Mostrando entradas con la etiqueta Keynes. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Keynes. Mostrar todas las entradas

martes, 18 de septiembre de 2012

El iPhone de Mr. Keynes


Me ha... -la palabra no es "gustado"- tanto este artículo del premio Nobel norteamericano Paul Krugman, keynesiano de pro, que mañana lo voy a fotocopiar y se lo voy a pasar a mis tiernos alumnos, que acaban hoy de tener su primer contacto con la ciencia económica*. El escrito de marras se titula El estímulo del iPhone, y nuestro mediático economista establece un originalísimo paralelismo entre el gasto de los ciudadanos en aifones y el gasto público. Así, sin anestesia. Y sospecho que gracias a detalles como éste se ha ganado milllones de lectores en todo el mundo desde la tribuna del New York Times, porque hasta mis alumnos que aterrizan en el bachillerato con los conocimientos que todos sabemos que hoy día se atesoran en la ESO son capaces de entenderlo. De entenderlo, digo; es decir, sacar algo en limpio del artículo, hacer que se les encienda una luz -keynesiana, por supuesto-. Vale que yo admito muchos -no todos- argumentos de la escuela keynesiana, y ya he dicho en este blog que el estrangulamiento de la demanda está desangrando al país por el costado del paro, pero no sé, el artículo destila vapores ominosos; no voy a caer en la tentación de entrecomillar párrafos del mismo, si queréis podéis leerlo, pero esa simplicidad del análisis dirigida a todos los públicos, ese keynesianismo envuelto en la carcasa mágica del iPhone... huele, por qué no decirlo, a demagogia barata, incluso viniendo de un premio Nobel. Simplemente no me parece serio, o a lo mejor es que me estoy haciendo liberal. ¡Asco de etiquetas...!

* Vino una vez a decir Samuelson, en frase gloriosa y que cito de memoria en la era de Mr. Google, que envidiaba a sus alumnos en el primer día de clase, vírgenes de conocimientos de una ciencia tan noble como la Economía. Yo, bien pensado, es prácticamente lo único en que no les tengo envidia.

jueves, 2 de agosto de 2012

Adam Smith y la falacia de la composición


Se conoce como falacia de la composición aquélla que otorga una determinada conclusión a un todo basándose en el comportamiento de sus partes. En el campo de la Economía se puede encontrar un ejemplo muy claro de dicha falacia, que ha servido desde los mismos orígenes de esta ciencia para justificar y ponderar las bondades del libre mercado. La siguiente cita de La riqueza de las naciones, de Adam Smith, es archiconocida, y la figura de la mano invisible ha hecho fortuna en generaciones de economistas y pensadores de la corriente liberal.

Every individual is continually exerting himself to find out the most advantageous employment for whatever capital he can command. It is his own advantage, indeed, and not that of the society which he has in view. But the study of his own advantage naturally, or rather necessarily, leads him to prefer that employment which is most advantageous to society... He intends only his own gain, and he is in this, as in many other cases, led by an invisible hand to promote an end which was not part of his intention.
Adam Smith. An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations. Book IV, Ch. 2

Cada individuo pone todo su cuidado en buscar el medio más oportuno de emplear con mayor ventaja el capital de que puede disponer. Lo que realmente se propone es su propio interés, no el de la sociedad. Pero esos mismos esfuerzos hacia su provecho le inclinan a preferir, sin premeditación suya, el empleo más útil para la sociedad… Pretende únicamente su propia ganancia y en éste, como en otros casos, es guiado por una mano invisible que le conduce a un fin que no formaba parte de sus intenciones.


