Continúo con el relato de las cosas que me pasan a mí y a ese amigo mío que parece sacado de Los papeles de Pickwick.
Todos saben que el híper es uno de los lugares más favorables para observar el comportamiento de la especie humana. Hace unos días, sin ir más lejos, me sucedió un caso curioso en er Carrefú: estaba yo rebuscando en un stand dedicado a las pilas cuando se me acercó un señor que debía rondar los 90 años, preguntándome si las pilas de un paquete que tenía en las manos eran alcalinas, porque él veía más bien poco. Tras mucho escrutar, descubrí unas letras minúsculas que así lo afirmaban, y se lo comuniqué al señor. Acto seguido me preguntó por la fecha de caducidad. No tenía yo idea de tal cosa en unas pilas, y así se lo hice saber, pero él me insistió en que sí la tenían, así que estuve buscando durante cinco minutos hasta descubrir una inscripción pequeñita en la esquina del envase, que rezaba: "hasta 2018". Así se lo dije, y se le iluminaron los ojos. Con una breve mirada nos entendimos rápidamente, y allá que se fue contento el señor con unas pilas que seguramente le iban a durar "toda la vida".
Y hablando der Carrefú, se me ha venido a la cabeza otra anérdota de ese amigo mío del que ya he hablado otras veces. Resulta que iba a trasladar unos muebles porque se mudaba a Alájar, y para no pagar el alquiler de una fragoneta se la pidió prestada a un amigo de su padre: una Ford Transit más alta que una jirafa. Mi amigo nunca había conducido una fragoneta, pero como es muy valiente allá que se fue a cargar muebles en diversos polínganos de Sevilla. Cuando estaba a punto de terminar el recorrido vio que se quedaba sin gasoil. Había una gasolinera a cien metros, pero como él siempre llena el deposito en er Carrefú, que es más barato, calculó que tenía reserva suficiente para llegar, y allí se fue. La rutina es sencilla: se accede por una puerta que da a las marquesinas del aparcamiento, zig zag por debajo de las marquesinas, que así se ataja y... ¡CRRRRROOCOCROOOC! Una viga que corta la chapa de la fragoneta como si fuera de mantequilla y se queda ahí dentro, adornando el techo. Por supuesto, la fragoneta no estaba asegurada a todo riesgo. Desde ese día, mi amigo hace el ángulo recto en todas las marquesinas que se encuentra, y si alguna vez pasa por debajo de una se agacha y aprieta los dientes. ¡Angelito!