El último movimiento de la segunda sinfonía de Mahler es para mí la obra musical más extraordinaria creada a lo largo de la historia. La emoción que transmite el compositor bohemio, la profundidad, la fuerza del mensaje transmitido por los instrumentos y las voces no tienen parangón. El inicio en pianissimo del coro articulando la palabra Auferstehen (Resurrección) casi siempre hace que me broten las lágrimas, porque me traslado en el tiempo ventiocho años atrás, cuando participé dentro del coro del Teatro Maestranza de Sevilla en la representación dirigida por Gilbert Kaplan, un millonario estadounidense que en 1965 escuchó por primera vez esta sinfonía y quedó tan fascinado que estudió dirección de orquesta para dedicarse a dirigir exclusivamente esta obra por todo el mundo, para escándalo de muchos puristas y músicos profesionales y deleite del público.
Para mí no es solo una música maravillosa, sino también una historia personal, un momento muy especial de mi vida, por las circunstancias que vivía y por las vivencias experimentadas. Recuerdo muy bien cuando llegé al primer ensayo, algo tarde, y el coro de hombres estaba abordando el pianissimo. Parecía que las notas estaban flotando. Me daba la sensación de que ese mensaje estaba dirigido a mí. Fueron unas semanas de ensueño, que ya nunca volví a vivir. Era el año 97, y tenía justo treinta años. Poco o nada había vivido yo por entonces, a pesar de esa edad. Lo mejor vino después, a los dos años me casé con el amor de mi vida y una felicidad desconocida e inesperada se abrió ante mí, parecida a la que sugerían las notas finales de la obra.
Mañana se vuelve a representar en el mismo escenario la segunda de Mahler. Ya no está Kaplan, que murió hace casi diez años; conservo una copia de la primera página de la partitura del quinto movimiento que nos regaló. Tampoco está ya mi amada, y a pesar del mensaje de la sinfonía no creo en la resurrección, sólo en la belleza y en el amor. Sí que estoy yo todavía, y seguramente acudiré mañana al teatro. Mejor solo, sospecho cuál será mi reacción. Quisiera con toda mi alma volver al año 97, pero sé que eso, igual que la resurrección, es imposible.
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