La argumentación de Smith no puede ser más sugestiva, como por otra parte lo es la totalidad de este libro, que no en vano está considerado como la fuente de la Economía moderna. El mago escocés da a la imprenta su obra en 1786, y ahí nació el capitalismo, o al menos sus bases teóricas: la aplicación práctica tuvo aún que esperar casi un siglo. Gloria a los mercados, porque en ellos reside el Reino de la Economía. No seré yo quien diga que el mercado es pérfido, ni que es el origen de todos los males. Antes bien, a él debemos buena parte del progreso, con todo lo que esta palabra tiene de malo y de bueno, de nuestra sociedad, pero las cosas no son tan simples como se nos presentan. En el siglo XIX los seguidores de Smith, especialmente Ricardo, desarrollaron con rigor las ideas del liberalismo, y ya conocemos la respuesta de Marx, la irrupción de Keynes y las disputas que duran hasta hoy que hacen honor al segundo apellido de la Economía Política, pero casi nunca se vuelve al origen, a esa mano invisible dibujada de forma tan ingeniosa pero a la vez falaz: “…esos mismos esfuerzos hacia su provecho le inclinan a preferir, sin premeditación suya, el empleo más útil para la sociedad”. No señor, las cosas no son tan fáciles, ojalá lo fueran: si el egoísmo individual condujera al bienestar de la sociedad en su conjunto hace tiempo que la economía sería una balsa de aceite. El interés particular genera desigualdad, agotamiento de los recursos, escasez de ciertos bienes necesarios (los llamados bienes públicos), crisis económicas, y un sinfín de fallos del mercado a los que éste por sí solo no da respuesta. ¿Quiere esto decir que las decisiones las debe tomar el Estado, sustituyendo al mercado? A estas alturas han quedado convenientemente demostradas las nefastas consecuencias de tamaño disparate. Pocos son los que dudan que es necesario cierto grado de intervención estatal, y considero que el margen de actuación del Estado es amplio y necesario. Cosa distinta es que nuestros gobiernos corruptos e ineptos cometan disparates que  antes que ayudar perjudiquen a la economía. Culpa suya es, pero las actuaciones son necesarias. Nadie sino el Estado podrá corregir las injusticias sociales inherentes al capitalismo salvaje mediante una política redistributiva necesaria, si bien difícil de aplicar. Algunos sectores necesitan subvenciones, como por ejemplo las energías renovables, que sin el dinero público no serían acometidas por el sector privado, privando a la sociedad de unos beneficios que en el futuro serán generados íntegramente por las empresas privadas. Como éstos hay infinidad de ejemplos. Son muchos los que denostan el Estado de bienestar como una rémora para el crecimiento económico, y sin embargo es necesario, con una gestión eficiente del mismo, y ahí está el reto. Las grandes corporaciones financieras juegan con ventaja, los beneficios del capital financiero van a parar a unas pocas manos privilegiadas, algo que en esta crisis resulta especialmente sangrante. Son infinitos los ejemplos que demuestran que el interés particular no tiene por qué conducir al interés general. Los beneficios del mercado son indudables, y ahí está la historia del siglo XX para demostrarlo, pero también lo son sus peligros. Y la mera regulación en el seno de la democracia no es suficiente para detener las consecuencias del desequilibrio económico y la información asimétrica. No tenemos más que mirar el mapa de este principio del siglo XXI para comprobarlo. La solución no es que el Estado tome las riendas, qué duda cabe, pero sí que actúe allá donde resulta necesario. Siempre cabe el riesgo de que la actuación sea más o menos arbitraria, pero las técnicas se perfeccionan. Sólo se necesita honradez, buena fe e inteligencia. Si no, con mercado o sin mercado, que Dios nos coja confesados.

