Para terminar
este pequeño artículo sobre los problemas que plantea la traducción de poemas, he escogido un soneto del poeta británico del siglo XIX Gerard Manley Hopkins, sacerdote jesuíta de amplia cultura y exquisita sensibilidad.
I wake and feel the fell of dark, not day.
What hours, O what black hours we have spent
This night! what sights you, heart, saw; ways you went!
And more must, in yet longer light's delay.
With witness I speak this. But where I say
Hours I mean years, mean life. And my lament
Is cries countless, cries like dead letters sent
To dearest him that lives alas! away.
I am gall, I am heartburn. God's most deep decree
Bitter would have me taste: my taste was me;
Bones built in me, flesh filled, blood brimmed the curse.
Selfyeast of spirit a dull dough sours. I see
The lost are like this, and their scourge to be
As I am mine, their sweating selves, but worse.
En primer lugar, ofreceré una traducción literal, indispensable para captar el mensaje que el poeta quiso transmitir. Aunque se trata de un mensaje poético y, por lo tanto, muy subjetivo, el único modo que tenemos de aproximarnos a él en nuestra lengua es a través de su traducción "prosaica", olvidándonos de las reglas poéticas, al menos de las reglas métricas.
Me despierto y siento la caída de la oscuridad, no el día.
¡Qué horas, oh, qué negras horas hemos pasado
esta noche! ¡Qué vistas contemplaste, corazón, por qué caminos fuiste!
Y por cuántos más deberás ir, en la larga demora de la luz del día.
Hablo de esto como testigo, pero donde digo
horas, quiero decir años, vida, y mi lamento
son gritos incontables, gritos como cartas muertas enviadas
al más querido, que vive, -¡ay!- lejos.
Soy hiel, soy acidez. El decreto más profundo de Dios
amargo me sabría: mi gusto es a mí;
huesos construidos en mí, carne rellena, la sangre rebosó la maldición.
La propia levadura del espíritu agria una masa gris. Veo
que así son los perdidos, y es su azote,
como yo soy el mío, sus conciencias sudorosas, pero peor.
La traducción anterior entraña gran dificultad, pues el soneto de Hopkins es muy complejo, y fuerza en algunos casos el idioma inglés para dar más brillo (en este caso más bien oscuridad, dada la temática del poema) a sus versos. Mi versión ha tratado de ser fiel al mensaje transmitido por Hopkins, aunque por supuesto no es perfecta, pues aunque mi nivel de inglés es bueno, disto mucho de dominar completamente esta lengua. En cualquier caso, he tratado de dar cierto tono poético, de modo que se pueda leer con placer y constituya una alternativa válida a la traducción en endecasílabo.
Como se puede observar, los versos que me han salido al traducir el poema tienen unas medidas muy dispares, y casi todos están muy por encima de las once sílabas a las que los quiero reducir. Aquí es donde intervienen las dotes poéticas del traductor, pues debe condensar el mensaje del original en once sílabas por verso, y a la vez conseguir un tono adecuado, olvidándose, por supuesto, de la rima. No es que yo me arrogue maestría en esta labor, pero he aquí mi propuesta:
Despierto y siento oscuridad, no luz.
¡Qué horas, qué negras horas pasamos
anoche! ¡Qué visiones, corazón,
tuviste, y aún te esperan en el día!
De ello soy testigo. Y no son horas,
sino años, y vida. Y mis lamentos
son gritos sin fin, como cartas muertas
al más querido que está -¡ay!- tan lejos.
La hiel me ahoga. Dios y su palabra
amargos me sabrán: es mi sabor;
mi carne y huesos, sangre rebosante.
Una masa gris fermenta el alma. Veo
que así son los perdidos, y es su azote
como el mío, su conciencia atormentada.