Álex me he acordado hoy de hace dos veranos, cuando Alájar fue tomada por las huestes bollywoodienses que nos revolucionaron a todos con su colorido y sus fachas exóticas (aunque la convivencia con los hippies hace que no nos asusten las indumentarias más extrañas). Y quiero rescatar el vídeo de promoción de la película, en el que aparte del buen hacer del cuerpo de baile y lo pegadizo de la música... ¡Salen mis niños en el segundo 6''!, concretamente Ignacio y Jaime en primer plano con una camiseta a rayas azules. Se conoce que el meneo de cintura de Ignacio llamó la atención del cámara y hala, sin pedirme permiso ni na a mí, su manager, van y lo cuelgan en internet para que lo vea la India entera.
 

lunes, 10 de septiembre de 2012

Apuntes (178): Y dale con las iniciales...


Una de las pocas perspectivas que me resultan atractivas en esta crisis es que la gente que "vive de la cultura" pasando por el Ministerio o la Consejería del ramo va a tener que dedicarse a pintar cosas que la gente está dispuesta a pagar, o a escribir libros que no sean por encargo para el consabido premio, o a hacer películas en condiciones, etc., y además si quieren beber copas de vino español van a tener que comprase la botella en el supermercado, por no hablar de canapés de salmón, jamoncito, gambas... y si se montan en un avión o en el AVE que lo paguen con el importe de su facturación artística, a ver hasta dónde llegan.

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Sigue uno leyendo a A.T., y resulta sumamente engorroso tratar de despejar las incógnitas que plantea. El valor de X. sólo está al alcance de iniciados que estén al tanto de las puñaladas que se asestan en el mundillo literario, de las que al parecer A. ha recibido unas cuantas, con y sin alevosía y nocturnidad. Después hay otras que si se echa mano de Wikipedia se solucionan bien pronto; por ejemplo, se refiere a una visita que hizo a la viuda de M.P., diseñador gráfico de cierto renombre en nuestra posguerra, y artífice del famoso Toro de Osborne. Y claro, por ahí tiro del hilo del Internet y descubro que se trata de Manolo Prieto. ¿Tanto trabajo cuesta nombrarle con todas sus letras? Me fastidia tanto misterio barato, que lo único que consigue es deslucir una prosa de una calidad indudable.

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Hoy, primer día de cole. No lo han llevado mal M., J. e I., todos unos veteranos. G. se quedó algo mohíno, pero al ir a recogerlo salió con unos andares chulescos mirando para todos lados, como si fuera el amo del lugar. Estos chicos prometen, sólo les faltaba ser protagonistas de un diario, y ahí le gano a A.T. por cuatro churrazos a dos, con sus correspondientes iniciales.

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He estado hablando con un amigo esta mañana de nuestro insigne filósofo O., y no he podido reprimir el recuerdo de esos pasajes en que se da tantísima importancia, esa manera de adornar sus teorías con el tinte de las verdades incuestionables, que ningún mortal estará jamás en disposición de discutir. Toda esa parafernalia ombliguista ha borrado todo lo (poco) que de bueno y aprovechable pueda haber en sus libros. Un tipo insufrible contamina su obra inevitablemente, salvo que se trate de un poeta.

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La decisión de tener hijos ha de ser responsable, y a la vez profundamente irreflexiva.

viernes, 24 de agosto de 2012

Apuntes (176): Sugestión ombliguista


En estas últimas mañanas de agosto parece como si las campanas del pueblo y de la Peña repicaran más limpias, o a lo mejor es que el aire es más liviano, y se está sacudiendo las pesadas alfombras del estío.

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El poder de la sugestión: Ignacio tiene otitis, y le estamos aplicando unas gotas en el oído. Esta mañana le dolía la barriguita a Gonzalo, y me ve echando las gotitas a Ignacio. Me dice que le dé algo a él también. Cojo el cuentagotas, voy al grifo y lo lleno de agua. Le digo que se tumbe y que se levante la camiseta. Le echo cuatro o cinco gotas en el ombligo y le digo que se esté quieto unos minutos. Mano de santo: al rato está el niño corriendo y saltando por la casa.

