
summer is coming
no flowers left in the trees
nor in my heart
El cuaderno de José Miguel Ridao
No cabe duda de que el lenguaje refleja los sentimientos que albergan las personas que han contribuido a crearlo. Un ejemplo de esto son las expresiones que tienen a los animales como protagonistas; por ejemplo, “meter la pata”. ¿Es que no se puede meter la pierna? Pues no, hay que recurrir a las patas cuando se hace una burrada - ¡ups!, ya se me ha ido la lengua -; ¿qué culpa tendrán los burros, con lo graciosos y pacíficos que son? Y bastante más inteligentes que algunos de los que los tienen en boca cada dos por tres. Después está lo de “poner los cuernos”: algún atributo animal había que utilizar para referirse a las infidelidades. Hay muchos más ejemplos: comer como un cerdo (hay que reconocer que aquí está justificada la expresión), estar más loco que una cabra (he visto cabras que son un prodigio de cordura), ser más terco que una mula o más arisco que un gato, o para insultar a una señora entrada en carnes se le dice que está más gorda que una vaca o que parece una ballena. A los vagos se les llama perros, mientras que no sé qué han hecho las pobres zorras para dar el apelativo a quien se lo dan. También están los buitres discotequeros, las urracas solteronas, los conejos copuladores (también el objeto sobre el que se copula), y seguro que hay muchos otros ejemplos. Agradecería que me ayudarais a completar la lista.
Ayer fue el día más feliz de mi corta vida poética. Por primera vez pude ver publicados en papel tres poemas míos, en el segundo número de la revista Isla de Siltolá. La nómina de poetas que me acompañan me podría causar sonrojo, pero más bien me hace sentir orgullo. Pongo en mi poesía, más que todo lo que tengo, todo lo que yo soy, y eso de por sí ya es muy gratificante. Si además me lo recompensan con esta publicación la satisfacción se multiplica, y eso es algo que debo agradecer a Javier Sánchez, que al frente de Ediciones de la Isla de Siltolá ha apostado por mí y por mis poemas._copia.jpg)
Hoy me siento raro; paso por una situación desconocida por mí. Hasta ahora siempre he vivido bajo un techo en propiedad, o algunas veces que me he ido de vacaciones he alquilado una casita, o una habitación de hotel, pero desde ayer a las seis de la tarde me he convertido en un desheredado. Vivo en mi piso pero ya no es mío; ni siquiera lo tengo alquilado. Entonces... ¡soy un okupa! Y verdaderamente es así: me lo ha dicho hasta el notario. A ver si me explico.
Lo había dejado en que pronuncié la palabra "dromedario". De repente me sonó extraña: dro-me-da-rio, me-da-rio, dro-me, dro-me-da-rio, dromedario. ¿Nunca os ha pasado que una palabra, incluso si es de uso cotidiano, os suena de repente muy rara? Es un fenómeno curioso; nos acostumbramos tanto a la palabra que la identificamos con el objeto a que se refiere, pero en el momento en que separamos la palabra del objeto, cuando la despojamos de su revestimiento de imágenes, se nos aparece como algo extraño, ajeno a nosotros. ¿Qué importancia tienen las sílabas dro-me-da-rio por sí mismas? Si las pronunciamos de corrido vemos la imagen del animal con una joroba, pero si desaparece el animal se convierten en algo absurdo, una serie de signos extraños pero a la vez imprescindibles para comunicarnos. Me pregunto si esto es algo que sólo me sucede a mí o si le pasa a todo el mundo.
Esta mañana, cuando llevaba a mis hijos al colegio en el coche, me preguntaron que a dónde íbamos. Lo suelen hacer con frecuencia con la esperanza de que les anuncie un destino más prometedor. A veces les digo que vamos a Alájar, pero saben que les tomo el pelo y protestan, y otras veces, como hoy, le digo a Ignacio, que es quien se lo cree, que vamos al Castillo de las Guardas. Allí hay una reserva de animales de todo tipo: tigres, elefantes, rinocerontes... que visitamos hace un tiempo. Suelo decir a Ignacio que iremos allí, que le dejaré en la jaula de los leones y volveré para llevar a sus hermanos al colegio. Al principio lloraba, paro ahora se limita a enfadarse y a pedirme gritando que no diga más tonterías. Como podéis comprobar, mis métodos pedagógicos son muy efectivos; voy a mandar mi curriculum al Ministerio de Educación como asesor.
Seguro que conocéis a alguno: un tío que sabe mucho de medicina, de albañilería, de informática o de lo que sea. Últimamente se han puesto de moda los enteraos de Economía. Es una especie muy peculiar. Empezaron a medrar durante los años de bonanza económica previos a la crisis. Cuando la vivienda subió lo que subió y algunos, como yo, decían que llegaría un momento en que empezaría a bajar, no te dejaban ni terminar la frase:
Acabo de ver ganar a Rafael Nadal la final de Roland Garros, para no perder la costumbre. Últimamente, familia obliga, me prodigo poco como deportista de sillón. El caso es que estaba solo en casa con los niños. Dos de ellos dormidos; Miguel y Jaime pegando saltos en el sofá. Cuando acabó el partido, al que tuve que poner yo los comentarios porque resultaba imposible oírlos de la televisión, llegó la hora de los himnos. Éste fue el único momento en que Miguel prestó atención a lo que ocurría en la pantalla. Sonó el himno español y dijo: