miércoles, 31 de agosto de 2011

Apuntes (128): Damajuanas



Ese cosquilleo en el estómago que se siente el último día de vacaciones es un indicador felicísimo: en primer lugar, de que tenemos trabajo, y en segundo lugar, de que no nos gusta trabajar.

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Damajuana, madreselva, ruiseñor -nightingale-, lapislázuli... Hay palabras que rivalizan en belleza con el objeto que representan.

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La memoria es una realidad difusa y cambiante, que no se presta a la fotografía. Si ya son inciertas las contingencias que nos suceden en esto que llamamos vida, más aún lo es la percepción individual y subjetiva que que de ellas hacemos. A esto hay que añadir el paso del tiempo, que va coloreando caprichosamente todo ese entramado de abstracciones. Por último, no hay que olvidar que la memoria no es algo dormido, sino que cobra sentido cuando sale a la luz, y en ese momento pasa una última criba que vuelve a darle un giro que la hará más irreconocible aún respecto a su nacimiento: la de nuestro estado de ánimo, que como es sabido puede cambiar en cuestión de minutos.

Y a pesar de todo, el hombre no es nada sin su memoria.

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Se les acaba a los niños (a los dos mayores) la libertad estrenada este verano gracias a las bicicletas. Todos los conocen en el pueblo, y me ponen al día de sus andanzas. Un punto más en contra de vivir en la ciudad. Ya he perdido la cuenta, y también las esperanzas.

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Faceless the sultry and overpowering lion,
Faceless the stricken slave, faceless the king*.
Hasta para sus versos en inglés era Borges conciso, contundente, enigmático.

* Del relato Abencaján el Bojarí, muerto en su laberinto, incluido en El Aleph.

martes, 30 de agosto de 2011

¿Verso o prosa?



Considero o verso como uma coisa intermédia, uma passagem da música para a prosa. Como a música, o verso é limitado por leis rítmicas, que, ainda que não sejam as leis rígidas do verso regular, existem todavia como resguardos, coacções, dispositivos automáticos de opressão e castigo. Na prosa falamos livres. Podemos incluir ritmos musicais, e contudo pensar. Podemos incluir ritmos poéticos, e contudo estar fora deles. Um ritmo ocasional de verso não estorva a prosa; um ritmo ocasional de prosa faz tropeçar o verso.

El texto anterior pertenece, cómo no, a Bernardo Soares en su Livro do desassossego (para qué traducirlo, si el portugués, idioma musical donde los haya, se entiende tan bien). Poco antes el mismo Soares declara que "sou incapaz de escrever em verso". Seguramente él no, pero bien que lo hicieron Álvaro de Campos, Alberto Caeiro o Ricardo Reis, y no digamos el jefe de la cuadrilla, Fernando Pessoa. Es una piedra endiabladamente bien tirada, y de la que cualquier poeta haría mal en defenderse, pues seguramente entonces es cuando se llevaría la pedrada.

El Libro del desasosiego es un inmenso poema en prosa, quizá el más grande.

lunes, 29 de agosto de 2011

Wallace Stevens: Of Modern Poetry


De la poesía moderna

El poema de la mente en el acto de hallar
lo que habrá de bastarle. No siempre tuvo que
hallar: la escena estaba dispuesta; repetía lo que
ponía el guión.
Luego el teatro cambió
a una cosa distinta. Su pasado fue un recuerdo.

Es necesario que viva, que aprenda el habla del lugar.
Debe afrontar a los hombres del tiempo y reunirse
con las mujeres del tiempo. Debe pensar en la guerra
y tiene que encontrar lo que haya de bastarle. Debe
construir un nuevo escenario. Debe subir a ese escenario,
y, como un actor insaciable, lenta,
meditadamente, pronunciar palabras que en el oído,
en el delicadísimo oído de la mente, repitan,
exactamente, lo que quiere oír, a cuyo sonido,
una audiencia invisible escuche,
no la obra, sino a ella misma, expresada
en una emoción como de dos personas, como de dos
emociones que se funden en una. El actor es
un metafísico en la oscuridad, pulsando
un instrumento, pulsando una cuerda áspera que emite
sonidos que atraviesan virtudes repentinas, abarcando
la mente por completo, por debajo de la cuál no puede descender,
más allá de la cuál no tiene derecho a elevarse.
Debe
ser el hallazgo de una satisfacción, y puede
ser de un hombre patinando, una mujer bailando, una mujer
peinándose. El poema del acto de la mente.



Of Modern Poetry

The poem of the mind in the act of finding
What will suffice. It has not always had
To find: the scene was set; it repeated what
Was in the script.
Then the theatre was changed
To something else. Its past was a souvenir.

It has to be living, to learn the speech of the place.
It has to face the men of the time and to meet
The women of the time. It has to think about war
And it has to find what will suffice. It has
To construct a new stage. It has to be on that stage,
And, like an insatiable actor, slowly and
With meditation, speak words that in the ear,
In the delicatest ear of the mind, repeat,
Exactly, that which it wants to hear, at the sound
Of which, an invisible audience listens,
Not to the play, but to itself, expressed
In an emotion as of two people, as of two
Emotions becoming one. The actor is
A metaphysician in the dark, twanging
An instrument, twanging a wiry string that gives
Sounds passing through sudden rightnesses, wholly
Containing the mind, below which it cannot descend,
Beyond which it has no will to rise.
It must
Be the finding of a satisfaction, and may
Be of a man skating, a woman dancing, a woman
Combing. The poem of the act of the mind.

domingo, 28 de agosto de 2011

Apuntes (127): De trascendencias y cachondeos


Casi todos los vanidosos que conozco van proclamando a los cuatro vientos lo mucho que se apartan del mundanal ruido, mientras que a los pocos sabios que en el mundo han sido hay que buscarlos en sus humildes moradas.