miércoles, 29 de febrero de 2012

Y dale con el gasto público


Cuando salgamos de esta malhadada crisis, que saldremos, será gracias a un tirón de la demanda agregada, que se traducirá en el esperado aumento de la producción y, consecuentemente, del empleo. Uno de los conceptos en que hago más hincapié al enseñar Economía a mis alumnos es esta magnitud macroeconómica, cuyo desglose debería ser de dominio público, tanto como las tablas de multiplicar; a saber: consumo, inversión, gasto público y exportaciones netas. En una situación como la actual resulta difícil atacar la fórmula anterior desde ningún flanco: difícilmente se puede aumentar el consumo si el desempleo crece constantemente y los exiguos fondos de que disponen las familias apenas sirven para sobrevivir, mientras que se tratará de ahorrar en la medida de lo posible en previsión de tiempos peores. En cuanto a la inversión, los pocos emprendedores de que disponemos en el país se ven desanimados ante el riesgo creciente de que su negocio no prospere, y eso sin contar la poca o nula predisposición de los bancos a concederles crédito, preocupados como están de tapar sus propias vías de agua. De las exportaciones netas mejor nos olvidamos: España tiene históricamente un déficit en la balanza comercial, y el buen comportamiento del turismo el ejercicio anterior puede no ser más que un espejismo debido a la inseguridad en los destinos alternativos. Nos queda, pues, el gasto público, y ahí está el debate político actual. Una política fiscal expansiva de manual consiste en expandir esta variable para empujar la demanda. No olvidemos que esto fue precisamente lo que hizo el gobierno de Zapatero con medidas como el famoso plan E en enero de 2009, con una crisis recién estrenada. Aún recuerdo con estupor el frenesí de obras en muchos ayuntamientos que se dedicaron a cambiar rotondas de sitio y abrir zanjas para después taparlas, siguiendo las "enseñanzas" de Keynes. Así nos fue: la genial medida de política económica creó empleo a corto plazo que en ningún caso se consolidó, y dejó las arcas públicas con telarañas; y ya se sabe, de aquellos polvos... A día de hoy el fantasma de la crisis tiene abierto un nuevo frente, que no es otro que la deuda pública y, sobre todo, el déficit público que aumenta año tras año y nos obliga a emitir bonos en condiciones nada favorables para financiarlo. No estamos solos: tenemos a Portugal, Irlanda, Italia... ¡Grecia! Ahora vendría el refrán de las barbas del vecino. ¿Cuál es la prioridad, entonces, el empleo o el déficit? El paro es una sangría con tintes de tragedia, pero si se enciende la luz roja de la deuda impagable, la economía puede pegar un batacazo antológico, llevándose consigo el poco empleo que quede. El fantasma del corralito argentino está ahí, con su sábana blanca, y aún hay quien habla de utilizar el gasto público como motor, con la que está cayendo; Krugman, sin ir más lejos. Qué pena de ciencia, tomada por premios Nobel que sientan cátedra en un mundo azotado por la crisis. Y lo malo es que los experimentos hay que hacerlos con gaseosa. No parece que sea tiempo de experimentos, sino de medidas serias y firmes, donde todos los partidos políticos hagan piña. Será el mercado quien nos empuje fuera del hoyo, pero tampoco está de más dar un ayudita a este señor tan caprichoso, a ser posible tendiéndole la mano, no pisando su cabeza.

