En
este artículo, publicado el pasado jueves, el influyente diario británico Financial Times da un buen repaso a nuestra maltrecha economía. Se incluye en una columna de mucha visibilidad, y su título,
No Spain, no gain, es un claro aviso para inversores incautos. El arranque es demoledor: "Los intrincados escalafones de la Administración Pública del general Franco han sobrevivido a casi 40 años de democracia en España". Para crear ambiente evoca el edificio de piedra gris de Nuevos Ministerios, donde habitan unos funcionarios que aún son especie protegida (sic) como un símbolo de lo poco que ha cambiado todo. A continuación, y abandonando la estrategia basada en nuestra leyenda negra, reparte palos con más tino, y así acusa al actual Gobierno de recortar partidas de gastos como la de Investigación y Desarrollo y sin embargo no reducir los sueldos públicos ni prescindir de personal, adelgazando el aparato administrativo. También culpa a los que dejaron la herencia al gobierno actual, que según el artículo "camuflaron" la situación real, que es considerada como preocupante, concluyendo con esta frase, todo un varapalo a la economía española: "Si los inversores han aprendido algo sobre España durante la crisis, es que las apariencias engañan".
Hasta aquí la crónica de la pérfida Albión. Podríamos mandarles una nueva Armada, pero dado el éxito de la primera y que nuestras naves no están para muchas tempestades, haremos bien en preguntarnos cuánto hay de razón en el análisis del diario inglés. En cuanto a la procedencia de recortar unos gastos u otros, parece claro que no se están tomando las decisiones más oportunas. Si el Gobierno quería ganar credibilidad nada más ganar las elecciones, podría haber tomado una medida fulminante de limitación y reducción de sueldos públicos. Ahí se puede ahorrar una buena suma, pero además se trataría de un acto simbólico: si se pusiera, digamos, un sueldo máximo de 90.000 € anuales para los altos cargos políticos y de la Administración y para los directivos de las empresas públicas y cajas de ahorro (sé de buena tinta que algunos cobran hasta dos millones de euros), y 60.000 € para los cargos intermedios, así, de un día para otro, mediante Real Decreto, se habrían tapado muchas bocas, y se podrían emprender los nuevos recortes con otro crédito. La I+D no debería tocarse, pues ahí está el futuro, la competitividad de un país que sangra por ese costado, y las reformas en los dos principales capítulos de gasto, sanidad y educación, deberían emprenderse con un espíritu de racionalización del gasto, no de recorte. En estos capítulos se ha tirado literalmente el dinero, por ejemplo regalando ordenadores a unos niños que ya cuentan con ellos en sus casas y lo que necesitan es disciplina. Incluso la gratuidad de los libros de texto es una medida muy discutible: todos sabemos que únicamente se valora aquello que hemos conseguido haciendo aunque sea un pequeño esfuerzo; tendemos a despreciar lo gratuito. Se podría establecer un sistema de becas, como ha habido siempre, para las familias que verdaderamente tengan dificultades para la adquisición de libros, y se ahorraría mucho dinero público. En cuanto a la sanidad, el despilfarro viene por dos vías: la atención médica y los medicamentos. Sería interesante conocer el valor de los stocks de medicinas acumulados en los hogares españoles que acaban caducando, o las recetas que se prescriben a enfermos que no son tales. Una buena medida, que ya se aplica en otros países, sería que el médico recete la cantidad exacta para el tratamiento, y que la farmacia dispense únicamente esa cantidad, recortándola de la caja. En cuanto al abuso que hacen muchas personas hipocondríacas, o simplemente aburridas, de los centros de atención primaria y de los servicios de urgencias, sin duda el copago disuadiría a muchos de ellos, pero por desgracia es tenido como arma arrojadiza entre los partidos políticos antes que como una solución razonable.
La lista de recortes es grande, no cabe duda, y el Estado de Bienestar está en juego. Mientras tanto, los llamados “mercados”, esos entes abstractos y amenazantes, nos acechan con sus cifras siniestras. En las filas de la izquierda, a las que en los últimos tiempos se han apuntado sospechosamente unos políticos que hasta la fecha eran más bien moderados, se levanta un clamor ante el ataque inmisericorde a unos derechos adquiridos, todo sea dicho, con no demasiada sangre ni sudor. Los sindicatos sacan pecho, sabedores de que los recortes también les alcanzarán. Consignas olvidadas desde los tiempos anteriores al franquismo se esgrimen para soflamar a la multitud, ávida de seguridad, y en este maremágnum de populismo las posturas están más enfrentadas que nunca, no se toman con rapidez las medidas necesarias y Europa nos contempla con escepticismo a medida que nos quita una máscara que ya no sirve para tapar nuestras vergüenzas.