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Cada vez tengo más claro que los mejores novelistas son aquellos que usan el lenguaje de una manera clara, diáfana, y que no nos cuentan nada del otro mundo, sólo recrean la realidad del hombre, sus inquietudes y miserias, y nos hacen sonreír con ternura a cada línea que les leemos: Cervantes, Dickens, Galdós, Baroja... Es muy difícil para un escritor arrancar una sonrisa de quien le lee, hacerle reflexionar, rememorar instantes de su vida, vivir la vida de sus personajes, que le resultan cercanos y los podría encontrar a la vuelta de cada esquina. Unos personajes hijos de su tiempo pero a la vez intemporales, porque los grandes sentimientos, las preocupaciones que el hombre tiene no han cambiado gran cosa en los últimos siglos. Intemporales como don Quijote y Sancho. Si acaso en los últimos cien años la realidad se ha vuelto del revés en las grandes ciudades, y eso ha dado lugar a una literatura nueva que aborda al hombre deshumanizado. Una literatura vacía, como la que hace Auster, sin interés...
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El que Dios exista o no es algo irrelevante para el hombre: si no existe nuestro futuro es incierto, y si existe también: nunca sabremos las intenciones que tiene sobre nosotros.
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Lo malo del hedonismo es que nuestro placer puede causar sufrimiento a otros, y si todos fuéramos hedonistas el mundo sería un cachondeo.

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Ni agnóstico ni ateo: yo soy escéptico.

sábado, 27 de agosto de 2011

Wilhelm Klemm: An der Front


Con esta entrada completo los capítulos dedicados a la Primera Guerra Mundial. Si el otro día inclui un poema de Sigfried Sassoon, oficial inglés, traigo ahora la traducción de un soldado-poeta del otro lado: Wilhelm Klemm, oficial que luchó por el Imperio Alemán. Siempre es interesante estudiar un conflicto bélico desde los dos frentes. Las impresionantes memorias de Ernst Jünger nos retratan perfectamente el lado alemán, donde el sentimiento era muy distinto al bando aliado. No obstante, en la Muerte todo se iguala, y los dos poemas que he elegido estremecen hondamente, pintando con trazos vívidos el espíritu de un soldado y la convivencia cotidiana con el horror y la muerte.

En el frente

La tierra está yerma. Los campos están arrasados en lágrimas.
Por una carretera infame circula un coche gris.
La techumbre de una casa se ha desplomado.
Caballos
muertos se pudren en charcos.
Se divisan líneas oscuras más allá de las trincheras.
Una granja arde lentamente en el horizonte.
Estallan los disparos; se extinguen – pop, pop, pauuuu.
Los jinetes desaparecen lentamente en el bosque pelado.
Nubes de metralla iluminan el cielo y se apagan. Un camino en hondonada
nos acoge. Allá se detiene la infantería, mojada y llena de barro.
La Muerte es tan indiferente como la lluvia que comienza.
¿A quién le importa el ayer, el hoy o el mañana?



An der Front

Das Land ist öde. Die Felder sind wie verweint.
Auf böser Straße fährt ein grauer Wagen.
Von einem Haus ist das Dach herabgerutscht.
Tote Pferde verfaulen in Lachen.
Die braunen Striche dahinten sind Schützengräben.
Am Horizont gemächlich brennt ein Hof.
Schüsse platzen, verhallen – pop, pop, pauuu.
Reiter verschwinden langsam in kahlem Gehölz.
Schrapnellwolken blühen auf und vergehen. Ein Hohlweg
Nimmt uns auf. Dort hält Infanterie, nass und lehmig.
Der Tod ist so gleichgültig wie der Regen, der anhebt.
Wen kümmert das Gestern, das Heute oder das Morgen?

viernes, 26 de agosto de 2011

Apuntes (126): El arte inefable (2)


Ojalá se pudieran agradecer las cosas sin decir nada, sólo con el sentimiento.


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Se habla mucho del canto de los pájaros, pero la música es de los poquísimos campos, acaso el único, en que el hombre ha superado a la naturaleza.

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Eso que llamamos vida es una materia blanda, moldeable, que a veces se estira y otras veces se vuelve rígida como el tronco de un roble. Y la vida está hecha de tiempo. La vida es tiempo habitado, habitado por rocas, pájaros, animales... Sólo la música de un genio consigue dominarla.

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Al fin y al cabo, la literatura no es más que una serie de abstracciones nacidas de la vida, y que en el mejor de los casos logran recordárnosla.

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Vale más un motete de Bach que todos los libros que han escrito los hombres en la historia.


jueves, 25 de agosto de 2011

Sigfried Sassoon: I stood with the Dead



I stood with the Dead, so forsaken and still:
When dawn was grey I stood with the Dead.
And my slow heart said, 'You must kill, you must kill:
'Soldier, soldier, morning is red'.