domingo, 19 de febrero de 2012

Hayek: Camino de servidumbre



He terminado de leer hace unos días el libro de Friedrich Hayek Camino de servidumbre (gracias, Tato). Me ha defraudado en cierto modo, pero por otro lado pocas veces he sacado tantas enseñanzas de un libro. Todo él gira en torno a la tesis de que los sistemas económicos de planificación central conducen, aparte de a una ineficiente distribución de los recursos, a la inevitable pérdida de las libertades. La proposición es atractiva, y en la época en que se escribió (1944) bastante novedosa. Por eso los liberales han hecho bandera de Hayek, con más fuerza incluso en el siglo XXI que en la época de la posguerra, donde reinaba el pensamiento de Keynes, por otro lado en absoluto incompatible con esta obra, que al fin y al cabo trata de Filosofía política. El problema que yo le veo al libro es la excesiva repetición de ideas: Hayek cae en numerosas ocasiones en la redundancia, expone un mismo planteamiento de mil maneras distintas, como si fuera necesario ese arsenal fraseológico para sostener una tesis que resulta meridianamente clara desde el inicio. Aunque esto quizá quite mérito al Hayek escritor, no lo hace al Hayek pensador, que da absolutamente en el clavo y desmonta en cuatro plumazos el mito del socialismo, de la bondad de la planificación central para la distribución equitativa de los recursos. Ya en las primeras páginas demuestra, con toda la contundencia que se puede aplicar a una cuestión sociológica, que el planificador, por muy buena voluntad que tenga, en ningún caso será capaz de resolver los múltiples problemas que se generan ante un número elevado de agentes económicos, cada uno con sus necesidades y opiniones concretas. Es más: cada decisión suya generará el descontento de una gran parte de la población, que se sentirá defraudada. Obviamente, en un mundo como éste, aparte de generarse una economía precaria las libertades brillarán por su ausencia, pues el plan exige disciplina, y la jerarquía entre los que deciden y los que sufren las decisiones será más marcada aún que en una economía capitalista entre el jefe y sus empleados. Hayek no hace distingos entre el comunismo, el socialismo y el fascismo. El mundo era testigo por entonces de los últimos coletazos del régimen nazi, donde la economía estaba tan planificada o más que en la Rusia de Stalin. Cuando todos los recursos de un país se ponen al servicio de algo, bien sea la nación, el ejército, la raza o la justicia social, por muy paradójico que parezca, la libertad muere sin remisión. Si el lector de esta obra extrae esta lección podrá compensar con creces el esfuerzo de su lectura, a pesar de lo farragosa que pueda resultar en ocasiones.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Economía en 47 minutos


Cae una tromba de agua tremenda, y hay quien no sabe qué hacer en este sábado. Qué mejor que dedicar un ratito a aprender Economía. Falta os hace, ¿o es que alguien que no haya hecho la carrera ha estudiado Economía alguna vez? Y el que no tenga tiempo, que guarde la entrada para otro momento.

Voy a poner dos vídeos. El primero, del profesor Julián Pavón, dura 12 minutos, por lo que no sabréis tanto como Zapatero. Explica de manera muy didáctica las medidas contra la crisis (las deseables y las reales) desde un punto de vista keynesiano. El análisis es demasiado simplista, pero se le entiende bien al hombre, y pone una cara de satisfacción que entran ganas de aplaudirle.



El segundo vídeo es para nota. Dura 35 minutos, ya sé que no disponéis de ese tiempo, pero pensad que es una lección de más de media hora, luego sabréis más que ZP. En todo caso, ved el último minuto, que no tiene desperdicio. Se trata de una entrevista al profesor Huerta de Soto, posiblemente el economista español más brillante del momento, ultraliberal, eximio representante de la antigua escuela austríaca, con propuestas tan sorprendentes como el regreso al patrón oro. No es que yo esté muy de acuerdo con algunos de sus planteamientos, pero reconozco que su análisis es de una lucidez fuera de lo común.



Ea, pues con este bagaje ya podéis ir por esos mundos opinando de Economía, y sobre todo riendo a mandíbula batiente de lo que dicen los políticos.

P.S. Huerta de Soto tiene una cara de listo que te cagas, y el otro... no.

jueves, 13 de mayo de 2010

¡¡Sus muuuuuuulas toas!!