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La piscina de Fuenteheridos tiene un gran encanto: es una piscina rural, con hierba en lugar de césped, poblada por todo tipo de árboles, con el sonido de fondo de las esquilas del ganado y el canto de los gallos. No se oye una máquina; sólo voces y ruidos de la naturaleza. La piscina está prácticamente vacía, a pesar del calor de la jornada. No es tan difícil pasar del horror al paraíso.

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Son repulsivas las imágenes del tal Breivik triunfante tras recibir su veredicto de cárcel, saludando al mundo con el brazo en alto, una alimaña que cazó y mató como si fueran conejos a decenas de jóvenes en una isla noruega, en una escena que parece salida del horror de las peores películas de miedo, y ahora se le permite posar perfectamente trajeado, desafiando al mundo, da la impresión que ha llegado al punto más elevado de su vida. Y todo gracias al Estado de Derecho, un gran avance, hace trescientos años le habrían desollado vivo, o descuartizado atando una soga a sus extremidades tiradas por caballos, y todo a la vista de un público encantado, jaleando el espectáculo. ¿No son ambos extremos igualmente alejados del deseable punto medio?

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Cuando un tipo es capaz de escribir su autobiografía a los 34 años, cuando aún le quedaban 56 años de vida, y contar lo que cuenta, como lo hace Robert Graves en Adiós a todo eso, uno no sabe si sentir envidia, frustración o admiración, o las tres cosas juntas. Por lo que estoy pudiendo comprobar, la Gran Guerra marcó a fuego a los que combatieron en ella, muy por encima de cualquier otra guerra.

lunes, 2 de julio de 2012

Cuatro soles como cuatro goles



Ahí tenemos a los cuatro un día después del triunfo. Ayer se fueron tarde a la cama y me pidieron dormir con la ropa que llevaban puesta. No todos disfrutaron igual del partido: Ignacio se desentendió muy pronto, se fue a ver los dibujos animados y protestaba de nuestros gritos cuando marcaba España; Gonzalo no se enteró muy bien de qué iba la cosa, pero anduvo por ahí rondando y uniéndose a la algarabía; Jaime era el más entusiasta y seguía el partido nervioso, pidiendo penalti cada vez que había una falta, aunque fuera en nuestro campo, y Miguel fue el más comedido: aunque no es muy futbolero, no perdona los partidos de la selección. No formamos mal equipo los cinco, ayer.

jueves, 5 de abril de 2012

Periplo madrileño


Visita breve a Madrid a conocer a una sobrina nueva, no hay mejor motivo. A la hora de la siesta del Viernes de Dolores, toda la familia en la fragoneta y tirando millas por la A4. Todo muy bien, niños dormidos, conducción relajada, pero acercarme a Despeñaperros y cambiárseme la cara es todo uno. Esta vez no hay curvas, sino un moderno túnel que cruza el puerto y viene a salir por esa venta pintada con la bandera de España que seguramente tiene una estatua de Franco a tamaño natural recibiendo a los comensales. Entramos en la Mancha, vemos molinos de viento, de los antiguos y los modernos con aspas aerodinámicas, bodegas con balaustradas y aires de Falcon Crest, rectas interminables. Madridejos, una premonición del horror que espera delante. Ocaña, Aranjuez, la jindama que aprieta, se divisa a lo lejos el monstruo de hormigón envuelto en una nube contaminante, smog le llaman los ingleses, y mi careto es para verlo. El GPS nos guía por los vericuetos de la urbe pavorosa, llegamos al destino, ponemos pie en el suelo, bofetón de realidad. Vamos a la cama resignados, mañana será otro día.