On the shapes of the slain in their crumpled disgrace
I stared for a while through the thin cold rain...
'O lad that I loved, there is rain on your face,
'And your eyes are blurred and sick like the plain.'

I stood with the Dead ... They were dead; they were dead;
My heart and my head beat a march of dismay:
And gusts of the wind came dulled by the guns.
'Fall in!' I shouted; 'Fall in for your pay!'



Yo estuve con los Muertos, tan quietos y solos:
Cuando el amanecer era gris yo estuve con los Muertos.
Y mi lento corazón decía, 'Debes matar, debes matar:
'Soldado, soldado, está roja la mañana'.

En las formas de los caídos, en su desgracia marchita
fijé la vista un tiempo tras la fina lluvia...
'Oh, muchacho que yo amaba, hay lluvia en tu rostro,
'Y tus ojos están borrosos y enfermos como la llanura.'

Yo estuve con los Muertos... Estaban muertos; estaban muertos;
Mi corazón y mi cabeza tocaban una marcha de luto:
Y llegaban ráfagas de viento tapadas por los fusiles.
'¡Formad! Grité'; '¡Formad, por vuestra paga!'

miércoles, 24 de agosto de 2011

De lluvias y melancolías



Si hay un fenómeno relacionado con la melancolía, ése es la lluvia. En la antigüedad nadie la ensalzaba: tan ocupados estaban con la épica que no tenían tiempo para nostalgias. Éstas vinieron más bien en épocas recientes, cuando el poeta ha tenido tiempo que gastar, salvado el trámite de las obligaciones cotidianas. Entonces se ha asomado a las ventanas y ha comenzado a soñar, y ha comenzado a llorar. Todos nos imaginamos al viejo Verlaine escribiendo versos iluminados en un café de París con los ojos inyectados en absenta, mientras fuera caía una lluvia machacona y triste. La fée verte, asociada para siempre a esos tiempos brumosos, verdes de lluvia y de licor. Il pleut dans mon coeur / comme il pleut sur la ville. Esa letanía, esa genial metáfora entre lluvia y llanto, corazón y calles parisienses, ha conmovido y siempre conmoverá a los amantes de la poesía. Y después de Verlaine, cuando leo a Bernardo Soares, álter ego de la saudade, no puedo dejar de imaginar las calles de Lisboa mojadas por la lluvia del invierno, el cielo eternamente gris tras la ventana de la oficina del patrón Vasques, el poeta levantando la vista de su correspondencia comercial para soñar, ensoñar, acompañado de esas calles acuosas.

Después de estos dos grandes, que tuvieron buena compañía, la nostalgia pasó a ser una moneda de plata vieja, tan usada que perdió su brillo. Hay más poetas tristes que poetas melancólicos. No hay tristeza en la melancolía. No hay grandeza en la tristeza. Algunos, pocos, han superado la prueba del tiempo, y continúan empapando sus poemas con la lluvia del otoño, del invierno, de todos los otoños y todos los inviernos, y consiguen traducir la devastación que la lluvia produce en las almas en unos pocos versos emocionantes y auténticos, tan auténticos como el temblor de las hojas verdes envueltas por ráfagas serenas de agua limpia.

lunes, 22 de agosto de 2011

Apuntes (125): Desde el sofá


Cualquiera es capaz de escribir un diario como lo hizo Jünger, cinco años en las trincheras, rodeado de granadas, matando enemigos, corriendo entre cadáveres y con la vida pendiente de un hilo. Lo difícil es hacerlo como yo, desde un sofá.


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A mí este Jünger me recuerda cada vez más al barón de Münchhausen.

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¿Cómo habrá evolucionado el pensamiento de un hombre que nació en la época del imperio austrohúngaro, luchó como oficial en la Primera Guerra Mundial como imperialista convencido, también en la Segunda Guerra Mundial a su pesar, en las antípodas de los ideales de Hitler, y que fue testigo de todos los acontecimientos posteriores del siglo XX, incluyendo la guerra fría, el imperialismo americano y la caída del muro de Berlín? ¿Saldría a la calle con 95 años para festejar la caída del muro? ¿Qué pasaría por su cabeza el día que murió, a punto de cumplir 103 años?

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Cuando estemos muertos, ¿nos acordaremos de cuando estábamos vivos? Porque lo que es yo, no recuerdo haber estado muerto.

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El tiempo no hay que aprovecharlo, sino dejar que pase tranquilamente sobre nuestras cabezas mientras nos tomamos un cubatita tumbados en una hamaca.

domingo, 21 de agosto de 2011

Apuntes (124): Lluvias primeras


Llueve con fuerza en Alájar. Si fuera un poeta cursi diría que tras los largos meses del estío las nubes grises se han vuelto a enseñorear del cielo y nos regalan el milagro de la vida en forma de perlas plateadas que gorgotean alegres ante nuestros ojos alborozados.


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Los niños están enfadadísimos conmigo, porque ayer se me olvidó meter las bicicletas en casa y ahora están pingando. Jaime dice que a su amigo Fernando le cayó en su bicicleta media gota de agua y se le estropeó.

