viernes, 19 de agosto de 2011

De bibliofilias



No tiene uno (yo) una gran biblioteca, ésa es la verdad. Muchos libros comprados aquí y allá, en el Círculo de lectores, en ferias del libro, alguna vez en mercadillos, en la Cuesta de Moyano de Madrid... Nada del otro mundo. Quien ojee los libros que acumulo no se hará una idea muy cabal de mis gustos, ni siquiera de mis lecturas, pues son innumerables los libros que he leído prestados (a diferencia de la mayoría de la gente, siempre los he devuelto). También he leído libros de bibliotecas públicas, o los que había en casa de mis padres... en definitiva, una colección muy variopinta, sin ningún patrón aparente, salvo lo que yo he considerado como lecturas de calidad, a saber, muchas obras antiguas y muy pocas contemporáneas. Últimamente, con la compra de mi flamante reader marca Sony (a ver si se estiran con la publicidad que les doy) estoy encantado, pues cada vez que alguien en cuyo criterio confío me recomienda un libro, ya sea por escrito o de palabra, acudo raudo a google y tras un breve y fructífero periplo por ese bendito océano de la modernidad lo descargo en la memoria de mi portátil y de ahí al ridáider, que tiene capacidad para almacenar los libros que podría leer en doscientas mil vidas, así que me limito a alimentarlo poco a poco, llevaré unos cien libros, muchos en cola de lectura.

Viene lo anterior a cuento de esa pasión que cunde sobre todo entre los escritores llamada bibliofilia, o adoración de los libros, cuanto más viejos (perdón, antiguos) mejor. La cosa llega a veces a unos extremos que rozan la gilipollez, como aquellos que acuden a las librerías de viejo solicitando libros "intonsos" (el que quiera saber qué rayos es eso, que se vaya a Wikipedia, tanta enciclopedia ni enciclopedia...). Parece ser, pues, que también hay libros "tonsos", como los frailes antiguos, del mismo modo que hay libros incunables, lo que hace pensar que la cuna se inventó al nacer el siglo XVI. Tengo todo el respeto para los miembros de esta secta, laica pero secta al fin y al cabo, de la que Trapiello es un miembro distinguido, como sabe cualquier lector de sus diarios, pero como sucede a todos los que no forman parte de los iniciados en un rito, no llego a comprender dónde está la gracia. Me dicen que no hay placer mayor que acariciar el lomo de un libro antiguo, pero a mí se me ocurren algunos lomos más placenteros de acariciar. Otros ponderan el olor del papel y de la tinta, como si fuera un perfume caro. También está, cómo no, el orgullo de poseer una primera edición de un clásico, o un ejemplar único, aunque sea mucho más cómodo y práctico leerlo en una edición moderna. No sé, me parece que hay mucho de fetichismo en todo esto de la bibliofilia, entiendo que hay filias más satisfactorias, pero allá cada cuál con sus aficiones. Eso sí, que sepan que cuando pasen a mejor vida, lo más probable es que su biblioteca, atesorada con mimo y esfuerzo, será carne de almoneda, adquirida por un librero de viejo que no sabrá lo que compra, y venderá el género por diez veces menos de su valor real a otro bibliófilo que continuará la espiral del vicio libresco.

2 comentarios:

Juanma dijo...

Ojú, qué malajoso te pones cuando quieres...

Abrazos, querdio R.

J.

José Miguel Ridao dijo...

Hombre, J., no me te enfades. No sé si lo hiciste queriendo o te equivocaste, pero ayer estuviste sembrao, todavía me dan escolafríos de pensarlo, verás cuando se lo cuente a la tontorrina...

Muchos abrazos,

JM (yo mismo).