Me **** en tos los ****** de Zapatero y sus secuaces. Uno, apolítico que es, se limitaba a contemplar el espectáculo deprimente del ruedo parlamentario desde la barrera, sacando el pañuelo de vez en cuando para que el toro cortara las orejas de los diestros, pero como resulta que soy funcionario y me van a bajar el sueldo un 5% (más la inflación) ya no me hace tanta gracia. Vaya por delante que todavía me queda el otro 95%, con lo que puedo vivir dignamente, y que muchos trabajadores y empresarios han perdido sus empleos por culpa de... ¿la crisis? En parte sí; no podemos negar el carácter cíclico de la economía, y ahora la montaña rusa va hacia abajo, pero joder, no sé qué han hecho estos tíos que han puesto los raíles cada vez más empinados, y más que montaña es ahora un precipicio por el que nos estamos despeñando todos gracias a las geniales ideas del Mr. Bean patrio de los cojones. Más que ideas, este sujeto tiene impulsos propios de tonto de pueblo, dicho sea con el mayor respeto por estos entrañables personajes. Me vuelvo a cagar en tos sus ******* y en los de su equipo de gobierno, y de paso me cago también en los ******* del de las barbas, que a lo mejor no es tan cortito como el otro, pero sí igual de **********.

Hace tan sólo unos meses nadie hablaba del déficit público (lo iba a hacer Solbes y no le dejaron), y el gobierno gastaba dinero a manos llenas en proyectos tan brillantes como el Plan E, consistente en pagar sueldos a cientos de miles de personas por abrir y cerrar zanjas, como decía Keynes con ironía. Pero estos ******* no captan la ironía, no. Seguramente algún listo ha leído a Keynes y le ha hecho caso, en vez de invertir ese dinero en algo productivo. En realidad no es exactamente así; no me creo que los economistas que asesoran al gobierno hayan aconsejado semejante medida. Más bien los políticos han mirado el corto plazo para tener contenta a la gente sin hacer ni puto caso a los que entienden de esto. Los americanos sí que saben: sus presidentes se rodean de gente brillante, premios Nobel de Economía muchos de ellos, que tendrán su ideología pero proponen medidas sensatas, y lo más importante es que les hacen caso. Seguro que Obama llamó por teléfono a Mr. Bean porque se lo dijo alguien de su equipo: él no tiene ni pajolera idea de asuntos económicos, pero sabe mandar, con dos cojones, que es precisamente lo que le falta (entre otras cosas) al otro.

Me vuelvo a cagar en los ******* de to Dios. Si se hubieran hecho las cosas medianamente bien (habría bastado el sentido común) el dinero que se gastó hace bien poco y que no sirvió para nada sino para subir espectacularmente nuestro déficit público hasta el 12%, ahora tendríamos el mismo paro pero unas finanzas públicas saneadas, y a mí no me bajarían el sueldo, ni congelarían las pensiones, ni ninguna de esas barbaridades (por desgracia necesarias en la situación actual) que van a aprobar por Real Decreto (para eso sí le echan cojones) la panda de ******** estos que nos gobiernan.

Y tiemblo cuando vislumbro la alternativa...

P.S. Me cago otra vez en los ******* de tor que se menea en política.

P.P.S. Los asteriscos los dejo a la imaginación del lector, pero que conste que son palabras amables, para nada ofensivas, y no susceptibles de ser consideradas insultos, injurias ni calumnias.

viernes, 25 de septiembre de 2009

Solución al acertijo. ¡Si Keynes levantara la cabeza!

Hablaba el lunes de cómo es posible que se levante la economía abriendo y cerrando zanjas, como decía Keynes, o abollando coches para que los talleres tengan trabajo. Toda actividad económica debe generar un valor añadido, y las anteriores no lo hacen; incluso la segunda genera más bien un "valor sustraído". Entonces, ¿era Keynes un retrasado mental? Desde luego que no, en mi opinión fue una de las mentes más preclaras que ha dado la ciencia económica, aparte de cultivador de la poesía y la pintura y miembro del grupo de Bloomsbury. Intentaré explicar en pocas palabras cómo veo yo esta aparente contradicción.

Keynes era firme partidario de la intervención del Estado en la Economía en una época de crisis, pues consideraba que de no hacer nada la situación podría mantenerse indefinidamente. Él proponía aumentar la demanda agregada a través del gasto público, confiando en el llamado efecto multiplicador, según el cual el gasto público empleado en aumentar la demanda tendría un efecto beneficioso muy superior sobre la economía. Para ello, lógicamente, el gobierno ha de obtener dinero, y se puede caer en el déficit público, algo que Keynes justificaba en contra de la opinión de la ortodoxia económica, que consideraba prioritario mantener el presupuesto equilibrado.

