El aria Je crois entendre encore, de la ópera Les Pecheurs de Perles de Bizet, tiene una extraña cualidad: quien la escucha se ve invadido por una especie de dulzura que se va transformando en unas lágrimas que pugnan por salir al exterior a medida que avanza su interpretación. Pocas páginas tan hermosas se han escrito, y a la vez tan difíciles de cantar. Todo lo hermoso es difícil. Kraus lo hacía fácil. Se le perdona que equivocara la letra al principio, ¿quién le da importancia ante una interpretación de una belleza sobrehumana? Lo único que no se entiende es la frialdad del aplauso final. Seguramente el público estaría narcotizado.
¡Quién pudiera haber escuchado a Gayarre! ¡Quién pudiera haber aplaudido a este Alfredo Kraus de 40 años!
Hay cantantes que pasan desapercibidos, talentos que prometen una carrera fulgurante pero después no gozan del total favor del público y se quedan en estrellas de segunda categoría, lejos de la fama de algunos colegas ilustres. Es el caso del tenor venezolano Aquiles Machado, alumno predilecto de Alfredo Kraus en su juventud, que recién ingresado en la cuarentena es dueño de una voz en sazón, con una belleza en el timbre que recuerda al mejor Björling, y no sólo comparte eso con el sueco legendario, sino también un físico que no le acompaña, y que quizá en estos tiempos de frivolidad le impide triunfar como debería. Escuchémosle en la famosa aria de la Bohème Che gelida manina, a ver qué voz se le puede igualar actualmente en este repertorio.
Sin duda Kraus fue y será el más grande. Hasta en las obras que dejó fuera de su repertorio habría triunfado por encima de Björling, por encima de Gigli, por encima de Pavarotti...
¡Qué tiranos, los que hablan en nombre de la libertad!
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Después de casi dos años de silencio, mi equipo de música vuelve a sonar: un par de minutos de voluntad han bastado. Había una gruesa capa de polvo en el amplificador Denon, en los altavoces Mission... La espera, por inútil e inevitable, ha merecido la pena: Alfredo Kraus hace de Rodolfo y está cantando a Mimí en París, en la víspera de Navidad de 1830... poichè v'ha preso la speranza! Y luego viene Werther, y el Lamento de Federico... La música más gloriosa al alcance de la mano, al capricho de la voluntad.
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Seguramente no hacía falta decir que el maestro canta aquí con 63 años, yo mismo fui testigo de una interpretación portentosa de la misma aria con 71 años. Da igual, lo que importa es cómo se mete el si bemol en la boca en 2'13", lo acoge con mimo, lo aloja en una bóveda amplia como una catedral y lo arroja violentamente por las cavidades del cráneo hasta impactar con rotunda belleza en los oídos del asombrado oyente.
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Y ya quisiera yo que a mí me despertase de ese modo el aliento de la primavera, o del otoño, o del invierno... aunque sólo fuera una vez.
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Mejor un despertar angustiado por el final de una vida que mil amaneceres tristes en una vida sin final.
El aria preferida de Kraus, la que mejor y más veces cantó, su obra de arte más perfecta, fue la romanza del Werther de Massenet "Pour quoi me reveiller". El joven Werther que salió de la pluma (y de las vivencias) de Goethe está ciego de amor por Charlotte. Un amor imposible, que le ha hecho huir desesperado. Entonces recita un poema arrebatador:
Pourquoi me réveiller, Ô souffle du printemps? Pourquoi me réveiller Sur mon front je sens tes caresses, Et pourtant bien proche est le temps Des orages et des tristesses! Pourquoi me réveiller, Ô souffle du printemps? Demain dans le vallon Viendra le voyageur Se souvenant de ma gloire première. Et ses yeux vainement Chercheront ma splendeur. Ils ne trouveront plus que deuil Et que misère! Hélas! Pourquoi me réveiller, Ô souffle du printemps?
¿Por qué me despiertas, oh viento de primavera? ¿Por qué me despiertas? En mi frente siento tus caricias, ¡y sin embargo están cerca los tiempos de tempestades y de tristezas! ¿Por qué me despiertas, oh viento de primavera? Mañana llegará un viajero al valle acordándose de mis glorias pasadas, y sus ojos buscarán en vano mi esplendor. No encontrarán más que duelo, ¡ay! y que miseria. ¿Por qué me despiertas, oh viento de primavera?
El joven Werther que ahora nos ocupa tenía 68 años cuando cantó el papel en el Teatro de la Zarzuela para conmemorar el 40º aniversario de su debut en ese escenario. Viéndole, cualquiera diría que tenía diez años menos, y cerrando los ojos al escucharlo su voz era la de un joven romántico, el mismo que creó Goethe en su novela inmortal, el mismo que llevó Massenet a los pentagramas para las delicias de los amantes de la ópera. El vídeo que sigue dura nueve minutos, seis y medio de los cuales son de aplausos.