La sobrina, preciosa. Los niños quieren ver la nieve. Con lo cerca que está Granada tenemos que ir a verla a Madrid, manda cojones. Quedamos con nuestros mejores amigos madrileños, familia francoespañola. Carretera de La Coruña, rumbo a Navaccerrada. La nieve ni se huele. Llegamos a Cotos, seguimos a Valdesquí. Alguna nieve tardía en las laderas. Suficiente para los niños, que se abalanzan rápidamente a fabricar las consabidas bolas de nieve, seguidas de los consabidos bolazos a traición que ponen en remojo los cogotes de los padres. Ese pedazo de Jaime revolcándose en vaqueros por la nieve, ese pedazo de Gonzalo pisando los charcos de hielo. Vuelta al coche, botas fuera, calcetines fuera, tufo dentro. Puerto abajo, paramos en casa de los amigos. Un lujo, al pie de la sierra, Madrid ni se huele, sólo se oyen pajaritos en medio de un encinar inmenso, así sí se puede. La parte francófona de mis amigos me regala un tablet. ¡Muchas gracias! Será que me he portado bien, yo por si acaso lo acepto sin preguntar. Vuelta a Madrid, qué remedio, a la cama rápido, para soñar cuanto antes que estamos en otro lugar.

Despertar temprano a la realidad. Desayuno, aceite excelente, puro zumo de aceituna. Ejecución del plan previsto, que no es otro que visitar el zoológico, con las entradas compradas el día anterior por Internet, cortesía de mi amigo el del tablet, con el correspondiente descuento por familia numerosa. Llegamos al zoo a las 11:30 y nos marchamos a las 19:30. Ocho horas dando vueltas como locos y aún nos dejamos animales por ver. Los niños emocionados, ese pedazo de Gonzalo acariciando al Tiranosaurio Rex, al que llama familiarmente Rex (los bichos se mueven como si fuera de verdad, y no hay manera de convencer a los dos pequeños de que son muñecos), esos pedazo de delfines pegando saltos, ese pedazo de Miguel alucinando con la boa constrictor y preguntando que a cuántas personas se había comido, esos pedazo de monos con el culo como un pandero, ese pedazo de Jaime poniéndose a tiro de un dinosaurio gargajero, ese pedazo de Ignacio buscando cocodrilos por todos los estanques del zoológico.

Vuelta a casa reventaditos, tour a Madrid incluido, cortesía del GPS, me cago en los muertos de Mr. Garmin. Habríamos dormido a pierna suelta si no es por los niños, encantados de estar los cuatro en un colchón hinchable; saltar es mucho más divertido que dormir. Otro desayuno con zumo de aceituna. Mañana familiar, entrañable, la sobrinita es buenísima, una ricura, como dirían los madrileños. Vuelta a Sevilla a la hora de la siesta, avenida de Andalucía todo tieso. Siestorra de los niños de tres horas. Ahora no hay túnel en Despeñaperros, parece que es un túnel sólo de ida. Un viaje de curvas, los niños se despiertan. Lo normal. Navas de Tolosa, 1212, pedazo de batalla. Andalucía de nuevo, empiezo a relajarme. Paramos en Montoro para llenar el depósito -¡los muertos de CEPSA!- y hacer pipises. Del tirón a Sevilla, nueve y media de la noche, no está mal. Hogar dulce hogar. Cama dulce cama. Sevilla dulce Sevilla. Au revoire, Madrid. Hasta la vista.

sábado, 20 de agosto de 2011

Apuntes (123): Bostas


Hoy, romería de San Bartolomé en Alájar. Pintoresca, es bonito ver salir la comitiva desde la puerta de casa, a pesar de las bostas, oséase, cagajones con que siempre nos obsequian los brutos (los de abajo). Participar y hacer el camino, ya es otro cantar. Es de esas típicas cosas que se dice que hay que mamarlas desde pequeñito. Pues eso, que se vayan todos (los caballos) a mamarla....


Ignacio y Gonzalo contemplan enjaulados cómo las caballerías depositan sus óbolos.