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Lo del olor a tierra mojada después de las primeras lluvias es un tópico muy manido, pero como todos los tópicos encierra una realidad contundente y palpable.

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Y qué bonita vista desde la ventana del dormitorio. La Peña no se ve, pero se intuye, y está así mucho más presente. Nada mal, para un 21 de agosto.

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Por la tarde sale un sol distinto, que hace resplandecer los verdes del campo con unos tonos olvidados, no los de la primavera, ni los del invierno, sino los del otoño que por fin se anuncia. Salimos a andar por el campo respirando verdor y alegría limpia.

sábado, 20 de agosto de 2011

Apuntes (123): Bostas


Hoy, romería de San Bartolomé en Alájar. Pintoresca, es bonito ver salir la comitiva desde la puerta de casa, a pesar de las bostas, oséase, cagajones con que siempre nos obsequian los brutos (los de abajo). Participar y hacer el camino, ya es otro cantar. Es de esas típicas cosas que se dice que hay que mamarlas desde pequeñito. Pues eso, que se vayan todos (los caballos) a mamarla....


Ignacio y Gonzalo contemplan enjaulados cómo las caballerías depositan sus óbolos.

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Y los bueyes: no existen animales más gordos. Y la cara de resignación que tienen siempre... El ojo de un buey es lo más parecido a un besugo manso puesto en una pecera. Sé que suena surrealista, pero es el único antídoto frente a un animal tan espantosamente doméstico.

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Y volviendo al regalito que nos han dejado los romeros en la puerta de casa, nos hemos llevado todo el día sorteando con asco esos diez kilos de material odorífero. Al final le hemos preguntado a una vecina que cómo podíamos quitar tal cantidad de emplaste, y nos ha mirado como si estuviéramos locos, asegurándonos que raro era que aún no nos lo hubieran robado, que es un abono de primera categoría. Dicho y hecho (yo no, la parienta). A ver qué tal resulta mañana el tomate diario que recolecta Miguel para el desayuno...

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Y volviendo ahora a la romería, caballos, muchos caballos, bastantes burros, algún mulo, bípedos también, y lo más gordo: los niñatos en una carriola motorizada con una música a un millón de decibelios, que hasta Gonzalo les ha pedido educadamente que bajaran el volumen. Una música nada apropiada, por cierto: uno asocia esto de las romerías con sevillanas, flautas rocieras, algo de flamenquito si eso... pero no una música pastillera. Será que los tiempos avanzan...

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Estoy viendo que con tanto avance, vamos a acabar metiéndonos otra vez en las cavernas de la Peña.

viernes, 19 de agosto de 2011

De bibliofilias



No tiene uno (yo) una gran biblioteca, ésa es la verdad. Muchos libros comprados aquí y allá, en el Círculo de lectores, en ferias del libro, alguna vez en mercadillos, en la Cuesta de Moyano de Madrid... Nada del otro mundo. Quien ojee los libros que acumulo no se hará una idea muy cabal de mis gustos, ni siquiera de mis lecturas, pues son innumerables los libros que he leído prestados (a diferencia de la mayoría de la gente, siempre los he devuelto). También he leído libros de bibliotecas públicas, o los que había en casa de mis padres... en definitiva, una colección muy variopinta, sin ningún patrón aparente, salvo lo que yo he considerado como lecturas de calidad, a saber, muchas obras antiguas y muy pocas contemporáneas. Últimamente, con la compra de mi flamante reader marca Sony (a ver si se estiran con la publicidad que les doy) estoy encantado, pues cada vez que alguien en cuyo criterio confío me recomienda un libro, ya sea por escrito o de palabra, acudo raudo a google y tras un breve y fructífero periplo por ese bendito océano de la modernidad lo descargo en la memoria de mi portátil y de ahí al ridáider, que tiene capacidad para almacenar los libros que podría leer en doscientas mil vidas, así que me limito a alimentarlo poco a poco, llevaré unos cien libros, muchos en cola de lectura.

Viene lo anterior a cuento de esa pasión que cunde sobre todo entre los escritores llamada bibliofilia, o adoración de los libros, cuanto más viejos (perdón, antiguos) mejor. La cosa llega a veces a unos extremos que rozan la gilipollez, como aquellos que acuden a las librerías de viejo solicitando libros "intonsos" (el que quiera saber qué rayos es eso, que se vaya a Wikipedia, tanta enciclopedia ni enciclopedia...). Parece ser, pues, que también hay libros "tonsos", como los frailes antiguos, del mismo modo que hay libros incunables, lo que hace pensar que la cuna se inventó al nacer el siglo XVI. Tengo todo el respeto para los miembros de esta secta, laica pero secta al fin y al cabo, de la que Trapiello es un miembro distinguido, como sabe cualquier lector de sus diarios, pero como sucede a todos los que no forman parte de los iniciados en un rito, no llego a comprender dónde está la gracia. Me dicen que no hay placer mayor que acariciar el lomo de un libro antiguo, pero a mí se me ocurren algunos lomos más placenteros de acariciar. Otros ponderan el olor del papel y de la tinta, como si fuera un perfume caro. También está, cómo no, el orgullo de poseer una primera edición de un clásico, o un ejemplar único, aunque sea mucho más cómodo y práctico leerlo en una edición moderna. No sé, me parece que hay mucho de fetichismo en todo esto de la bibliofilia, entiendo que hay filias más satisfactorias, pero allá cada cuál con sus aficiones. Eso sí, que sepan que cuando pasen a mejor vida, lo más probable es que su biblioteca, atesorada con mimo y esfuerzo, será carne de almoneda, adquirida por un librero de viejo que no sabrá lo que compra, y venderá el género por diez veces menos de su valor real a otro bibliófilo que continuará la espiral del vicio libresco.

