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martes, 23 de julio de 2013

A Gonzalo


Juega, vida mía, juega,
y no dejes que nadie te distraiga.
Vacía en tu pequeño cubo
toda la arena de la playa.
No pienses en el tiempo; has de saber
que en estos días de verano
serás siempre inmortal como las nubes
y como el verde mar.
Juega, asómbrate de todo,
acércate a las olas y salta de puntillas,
y después ven a mi encuentro con tu cabeza rubia
y las gotas saladas brillando en tu pecho de niño.
Regálate unos días más de eternidad,
y cuando crezcas
algún día volverán para curarte el alma.


miércoles, 3 de octubre de 2012

La botellita de agua de los cojones


Ayer fui a la reunión de tutoría de mi hijo Gonzalo y en el rato que la profesora nos estuvo hablando se jincó dos botellines de agua de un tercio de litro. Ya estamos bastante acostumbrados, pero a mí todavía me resulta chocante acudir por ejemplo a una conferencia y nada más empezar a hablar ver cómo el orador se interrumpe, descorcha la botellita de los cojones, bebe un buche, la tapa, la pone en su sitio y sigue hablando como si nada. ¡Será maleducado! Si se prohíbe fumar a un profesor debería prohibírsele también la botellita. Pero es que la moda no es sólo para los que hablan, sino también para los que escuchan: ahora todos los niños, incluidos los míos, llevan al cole en su mochila su cuarto de kilo de líquido elemento, como si no se pudieran pasar sin beber más de una hora. Que yo recuerde, jamás sentí en clase una sed tan acuciante como para no poder aguantarme hasta el recreo y beber en la fuente, y como profesor tampoco me ha hecho falta nunca el agua, si acaso alguna vez en que la garganta está tocada, pero en esos casos resulta mejor un caramelo.

Así que ya está bien de mariconadas, tanto llenarse de líquido el estómago, que parecemos ranas, si al menos fuera whisky tendría un pase, que nos movemos por los pasillos y se oye el desplazamiento de las masas líquidas bamboleantes... Eso no puede ser bueno, y seguro que a la larga hay problemas y llegan las demandas millonarias a Fontvella o a Bezoya, con todos sus premios. Un poquito de por favor, y vamos a mantener la dignidad de nuestra profesión, que nos metemos con los niños porque piden ir al servicio cada dos por tres y nosotros no podemos estar dos segundos sin dar un trago. Que yo no me entere...

lunes, 10 de septiembre de 2012

Apuntes (178): Y dale con las iniciales...


Una de las pocas perspectivas que me resultan atractivas en esta crisis es que la gente que "vive de la cultura" pasando por el Ministerio o la Consejería del ramo va a tener que dedicarse a pintar cosas que la gente está dispuesta a pagar, o a escribir libros que no sean por encargo para el consabido premio, o a hacer películas en condiciones, etc., y además si quieren beber copas de vino español van a tener que comprase la botella en el supermercado, por no hablar de canapés de salmón, jamoncito, gambas... y si se montan en un avión o en el AVE que lo paguen con el importe de su facturación artística, a ver hasta dónde llegan.

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Sigue uno leyendo a A.T., y resulta sumamente engorroso tratar de despejar las incógnitas que plantea. El valor de X. sólo está al alcance de iniciados que estén al tanto de las puñaladas que se asestan en el mundillo literario, de las que al parecer A. ha recibido unas cuantas, con y sin alevosía y nocturnidad. Después hay otras que si se echa mano de Wikipedia se solucionan bien pronto; por ejemplo, se refiere a una visita que hizo a la viuda de M.P., diseñador gráfico de cierto renombre en nuestra posguerra, y artífice del famoso Toro de Osborne. Y claro, por ahí tiro del hilo del Internet y descubro que se trata de Manolo Prieto. ¿Tanto trabajo cuesta nombrarle con todas sus letras? Me fastidia tanto misterio barato, que lo único que consigue es deslucir una prosa de una calidad indudable.