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Y los bueyes: no existen animales más gordos. Y la cara de resignación que tienen siempre... El ojo de un buey es lo más parecido a un besugo manso puesto en una pecera. Sé que suena surrealista, pero es el único antídoto frente a un animal tan espantosamente doméstico.

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Y volviendo al regalito que nos han dejado los romeros en la puerta de casa, nos hemos llevado todo el día sorteando con asco esos diez kilos de material odorífero. Al final le hemos preguntado a una vecina que cómo podíamos quitar tal cantidad de emplaste, y nos ha mirado como si estuviéramos locos, asegurándonos que raro era que aún no nos lo hubieran robado, que es un abono de primera categoría. Dicho y hecho (yo no, la parienta). A ver qué tal resulta mañana el tomate diario que recolecta Miguel para el desayuno...

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Y volviendo ahora a la romería, caballos, muchos caballos, bastantes burros, algún mulo, bípedos también, y lo más gordo: los niñatos en una carriola motorizada con una música a un millón de decibelios, que hasta Gonzalo les ha pedido educadamente que bajaran el volumen. Una música nada apropiada, por cierto: uno asocia esto de las romerías con sevillanas, flautas rocieras, algo de flamenquito si eso... pero no una música pastillera. Será que los tiempos avanzan...

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Estoy viendo que con tanto avance, vamos a acabar metiéndonos otra vez en las cavernas de la Peña.

sábado, 16 de julio de 2011

Primer día de playa


Como todos los años desde hace cuarenta y cuatro he puesto rumbo a cierto pueblo costero de la provincia de Cádiz, invadido en su día por los americanos, que llegaron en plan Mr. Marshall, poblado en las vacaciones de mi infancia por unos pocos veraneantes que teníamos toda la playa para nosotros, y convertido hoy en una bulliciosa urbe que se ha ido expandiendo a base de chaleres adosados, plantados en lo alto de las dunas ante la mirada horrorizada de los camaleones.

Mis primeras impresiones son desalentadoras. La fauna que ya observé el año pasado, lejos de menguar, ha proliferado hasta unos límites intolerables. Llegué esta mañana acompañado de mi familia enarbolando la sombrilla y las sillas playeras y me hice con un sitio bastante amplio, como con unos cinco metros a la redonda. Pero poco a poco nuestro espacio vital se fue reduciendo a cuatro, tres, dos, un metro, hasta que un espécimen audaz colocó su sombra tangente a la mía, y por si fuera poco llegó un cuñao con una mesita plegable llena de viandas y litronas de cerveza, acudieron de no se sabe dónde muchos más cuñaos, y en un periquete mi sombrilla era una ínsula rodeada de jaimas, toldos, suegros, suegras y cuñaos, muchos cuñaos barrigones, cada uno con su botellín de cruzcampo en la mano.

Yo pensaba que este año, con la crisis, la playa estaría mucho más vacía, pero sorprendentemente está el doble de llena. Alguien me ha apuntado que, al haber menos dinero, hay menos gente con pisos alquilados y muchos más que vienen a pasar el día, en plan dominguero o sabadero. Puede que no les falte razón, pues al volver la vista al chiringuito me lo encontré vacío, pero digo yo que la gasolina cuesta un dinero, y mantener el coche, y las litronas de cerveza, y los tatuajes triangulares en la rabadilla de las niñas buenorras, y los cadenones de oro de los cuñaos más ostentosos. En fin, para mí sigue siendo un misterio insondable el contraste entre los números pavorosos que anuncian la crisis con la realidad observable en la calle de baretos llenos y niñatos con coches tuneados.

