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Y ahora estoy aquí, en el centro de salud (no existe nombre más aséptico), aguardando a que me saquen sangre, y engaño mi miedo escribiendo en el diario.
El cuaderno de José Miguel Ridao
Y ahora estoy aquí, en el centro de salud (no existe nombre más aséptico), aguardando a que me saquen sangre, y engaño mi miedo escribiendo en el diario.
Lluvia fina, niebla y melancolía evocan siempre la eterna letanía verleniana, como decía Sawa.
Hay dos tipos de personas: las que hablan mucho de sí mismas y las que escuchan a las que hablan mucho de sí mismas.
Por muy tolerante que crea uno ser, siempre existe un componente visceral, un rechazo irracional a ciertas personas o instituciones. Yo diría que existe un gen de la intolerancia, que cuando se desarrolla en exceso conduce a problemas como el racismo, el fundamentalismo religioso o el anticlericalismo militante.
El desorden es objetivamente malo para el ser humano, por mucho que digan los desordenados para autoengañarse. La paz interior que proporciona una mesa de trabajo despejada, una cama bien hecha y un cuarto bien arreglado proporciona unos beneficios inestimables; incluso diría que favorecen la consecución de la madurez. Yo reconozco que soy un auténtico desastre, pero últimamente, tras mucho reflexionar he descubierto las dos recetas mágicas para lograr el orden: 1. Buscar un sitio para cada cosa; 2. Procurar colocar cada cosa en su sitio en el mismo momento en que la dejamos de usar. Ya sólo me queda poner en práctica mi remedio; no creo que sea tan difícil, con un poco de disciplina -¿dónde venderán ese mejunje-?
Cuando un religioso comete un delito que atenta contra la ética más cercana a su credo, como por ejemplo una comunidad de monjas que atesora cientos de miles de euros debajo de una losa del patio de la clausura (el delito es presunto y doble: manejo de dinero negro -se atenta contra la ley- y atesoramiento -se atenta contra la ética cristiana-), se le señala con el dedo mucho más que si se tratara de un delincuente común, lo que por lo general levanta airadas protestas entre los fieles de esa religión. Una reacción lógica, la primera, y poco justificable, la segunda.
Claro que todo eso tiene una explicación muy sencilla: la intensidad con que nos afecta un suceso es directamente proporcional a su cercanía a nosotros, e independiente a su importancia objetiva. Así está el chip, así nos luce el pelo, así va el mundo.
Ante una provocación lo inteligente no es responder, ni callar, sino cachondearse del provocador, aunque tal alarde de inteligencia puede hacer peligrar la integridad física del provocado.
Debería escribirse una antología de las frases que se cogen al vuelo a los viandantes que se cruzan con nosotros mientras paseamos. Hoy he escuchado una un tanto inquietante: "Como esto siga igual, vamos a acabar peor que en el 36"; entonada con mucha convicción, yo diría que con orgullo. Por lo pronto, habrá que empezar a quemar conventos, digo yo...
Acabo de caer en la cuenta de que el bolígrafo que estoy utilizando es made in Japan. Hacía mucho tiempo que no veía esa leyenda, que hace unos años era muy común, mientras que si veíamos un objeto made in China era de lo más exótico, y evocábamos tierras lejanas de arrozales y palacios dorados. Ahora con el made in China lo más que se evoca son las tiendas de todo a un euro.
El drama se reproduce. The show must go on.
Nos estremece el terremoto en Japón porque vemos a los japoneses como nuestros pares, con los mismos afanes y emponzoñados con el mismo veneno capitalista. Otros terremotos menos intensos pero con mil veces más muertos no nos asustan tanto, y nos limitamos a contemplar con una pena como de telediario los barrios arrasados de míseras chabolas donde se convive a diario con la muerte. A veces es tanta nuestra compasión que anotamos el número de cuenta corriente que aparece en pantalla con el firme propósito de hacer una donación.
Un artesano del lenguaje debe tratar de decir en cinco palabras lo que corrientemente se expresa en diez. Un artista debe, además, elegir con cuidado las palabras y engarzarlas con maestría.
La ciencia es un conjunto de obviedades encadenadas. El resultado puede parecer milagroso, pero se sustenta sobre un armazón de relaciones simples, que como tales nunca llegarán a trascender la vida del hombre. Por eso nunca se podrá demostrar científicamente la existencia de Dios, porque no es algo obvio, como tampoco es obvia su no existencia.
Hay personas con una presencia tan imponente, con una personalidad tan arrebatadora, que contaminan el aire y lo hacen casi irrespirable.