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Hoy, primer día de cole. No lo han llevado mal M., J. e I., todos unos veteranos. G. se quedó algo mohíno, pero al ir a recogerlo salió con unos andares chulescos mirando para todos lados, como si fuera el amo del lugar. Estos chicos prometen, sólo les faltaba ser protagonistas de un diario, y ahí le gano a A.T. por cuatro churrazos a dos, con sus correspondientes iniciales.

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He estado hablando con un amigo esta mañana de nuestro insigne filósofo O., y no he podido reprimir el recuerdo de esos pasajes en que se da tantísima importancia, esa manera de adornar sus teorías con el tinte de las verdades incuestionables, que ningún mortal estará jamás en disposición de discutir. Toda esa parafernalia ombliguista ha borrado todo lo (poco) que de bueno y aprovechable pueda haber en sus libros. Un tipo insufrible contamina su obra inevitablemente, salvo que se trate de un poeta.

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La decisión de tener hijos ha de ser responsable, y a la vez profundamente irreflexiva.

viernes, 24 de agosto de 2012

Apuntes (176): Sugestión ombliguista


En estas últimas mañanas de agosto parece como si las campanas del pueblo y de la Peña repicaran más limpias, o a lo mejor es que el aire es más liviano, y se está sacudiendo las pesadas alfombras del estío.

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El poder de la sugestión: Ignacio tiene otitis, y le estamos aplicando unas gotas en el oído. Esta mañana le dolía la barriguita a Gonzalo, y me ve echando las gotitas a Ignacio. Me dice que le dé algo a él también. Cojo el cuentagotas, voy al grifo y lo lleno de agua. Le digo que se tumbe y que se levante la camiseta. Le echo cuatro o cinco gotas en el ombligo y le digo que se esté quieto unos minutos. Mano de santo: al rato está el niño corriendo y saltando por la casa.

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La piscina de Fuenteheridos tiene un gran encanto: es una piscina rural, con hierba en lugar de césped, poblada por todo tipo de árboles, con el sonido de fondo de las esquilas del ganado y el canto de los gallos. No se oye una máquina; sólo voces y ruidos de la naturaleza. La piscina está prácticamente vacía, a pesar del calor de la jornada. No es tan difícil pasar del horror al paraíso.

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Son repulsivas las imágenes del tal Breivik triunfante tras recibir su veredicto de cárcel, saludando al mundo con el brazo en alto, una alimaña que cazó y mató como si fueran conejos a decenas de jóvenes en una isla noruega, en una escena que parece salida del horror de las peores películas de miedo, y ahora se le permite posar perfectamente trajeado, desafiando al mundo, da la impresión que ha llegado al punto más elevado de su vida. Y todo gracias al Estado de Derecho, un gran avance, hace trescientos años le habrían desollado vivo, o descuartizado atando una soga a sus extremidades tiradas por caballos, y todo a la vista de un público encantado, jaleando el espectáculo. ¿No son ambos extremos igualmente alejados del deseable punto medio?

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Cuando un tipo es capaz de escribir su autobiografía a los 34 años, cuando aún le quedaban 56 años de vida, y contar lo que cuenta, como lo hace Robert Graves en Adiós a todo eso, uno no sabe si sentir envidia, frustración o admiración, o las tres cosas juntas. Por lo que estoy pudiendo comprobar, la Gran Guerra marcó a fuego a los que combatieron en ella, muy por encima de cualquier otra guerra.

domingo, 5 de agosto de 2012

Apuntes (172): Ebook: Una de cal y otra de arena


Es tremenda la descripción que hace Vallejo-Nájera de la depresión endógena intensa: "El paciente queda inhabilitado para disfrutar de la vida; sólo puede padecerla".


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Una ventaja de los libros de papel frente a los electrónicos en la que no sé si alguien ha caído: cuando tenemos entre manos un libro tradicional lo abarcamos entero, y en nuestra mano derecha descansan las hojas que aún quedan por leer. Un libro electrónico, sin embargo, no es más que una pantalla lineal en la que pueden aguardarnos lo mismo cien páginas que mil. La evolución de la lectura la conocemos únicamente por el mensaje inferior que nos indica la página por la que vamos y el número total de páginas, pero la pantalla es fría, siempre igual, no importa el libro.