Y es en ese marco teórico donde dice su frase famosa, que traduzco literalmente: "El gobierno debería pagar a la gente por excavar hoyos en el suelo y luego rellenarlos". Pero como suele ocurrir en estos casos, casi nadie conoce el entorno en que se dijo esta frase y su continuación. Keynes mismo se planteaba una objeción a su pregunta, en boca de un crítico imaginario: "¡Pero eso es estúpido! ¿Por qué no pagar a la gente por construir carreteras y colegios?" Y el mismo Keynes responde: "De acuerdo, pagémosles por construir escuelas. La cuestión es que no importa lo que hagan con tal de que el gobierno cree puestos de trabajo".

En resumen: Keynes estaba exagerando para ilustrar su teoría. Es como si yo digo que es mejor meter a los niños en una jaula antes de que estén andando por la calle. Evidentemente, mejor que en una jaula están en el colegio -bueno, tan evidente no es, pero ésa es otra cuestión-. Y lo más gordo del caso es que... ¡¡El gobierno español ha tomado al pie de la letra las palabras de Keynes!! El plan E consiste en abrir y cerrar zanjas, es un gasto absolutamente estéril, igual que lo ha sido el modelo productivo basado en el ladrillo. Aquí se presume de aplicar recetas económicas keynesianas y se está haciendo el gilipollas. Pero señor, ¿no es mejor construir un hospital o un colegio antes que ponerle flores a una rotonda o cambiar el pavimento a una plaza que lo renovó hace dos años?

No es por comparar (o sí), pero las medidas del gobierno de Obama también están siendo de corte keynesiano. En los Estados Unidos también están, literalmente, abriendo y cerrando zanjas, pero sucede que antes de cerrarlas meten fibra óptica y dan la posibilidad de instalar energía geotérmica. Además del empleo directo que se crea con las obras, en el futuro se crearán puestos de trabajo en el sector de la alta tecnología, de alto valor añadido, y la fibra óptica hará posible una reducción en el precio de la conexión a la banda ancha, reduciendo costes empresariales. Por si eso fuera poco, las familias que instalen energía geotérmica en sus hogares tendrán menos consumo de energía, reduciendo la factura energética del país, además de los beneficios que esto supone para el medio ambiente.

Eso es valor añadido, señores, con dos cojones, y no lo que hace nuestro gobierno, que ni sabe de Economía ni quiere saber. Con que le voten ya le basta. A lo mejor es que tenemos lo que nos merecemos, o lo que se merecen los votantes, o igual es que somos un país de analfabetos económicos, no sé muy bien qué pasa, pero algo pasa.

Si Keynes levantara la cabeza... se cambiaría de nombre, al menos en España.

P.S. Si alguien no entiende la entrada, lo podemos solucionar en un par de tardes...

lunes, 21 de septiembre de 2009

Acertijo económico

Como hace tiempo que no hablo de economía, os voy a plantear hoy un acertijo o, más bien, una paradoja que, de simple que es, los economistas nos peleamos por resolver.

Resulta que el gran Keynes dijo en una ocasión que en épocas de fuerte desempleo es mejor tener a la gente abriendo zanjas y luego tapándolas antes que estar ociosos. Así al menos tienen trabajo y pueden gastar dinero y de ese modo mejorar la situación económica. Esto es parte de una teoría, lógicamente, bastante compleja, y él lo justificaba en situaciones donde era necesario aumentar la demanda agregada (bueno... no sigo).

Imaginad que un sector está en crisis, por ejemplo los talleres de automóviles. Una manera de levantarlo sería que el gobierno pidiera una cuadrilla de voluntarios que, martillo en ristre, abollaran todos los coches que se encontraran, para así ganar clientes para los talleres.

