Escribir es rebelarse. Rebelarse contra la ignorancia, contra la incultura, contra los que se pasan la vida cerrando puertas y abriendo heridas. Escribir es respirar a través de las palabras y proclamar a gritos nuestros deseos más profundos. Escribir es confesarnos y despertar la boca hambrienta que dormía agazapada en nuestro ser. Hay que escribir a dentelladas, desgarrar las tradiciones, romper el curso de los ríos de pensamiento remansado. Si no es así, no merece la pena.
Pero no hay que confundir rebelión con revolución. Escribir para arengar a las masas es un acto supremo de imprudencia. La acción nunca vendrá por la escritura; como mucho los panfletos servirán de excusa para justificar los excesos de los ávidos de poder. La revolución es ruidosa, mientras que la rebelión es íntima. Una tiene intereses inconfesables, mientras que la otra es una zambullida en las profundidades del ser para emerger más limpio, porque en la rebelión de la escritura nos despojamos de la hojarasca cotidiana y salimos de las trincheras del tedio para correr como locos por una tierra de nadie que sólo habíamos visto a través de las alambradas.
A veces cuando escribo no me reconozco, y me gusta.
2 comentarios:
Tanto tiempo callado da resultado: te salen unos raidakus prosísticos muy enjundiosos y sabios.
:)
Voy a tener que mirarme lo de la enjundia, jeje
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