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Y para equilibrar el asunto, que ya se sabe que la batalla del papel está perdida, hago notar la facilidad de realizar subrayados y anotaciones y buscarlos posteriormente usando el lector electrónico. A su lado, los subrayados a lápiz y notas apresuradas al margen mantendrán el encanto de lo artesano, pero poco más.

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El pobre Gonzalo ha caído hoy de una de esas telas de araña que tanto le gusta escalar, con lo chico que es, y se ha lastimado el pie izquierdo. Es duro, y seguía jugando por la playa gateando, pero ya dormido le ha despertado el dolor. Duerme otra vez. Veremos...

lunes, 2 de julio de 2012

Cuatro soles como cuatro goles



Ahí tenemos a los cuatro un día después del triunfo. Ayer se fueron tarde a la cama y me pidieron dormir con la ropa que llevaban puesta. No todos disfrutaron igual del partido: Ignacio se desentendió muy pronto, se fue a ver los dibujos animados y protestaba de nuestros gritos cuando marcaba España; Gonzalo no se enteró muy bien de qué iba la cosa, pero anduvo por ahí rondando y uniéndose a la algarabía; Jaime era el más entusiasta y seguía el partido nervioso, pidiendo penalti cada vez que había una falta, aunque fuera en nuestro campo, y Miguel fue el más comedido: aunque no es muy futbolero, no perdona los partidos de la selección. No formamos mal equipo los cinco, ayer.

lunes, 28 de mayo de 2012

Gonzalo (y van...)



Me sigue dando pena que se haga mayor; cada vez más. A sus tres años recién cumplidos está más gracioso que nunca, se le ha soltado la lengua y quiere hacerlo todo solito. El otro día lo apuntamos a la piscina a donde ya van sus tres hermanos y parecía el dueño del lugar, muy digno con su toalla al cuello, el gorro y las gafas, que no veía más allá de tres palmos pero se creía tan mayor como el que más. Ayer subió a un columpio en el parque de esos que tienen redes y peldaños de madera muy lejos unos de otros. Escaló como un monito y se tiró por el tobogán. Le dije que cuando yo era pequeño no podía trepar como él, y me respondió que él tampoco. ¡Tampoco! Desde que cumplió los tres años está convencido de que es grande, y no hay quien le saque de ahí, se enfada si se le lleva la contraria.

Mi niño pequeño quiere hacerse mayor saltándose la infancia, y no se da cuenta de que así es como me regala su niñez y su inocencia. Algún día se hará mayor de verdad, y yo no me habré dado cuenta, porque me habré tapado los ojos para no verlo. Entonces miraré atrás con nostalgia, la misma que hoy me entra al contemplarme en el futuro añorando sus abrazos y sus besos.

jueves, 5 de abril de 2012

Periplo madrileño


Visita breve a Madrid a conocer a una sobrina nueva, no hay mejor motivo. A la hora de la siesta del Viernes de Dolores, toda la familia en la fragoneta y tirando millas por la A4. Todo muy bien, niños dormidos, conducción relajada, pero acercarme a Despeñaperros y cambiárseme la cara es todo uno. Esta vez no hay curvas, sino un moderno túnel que cruza el puerto y viene a salir por esa venta pintada con la bandera de España que seguramente tiene una estatua de Franco a tamaño natural recibiendo a los comensales. Entramos en la Mancha, vemos molinos de viento, de los antiguos y los modernos con aspas aerodinámicas, bodegas con balaustradas y aires de Falcon Crest, rectas interminables. Madridejos, una premonición del horror que espera delante. Ocaña, Aranjuez, la jindama que aprieta, se divisa a lo lejos el monstruo de hormigón envuelto en una nube contaminante, smog le llaman los ingleses, y mi careto es para verlo. El GPS nos guía por los vericuetos de la urbe pavorosa, llegamos al destino, ponemos pie en el suelo, bofetón de realidad. Vamos a la cama resignados, mañana será otro día.


