viernes, 25 de septiembre de 2020

Amor y dolor

Los grandes asuntos que afectan con hondura al ser humano son bien pocos, y mi experiencia me dice que dos de ellos están por encima del resto: el amor y el dolor.

El amor todo lo mueve, con amor hay felicidad y trascendencia, el amor nos convierte en personas completas, da sentido a nuestras vidas y nos eleva por encima de las miserias terrenales para llevarnos a una altura espiritual que justifica nuestra presencia en este mundo. Hay muchos tipos de amor, pero por mis circunstancias actuales me quiero centrar en el amor conyugal. La unión que he logrado establecer con mi esposa, recientemente fallecida, es tan intensa y plena que todo mi ser la agradece y la celebra. Me puedo sentir afortunado de haber vivido una experiencia que nunca podrá borrarse.

La contrapartida del amor es el dolor. El dolor surge por una carencia o, con más frecuencia, después de una pérdida. El dolor es si cabe más humano que el amor, resulta todavía más intenso, y así como el amor es un fuego que arde lentamente mientras calienta las almas de los que participan en él, el fuego del dolor penetra punzante en la carne y resulta muy difícil de soportar. Es una prueba a la que nos somete la vida, que normalmente cesa al cabo de un tiempo hasta que salimos del trance purificados. Esa es la alquimia del dolor, que en los casos más afortunados hace que germine un brote nuevo del que nace de forma milagrosa otra planta de amor, a veces aún más hermosa que la anterior.

martes, 8 de septiembre de 2020

De necios

Es mala cualidad la necedad, mas el no poder soportarla, e indignarse y reconcomerse con ella como me ocurre a mí, es otra suerte de enfermedad que nada tiene que envidiar a la necedad en inconveniencia, y de la que ahora me quiero acusar.

Michel de Montaigne


Hacía tiempo que no me veía tan reflejado en una frase. Los ensayos del humanista francés son una fuente inagotable de tesoros. Me están sirviendo para conocerme mejor, y hasta están aportándome algún consuelo ahora que tanto lo necesito.

Me reconozco en esa necedad rotunda de no soportar a los necios. Trato de huir de ellos, pero a veces no tengo más remedio que tratarlos, y entonces me envenenan las horas, y corro el peligro de hacer saltar por los aires una armonía a duras penas conseguida. Como me ha avisado alguien que me estima, les doy demasiado poder. Al menos, como Montaigne, reconozco mi defecto, y hago lo posible por luchar contra él.