Hoy, último día de agosto, dejo mi amada Alájar y vuelvo, no sin pesar, a la ciudad que me vio nacer. Al menos hay dos cosas buenas, a saber: que en breve empieza el colegio de los niños, y que ya no necesitaré del dichoso pinganillo para conectarme a Internet. Ahí lo podéis ver, tan pancho encima de mi mesa de trabajo, donde por cierto se refleja la Peña de Arias Montano.
Después de tanto tiempo de convivencia, no puedo menos que dedicar a ese instrumento del diablo un soneto. Ahí va:
¿Cuál es el pérfido y taimado invento
que ha hecho de mi verano una porfía,
un duelo desigual, una sangría
de ingenio, de cordura y de talento?
¿Sabéis la cantidad de sufrimiento
que me ha supuesto uno y otro día
entrar en Internet mientras veía
que otros se conectaban de momento?
Ese ingenio que mi inspiración trunca,
ese mesías que agota mi fe,
ese ladrón de tiempo, ese diablillo...
¡A Dios pongo por testigo, que nunca,
jamás de los jamases volveré
a usar para mi blog un pinganillo!
que ha hecho de mi verano una porfía,
un duelo desigual, una sangría
de ingenio, de cordura y de talento?
¿Sabéis la cantidad de sufrimiento
que me ha supuesto uno y otro día
entrar en Internet mientras veía
que otros se conectaban de momento?
Ese ingenio que mi inspiración trunca,
ese mesías que agota mi fe,
ese ladrón de tiempo, ese diablillo...
¡A Dios pongo por testigo, que nunca,
jamás de los jamases volveré
a usar para mi blog un pinganillo!
He dicho.