La sobrina, preciosa. Los niños quieren ver la nieve. Con lo cerca que está Granada tenemos que ir a verla a Madrid, manda cojones. Quedamos con nuestros mejores amigos madrileños, familia francoespañola. Carretera de La Coruña, rumbo a Navaccerrada. La nieve ni se huele. Llegamos a Cotos, seguimos a Valdesquí. Alguna nieve tardía en las laderas. Suficiente para los niños, que se abalanzan rápidamente a fabricar las consabidas bolas de nieve, seguidas de los consabidos bolazos a traición que ponen en remojo los cogotes de los padres. Ese pedazo de Jaime revolcándose en vaqueros por la nieve, ese pedazo de Gonzalo pisando los charcos de hielo. Vuelta al coche, botas fuera, calcetines fuera, tufo dentro. Puerto abajo, paramos en casa de los amigos. Un lujo, al pie de la sierra, Madrid ni se huele, sólo se oyen pajaritos en medio de un encinar inmenso, así sí se puede. La parte francófona de mis amigos me regala un tablet. ¡Muchas gracias! Será que me he portado bien, yo por si acaso lo acepto sin preguntar. Vuelta a Madrid, qué remedio, a la cama rápido, para soñar cuanto antes que estamos en otro lugar.

Despertar temprano a la realidad. Desayuno, aceite excelente, puro zumo de aceituna. Ejecución del plan previsto, que no es otro que visitar el zoológico, con las entradas compradas el día anterior por Internet, cortesía de mi amigo el del tablet, con el correspondiente descuento por familia numerosa. Llegamos al zoo a las 11:30 y nos marchamos a las 19:30. Ocho horas dando vueltas como locos y aún nos dejamos animales por ver. Los niños emocionados, ese pedazo de Gonzalo acariciando al Tiranosaurio Rex, al que llama familiarmente Rex (los bichos se mueven como si fuera de verdad, y no hay manera de convencer a los dos pequeños de que son muñecos), esos pedazo de delfines pegando saltos, ese pedazo de Miguel alucinando con la boa constrictor y preguntando que a cuántas personas se había comido, esos pedazo de monos con el culo como un pandero, ese pedazo de Jaime poniéndose a tiro de un dinosaurio gargajero, ese pedazo de Ignacio buscando cocodrilos por todos los estanques del zoológico.

Vuelta a casa reventaditos, tour a Madrid incluido, cortesía del GPS, me cago en los muertos de Mr. Garmin. Habríamos dormido a pierna suelta si no es por los niños, encantados de estar los cuatro en un colchón hinchable; saltar es mucho más divertido que dormir. Otro desayuno con zumo de aceituna. Mañana familiar, entrañable, la sobrinita es buenísima, una ricura, como dirían los madrileños. Vuelta a Sevilla a la hora de la siesta, avenida de Andalucía todo tieso. Siestorra de los niños de tres horas. Ahora no hay túnel en Despeñaperros, parece que es un túnel sólo de ida. Un viaje de curvas, los niños se despiertan. Lo normal. Navas de Tolosa, 1212, pedazo de batalla. Andalucía de nuevo, empiezo a relajarme. Paramos en Montoro para llenar el depósito -¡los muertos de CEPSA!- y hacer pipises. Del tirón a Sevilla, nueve y media de la noche, no está mal. Hogar dulce hogar. Cama dulce cama. Sevilla dulce Sevilla. Au revoire, Madrid. Hasta la vista.

sábado, 7 de enero de 2012

Apuntes (149): Permanencia


Que no me miren, que no me hablen, que no me toquen, que me dejen vivir la vida que he elegido, con quienes yo he elegido.

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Esta mañana, en el sendero de los Molinos, Jaime ha resuelto el dilema entre lo bueno que está el jamón y la pena que da que maten a esos cerditos tan graciosos que ve por el campo. Dice que se les pueden cortar las piernas y sustituirlas por otras de plástico, y así el cerdo sigue vivo y nosotros comemos jamón tan ricamente.