Algo más cercano y actual: el plan del gobierno español de levantar media España haciendo obras inútiles, Plan E creo que se llama, con su virgulilla y todo encima de la E. Cuesta un pastón (que hemos pedido prestado, por cierto), pero la gente está trabajando, poco menos que abriendo y cerrando zanjas.

Otro ejemplo relacionado con esto: tras la Segunda Guerra Mundial Alemania estaba, como es sabido, devastada, literalmente borrada del mapa, y diez años después ya era una potencia económica. Algunos achacan el milagro alemán (y, por ende, el japonés) a que como estaba todo destruido había mucho trabajo por hacer.

Corolario: quememos edificios, destruyamos carreteras, levantemos zanjas, tapémoslas, y así la gente tendrá trabajo, y así acabará la crisis. ¡A ver quién me ata esta mosca por el rabo!

P.S. La solución (mi solución) al acertijo, el viernes.

lunes, 22 de junio de 2009

Libre mercado y justicia social

.
Una visión desde el keynesianismo

Mi amigo Er Tato y un servidor somos, que yo sepa, los únicos economistas a este lado de bloguilandia, y el caso es que andamos un poco a la greña en una cuestión nada nimia: ¿debe intervenir el Estado en la economía? Como hoy ha tenido la osadía de contradecirme públicamente, me veo obligado a escribir la verdad del asunto para que no os dejéis engañar.

Los partidarios de la no intervención se suelen llamar liberalistas, como Er Tato, y se trata de un reducto anclado en el pasado, que considera que no ha habido ningún avance desde la publicación de La Riqueza de las Naciones en el siglo XVIII. En fin, ellos sabrán... Los seres inteligentes que defienden, como yo, la intervención estatal, se consideran seguidores del gran economista británico J.M. Keynes, y por eso suelen ser llamados keynesianos o postkeynesianos; en cualquier caso se llevan el premio del banano, algo que acepto sin complejos.

No me ensañaré demasiado con Er Tato, que por cierto se lleva el premio del aparato, porque después de todo el hombre me cae bien; sólo diré que es claro y notorio que el mercado tiene fallos clamorosos, fallos que afectan al bienestar de las personas y generan miseria, hambre, contaminación, trabajo infantil y otras muchas calamidades que sólo están siendo resueltas en parte en los países desarrollados. Se puede decir que todas las democracias consolidadas tienen un mayor o menor grado de intervencionismo, y no hay ningún país desarrollado, ni siquiera los Estados Unidos, que aplique un capitalismo salvaje. En realidad, el capitalismo puro y duro existió únicamente tras la Revolución Industrial, durante el siglo XIX, y el ejemplo más claro fue la Inglaterra victoriana. No hay más que leer las novelas de Dickens para comprobar la injusticia social que generó ese sistema, afortunadamente sustituido en nuestros días por una economía mixta de mercado, donde el Estado tiene mucho que decir. Podría dar muchos más detalles técnicos, pero no es mi intención aburriros, y además no creo necesario demostrar que el agua es transparente.

Para finalizar, quiero dejar claro que la intervención del Estado no es la panacea, y es sumamente difícil. Además, las empresas públicas son ineficientes frente a las privadas, por lo que considero que el Estado debe intervenir en economía lo justo para tratar de corregir los fallos de mercado. Que los políticos de turno intervengan con acierto o no es otro cantar, pero es mucho mejor intentar hacer algo que dejar que el mercado salvaje nos destruya.

He dicho. ¡Caña ar Tato, aquí!

El rollo que viene ahora os lo podéis saltar, salvo que os interesen los detalles técnicos.