jueves, 18 de agosto de 2011

Apuntes (122): Horror en las trincheras



Los diarios que escribió Jünger durante la Gran Guerra son brutales, devastadores, pavorosos. Él fue uno de los millones de jóvenes y entusiastas alemanes que al estallar la guerra engrosaron las colas de las oficinas de reclutamiento. Cuando llegaron al frente despertaron del sueño patriótico: la guerra de trincheras era cruel, impersonal, estéril, muy alejada de la épica que hasta entonces había acompañado a todas las batallas desde los tiempos de Homero. Allí no había lugar para el arte, pero Jünger encontró tiempo y, sobre todo, ánimo para emborronar catorce cuadernos que luego conformaron su diario, una obra de arte a su manera; un monumento a la barbarie, que se presenta de una manera cruda, sin juicios morales; sólo la guerra desnuda, la muerte y el absurdo. Raro era el día que no volaba por los aires un compañero alcanzado por una granada, o le reventaban el cráneo a un centinela con un lejano disparo de fusil. Jünger asistió sin pestañear a la mutilación y el despedazamiento literal de compañeros con los que hablaba tranquilamente en ese momento. Le pudo tocar a él; hubiera sido lo normal, pero la muerte pasó apenas rozándole, y gracias a ello podemos leer atónitos su testimonio, casi un siglo después.

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Yo iba a apuntarme en seguida a esas filas de voluntarios. Todavía estaría corriendo despavorido en sentido contrario.

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La Gran Guerra, y también la Segunda Guerra Mundial, demostraron al mundo que los nacionalismos son un cáncer, y muy difícil de extirpar.

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La forma en que se luchaba en las trincheras en el 16 durante la batalla del Somme, el fanatismo que llevó a alemanes, franceses y británicos a dejar en los campos un millón de muertos, resulta impensable a la distancia de un siglo: los ciudadanos de estos países no se inmolarían por ninguna causa. Sólo en las guerras que se siguen manteniendo sin interrupción fuera del "primer mundo" se está dispuesto a dar la sangre de esa manera.

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Y lo que más asombra es que una persona cultivada, elitista, como Ernst Jünger justificara ese horror, y asistiera a toda esta orgía de sangre frío como un témpano. Dice en una de las anotaciones de su diario, simplemente: "Una granada mató en el jardín de la casa en que yo me alojaba a una niña que andaba allí hurgando en los desperdicios echados en una zanja".

El yo poético


En todo acto de creación se pueden plantear dos preguntas: quién lo hace y a quién va dirigido. Dejaré la segunda cuestión para otra entrada, y me centraré en la primera. Puede parecer que la respuesta es trivial, pero se trata de algo más sutil de lo que parece: no se refiere a que sea el propio artista quien crea, algo que es evidente, sino bajo qué forma personal lo hace. Si nos ceñimos al campo de la poesía, se habla del "yo poético", que no tiene por qué coincidir con el yo personal. Nos movemos en un terreno inseguro, pues no se sabe bien hasta qué punto un poeta puede desprenderse de su yo para desdoblarse en otros sujetos, cada uno con sus rasgos personales diferenciados. Es el caso de Pessoa, que como se sabe escribió gran parte de su obra utilizando varios álter ego o heterónimos, cada uno con su estilo propio. Los más conocidos son Álvaro de campos, Alberto Caeiro, Ricardo Reis y el inconmensurable Bernardo Soares, autor del Libro del desasosiego. A todos ellos hay que añadir los poemas que escribió el propio Pessoa como ortónimo; es decir, con su propio nombre y supuestamente con su propia personalidad. Este desdoblamiento, todo un alarde poético, tiene, si se profundiza en su obra, un patrón común que lo unifica, y que no es más que el yo poético del propio Pessoa. Otros poetas hacen algo parecido sin recurrir a heterónimos, y nos ofrecen "personalidades" muy diversas en las distintas etapas de su vida o incluso en momentos muy cercanos en el tiempo, en una suerte de esquizofrenia creadora, aunque siempre con su sello propio.

Hay quien critica al poeta que alza su voz en primera persona, aduciendo que la voz poética es diversa, como también lo son sus fuentes. Estamos de acuerdo con lo segundo, y no sólo en Pessoa, sino en cualquier poeta verdadero: la despersonalización es un supuesto imprescindible en cualquier obra de arte. En cuanto a lo primero, tan estremecedor es el inicio del poema Tabacaria (Não sou nada./Nunca serei nada./Não posso querer ser nada./À parte isso, tenho em mim todos os sonhos do mundo.) y prácticamente toda la obra poética de Pessoa, escrita en primera persona, en "muchas" primeras personas, como muchos poemas de Lorca que utilizan el tú, o los grandes poemas descriptivos, como los cuartetos de Eliot.