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Y siguiendo con las anécdotas, Gonzalo quedó muy apenado el día de Año Nuevo al ver que unas velas muy graciosas con forma de angelito habían quedado reducidas a una masa de cera informe. Nada más verlas propuso la solución: bastaría con sacarlas al patio, donde hacía mucho frío, hasta que recuperaran su forma original.

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Es una experiencia curiosa leer cualquier libro de Azorín y a continuación contemplar su retrato. Parece mentira que el dueño de un rostro tan avinagrado pudiera escribir con tal preciosismo, describir con tanta maestría estampas de la naturaleza, de la armonía del hombre, los caminos, los pueblos y los campos españoles.

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Si no se escribe con un mínimo de vocación de permanencia, la obra nunca permanecerá.

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Aunque para lo que hay que permanecer...

viernes, 6 de enero de 2012

Apuntes (148): Caramelazos


No me voy a quejar de los Reyes; por ahora he sido agraciado con mi primera petición: me he levantado fresco como una lechuga. Ni un simple resfriado, aunque no estoy muy seguro de que haya sido lo suficientemente bueno. Veremos...

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Son muy pocas las actividades sociales del hombre donde los egos no salen a relucir. No el trabajo, desde luego, ni los cócteles y reuniones de todo tipo, ni los clubs y asociaciones (vulgo, sectas). Por eso evito ir a "bolos", soy antisectario, y trabajo porque no tengo más remedio. Y, a pesar de todo, no soy misántropo, mi rotunda falta de misoginia me libra de eso.

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He leído el prólogo del insigne Ortega y Gasset a la primera edición de las Cartas finlandesas de Ganivet, y me ha parecido un ejercicio de petulancia y erudición insufrible. Hay hombres de letras y filósofos que cimentan su fama en un estilo pretendidamente culto, infiriendo teorías innovadoras hasta en el prólogo de un libro: aquí se habla de lo que es una generación literaria, de trabajos pasados y presentes de Ortega, de por qué ciertos autores se ven abocados a la originalidad... de todo menos del autor y de la obra que se prologa. Increíblemente, no hay una sola referencia a las Cartas finlandesas, y de Ganivet se habla de pasada, para ponerlo como ejemplo (junto con Unamuno, del que se habla más, Bernard Shaw y Barrés) de la tesis presentada. Por mi parte, si a mí me escribieran un prólogo de esas características, por muy Ortega que fuera, lo mandaría a la papelera de reciclaje previo paso por el cuarto de baño.


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Los niños disfrutaron ayer muchísimo de la cabalgata de Alájar. El único incidente fue la primera andanada de caramelos lanzada por el rey Melchor, que hizo diez o doce dianas en la cabeza del pobre Gonzalo. Me costó hacerle ver que los Reyes eran muy buenos y se habían equivocado, pero no quedó del todo conforme y ha elegido sin dudarlo al rey Baltasar, que le alcanzó los caramelos en la mano.

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Lo bueno de las cabalgatas en los pueblos es que se tiene enchufe: los Reyes, como son magos, conocen perfectamente a los niños, y claro, como los míos se hacen notar se llevan sus favores, hasta el punto de que volvieron (sus tres primos también ayudaron) con una bolsa de al menos siete kilos de caramelos, a una media de un kilo por barba, que no está nada mal. Lo mejor fue que no quedó un solo caramelo en las calles, a diferencia de la cabalgata de Sevilla, que resulta obscena: no hay nada más deprimente que las calles amanecidas el seis de enero con una alfombra de caramelos pisoteados.

