No suelo utilizar facebook, pero el otro día entré atraído por el perfil de don Alfonso, un profesor que me dio clases en 2º de EGB. Era delgado y elegante, y sigue siéndolo, como pude comprobar el año pasado en las bodas de plata de mi promoción. Treinta y siete años han pasado. El profesor entonces veinteañero se acaba de jubilar. Recuerdo con nitidez alguna de sus clases; no sé bien por qué, pero parece que estoy viéndole decir el año en que estábamos, 1974; es algo sin importancia, pero para mí significa mucho recordar su figura paseando entre las bancas, y al fondo una pared llena de perchas donde colgaban los abrigos, las trencas con botones en forma de cuerno, porque era invierno y hacía frío, un frío que no hace ahora, un frío de 1974, y él lo decía, y yo estaba allí, y lo recuerdo bien.
Este maestro admirable está colgando en facebook sus recuerdos de tantos años, y uno de ellos, aportado por un antiguo alumno, me ha emocionado. Es una grabación en Súper 8 del año 1976, en la clase de 2ºB. Yo por entonces ya estaba en 4º, con don Eduardo, pero en ese vídeo sale mi clase de dos años antes, y se ven las bancas, y las paredes, y las trencas, y los ventanales, y don Alfonso pasea entre los alumnos, y va tocándoles en la cabeza para que salgan a la pizarra, donde dibujan unos círculos que son las unidades, y unos cuadrados que son decenas, y yo había olvidado que los círculos eran unidades y los cuadrados decenas, pero lo he recordado ahora, e incluso me acuerdo de que las unidades eran azules, y las decenas rojas, y las centenas verdes, y yo construía figuras con ellas para perder el miedo a los números. Nunca me hizo falta luego utilizar estos símbolos, pero sin ellos no habría aprendido lo que vino luego, las tablas de multiplicar, que tantos sudores costaban, y después las raíces cuadradas, que cada vez que resolvía una me sentía importante, como un señor matemático, y las calculadoras sólo se veían en las películas, aunque una vez mi padre trajo una de la empresa, grande y misteriosa, con grandes teclas y una pantalla de cristal verde.
Esa película me ha hecho volver a esos años, y acordarme de cosas que ya creía muertas, como aquella vez en que mi hermano se abrió la pierna en una caída, o ese niño que, cuando estaba en 1º de EGB, recién llegado al colegio, me tiró mientras jugábamos al fútbol en la pista de hockey y se puso a golpearme la cabeza contra el suelo, y yo llorando con la nariz sangrando pero nadie me hacía caso. Se llamaba Guti, hasta de eso me acuerdo, y era repetidor, tan chico y ya repitiendo, era el terror de sus compañeros. Guti tenía un amigo que se llamaba Bizcocho que sabía cantar flamenco. Tenía un aire a Camarón, aunque entonces yo no sabía quién era Camarón, y cada vez que íbamos al salón de actos los profesores le pedían que cantara, pero él nunca lo hacía. Nosotros sí que cantábamos siempre en el mes de mayo; todos los días cantábamos a la Virgen María, Venid y vamos todos, con flores a porfía, el Teleñeco dirigiendo a todos los niños que abarrotaban la capilla del colegio, que estaba preciosa, llena de flores blancas, y cantábamos con alegría, nadie se planteaba por qué los hermanos Maristas nos llevaban a misa, como nadie veía raro que en el colegio sólo hubiera niños, ni que hubiera clase por las tardes hasta las seis, ya de noche, porque nadie pensaba que eso fuera malo, y acudíamos al colegio con ganas, yo estaba deseando que el autobús llegara un poco antes para jugar al fútbol, o a las canicas. El colegio nos marcaba, más para bien que para mal, al menos en mi caso, que no tengo recuerdos malos, sólo sentimientos de añoranza por aquellos años inocentes y plácidos en que nos dejaban solos para aprender a vivir, porque nadie nos decía nada pero todo lo veíamos, y aprendíamos de nuestros padres, de nuestros profesores y de nuestros compañeros. La vida era entonces muy simple; sólo luego se complicó.
Podría seguir contando muchas otras cosas, para nunca acabar, y aunque no las cuente las pienso y las revivo, pero en lugar de seguir quiero dar de nuevo las gracias a don Alfonso por haber dicho, aquella tarde de hace treinta y siete años, que estábamos en 1974, y por haber entrado en Internet para que yo lo recordara. Gracias, profesor.