Yo-me-mí; tú-te-ti; él-ella-ello; es lo de menos. Como en una ocasión Oscar Wilde le dijo a Gide, en uno de sus brillantes fogonazos: "No escriba nunca yo. El arte no existe en primera persona." Escribamos, entonces, con un yo prestado.

jueves, 11 de agosto de 2011

Inocencia


Hace ya tiempo que no traigo aquí anécdotas de mi hijo Miguel, y no es precisamente por falta de material, sino todo lo contrario. Para enmendarme, referiré un par de ellas muy recientes. Hace unos días iba yo conduciendo y, como de costumbre, los niños viajaban conmigo. Miré por el retrovisor y vi la cara de concentración de Miguel, que siempre es presagio de las salidas más peregrinas. Efectivamente, al poco rato dijo:

- Papá, si mamá estuviera esperando otro hermanito y tú te fueras, ¿desaparecería el bebé?

Una pregunta que tenía doble miga, lanzada con toda la intención. No pude más que responderle que no iba a haber bebé, pero que en el improbable caso de que lo hubiera, seguiría creciendo hasta que naciera. Miguel no quedó muy conforme, y volvió a la carga:

- Pero si ese bebé naciera y tú te vas, ¿podrían venir más bebés?

Sospecho que tenía preparada esta segunda pregunta, ahí quería verme. En ese momento, y siguiendo las tendencias pedagógicas del momento, le podría haber comentado con pelos (con perdón) y señales todo lo referente a la procreación, pero uno es de la vieja escuela, así que me limité a decirle que no, y que él fuera sacando las conclusiones pertinentes, que ya iba bien encaminado.

Esa misma tarde se le cayó un diente que llevaba moviéndose mucho tiempo, y su emoción fue indescriptible, pues a sus ocho años sigue creyendo a pies juntillas en el ratoncito Pérez. Al llegar la noche depositó el dientecito, como es preceptivo, junto a su almohada, pero -¡ay!- el ratoncito (o los ratoncitos) no hicieron esa noche su trabajo, y Miguel me despertó por la mañana temprano con las lágrimas asomando por sus ojos diciendo que el ratoncito Pérez no se había llevado su diente. Yo le expliqué lo que procede en estos casos: que el Sr. Pérez tiene mucho trabajo, que todos los días se caen los dientes a millones de niños, y no tiene sustituto, que a veces enferma, o con tantos recados se despista, o como tiene tan poco tiempo para buscar, a veces no encuentra el diente… Miguel se hizo cargo inmediatamente de la situación, así que se dispuso a poner de nuevo el diente debajo de la almohada, pero cuando llegó la hora de acostarse y fue a buscarlo… ¡¡El diente no aparecía!! Él decía que lo había dejado en la mesilla de noche, pero Yaíma, la chica que trabaja para nosotros, había hecho limpieza de la casa, se conoce que el diente había salido andando. ¡Una tragedia! Mayor aún que la anterior. Pero como los superpapás tienen salidas para todo, su mamá le propuso poner en lugar del diente una nota aclaratoria (ni que decir tiene que el ratoncito Pérez sabe leer), y seguramente, dada la bondad sin límites del personaje, podría hacer una excepción y traer el regalo a cambio de nada. Inmediatamente, Miguel se aplicó con empeño a esta labor, y redactó esta nota:
Ratoncito Pérez la tata me a perdido porfabor busca el diente porque yo no lo encuentro y dejame el regalo porfabor si lo aces gracias
Firmado M

Como no podía ser de otro modo, a la mañana siguiente la nota había desaparecido (milagrosamente, vive en mi blog), y en su lugar había un flamante billete de cinco euros con el que Miguel se propuso comprar más riquezas que la lechera del cuento.

P.S. Estoy orgulloso de Miguel: acaba de empezar la primaria y ya escribe como los alumnos de ESO.

martes, 9 de agosto de 2011

Pessoana

Aproveitar o tempo!...
Ah, deixem-me não aproveitar nada!
Nem tempo, nem ser, nem memórias de tempo ou de ser!...
Álvaro de Campos
La noche es el mejor momento para escribir. Para escribir de lo improbable y para hundirse en ese mundo de los sueños más real que la realidad plausible de la que nos habla Pessoa. El tráfico de las horas se va desvaneciendo, los ojos se van acostumbrando a la penumbra y la música callada alcanza tímida nuestros oídos. Una apostilla; el escaparate cerrado de la tienda que se ve al otro lado de la calle, de la misma calle donde estaba la tabaquería, vista desde una ventana que son todas las ventanas. Se escribe como se respira o no se escribe. Y no se busca la gloria, porque es improbable, y no sabríamos qué hacer con ella si nos visitara. La gloria, para los muertos. Un teclado donde antes había una pluma, lo mismo da. Unas palabras lanzadas al mundo, que antes se encerraban en un baúl, lo mismo da. Una forma de pasar el tiempo, nunca aprovecharlo, porque no hay nada más triste que aprovechar el tiempo, ya lo dice una de las voces de Pessoa. Pessoa, grande como sólo él lo sabía, visionario, triste, solo, devorado por su poética. Sigue pasando el tiempo, pero es lo de menos. Sabemos que no hay nada detrás de cada minuto. El tiempo es una sucesión de nadas soñadas por un dios muerto.