viernes, 23 de septiembre de 2011

A un chupete



Hace dos días le quitamos el chupete a Gonzalo. Las cosas más triviales, las más insignificantes, son las que suelen dejarnos un inesperado rastro de emoción. Desde que era un bebé muy pequeño, tengo la imagen de Gonzalo con su chupete en la boca, no todo el día, sino para dormir, o cuando estaba cansado. Logró una compenetración tan grande con ese trocito de goma que era capaz de darle vueltas en la boca, sin tocarlo. Cuando se lo poníamos al revés daba medio giro como si tuviera un resorte en los labios, hasta ponerlo en la posición correcta. La expresión del niño el otro día al pedir su chupete y ver que ya no estaba, que se lo había llevado una gallinita, es difícil de explicar con palabras, como tampoco se explica muy bien la pena de los padres por algo tan lógico, tan natural. Precisamente por eso, porque es natural, se percibe por primera vez como algo que es ley de vida, el primer paso en una serie de cambios, de renuncias necesarias en que consiste nuestra vida. A veces se quiere atrapar el instante, nos negamos a entregar al dios del tiempo las cosas que nos han hecho felices, aunque sea el chupete del hijo más pequeño. A veces se siente uno así, y se le tensa la fibra sensible, y casi se avergüenza de decirlo, cuánto más de escribirlo.

Epílogo: Gonzalo está llorando porque no puede dormirse. Ahora tiene que aprender a hacerlo solo, y en poco tiempo habrá olvidado su chupete, como yo tendré que olvidar en el futuro que hubo un tiempo en que él dependía de mí para casi todo.

sábado, 20 de agosto de 2011

Apuntes (123): Bostas


Hoy, romería de San Bartolomé en Alájar. Pintoresca, es bonito ver salir la comitiva desde la puerta de casa, a pesar de las bostas, oséase, cagajones con que siempre nos obsequian los brutos (los de abajo). Participar y hacer el camino, ya es otro cantar. Es de esas típicas cosas que se dice que hay que mamarlas desde pequeñito. Pues eso, que se vayan todos (los caballos) a mamarla....


Ignacio y Gonzalo contemplan enjaulados cómo las caballerías depositan sus óbolos.

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Y los bueyes: no existen animales más gordos. Y la cara de resignación que tienen siempre... El ojo de un buey es lo más parecido a un besugo manso puesto en una pecera. Sé que suena surrealista, pero es el único antídoto frente a un animal tan espantosamente doméstico.

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Y volviendo al regalito que nos han dejado los romeros en la puerta de casa, nos hemos llevado todo el día sorteando con asco esos diez kilos de material odorífero. Al final le hemos preguntado a una vecina que cómo podíamos quitar tal cantidad de emplaste, y nos ha mirado como si estuviéramos locos, asegurándonos que raro era que aún no nos lo hubieran robado, que es un abono de primera categoría. Dicho y hecho (yo no, la parienta). A ver qué tal resulta mañana el tomate diario que recolecta Miguel para el desayuno...

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Y volviendo ahora a la romería, caballos, muchos caballos, bastantes burros, algún mulo, bípedos también, y lo más gordo: los niñatos en una carriola motorizada con una música a un millón de decibelios, que hasta Gonzalo les ha pedido educadamente que bajaran el volumen. Una música nada apropiada, por cierto: uno asocia esto de las romerías con sevillanas, flautas rocieras, algo de flamenquito si eso... pero no una música pastillera. Será que los tiempos avanzan...

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Estoy viendo que con tanto avance, vamos a acabar metiéndonos otra vez en las cavernas de la Peña.

lunes, 18 de julio de 2011

Apuntes (117): Arabescos


Cuesta ir llenando este cuaderno de signos. Es una labor paciente, no necesariamente de todos los días, y siempre pendiente del ánimo. Un avance que se hace patente en la disminución del grosor de las hojas a la derecha del cuaderno, hasta que llega el día feliz en que doy carpetazo a este trocito congelado de mi vida y abro con ilusión otro tomo, distinto del anterior, blanco, inmenso, dispuesto a albergar por unos meses mis ilusiones, algunas vivencias, el poso que han dejado los años en las volutas de mi cerebro, y que trato de fijar en el papel trazando arabescos más o menos airosos pero auténticos, tan reales como la risa, el disgusto o el asombro de quien tiene a bien leerlos.

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El paso de una parte de mi cuaderno de papel a mi cuaderno electrónico es una publicación en toda regla, con muchas más posibilidades que la publicación en papel, por lo que tiene de inmediato, de interacción con el puñado de lectores que tengo la fortuna de disfrutar, que leen un diario al mismo ritmo que el que lo escribe, y no de una sentada y con años de retraso.