Si el año pasado se nos perdió Jaime, éste se ha perdido Ignacio. El pobre se despistó al volver del agua, y no fue capaz de localizar nuestra sombrilla entre el bosque umbelífero en que se había convertido la arena. Lo encontró una señora, que lo entregó a los de Protección Civil. Cuando se encontró conmigo, el pobre estaba serio, sin llorar, como reprochándome no haberle cuidado lo suficiente. Lo cierto es que ya vamos teniendo experiencia en este tipo de situaciones. No diré que nos pudimos relajar un rato con la falta de Ignacio, sabiendo que antes o después estaría en buenas manos –todo se andará-, pero tampoco nos agobiamos demasiado, después de la experiencia de perder también a Jaime en la calle del Infierno, que como todo el mundo sabe está llena de gitanos campistas cuya principal ocupación es robar niños.

Si fuera por mí, ya he tenido bastante playa por hoy, pero cualquiera dice a los cuatro fieras que esta tarde no hay playa. Hasta han inflado una barquita de plástico con la que dicen que van a pescar peces provistos de una red camaronera. No he querido quitarles la ilusión, pues es lo más preciado que tienen.

Seguiremos informando.

sábado, 25 de junio de 2011

Apuntes (112): Paraísos de la infancia


Ocho años cumple ya Miguel. Ocho años desde que los niños se instalaron en nuestras vidas para cambiarlas, para alegrarlas con sus risas y su cariño, para crisparlas a veces con sus llantos, para dotarlas de un sentido distinto al que hasta entonces habían tenido.


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Al salir anoche al patio, revuelo escandaloso entre las ramas de la glicinia: una pequeña bandada de pájaros asustados al ver profanado su tranquilo santuario. Uno de ellos se coló en la casa desorientado por la luz, y aquí ha pasado la noche. Muy de mañana hemos oído unos sollozos apagados. Era Ignacio, que al bajar por las escaleras ha visto una “cosa” volando, y se ha quedado agazapado en el rellano con más miedo del pájaro que el que el pájaro tenía de él.

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Doblan a muerte las campanas de la Peña en el silencio de la mañana, un sonido que se ha mezclado durante siglos con los murmullos del campo, un tañido fúnebre, que no lúgubre, anuncio de la llegada de una visita largo tiempo esperada, asumida por las generaciones de campesinos con una sabiduría que nunca han tenido las gentes de ciudad.

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Ayer cenamos en la plaza, y los niños no pararon de correr de un lado para otro con los demás niños, jugando a cogerse, intercambiando bicicletas, trepando por la fuente y por los muretes, mientras nosotros, plácidamente sentados, cazábamos al vuelo de vez en cuando a uno de ellos para meterle en la boca un trozo de croqueta o una cucharadita de pisto. El más difícil de atrapar era Gonzalo, que daba vueltas como un loco y no atendía a nuestras llamadas, mientras que a Jaime no había que perseguirle, porque acudía de vez en cuando a la mesa a recoger su ración. Con Gonzalo tuvimos que tomar medidas especiales, y salíamos a recibirle como a un torito travieso, esgrimiendo un tenedor en lugar de un estoque, y él abría la boca feliz para seguir jugando a la vez que comía.

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Soy consciente de que estas horas felices que pasan los niños en verano en Alájar son hoy un raro privilegio de los pocos pueblos donde los padres dejan jugar solos en las calles a sus hijos. Yo no he tenido esa suerte en mi infancia, ni en la ciudad ni en el pueblo costero donde veraneábamos. Tan sólo recuerdo un viaje, tendría yo seis o siete años, en que mis padres me llevaron a pasar unos días en Antas, un pueblo de Almería de donde procede mi familia. Tengo un grato y vago recuerdo de aquellas horas felices plagadas de luciérnagas, calles vacías de coches, silenciosas por la tarde y llenas de los gritos de los niños a la caída del sol, mientras los mayores tomaban el fresco a la puerta de sus casas; aventuras trepando por los tejados y una pariente nuestra que era monja joven y se apuntaba a todas nuestras proezas; parras con la fruta madura y dulce que comíamos allí mismo; el agradable olor dulzón de las higueras, baños en las albercas, casas umbrías de muros anchos… Un paraíso de la infancia perdido hoy en aras de la prosperidad y la riqueza que han dejado los cultivos en invernaderos. Los antenses son ahora muy ricos, pero sus hijos no pueden jugar en las calles.

