Ya en la fotografía que se le hizo a los tres años muestra el poeta esa expresión intensa, de una tristeza conmovedora, como herido por una vida que aún no ha empezado para él. Nunca le abandonó ese rictus trágico, hasta el suicidio final destruido por el alcohol, la cocaína y el horror de la Gran Guerra. Con 18 años, toda una premonición, comenzó a trabajar en la farmacia Weißen Engel, de su Salzburgo natal. Pero no fue ese ángel blanco, entonces legal, quien arruinó su vida, sino el veneno inoculado por la vanguardia, la conciencia abrumadora de un arte que reclama la vida de sus servidores. Y el pequeño Georg ya estaba señalado por el destino como uno de sus príncipes oscuros. Él sentía la presencia de los muertos invisibles. Tras la batalla de
Grodek le causaba pavor la multitud de nietos no nacidos de esos hombres jóvenes que en vano trató de curar sin medicinas. Para él la vida fue un perenne atardecer, y su mérito consistió en sacar belleza de tanta podredumbre.
2 comentarios:
Se ve que te ha impactado mucho, Monsieur Ridao.
Sí, Dyhego, últimamente estoy imbuido por la Grand Guerre.
Abrazos
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