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La transcripción del cuaderno al blog no es tan inmediata y fiel como podría parecer: casi siempre publico las entradas de apuntes redactados unos días antes, y al pasarlas a limpio introduzco cambios para mejorar el estilo y darle una forma "definitiva" y aseada, como merece cualquier publicación en papel.

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Esta mañana, cuando he anotado la fecha en mi cuaderno, no he podido evitar un sentimiento entre exaltado y patriótico, supongo que por el contraste entre el "talante" deslavazado de este gobierno, que se la coge con papel de fumar en todo lo relacionado con nuestra historia reciente. Inmediatamente he sentido cierta prevención ante este arranque de raza, y he pensado que esto debía quedar para mi cuaderno manuscrito, sin salir a la luz, pero... si hay algo que me molesta es la autocensura y lo políticamente gilipollesco, así que aquí lo dejo, pensando en que que los que están destruyendo el concepto de patria (y conste que yo no me identifico precisamente con él), lo proclaman a los cuatro vientos, amparados por el discurso totalitario vigente.

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Y ahora que lo recuerdo, en esta misma fecha bautizamos a Gonzalo hace dos años, que curiosamente nació el 14 de abril, diplomático que me ha salido el niño...

sábado, 25 de junio de 2011

Apuntes (112): Paraísos de la infancia


Ocho años cumple ya Miguel. Ocho años desde que los niños se instalaron en nuestras vidas para cambiarlas, para alegrarlas con sus risas y su cariño, para crisparlas a veces con sus llantos, para dotarlas de un sentido distinto al que hasta entonces habían tenido.


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Al salir anoche al patio, revuelo escandaloso entre las ramas de la glicinia: una pequeña bandada de pájaros asustados al ver profanado su tranquilo santuario. Uno de ellos se coló en la casa desorientado por la luz, y aquí ha pasado la noche. Muy de mañana hemos oído unos sollozos apagados. Era Ignacio, que al bajar por las escaleras ha visto una “cosa” volando, y se ha quedado agazapado en el rellano con más miedo del pájaro que el que el pájaro tenía de él.

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Doblan a muerte las campanas de la Peña en el silencio de la mañana, un sonido que se ha mezclado durante siglos con los murmullos del campo, un tañido fúnebre, que no lúgubre, anuncio de la llegada de una visita largo tiempo esperada, asumida por las generaciones de campesinos con una sabiduría que nunca han tenido las gentes de ciudad.

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Ayer cenamos en la plaza, y los niños no pararon de correr de un lado para otro con los demás niños, jugando a cogerse, intercambiando bicicletas, trepando por la fuente y por los muretes, mientras nosotros, plácidamente sentados, cazábamos al vuelo de vez en cuando a uno de ellos para meterle en la boca un trozo de croqueta o una cucharadita de pisto. El más difícil de atrapar era Gonzalo, que daba vueltas como un loco y no atendía a nuestras llamadas, mientras que a Jaime no había que perseguirle, porque acudía de vez en cuando a la mesa a recoger su ración. Con Gonzalo tuvimos que tomar medidas especiales, y salíamos a recibirle como a un torito travieso, esgrimiendo un tenedor en lugar de un estoque, y él abría la boca feliz para seguir jugando a la vez que comía.

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Soy consciente de que estas horas felices que pasan los niños en verano en Alájar son hoy un raro privilegio de los pocos pueblos donde los padres dejan jugar solos en las calles a sus hijos. Yo no he tenido esa suerte en mi infancia, ni en la ciudad ni en el pueblo costero donde veraneábamos. Tan sólo recuerdo un viaje, tendría yo seis o siete años, en que mis padres me llevaron a pasar unos días en Antas, un pueblo de Almería de donde procede mi familia. Tengo un grato y vago recuerdo de aquellas horas felices plagadas de luciérnagas, calles vacías de coches, silenciosas por la tarde y llenas de los gritos de los niños a la caída del sol, mientras los mayores tomaban el fresco a la puerta de sus casas; aventuras trepando por los tejados y una pariente nuestra que era monja joven y se apuntaba a todas nuestras proezas; parras con la fruta madura y dulce que comíamos allí mismo; el agradable olor dulzón de las higueras, baños en las albercas, casas umbrías de muros anchos… Un paraíso de la infancia perdido hoy en aras de la prosperidad y la riqueza que han dejado los cultivos en invernaderos. Los antenses son ahora muy ricos, pero sus hijos no pueden jugar en las calles.