domingo, 12 de junio de 2011

Felicidades


A mi hijo Ignacio, que cumple hoy cuatro añitos y sobrevivió al ataque de un burro feroz, y a mis amigos Julio y Alejandro, que presentaron el jueves pasado sus libros, como se puede leer en
esta crónica.

domingo, 24 de abril de 2011

Gonzalo



Gonzalo es el benjamín, y se nota. Tiene a raya a toda la familia, y lo mismo te estampa un besito en la mejilla que te suelta un mandoble porque no le parece bien que le niegues un trozo de chocolate. Se considera igual en fuerza y tamaño que sus hermanos, y es el primero en acudir a las melés que se forman en los pasillos a la hora en que sus papás tratan de descansar. Suele coronar con éxito la montaña humana clavando la rodilla en el colodrillo del pobre Miguel, que aúlla como un coyote jaleado por Jaime, dando fin al conato de siesta. Si le riñes deja caer al suelo los tres chupes que suele portar y baja la mirada más digno que un cardenal. Entonces cuesta horrores ganar su perdón, a pesar de haber sido él quien ha largado un tremendo bocado a su hermano Ignacio. Corre a encerrarse voluntariamente en un cuarto de baño , y sólo al cabo de interminables ruegos y súplicas se digna a abrir la puerta y avanza majestuoso al salón para recuperar sus chupetes y tomar posesión de su asiento favorito. Además de la fuerte personalidad que demuestra, Gonzalo es un machote y un campeón. Cuando se quemó el brazito con café lloró lo justo, y durante las dolorosas curas apretaba los dientes mudo y orgulloso; el dolor sólo se le notaba en su cara y en alguna que otra breve lágrima que no podía reprimir.

Gonzalo todavía lleva pañales, pero le queda poco, este verano alcanzará su mayoría de edad mingitoria y cagatoria. Hasta ahora hablaba muy poco, aunque lo entendía todo, pero desde hace unas semanas se ha soltado y repite todas las palabras que decimos; eso sí, únicamente las vocales y las consonantes "m", "p" y "t". Supongo que hace ya un tiempo que dejó de ser un bebé, aunque nosotros de vez en cuando lo seguimos llamando así; dice Miguel que hasta los tres años un bebé no pasa a ser niño, y él acaba de cumplir dos, así que disfrutaremos un año más de nuestro bebé, y cuando se haga niño seguirá siendo el pequeño, que eso marca mucho (y nos marca también a sus hermanos y sus padres, con cariñosos arañazos que hacemos como si no nos dolieran).

Así es Gonzalo, el pequeñuelo de la familia, que ha dejado un sospechoso rastro babosil en las pantallas de mis amigos.

miércoles, 6 de abril de 2011

Para el currículum


Una de las utilidades que le veo a esto de los blogs es su uso como álbum de recuerdos. Espero deleitarme en el futuro con algunas de las entradas que hago, y por eso me gusta contar cosas mías, de mi familia, anécdotas que de no ser porque las recojo por escrito en el momento seguramente se olvidarían, o se recordarían de forma confusa. Sólo espero que no se le ocurra algún día a blogger cerrar el chiringuito y dejarnos con tres palmos de narices, porque lo que es yo no hago copias de seguridad, ni sé cómo se hacen. En sus manos encomiendo mi obra...

Revolviendo entre los cachivaches que van a parar no se sabe muy bien cómo a la bolsa del carrito de Gonzalo, he encontrado esta mañana el parte médico del día en que a Ignacio le mordió un burro. Como es muy probable que ese papel se pierda como tantos otros, lo he escaneado para que quede como recuerdo, y así Ignacio podrá engrosar su futuro currículum, que no todo el mundo puede presumir de algo así. A lo mejor cuando él sea mayor los burros ya se han extinguido, y entonces su incidente adquirirá tintes de leyenda.


