Mostrando entradas con la etiqueta Borges. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Borges. Mostrar todas las entradas

jueves, 14 de junio de 2012

Trogloditas

Comen los trogloditas serpientes, lagartos y otros reptiles semejantes: tienen un idioma a ningún otro parecido, aunque puede decirse que en vez de hablar chillan a manera de murciélagos.
Herodoto: Los nueve libros de la historia, tomo 4.

La humildad y miseria del troglodita me trajeron a la memoria la imagen de Argos, el viejo perro moribundo de la Odisea, y así le puse el nombre de Argos y traté de enseñárselo.
J.L. Borges: El inmortal.
Cuando era joven visité el pueblo legendario de los trogloditas. Para llegar a ellos recorrí tres veces la distancia entre la playa y el otro lado del océano; después crucé un desierto y al final, en unas rocas lejanas, divisé unos huecos excavados en la pared de la montaña. Como era de día no había nadie en las bocas de las cuevas, pero yo sabía que estaban dentro, porque oía un murmullo de dientes y gruñidos. Me senté al pie de un tronco muerto y esperé que oscureciera. Antes de la puesta de sol empezaron a salir de sus agujeros. Iban todos desnudos, con el pelo largo, enmarañado, el cuerpo lleno de tierra amarilla, curtido por el sol. No había mujeres ni niños entre ellos, y parecieron no darse cuenta de mi presencia. Me fijé mejor y vi que estaban ciegos: sus ojos eran blancos, y giraban en sus órbitas como si pudieran sentir el viento y el calor que subía de la tierra. Yo me acerqué. Tenía miedo, pero podía más la atracción del secreto primitivo. Al avanzar hacia ellos me abrieron paso con indiferencia. Miraban hacia delante, y permanecían mudos. Algunos se sentaron, y otros comenzaron a moverse en círculo. Les hablé, pero no parecieron oírme. Yo estaba abrumado por tanto silencio, y me sentía como si el Creador acabara de pasar por allí. Entré en sus moradas, y a través de la penumbra pude ver montañas de huesos apilados. Habían conservado la huella de todas las generaciones que les habían precedido. Muchos trogloditas eran comidos por los Garamantes, pero ellos se apareaban con las mujeres Atlantes y después robaban sus hijos. Todo esto lo supe al cabo de los años, porque entonces no entendía su lenguaje. El tiempo que pasé allí me alimenté de lagartos, como ellos, y hube de comerlos crudos, pues nunca vi fuego en sus viviendas. Su dura piel los hacía insensibles al frío de las noches, y el fresco de las cuevas los protegía de los rayos de sol. Yo, sin embargo, padecí de frío y de calor, y como todos los huecos estaban ocupados hube de acomodarme a la entrada de uno de ellos, después de ver que su ocupante me toleraba. Jamás vi un acto de violencia entre los trogloditas; permanecían horas y horas sentados, dentro o fuera de sus cuevas, y a veces emitían unos gritos muy agudos, tanto que apenas podían oírse. Poco a poco me fui acostumbrando a esos sonidos, y al cabo de los meses comencé a comprender su significado. Para entonces yo me había acostumbrado a permanecer también sentado día y noche, y perdí la facultad de dormir. Los trogloditas me contaban por turno la historia de su pueblo, que se perdía en los confines del tiempo. Supe que uno de ellos era su rey, y él podía nombrar a todos sus antecesores, durante horas y horas. Como los huesos no cabían en su cueva habían sido llevados lejos, a una gruta sagrada con una bóveda inmensa. También supe que el pueblo de los trogloditas siempre tiene el mismo número de hombres. Cuando muere uno de ellos roban un niño ya crecido a una mujer atlante, que ha sido previamente fecundada por el muerto. La sangre troglodita es impura, y por eso viven dentro de agujeros y no se dejan ver.

Un día abandoné mi cautiverio voluntario, no sabía cuántos años habían pasado, porque los trogloditas no miden el tiempo. Al cruzarme con el primer viajero huyó despavorido, y así hicieron todos, por lo que aprendí a caminar de noche y ocultarme de día. Poco a poco fui recobrando la noción de mi pasado, y me corté el pelo con una cuchilla oxidada que encontré en el camino. A medida que dejaba el desierto los lagartos comenzaron a escasear, y empecé a comer las hortalizas que encontraba por el campo. Una noche vi una fogata solitaria y su visión me llenó de emoción. Al acercarme vi unos restos de carnero. Los asé y comí como no lo había hecho en muchos años. Crucé tres mares y volví a mi patria una mañana de invierno. La playa estaba solitaria. Yo me tiré al suelo boca abajo y comí la arena mojada, llorando de zozobra. Después caminé a lo largo de la orilla varios meses, y me alejé para siempre del pasado. No volví al país de los trogloditas, pero todas las noches de mi vida he vuelto a pasar frío junto a ellos.

miércoles, 31 de agosto de 2011

Apuntes (128): Damajuanas



Ese cosquilleo en el estómago que se siente el último día de vacaciones es un indicador felicísimo: en primer lugar, de que tenemos trabajo, y en segundo lugar, de que no nos gusta trabajar.

~

Damajuana, madreselva, ruiseñor -nightingale-, lapislázuli... Hay palabras que rivalizan en belleza con el objeto que representan.

~

La memoria es una realidad difusa y cambiante, que no se presta a la fotografía. Si ya son inciertas las contingencias que nos suceden en esto que llamamos vida, más aún lo es la percepción individual y subjetiva que que de ellas hacemos. A esto hay que añadir el paso del tiempo, que va coloreando caprichosamente todo ese entramado de abstracciones. Por último, no hay que olvidar que la memoria no es algo dormido, sino que cobra sentido cuando sale a la luz, y en ese momento pasa una última criba que vuelve a darle un giro que la hará más irreconocible aún respecto a su nacimiento: la de nuestro estado de ánimo, que como es sabido puede cambiar en cuestión de minutos.

