miércoles, 21 de diciembre de 2016

Breve historia de la libertad


El afán por controlar, por imponer, por dirigir, es un mal que aqueja al hombre desde el origen. En un principio era una cuestión de supervivencia, el único modo de medrar en unas sociedades primitivas cuya economía dependía de la unión de todos sus miembros. La libertad, esa palabra sagrada y maltratada, estaba fuera de toda cuestión. Con el mal llamado progreso, y a raíz sobre todo de la Revolución Francesa, esta libertad empezó a estar en boca de todos, y sobre todo de los oprimidos, precisamente aquellos que nunca pudieron soñar con algo tan hermoso. Pero cuando estos deposeídos creyeron alcanzar esa libertad en cuyo nombre quemaron y mataron, en lugar de alzarla como trofeo y proclamar la venida de un mundo nuevo más feliz la utilizaron como arma asesina, y mancharon de sangre sus letras de oro. La historia reciente de los pueblos demuestra que hay que temer el grito libertario; de Petrogrado a Berlín, de Washington a Tokio, en Pekín, Madrid, Sarajevo o La Habana, la libertad ha cambiado de amo pero ha seguido siendo esclava. Nunca una idea noble fue tan dañina, ni hizo poderosos a tantos dictadores que se revistieron de autoridad inmoral para llevar la desgracia a sus huestes.

Y en pleno siglo XXI, en nuestros países democráticos, la libertad sigue en retroceso, no con la sangre y el fuego tan bien ilustrados por Chaves Nogales, sino de un modo más sibilino, más tendencioso, yo diría que más peligroso por su labor callada y dañina. Las dictaduras de hoy nos inundan con la niebla hedionda de lo políticamente correcto. El pensamiento ha de ser único; no se deja vivir al que está fuera de la secta, se adoctrina en las escuelas, la prensa ha perdido la independencia, e Internet, ese reducto maravilloso que aún me permite escribir estas líneas, se debate en la banalidad de unas redes sociales donde lo que importa es demostrar lo guapos que somos mientras otros nos van chupando la sangre.