Qué gran verdad es ésta, tanto en la ruleta como en la economía nacional. La banca juega con ventaja: tiene las cartas trucadas, se asocia con los potentados, a los que quita un buen pellizco de las ganancias que han obtenido con sus negocios, y se ceba con la sufrida clase media, con los pequeños empresarios, con los millones de ciudadanos que necesitan de ella para comprar su vivienda, para financiar su coche o para tomarse unas vacaciones de lujo al reclamo de unos cómodos plazos que basan su comodidad en los muchos años que duran, sin que a nadie se le ocurra mirar eso que llaman
TAE, ni saben qué significa.
Se suele argüir, y yo soy el primero en explicarlo así a mis alumnos, que el sistema bancario constituye un eslabón indispensable entre el ahorro y la inversión o el consumo, pues facilita el flujo del dinero, esa savia de la que se nutre la economía y sin la cuál sería imposible su funcionamiento. Con ser esto verdad, no lo es menos que existe un desequilibrio brutal, intolerable, entre los bancos y los ciudadanos. En primer lugar debido al tamaño: una empresa grande siempre impone sus condiciones y maneja una información privilegiada de la que no disponen sus clientes. El otro factor que contribuye a esta situación es la complejidad de los productos financieros, que ha ido en aumento en los últimos años: si ya es bastante complejo un préstamo, qué decir de los fondos de inversión, los
SICAV y una multitud de productos cada vez más sofisticados colocados por la banca a sus clientes sin que éstos sepan realmente lo que compran, entre otras cosas porque tampoco lo entenderían si se les explicara. Cuando el cliente dispone de fondos, el taimado banquero le engatusa con un producto que, además de beneficiarle, interesará sobre todo al banco. Muchas veces, cuando el inversor quiere retirar su dinero se descubre el pastel, y se puede encontrar por ejemplo con que su dinero esté invertido en una renta perpetua, que podrá retirar digamos que en mil años. Si se trata de una operación de pasivo la cosa pinta peor, pues el cliente acude al banco temeroso pidiendo un préstamo hipotecario, y el banco se relame pensando en el negocio que hará (siempre que el cliente sea solvente, o que el préstamo interese por otros motivos, como pasó en los últimos años de bonanza económica). Quien esto escribe, economista por más señas, acudió hace años a una caja de ahorros a solicitar su primer préstamo hipotecario. En aquella época la mayoría de los préstamos se referenciaban al índice
MIBOR, y un precio normal era, digamos,
MIBOR + 1. Pues bien, el empleado que me atendió propuso referenciarlo a un índice distinto, el
IRPH, y me ofreció un interés del
IRPH + 0,75. Ante mi solicitud de que prefería el
MIBOR me miró con ojos de asombro, diciendo que el diferencial que me ofrecía era mejor. Le tuve que explicar que como el
IRPH partía de un nivel más alto, al final pagaba por lo menos un 1% más de interés. Entonces me sacó dos gráficos en los que se comparaba la evolución del
MIBOR y el
IRPH, diciendo que este último índice era mucho más estable, mientras que el
MIBOR tenía "picos". Efectivamente: el
IRPH era estable por abajo, y el
MIBOR tenía picos altos. Salí de allí descorazonado y agradecido de mis nociones sobre finanzas, con la certeza de que de cada diez clientes timaba a nueve.
Se habla mucho de algunos fallos del capitalismo, como la crisis y la distribución de la renta, pero se olvida uno que a mi juicio es crucial: el desequilibrio entre las partes que negocian, y en este sentido el ejemplo de la banca es clarísimo. Puede que sea algo necesario, pero se antoja obsceno que entidades como la
CAM o, en su tiempo, Banesto, hayan sido reflotadas utilizando fondos públicos (cuando son absorbidas por otras entidades, éstas reciben a cambio favores políticos más o menos inconfesables). Cualquier otra compañía caería por su propio peso. Es asombroso que en plena crisis todas las entidades bancarias sigan teniendo beneficio, auque sea "el 20% menos", cuántas empresas se contentarían con la mitad de eso.
La banca es poderosa, la banca sigue codeándose con el poder, la banca tiene alfombras rojas en los despachos de los magnates que la dirigen, y cuadros valorados en millones de euros colgados de las paredes. La banca es necesaria, y lo sabe, y por eso es impune. La banca siempre gana, y los pequeños usuarios que le dan de comer casi siempre pierden, y en tiempos de crisis como éstos quedan aplastados sin compasión ni remordimientos.