lunes, 29 de septiembre de 2014

The not so Waste Land


…si lunga tratta
di gente, ch’io non avrei mai creduto
che morte tanta n’avesse disfatta.
Dante : Inferno, Canto I

El cadáver plantado por Stetson ha comenzado a florecer.
La Muerte, que a tantos ha deshecho,
no es más que un Sísifo arrogante e inútil.
I will show you fear in a handful of dust.
Y yo te enseñaré la luz
a través de un bosquecillo calcinado
en el infierno de los campos de Flandes.

domingo, 28 de septiembre de 2014

La vieja Castilla de Gaziel



Agustí Calvet Pascual, más conocido como Gaziel, emprende un viaje por tierras castellanas en mayo de 1953, y en 1962 publica en catalán la crónica Castella endins, traducida al español como Castilla adentro, maravilloso testimonio de un mundo del que seis decenios después no quedan ni las cenizas. Dejo aparte expresamente el penetrante prólogo, de plena actualidad, en el que el autor expone con clarividencia sus ideas sobre la historia de Cataluña y sus pretensiones autonómicas, y me centro en la prosa de este periodista y escritor nacido en San Feliú de Guixols, catalán como el que más, español como el que más, que desentraña el alma milenaria de los tipos humanos y los viejos paisajes castellanos con una maestría que ya nadie tiene, porque entre otras cosas resultaría anacrónica. La obra de Gaziel tiene el sabor de Julio Camba, la inteligencia de Chaves Nogales y yo diría que el arte del mejor Azorín, llevándonos de la mano en unos itinerarios que no tienen nada de especial, salvo que están habitados por seres antiquísimos, hechos de la misma tierra pobre en la que han malvivido durante innúmeras generaciones, por caminos y carreteras en las que los escasos vehículos a motor traquetean solitarios entre arrieros y caminantes, en un mundo perdido hoy irremisiblemente, tan rápido que da vértigo mirar hacia atrás, y no digo ya vislumbrar el futuro. Un libro imprescindible, en mi modesta opinión.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Impresiones parisinas



- A los descendientes de los galos les quedan dos telediarios siendo mayoría en la capital de Francia.

 - La Torre Eiffel impresiona mucho más que en la fotos. Esa misma torre la ponen en Sevilla sin vigilancia y los chatarreros de Torreblanca la desguazan y la venden en los polínganos en un par de días con sus carritos del Hipercor.

- El sarcófago de Napoleón tiene toda la pinta de una caja de limpiar zapatos. Además, nunca he entendido la coba que se le da a ese megalómano asesino en pleno siglo XXI.

- Un mojón muy grande para los jardines de las Tullerías. No he visto cosa más sosa y polvorienta a la que llamen jardín en ningún otro sitio.

 - Lo que sí es un gran invento es la costumbre de dejar en los parques cientos de sillas y hamacas a disposición de los paseantes, para tomarse cómodamente una de esas asquerosas baguettes secas que venden en los kioscos a cinco euros y despatarrarse en condiciones. Volvemos a lo mismo: en Sevilla acabarían en los patios particulares en un abrir y cerrar de ojos.

- Será un problema de raza, pero a la típica parisina rubia de ojos claros le faltan un buen par de argumentos para convencer del todo a un macho ibérico acostumbrado a otras contundencias.

- La flota de bateaux mouches se reduciría a una cuarta parte si en el mundo no hubiera chinos.

- Los recepcionistas de los hoteles se dan aires de ministros sin cartera.

- Al pasear por París tenía la sensación de ir por un territorio familiar: era como dar un paseo por Sevilla pero a escala 10:1. Supongo que en ello ha tenido que ver que cuatro horas antes de estar junto al Arco del Triunfo me encontraba plácidamente durmiendo en mi cama sevillana. Así no hay quien se imbuya de un espíritu aventurero.

- París huele a mantequilla caliente.

- En Montmartre, ni rastro del ambiente bohemio. Si Verlaine levantara la cabeza se marcharía a África a buscar a Rimbaud.

- Los Van Gogh del museo d'Orsay son igualitos a como salen en las fotos. Da la impresión de que forman parte del ajuar de uno.

- Me llamarán cateto, pero tampoco es para tanto París: una gran ciudad como muchas otras, monumental, eso sí, pero sus mejores edificios no suelen pasar de los doscientos años. Es como Sevilla pero a lo bestia y sin encanto: sin duda lo tuvo antaño, pero se lo ha llevado el turismo.

Imagen: Turista haciendo el gilipollas en el museo Rodin.