lunes, 8 de agosto de 2011

Dolor de hielo


No mata la soledad;

mata el recuerdo más frío
que se clava sin piedad
en mi corazón vacío.

domingo, 7 de agosto de 2011

Poesía y lenguaje

Un poeta debe utilizar como material su propio idioma tal como se habla en realidad a su alrededor.
T.S. Eliot
Cuanto más lo leo, más me convenzo de la sabiduría poética de Eliot. Los poetas del siglo de oro empleaban un léxico riquísimo, que hoy en día nos resulta extraño, pero el pueblo llenaba los corrales de comedias para ver las obras de Lope de Vega, Tirso de Molina, Calderón o el mismo Cervantes. Todas las capas de la población entendían un lenguaje que hoy se escapa en parte a los aficionados más cultos. Es indiscutible que el lenguaje actual se ha empobrecido, y esto ha ocurrido no sólo en nuestro idioma; basta con leer a Shakespeare para darse cuenta. Como bien dice Eliot, el poeta debe trabajar con los mimbres disponibles en su tiempo. Esto no debe suponer un empobrecimiento de la poesía: nuestro léxico actual es suficiente para expresar virtualmente cualquier sentimiento, pero nos avisa de lo artificial que resulta una poesía alambicada, empleando un lenguaje forzado que lo más que hace es enturbiar la materia poética.

sábado, 6 de agosto de 2011

Ridauki Ganatako


Asisten ustedes al surgimiento de una nueva estrella en el firmamento de las letras. La lectura de un best seller con más de diez millones de ejemplares vendidos solamente en Japón me ha animado a saltar a la arena de los escritores que llegan, ven y vencen, pegando un pelotazo cósmico que les permite reírse a mandíbula batiente de los que critican su obra por facilona, falta de calidad y que busca únicamente el consumo de las masas. Eso es precisamente lo que me atrae: que las masas me consuman, porque cada miembro individual de esa masa pagará un dinerito por su consumo, que multiplicado por una cifra masiva me está haciendo soñar ya con el cuento de la lechera.


Lo tengo todo pensado: para esta nueva faceta mía de escritor de éxito utilizaré el seudónimo de Ridauki Ganatako, de modo que nadie sospeche mi verdadera identidad. El nombre es clave: últimamente los escritores japoneses están de moda, se puede decir que hay un auténtico tsunami, así que con este gancho ya llevo avanzado un buen trecho. Después me buscaré una historia rara, con unos personajes que van deambulando sin saber muy bien qué quieren; una especie de guión de película francesa de los 60, pero a la japonesa. El libro que me acabo de leer me ha abierto los ojos: muchas escenas inquietantes, metáforas extrañas, haiku aquí, haiku allá y, sobre todo, muchas escenas de sexo. Pero no el sexo al que estamos acostumbrados en las películas occidentales, no: es un sexo practicado así como el que no quiere la cosa, descrito con señales y pelos (nunca mejor dicho), con muchas comeduras de cabeza (nunca mejor dicho), lágrimas mezcladas con indiferencia, y siempre sin venir mucho a cuento, esto chifla a los lectores. Otra cosa importantísima es que los protagonistas estén todos mal de la chaveta, y que un 90% de ellos acaben suicidándose sin motivo aparente. Después iré añadiendo cosas de mi propia cosecha para dar originalidad al relato, no sé, ridaikus en vez de haikus, un toque escatológico, palabras tomadas de mi diccionario andurrialero... En lugar de Tokio voy a situar la acción en Alájar, que es más original. Un buen título sería Alájar blues, y en cuanto a la música, en vez de tantos beatles y tanto jazz pondré ópera, zarzuela y flamenco, que a los japoneses les vuelve loco (por supuesto, tengo previsto que mi obra se traduzca al japones).

Ni que decir tiene que con mi nombre verdadero seguiré escribiendo poemitas, relatos, diarios... es decir, escritos "de calidad", que como todo el mundo sabe sólo interesan a quien los escribe. Así mataré el gusanillo, y podré ocupar el tiempo libre que me va a quedar una vez que me monte en el dólar.

¡Que me vayan haciendo sitio en el olimpo de los entacaos!


P.S. Busco editor...

viernes, 5 de agosto de 2011

Entropía


Hasta hace dos años lo tenía todo controlado, o al menos me hacía la ilusión de que así era, pero entonces, poco a poco, sin que me diera cuenta al principio, la entropía fue germinando en mi vida, primero con detalles insignificantes, revolviendo todas las mañanas mi mesa de trabajo e impidiéndome ordenarla por mucho empeño que pusiera. Después fue el turno del correo, y se fueron acumulando en mi mesa pilas de cartas sin abrir. El mal llegó a mi ordenador, que me avisaba de cientos de mensajes recibidos, y las carpetas donde tenía todos los documentos perfectamente ordenados se fueron mezclando unas con otras, intercambiando contenidos y abriendo nuevas carpetas vacías que inundaban el escritorio. Perdida la batalla con el orden epistolar e informático, noté cómo el caos se apoderaba de mi persona, y empecé a alimentarme malamente, con restos de comida cogidos de aquí y de allá, sin respetar horarios; tan sólo guiado por el hambre. Comencé a engordar, y dormía siempre a deshoras. Para averiguar si era de día o de noche debía salir a la calle, pues mantenía todas las persianas cerradas. La rutina fue borrada de mi vida, y comprendí lo necesaria que es para la salud. Llegué a echarla de menos, pero me era imposible recuperarla, pues había perdido toda noción de la disciplina, y mis actos eran guiados por la inercia. Llegó un momento en que perdí mi trabajo y mi casa, y me alejé de mi familia para no hacerles daño. Entonces me arrojé al arroyo más negro que pude encontrar. Dejé mi país para vagar por los suburbios más inmundos, comiendo poco o nada, insensible al dolor, al frío y a las burlas de la gente. Un día, ya no tuve fuerzas para extender el brazo , ni ganas de rebuscar en la basura de los contenedores, y entorné los párpados dispuesto a recordar hasta el final lo que había sido.