Para verlo bien hay que pinchar en la imagen. Lo mejor es el apartado de "Anamnesis" -no sé qué coño quiere decir eso, la jerga médica me es ininteligible-, donde está escrito: "Mordedura de burro hace una hora". Casi na...


Nota: Obsérvese la valentía del autor de esta entrada al incluir datos confidenciales previos a la mudanza de casa y teléfono.

lunes, 28 de marzo de 2011

Apuntes (LXXXII): Miedo del tiempo


El miedo te va minando por dentro; destruye tu autoestima y aniquila la felicidad. Es el sentimiento más ominoso que puede albergar un hombre, y difícil de apartar.


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Por muy tolerante que crea uno ser, siempre existe un componente visceral, un rechazo irracional a ciertas personas o instituciones. Yo diría que existe un gen de la intolerancia, que cuando se desarrolla en exceso conduce a problemas como el racismo, el fundamentalismo religioso o el anticlericalismo militante.

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El otro día Gonzalo estaba quejoso, doliéndose del brazito. Lola le cambió la venda a la hora del baño y se puso contentísimo, como si se le hubiera puesto un brazo nuevo. Los niños pequeños encuentran la felicidad primaria, ésa que nos está vedada a los adultos, que debemos inventarnos a cada instante las más extrañas formas de felicidad, generalmente caras y superficiales.

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Ignacio tiene los ojos grandes y expresivos, y sólo necesita que le escuchen y le mimen. Si lo haces, es el niño más dulce del mundo.

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La clave es disponer tú del tiempo, y no que el tiempo disponga de ti.


Imagen superior: Pablo Picasso. Guernica (detalle). 1937

martes, 1 de marzo de 2011

Apuntes (LXVII): Burros asesinos


El domingo nos sucedió en Alájar un hecho estrambótico y, al mismo tiempo, espeluznante: Ignacio fue atacado por un burro. El animal se lanzó a por él cuando intentaba acariciarlo, lo lanzó al suelo y se lió a mordiscos mientras el pobre apenas podía defenderse con las manos. El resultado: dos dentelladas de impresión, una en la barriga y otra en el muslo, y menos mal que Miguel salió al quite y libró a su hermano de las fauces del asno. Cuando lo hemos contado en el pueblo nadie se ha sorprendido; al revés, todos han asegurado que los burros son animales peligrosísimos, y han desplegado un asombroso muestrario de horrores donde figuraban burros que sacaron a bebés de su cuna cogidos de la cabeza, brazos inutilizados, rostros desfigurados y un sinfín de atrocidades perpetradas por estos animalitos tan bucólicos.

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Parece ser que hay tres tipos de burros: los "enteros", los capados y las burras. Los únicos que muerden son los primeros, lo que da que pensar sobre el grado de correlación entre la violencia y la testosterona.

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¿Estaría capado Platero? En realidad me es igual, ya nunca leeré ese libro con los mismos ojos, ni tampoco a Juan Ramón.

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Finalmente todo quedó en un susto, e Ignacio va contando orgulloso su peripecia con una sonrisa en la boca, como si le hubiera tocado un premio en la lotería. Para él, que tiene tres hermanos, no es fácil convertirse en el protagonista del día.

domingo, 30 de enero de 2011

Apuntes (LV): Escenas de domingo


Cuando era niño las tardes de los domingos me traían una especie de ilusión por lo que depararía el futuro próximo de la semana; de joven lo que sentía era angustia, una opresión en el estómago que me hacía desear que se parase el tiempo para que nunca llegase el lunes.
Ahora, recién estrenada mi madurez, siento una melancolía entre dulce y amarga, tirando a uno u otro lado según mi estado de ánimo, cambiante como el crepúsculo. Intuyo que en la vejez los domingos me dejarán indiferente, como cualquier otro día de la semana, porque habré llegado a entender que el tiempo no significa nada.

