En un escritor operan dos fuerzas primordiales: una es el oficio, y la otra eso que
se da en llamar inspiración. El oficio es un seguro de vida, nunca defrauda:
los rudimentos aprendidos y la práctica adquirida hacen salir más o menos
airoso de cualquier situación. La inspiración, sin embargo, es un factor
externo, si bien no del todo incontrolable. Entiendo por inspiración aquel
estado de ánimo que predispone a un artista para crear. Dicho estado de ánimo
se presenta a veces de improviso, y con una fuerza inusitada, pero la mayoría
de las ocasiones es convocado por el escritor, y aunque no siempre acude todo
lo solícito que debiera, suele aparecer con mayor o menor prestancia para encender
la mecha del genio
—supondremos generosamente su existencia
—. Esta forma de
inspiración domesticada es muy útil para los escritores profesionales, que al
vivir de su arte se ven obligados a imponerse un horario, una rutina, y que por
tanto tienen siempre dispuesto en su escritorio un lugar para el geniecillo de
la lámpara, que les ha de ayudar en su tarea. El problema, o más bien la
bendición, surge cuando la inspiración visita al artista de improviso, por ejemplo
en un paseo por el campo, en la cama, en el amor o en la guerra, que para el
caso es lo mismo. En ese caso salen ganando los poetas que llevan siempre
preparado su cuaderno de notas, y son capaces de parar una ofensiva con tal de
atender a su esperadísima invitada. Tan sólo unos apuntes bastan para empezar la
obra de arte que ya habrá tiempo de acabar más adelante. Cualquier distracción
resulta nefasta, y si no que se lo digan al pobre de Coleridge, que en pleno
trance creador de su poema Kubla Khan fue importunado por un vecino de la vecina población de Porlock, que tras hacerle la visita dejó al poeta seco de ingenio, y por su
culpa ese grandioso poema quedó inacabado
—aunque, quién sabe, su fama quizá se
deba a ese aura de misterio
—. También hay quien dice que en ese trance tuvo
mucho que ver el opio: es notorio que
casi ningún poeta pasaría un control antidoping,
pero esa es otra historia, lo que cuenta es el resultado, y si hay que invocar
a los espíritus con pócimas sagradas de dudoso contenido pues se hace, todo sea en pro de la poesía.
Y dejo aquí este inicio de ensayo, que se ha quedado en unas inconexas disquisiciones
sobre el arte y el artista, y que juro por mi honor he escrito únicamente con mi oficio,
pues hace ya unos meses que por mucho que llamo y espero a la inspiración, ésta
no viene: a lo mejor es que se trata de ir a buscarla.
6 comentarios:
Fúmate uno aliñao, Bacalao.
A falta de opiáceos, siempre queda el recurso de oficiarse en la cruz, en la CRUZCAMPO, claro. No es que sea capaz por sí sola de espantar al vecino impertinente, tampoco de secar el ingenio, pero a elucubrar ayuda, y al talento refresca, por si la inspiración tuviese en el misterio algún percance.
Aborrezco la coba, Ridao, pero me confieso admirador de tu envidiable poder de creación, con pócimas secretas o a golpe de oficio, pero no dejes nunca de escribir, de tus genialidades los simples aprendemos.
Un abrazo
Dos pequeños detalles:
1) No es cierto, naturalmente, lo del "control antidoping". Yo conozco muy buenos poetas que no necesitan esos estimulantes. Por citar un ejemplo conocido, era el caso de Borges.
2) "Porlock" no es el nombre de ninguna persona, sino el de un pueblo del que, según cuenta Coleridge, procedía la visita que le interrumpió. Cito, del ensayo de Pessoa titulado precisamente "El sueño de Coleridge":
"Cuenta Coleridge que el poema fue compuesto soñando. Residía ocasionalmente en una solitaria heredad entre las aldeas de Porlock y Linton. Cierto día se quedó dormido a causa de un calmante que había tomado. Durmió tres horas durante las cuales, dice, compuso el poema mientras surgían en su espíritu, paralelamente y sin esfuerzo, las imágenes y sus correspondientes expresiones verbales.
Una vez despierto se dispuso a escribir lo que había compuesto. Había escrito ya treinta versos cuando le fue anunciada la visita de "un hombre de Porlock". Coleridge se sintió obligado a atenderlo. Se demoró con él cerca de una hora. Pero, cuando volvió a la transcripción de lo que había compuesto en sueños, se dio cuenta de que había olvidado lo que faltaba por escribir; no recordaba sino el final del poema -veinticuatro versos más-."
Rober: gracias por la observación, por supuesto que Porlock es una localidad, y no una persona. Pero lo más gordo es que ya hablé del hombre de Porlock en una entrada:
http://jmridao.blogspot.com.es/2010/09/apuntes-xiv.html
Si escribo tirando de oficio pero me falla la memoria... ¿qué me queda? La wikipedia.
¡Agggggggg!
Y ya en broma:
Bacalao: si no me lo he fumado con 20 años, me lo voy a fumar ahora para escribir un poema por las cajilas.
Manuel: agradezco la falsa modestia, y no sabes lo que agradezco tus palabras en estos momentos.
Rober: por el calibre de nariz que gastaba, yo no pondría la mano en el fuego.
Sniffffffff!
Ah, se me olvidaba: yo también tuve noticia del hombre de Porlock gracias al ensayo de Pessoa. Otro inspirado espirituosamente, Pessoa. No admiro más a ningún otro.
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