domingo, 19 de enero de 2014

Dos Obras, una Guerra




Qué diferente es la visión de una misma tragedia, la Gran Guerra, por dos combatientes del mismo bando que plasmaron sus vivencias en sendas obras maestras: Erich Maria Remarque en Sin novedad en el frente y Ernst Jünger en Tempestades de acero. Jünger es un Homero desprovisto de épica, y nos presenta cuerpos mutilados y salpicaduras de masa encefálica como atributos del héroe superviviente, ése que se sacrificó por la patria y nunca dio como perdida una guerra que los despachos de Versalles hicieron humillante para toda una generación de alemanes. Remarque, por el contrario, pertenece a una estirpe menos primitiva: la de los que fueron conscientes de todo el horror de las carnicerías de la trincheras, nunca antes, pero sí durante y, más raramente, después de la bacanal de sangre. Su testimonio es profundamente humano, frente a la frialdad imperial y filosófica de Jünger. Él escribió un libro hecho de carne, sangre y huesos, con episodios tan conmovedores como el espantoso alarido de los caballos moribundos en el campo de batalla, que toda la compañía trataba de evitar tapándose los oídos en espera de los soldados y camilleros ocupados en atender a los seres humanos y que no tenían tiempo de darles el tan ansiado tiro de gracia. “La mayor vileza de todo esto es que los animales tengan que hacer la guerra”, dice uno de los camaradas, hombre de campo. O el despiadado ataque con gas de los Tommies y el uso de esas máscaras ultraterrenas en medio de tumbas y ataúdes que servían de parapeto contra la metralla. Remarque es hermano de Wilfred Owen, poeta del bando contrario, pero sus voces quedaron amortiguadas durante mucho tiempo por el clamor de cientos de miles de Jüngers para los que la épica tapó el drama. Luego muchos se convirtieron en nazis, y los que no lo hicieron acabaron atrapados por una trampa diabólica, de la que escaparon muy pocos alemanes, uno de ellos Raimund Pretzel, que bajo el musical seudónimo de Sebastian Haffner escribió Geschichte eines Deutschen y escapó a París en 1933, justo a tiempo para luchar por el bando que le dictaba la lógica, y no la nación. Los Jüngers se hundieron con el Tercer Reich, pero su voz terrible aún resuena extrañamente hermosa.

4 comentarios:

Liliana G. dijo...

¡Diantres! Menuda crítica literaria, José Miguel... Tanto tiempo apartada de mis huestes favoritas y a las tantas de la noche me encuentro con semejantes descripciones, a fe que esta noche no dormiré de sólo pensar en la guerra, así con minúscula porque aunque fue mundial, no le quiero dar más prensa, para eso, Brasil 2014. Brrrrr

Es un placer volver a leerte, aquí me ves, porfiando mi lugar y remedando a Sigourney Weaver, en Aliens III gracias al tratamiento.

Estoy bien y tomando coraje para volver al ruedo.

Besos a granel, Ridao.

José Miguel Ridao dijo...

¡¡Lilianaaaaaaaaaa! Cuánto bueno por aquí. Sigourney Weaver se cargó solita a todos los aliens, y tú no vas a ser menos. Qué tiempos, los del diccionario lunfardo-andurrialero, prefería cuando te despertaba a carcajadas y no con noticias de guerras.

Muchísimos abrazos desde Sevilla, has alegrado mi página.

Francesc Cornadó dijo...

Amigo José Miguel, coincido contigo en cuanto a lo que dices de Jünger y encuentro acertadísimo este calificativo de que es un "Homero desprovisto de épica" no en balde se trata de un filósofo, en él prevalece el dato a la estética.
Te sigo leyendo con mucho interés aunque mis comentarios son escasos.
Salud
Francesc Cornadó

José Miguel Ridao dijo...

Hola, Francesc, la verdad es que yo me quedo con el libro de Remarque, me irritó la visión "despiadada" que tenía Jünger de la guerra, hay filósofos mas humanos.

Yo también te leo siempre, aunque no comente, al fin y al cabo son pocas las ocasiones en que tengo algo que aportar.

Abrazos.