Y a pesar de todo, el hombre no es nada sin su memoria.

~

Se les acaba a los niños (a los dos mayores) la libertad estrenada este verano gracias a las bicicletas. Todos los conocen en el pueblo, y me ponen al día de sus andanzas. Un punto más en contra de vivir en la ciudad. Ya he perdido la cuenta, y también las esperanzas.

~
Faceless the sultry and overpowering lion,
Faceless the stricken slave, faceless the king*.
Hasta para sus versos en inglés era Borges conciso, contundente, enigmático.

* Del relato Abencaján el Bojarí, muerto en su laberinto, incluido en El Aleph.

martes, 30 de noviembre de 2010

Apuntes (XXXIX): Ley de vida


Me sigue dando pena contemplar cómo Gonzalo crece día a día, algo que nunca me pasó con los otros niños. Puede que sean mis años, o la melancolía que da el saber, aunque nunca exista certeza, que ya no acunaré en mis brazos a más bebés, ni aprenderemos a reír juntos, ni nadie volverá a decirme papá por primera vez. A veces cuesta asimilar las leyes de la vida, que siempre son para bien.


***

Relatar también es vivir.

***

Cuando me siento a escribir estos apuntes y se me acaban los estímulos de fuera, que recibo a través de mis sentidos, me vuelvo hacia dentro en el sentido más potente de todos: el del entendimiento, y entonces contemplo un panorama inabarcable, un yacimiento que nunca se agota y en el que puedo dar forma a mi antojo a la materia de la vida. Y lo más sorprendente de ese bosque es que allí no habita la verdad ni la mentira, ni se distingue entre lo real y lo irrreal. Allí sólo reina mi auténtica esencia.

***

Borges era tan... culto, que no podía evitar hacer gala de su cultura.

***

A veces se nubla el entendimiento, triunfa la rabia y quien antes era tu amigo pasa a ser el blanco de tus iras, haga lo que haga, sin ser consciente de ello.

***

Esos intelectuales que desprecian a los que no lo son, son despreciables.

lunes, 15 de noviembre de 2010

De la brevedad en la escritura


Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos.

Jorge Luis Borges.

Ni que decir tiene que suscribo la frase de Borges. Así procedo, por ejemplo, en mi diario, donde apenas incluyo apuntes largos, y cuando lo hago es porque me fuerzo un poco a ello, en la creencia, cada vez menos arraigada, de que un buen escritor debe ser capaz de desarrollar largas historias, y si son pensamientos éstos deben explicarse prolijamente, para que no quepa lugar a dudas. Mi tendencia natural es a sintetizar, y desde que escribo en el blog esta tendencia se ha acentuado, debido principalmente al formato, que no se presta a entradas largas. Por otro lado, siento que si tengo algún talento lo vuelco en la concisión, en el pensamiento embutido, en las historias breves; en definitiva, me gusta ir al grano, y trato de poner el énfasis precisamente en eso, en la separación del grano de la paja. Por supuesto, también cuido el estilo, algo para mí fundamental, lo que de verdad distingue a un buen escritor de uno malo, pero no creo que nunca desarrolle mi mejor estilo en una historia de mil páginas si la puedo contar en cien. Incluso en un arte tan breve (y grande) como la poesía se resalta en mí esta tendencia, pues no suelo componer poemas más allá de quince versos. En definitiva, que al leer a Borges me he sentido plenamente identificado y, en cierto modo, consolado.

Por otro lado, no sé si es un contrasentido, pero disfruto enormemente de la lectura del Quijote y me acabo de comprar el Ulises de Joyce, aunque sobre este último tengo mis dudas de disfrutarlo, y más en la versión original, alarde lector que intentaré hacer para refrescar el idioma. Ya os contaré...

miércoles, 20 de octubre de 2010

Apuntes (XXVIII): Potencias


La diferencia entre buscar y no buscar. Nuestras obras están ahí a nuestro alcance, esperando a que nos decidamos a hacerlas, y la gran mayoría se pierde, no pasa de una potencia, igual de real que lo acometido pero invisible para los hombres. Una potencia condenada a permanecer para siempre en su estado etéreo, irrealizado; un "pudo ser pero no fue". De las innumerables obras en potencia que nos son asignadas a lo largo de nuestra vida, deberíamos conformarnos con hacer unas pocas, las mejores; pero sucede que no sabemos cuáles son, ni dónde están. Por eso muchos hombres dejan pasar su vida sin crear, bien por pereza o porque no saben que pueden hacerlo. A veces algunos, ya en la madurez, se animan a coger un pincel, a entonar unas notas, a escribir unas líneas... y comprueban la grandeza de lo hecho. La mayoría muere sin intuirla siquiera.

***

Sé que a veces me contradigo en este cuaderno, pero eso es lo natural. Lo preocupante sería lo contrario: que mantuviera una línea única de pensamiento, que pretendiera hacer un manifiesto, crear una doctrina, fundar una escuela. ¡Qué horror!

***

Leo un prólogo de Borges a su libro de prólogos, donde plantea un reto singular: escribir el prólogo de un libro no escrito, con sus correspondientes citas, ubicación de la obra y opiniones. La idea me parece tan estupenda que pienso ponerme manos a la obra.

***

Se equivoca quien piensa que la poesía surge sin esperarla. Hay que invocarla, y bien fuerte. No es una dama caprichosa, sino una hechicera reacia a salir de su cueva mágica, a la que hay que rendir con ardides o, si no dan resultado, forzarla.

***

Escribir es siempre posar para los lectores, aunque éstos no existan sino en nuestra imaginación.