Justo al cerrar los ojos de mi sueño se abrieron estos otros que me permiten escribir en el cuaderno, y no sé cuáles dicen la verdad: los que cerré o los que tengo ahora abiertos. Acaso ambos, a su manera.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Revista El Alambique



Recientemente ha salido de la imprenta el número 3 de la revista de poesía El Alambique, dirigida por Agustín Porras, y donde, gracias a la generosidad de Luis Valdesueiro, miembro del consejo de redacción, he tenido el honor de participar con un poema. Se trata de un proyecto ambicioso, que en esta ocasión cuenta con una amplia nómina de colaboradores de la talla de Javier Salvago, Jorge Riechman, Ángel Guinda, Raquel Lanseros o Rosendo Tello, por citar sólo algunos. Por cercanía, me complace compartir páginas con mi tocayo José Miguel Domínguez Leal y con el propio Luis Valdesueiro, que ofrece la traducción de unos fragmentos del poema Anábasis, de Saint-John Perse.

El volumen está dedicado al poeta zaragozano Julio Antonio Gómez, perteneciente a la generación del 50, ése que cantaba, en Las islas y los puertos:
Adios; desde esta tierra adiós te digo.
No es la muerte, es la vida quien me llora,
la que desalentadamente añora
morir de mí para nacer contigo.
Entre tantos versos se pueden extraer muchas perlas, como en el extenso poema de Adolfo Castañón Cuando las oleadas de pájaros, que entre muchos otros "cuándos" nos ofrece uno inquietante:
cuando empezó a secarse letra por letra el silencio
O Jorge Dot, del que encontramos en El gorrión, bellísimo:
Además de su tiempo y su paciencia
Contiene el monte en cada hoja un rayo de olor
Y Óscar Martín Centeno, con La pasión de este incendio, que nos habla de los tiempos de guerreros mirmidones a las órdenes de Aquiles:
De tan civilizados
los hombres olvidaron la pasión de este incendio, la locura
que recorre la piel como un tatuaje
de murallas en llamas.
Y podría seguir páginas y páginas desgranando versos, pero es preferible que cada uno elija los suyos, porque por mucho que uno lea, por mucho que uno trate de transmitir a otros su experiencia poética, no hay que olvidar que lo que de memorable tiene la poesía va cambiando en la memoria de cada lector.

lunes, 1 de agosto de 2011

Ojos de luna


Ha regresado esta mañana
como siempre, sin avisar,
y ya sabía que llegaba antes de olerla.
Entró en mi cama muy temprano
y me tocó con su mano fría
de calle, de niebla y de negruras.

¿Por qué no me abres tus brazos?
¿No te alegras de volver a respirarme
después de estos instantes de ceguera?

No hay nada detrás de las cortinas,
pero un viento suave, abyecto,
asciende hasta los límites del miedo.
La distancia, el olvido, el búho que vive en el árbol muerto
han venido acompañándole.
No sé dónde podré esconderme; quizá
detrás del pájaro del tiempo,
o en la luna de tus ojos tan profundos.
Es la hora de acostarse, engañar sus labios de plata
y dar la bienvenida a las tinieblas.

Apuntes (121): Con papel de fumar


No por estar agradecido a alguien hay que tocarle las palmas y bailarle un zapateao cada vez que se mueve.


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Me contaba hace poco un amigo que en Sevilla los semáforos tienen ahora cuatro colores: verde, amarillo, rojo... y negro. Lo que puede parecer un chiste racista esconde una triste realidad: la de los inmigrantes que llegan a nuestro país y, en lugar de buscar trabajo, se apuntan a la sopa boba de vender pañuelos en los semáforos o, lo que es mucho peor, aparcar coches, en una actividad que nada aporta, y no es más que mendicidad camuflada, cuando no una clara coacción. Al menos aquí no tenemos (aún) disturbios raciales y guetos habitados por inadaptados sociales de otras culturas, pero o mucho me equivoco o ése es nuestro futuro como país "crisol", donde nadie dice ser racista.

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¡Halaaaa! ¡Ha dicho negro! ¡Y se ha metido con los pobres! ¡Será fascista...!

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Antes, un niño que aprendía a leer con tres años era un portento; hoy es un alumno inadaptado, susceptible de un diagnóstico de "sobredotación", que pone en peligro el normal desarrollo de las clases.

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En este país nadie tiene cojones de decir en público las verdades que suelta acodado en la barra de un bar. Pero claro, es que te linchan...