El maestro se hizo mucho de rogar, pero no tuvo más remedio, en contra de su costumbre, que dar un bis en plena representación. Esta vez la ovación fue inenarrable. Se me ponen los pelos de punta al oírlo, así que puedo imaginarme la emoción y las lágrimas de los afortunados espectadores de esa velada en el Teatro de la Zarzuela.
Yo tuve la fortuna de asistir a una de las últimas representaciones de Werther por Kraus unos meses antes, en el Teatro de la Maestranza de Sevilla, a la que acudí con mi padre. Tengo grabada en la mente la imagen del maestro recitando el aria famosa. Cuando acabó de cantar, el público bramó; el teatro se puso en pie, y yo, nunca lo olvidaré, permanecí sentado en mi butaca viendo cómo Kraus, inmóvil, recibía los aplausos. Nunca en toda mi vida me he sentido más solo que en aquel momento.
Gaetano Donizetti no pudo soñar con un tenor más grande que Alfredo Kraus para cantar su ópera La fille du regiment. Todo esta dicho del tenor canario, al que ya dediqué esta entrada, pero uno no puede resistirse a recordar de vez en cuando sus interpretaciones absolutamente inigualables. Aquí podemos escuchar la famosa aria "A mes amis..." de la ópera antes citada. También se la conoce como "El aria de los nueve dos", porque hasta en nueve ocasiones debe emitirse el tan temido do de pecho. Casi todos los buenos tenores líricos alcanzan con solvencia esta nota, aunque con las lógicas dificultades, pero emitirla nueve veces ya es otro cantar, nunca mejor dicho, y conseguirlo como lo hace Kraus (3'17''; 3'18''; 3'25''; 3'26''; 3'48''; 3'49''; 3'56''; 3'57''; y el último, espectacular, que va de 4'16'' a 4'22'') puede considerarse un acto de heroísmo, o más bien de genio absoluto, de los que nacen pocos en un siglo. Humildemente creo que Kraus fue uno de ellos, muy por encima de otros con bastante más renombre. ¡Y aquí canta con 64 años! No son de extrañar los vítores que le dedica el público, a los que me sumo desde mi ventana.
Alfredo KrausTrujillo nació en Las Palmas de Gran Canaria el 24 de noviembre de 1927 y murió en Madrid 72 años después. Literalmente, murió cantando. Tuve la suerte de acudir a su último concierto en Sevilla en enero de 1999, meses antes de morir. Su rostro representaba su edad, pero la voz era la de un joven de 30 años, ¡y qué voz! También lo vi representando su papel favorito, Werther, en octubre de 1995. Cuando terminó de entonar su aria favorita, “Pourquoi me reveiller..”, levantó del asiento al teatro entero, que lo vitoreó mientras él aguardaba con la terrible carta en la mano. Varios minutos después pudo continuar cantando.
Lo mejor que he escuchado de Kraus es el llamado “Lamento de Federico”, la emocionante aria de La Arlesiana, de Cilea. En la versión que ofrezco Kraus la canta con 63 años. Es impresionante comprobar cómo fluyen las notas, con qué naturalidad, como si no le costara esfuerzo emitirlas; yo estoy convencido de que en efecto no le costaba. Kraus había nacido para cantar, y lo hacía como quien respira. Los que alguna vez hemos intentado cantar en la cuerda de tenor sabemos lo difícil que resulta mantener esas notas (2’12”): (vo... rrei... po... ter...). Con todos mis respetos para los tres tenores, creo que ni subidos uno encima de otro (Pavarotti debajo, por supuesto) llegaban a su altura.
Cuando en este aria Kraus entona “il... dol... ce... sem... bian... te” (2’48”) siempre me emociono, no lo puedo ni quiero evitar. Recuerdo que corrí a ponerla la mañana en que murió, cuando me enteré de la noticia; ese día me emocioné más que nunca. ¡Y cómo mantiene el si bemol agudo final (4’01”)! Lo hace durante seis segundos, pero da la impresión de que podría haber seguido en esa nota un par de horas más.
Abusando de vuestra paciencia, aquí tenéis otra versión de Kraus cantando el Lamento con... ¡71 años! Alguna diferencia hay con la versión anterior, pero... ¡71 años! ¿No será que Kraus conoció a Fausto entre bambalinas en una de sus actuaciones a través de Werther, y éste le enseñó cómo pactar con el diablo? Si fue así, seguro que Goethe hizo de testigo.
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