P.S. Para quien tenga interés daré una pequeña argumentación teórica, en respuesta a la der Tato. La gran aportación de Keynes a la Economía fue la de demostrar, en su Teoría general, que es posible una situación de equilibrio por debajo del pleno empleo, es decir, con paro. Esto contradecía la tesis vigente hasta entonces de los economistas clásicos y neoclásicos, que consideraban que los mercados alcanzaban siempre el equilibrio. Las consecuencias de este descubrimiento son trascendentales, pues ello supone que se puede mantener indefinidamente una situación de crisis sin que el mercado salga por sí mismo de ella. Un ejemplo práctico de esta situación fue la Gran Depresión de 1929, inusualmente larga. La obra de Keynes apareció en 1936, y, aunque no existe unanimidad al respecto, gran parte de los economistas, entre los que me cuento, defienden un cierto grado de intervención estatal en la economía. Ello es especialmente manifiesto en lo relativo a la justicia social, pues, si bien es cierto que el mercado remunera a los agentes económicos segun la utilidad que aportan al sistema, esto genera grandes desigualdades. Algunos autores argumentan que son merecidas, pues los que reciben menos renta no han generado tanta riqueza. En cualquier caso, esto es difícil de medir, y además muchas desigualdades son inmerecidas, pues una gran parte de los habitantes del planeta parten de una situación de desventaja debido a sus nulas oportunidades, al estar sumidos en la miseria. A mi juicio, el mercado no nos sacará de esta situación, y un Estado policía tampoco. Es necesaria la intervención firme, decidida, y acertada (con el grado de dificultad que ello conlleva) de una institución, y en la actualidad las únicas instituciones que tienen capacidad para actuar son el Estado y las grandes corporaciones multinacionales. Las segundas siguen las reglas del mercado libre, por lo que hay que descartarlas, y por ello la única esperanza, hoy por hoy, es el Estado, que al fin y al cabo es el reflejo de la sociedad en que vivimos. Si ésta tiende a ser cada vez más solidaria cabe pensar que el Estado también lo será. Sólo (y ya es mucho) se necesita coherencia en las decisiones.

P.P.S. No suelo hablar por otros, pero desde aquí ofrezco mis servicios a la comunidad internacional para aumentar la justicia social, y también los der Tato, brillante economista, que aunque él no lo sepa es bastante keynesiano, y le perdono el premio.

jueves, 4 de diciembre de 2008

¿Puede el Gobierno sacarnos de la crisis?

¡Qué difícil es pasar de la Economía Política a la Política Económica! La Economía Política es una ciencia que desde el siglo XVIII ha contado con pensadores ilustres, empezando por el escocés Adam Smith, considerado como su fundador, y siguiendo con David Ricardo, Alfred Marshall, John Maynard Keynes y Milton Friedman, por citar sólo los de más renombre. Su objetivo es obtener una explicación del funcionamiento de la economía. La política económica, sin embargo, es mucho más ambiciosa: pretende nada menos que influir en la economía, aplicar recetas milagrosas para que no haya paro, ni pobreza, ni problemas económicos de ningún tipo. La altura intelectual de los que aplican esta doctrina no es tan elevada: las últimos artistas son nuestro presidente del gobierno y su ministro de Economía.

Ya resulta difícil que los académicos se pongan de acuerdo sobre una receta váida en política económica; basta recordar la polémica entre los seguidores de Keynes y los monetaristas encabezados por Milton Friedman en los años 70 del siglo XX. ¿Pretendemos entonces que nuestros gobernantes sepan más que los premios Nobel de Economía? Estoy firmemente convencido de que más de uno, en sus delirios de grandeza, así lo cree. Mi opinión como economista de a pie, escéptico donde los haya, es que las crisis tienen su tiempo, y en algunos casos es mejor no tocar mucho, no vaya a ser que la cosa empeore. No están los tiempos para airear tales opiniones, pues enseguida te etiquetan como neocon (no se sabe muy bien qué es, pero en España últimamente se usa como insulto), ultraliberal, terrorista político o algo por el estilo, pero como este blog no lo lee mucha gente creo que mi prestigio está a salvo.