***

Jaime está tosiendo malamente, una de esas toses de perro que anuncian la laringitis, y sólo quiere acurrucarse a mi lado. Ojalá pueda encontrar toda su vida un regazo cálido donde enjugar los males y las tristezas.

***

Y ahora es Gonzalo quien me llama, con una voz clara, nítida, desde la cuna, reclamando su derecho a ser recogido amorosamente, a ser mimado, como corresponde a un niño de poco más de un año. Porque yo mimo a mis hijos, sí, y estoy orgulloso de hacerlo. El amor y el cariño es el mejor regalo que un padre puede ofrecer, y además nunca se agota, y no cuesta dinero.

***

Cojo en brazos a Gonzalo y lo llevo a la cocina para darle la merienda. No se despega de mí, y mientras sorbe el batido con su pajita me pone la cara para que le de besitos. El muy carota no se conforma con uno sólo.

***

Mientras tanto, Ignacio revolotea por la casa con su andar pausado, y Miguel está arriba ayudando a su abuelo, que monta una cajonera. Ignacio se piensa cada palabra que dice, y habla con convicción, mientras que Miguel ya me aventaja de largo en cuestiones relacionadas con destornilladores, alicates y taladradoras.

***

Y tras esa aparente calma sigue acechando un fantasma, aunque ya hace tiempo que no temo al lunes.

martes, 6 de julio de 2010

Escatologías infantiles

Debo reconocer que la escatología, en la segunda acepción que da para este término el diccionario de la RAE, es algo que me apasiona. Estoy convencido de que es consustancial al ser humano el interés por los asuntos escatológicos y el regocijo en ellos. No hay más que observar a un niño para comprobarlo; pocos os habréis perdido la tierna escena de un bebé paladeando con deleite sus propios residuos sólidos, como se dice ahora. No hay cosa que le haga más gracia a los pequeños que hablar de cacas, peos, pipís, culos y demás lindezas. La carcajada está asegurada, y se prestan gustosos al juego elaborando sus propias variantes escatológicas.

Yo, que para muchas cosas me he quedado anclado en la infancia, mantengo unas conversaciones de igual a igual con mis hijos sobre estos asuntos. Por ejemplo, les digo que juguemos al "veo veo", y empiezo rápido: - Veo veo. Ellos responden al unísono: - ¿Qué ves?, y yo: -Un peo. Al principio se reían, pero ahora me protestan e incluso empiezan a dudar si responderme o no; cuando estén en edad de darles premios ya les pondré en su sitio. Otra cosa que hago mucho cuando estoy solo con uno de ellos, por ejemplo con Jaime, es soltar, por así decirlo, un exabrupto retumbante, y cuando aún no se ha apagado el eco digo: - Pero hombre, Jaime, no seas guarro, a lo que éste responde: - No seas mentiroso, papá, has sido tú. Y así nos llevamos todo el día los cinco (mi mujer no se presta al juego). La última adquisición es Gonzalo, que se recorre la casa tirando pedorretas detrás de sus hermanos a sus catorce meses, mientras Jaime le enseña el culo para provocarle. A todo esto, Miguel muestra últimamente bastante menos entusiasmo por estos juegos. De vez en cuando me suelta: - Papá, vale ya, ¿no? Se ve que a sus siete años ya me ha rebasado en edad pudorosa. Él que se lo pierde. En cuanto a Ignacio, participa activamente en todas las actividades propuestas. Si hubiera que ponerle nota yo elegiría "Competencia confirmada", como pone en los boletines modernos, que yo sustituiría por: "Flatulencia confirmada y pedorrencia en vías de adquisición".

P.S. No quiero ni pensar lo que mis hijos irán diciendo de mí en el colegio; debo de tener una fama bien merecida entre sus profesoras.

P.P.S. Me consta que soy el ídolo de alguna de ellas.