Anoche tuvimos tertulia, y como es costumbre se propuso un tema de enjundia, que es el que da título a la entrada. A continuación ofrezco mi sesuda contribución a tan importante evento.
La huella de Onán es… pegajosa, que duda cabe. Pegajosa, y también contagiosa, ominosa, sospechosa… ¡lechosa! Son muchos “onanes” los que en el mundo han sido desde que el personaje aparece en la Biblia. Parece ser que más que “onaneando” el hombre practicaba el clásico “tushupaqueyotaviso”, pero al fin lo que cuenta es la fama, y es mentar a Onán e imaginarnos un manubrio de ida y vuelta, con el correspondiente final… lechoso. Pero no veníamos aquí a hablar de Onán como generador de fluidos bíblicos, sino de su huella, y no de su huella indiscriminada en cualquier parte, sino precisamente de la huella que ha dejado nada menos que en la literatura universal. Se trata de una huella amplia, espesa, caudalosa, abundante, generosa, cálida, se diría que un río de lava blanca fluye inagotable del venero creador desde que el primer hombre enarboló la pluma con su mano derecha y agarró con la siniestra el venerable instrumento mondonguero. Es un lugar común que han corrido ríos de tinta desde que empezó la aventura literaria de la humanidad, y al mismo tiempo los plumillas han corrido… o, mejor dicho, ¡se han corrido! Es algo que los escritores hacen de forma artificial, casi mecánica, una y otra vez, no sólo al escribir los libros, sino también al releerlos, y al dedicarlos, y al ver una reseña en el periódico, y al contemplar su portada en una librería. Se puede decir que la del escritor es una carrera de fondo, porque siempre están corriendo… ¡sé! La huella de Onán es, pues, alargada en el mundo de las letras; son huellas que dejan una senda resbaladiza, odorífera, salutífera, con un olor a polvo, pero a polvo limpio, polvo inteligente, en algunos casos incluso polvo enamorado, como ya apuntaba Quevedo, que tenía pinta de estar todo el día dale que te pego, con esa perilla de niñatillo, aunque no tanto como Góngora, del que circula algún retrato en que se pueden distinguir unas enormes protuberancias callosas debajo de los guantes. Porque luego viene la parte práctica; uno piensa: pues sí, los escritores están todos empantanados con Onán y sus trabajos, pero yo no soy escritor –lo que no impide que de vez en cuando…-; bueno, el caso es que a mí eso ni me va ni me viene. ¡Error fatal! Pongámonos en situación: Feria del libro; las casetas llenas de gente, compramos el libro que esperábamos con ilusión de nuestro escritor favorito; da la casualidad que está ahí mismo, firmando ejemplares, no hay apenas cola; llegamos a él, nos lo firma, y en ese momento… alarga la mano hacia nosotros, y entonces es cuando recordamos la huella de Onán en la literatura universal, y nos viene a la cabeza la lectura de esta entrada, pero ya es tarde, porque su mano roza ya la nuestra, los dedos se entrelazan, dejamos la mano floja como última esperanza, pero él, hombre de temple, aprieta fuerte y… ¡¡Chofff!!
3 comentarios:
yo no recuerdo haber visto la huella de Onán en ningún libro de Quevedo o Cervantes... sólo las he visto en revistas de colores al despegar dos páginas pegadas...
de todas formas, ridao... desde el internet y el ridaier, esto de la huella de Onán está demodé, macho... con pasar la manga de la camisa...
Monsieur Ridao:
En cierta ocasión visité la página bíblica (con las manos debidamente limpias)donde se nos habla del denostado Onán (que tire la primera piedra aquel que no...)y, para mí sorpresa, no se da a entender que dicho viciosillo se dedicara a los juegos de manos personales sino más bien a "derramar en tierra" cuando yacía con la cuñada porque no quería dejar descendencia (decía eufemísticamente aquel pasaje), lo que nos lleva a colegir que dicho personajillo practicaba el "coitus interruptus" o "marcha atrás".
A cada cual lo suyo, al pan pan y a la leche leche.
Salu2 con las manos limpiadas
Eso es verdad, eresmicruz, pero espera a que hagan ridáideres en colores...
Yo también manejaba esa información, Dyhego, pero he querido darle un toque "oral" al asunto, para variar del clásico metisaca.
No doy abrazos, por si acaso...
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