Qué diferente es la visión de una misma tragedia, la
Gran Guerra , por dos combatientes del mismo
bando que plasmaron sus vivencias en sendas obras maestras: Erich Maria Remarque
en Sin novedad en el frente y Ernst Jünger en Tempestades de acero. Jünger es
un Homero desprovisto de épica, y nos presenta cuerpos mutilados y salpicaduras
de masa encefálica como atributos del héroe superviviente, ése que se sacrificó
por la patria y nunca dio como perdida una guerra que los despachos de Versalles
hicieron humillante para toda una generación de alemanes. Remarque, por el
contrario, pertenece a una estirpe menos primitiva: la de los que fueron
conscientes de todo el horror de las carnicerías de la trincheras, nunca antes,
pero sí durante y, más raramente, después de la bacanal de sangre. Su testimonio es
profundamente humano, frente a la frialdad imperial y filosófica de Jünger. Él
escribió un libro hecho de carne, sangre y huesos, con episodios tan
conmovedores como el espantoso alarido de los caballos moribundos en el campo
de batalla, que toda la compañía trataba de evitar tapándose los oídos en
espera de los soldados y camilleros ocupados en atender a los seres humanos y
que no tenían tiempo de darles el tan ansiado tiro de gracia. “La mayor vileza de todo esto es que los animales tengan que hacer la guerra”, dice uno de los camaradas,
hombre de campo. O el despiadado ataque con gas de los Tommies y el uso de esas máscaras
ultraterrenas en medio de tumbas y ataúdes que servían de parapeto contra la
metralla. Remarque es hermano de Wilfred Owen, poeta del bando contrario, pero
sus voces quedaron amortiguadas durante mucho tiempo por el clamor de cientos
de miles de Jüngers para los que la épica tapó el drama. Luego muchos se
convirtieron en nazis, y los que no lo hicieron acabaron atrapados por una
trampa diabólica, de la que escaparon muy pocos alemanes, uno de ellos Raimund Pretzel, que bajo el musical seudónimo de Sebastian Haffner escribió Geschichte eines Deutschen y escapó a París en 1933, justo a tiempo para luchar por el bando que le dictaba la lógica, y no la nación. Los Jüngers se
hundieron con el Tercer Reich, pero su voz terrible aún resuena extrañamente hermosa.
Bemoles
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BEMOLES Me pregunta mi buen amigo Diego Morales por qué la palabra bemoles
ha acabado siendo sinónimo de esa palabra trisílaba que todos usamos en
expresio...
Hace 34 minutos
4 comentarios:
¡Diantres! Menuda crítica literaria, José Miguel... Tanto tiempo apartada de mis huestes favoritas y a las tantas de la noche me encuentro con semejantes descripciones, a fe que esta noche no dormiré de sólo pensar en la guerra, así con minúscula porque aunque fue mundial, no le quiero dar más prensa, para eso, Brasil 2014. Brrrrr
Es un placer volver a leerte, aquí me ves, porfiando mi lugar y remedando a Sigourney Weaver, en Aliens III gracias al tratamiento.
Estoy bien y tomando coraje para volver al ruedo.
Besos a granel, Ridao.
¡¡Lilianaaaaaaaaaa! Cuánto bueno por aquí. Sigourney Weaver se cargó solita a todos los aliens, y tú no vas a ser menos. Qué tiempos, los del diccionario lunfardo-andurrialero, prefería cuando te despertaba a carcajadas y no con noticias de guerras.
Muchísimos abrazos desde Sevilla, has alegrado mi página.
Amigo José Miguel, coincido contigo en cuanto a lo que dices de Jünger y encuentro acertadísimo este calificativo de que es un "Homero desprovisto de épica" no en balde se trata de un filósofo, en él prevalece el dato a la estética.
Te sigo leyendo con mucho interés aunque mis comentarios son escasos.
Salud
Francesc Cornadó
Hola, Francesc, la verdad es que yo me quedo con el libro de Remarque, me irritó la visión "despiadada" que tenía Jünger de la guerra, hay filósofos mas humanos.
Yo también te leo siempre, aunque no comente, al fin y al cabo son pocas las ocasiones en que tengo algo que aportar.
Abrazos.
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