domingo, 24 de abril de 2011

Gonzalo



Gonzalo es el benjamín, y se nota. Tiene a raya a toda la familia, y lo mismo te estampa un besito en la mejilla que te suelta un mandoble porque no le parece bien que le niegues un trozo de chocolate. Se considera igual en fuerza y tamaño que sus hermanos, y es el primero en acudir a las melés que se forman en los pasillos a la hora en que sus papás tratan de descansar. Suele coronar con éxito la montaña humana clavando la rodilla en el colodrillo del pobre Miguel, que aúlla como un coyote jaleado por Jaime, dando fin al conato de siesta. Si le riñes deja caer al suelo los tres chupes que suele portar y baja la mirada más digno que un cardenal. Entonces cuesta horrores ganar su perdón, a pesar de haber sido él quien ha largado un tremendo bocado a su hermano Ignacio. Corre a encerrarse voluntariamente en un cuarto de baño , y sólo al cabo de interminables ruegos y súplicas se digna a abrir la puerta y avanza majestuoso al salón para recuperar sus chupetes y tomar posesión de su asiento favorito. Además de la fuerte personalidad que demuestra, Gonzalo es un machote y un campeón. Cuando se quemó el brazito con café lloró lo justo, y durante las dolorosas curas apretaba los dientes mudo y orgulloso; el dolor sólo se le notaba en su cara y en alguna que otra breve lágrima que no podía reprimir.

Gonzalo todavía lleva pañales, pero le queda poco, este verano alcanzará su mayoría de edad mingitoria y cagatoria. Hasta ahora hablaba muy poco, aunque lo entendía todo, pero desde hace unas semanas se ha soltado y repite todas las palabras que decimos; eso sí, únicamente las vocales y las consonantes "m", "p" y "t". Supongo que hace ya un tiempo que dejó de ser un bebé, aunque nosotros de vez en cuando lo seguimos llamando así; dice Miguel que hasta los tres años un bebé no pasa a ser niño, y él acaba de cumplir dos, así que disfrutaremos un año más de nuestro bebé, y cuando se haga niño seguirá siendo el pequeño, que eso marca mucho (y nos marca también a sus hermanos y sus padres, con cariñosos arañazos que hacemos como si no nos dolieran).

Así es Gonzalo, el pequeñuelo de la familia, que ha dejado un sospechoso rastro babosil en las pantallas de mis amigos.

viernes, 15 de abril de 2011

De la Res Publica

Hasta hace dos años no supe que el día 14 de abril se conmemora la proclamación de la Segunda República Española, de la que ayer se cumplió el octogésimo aniversario. Ello se debió al nacimiento de mi hijo Gonzalo el 14 de abril de 2009, dándose la circunstancia de que lo bautizamos el 18 de julio, por lo que se puede decir que el niño está equilibrado políticamente. Esto ilustra mi desinterés por las cuestiones políticas, lo que hace que me sienta ajeno al debate entre monárquicos y republicanos, pero no impide, como ocurre en materia de religión, que me interese el asunto, y hoy quisiera hacer unas reflexiones al respecto.


Entiendo que la principal diferencia entre una república y una monarquía parlamentaria como la que tenemos en España desde la Constitución de 1978, es precisamente la figura del monarca. En los tiempos que corren la monarquía se me antoja una institución anacrónica, como demuestra el hecho de que sean muy pocos los países que mantienen esta figura en Europa y en el mundo. Lo más criticable es su carácter hereditario, transmitido de padres a hijos. No hay nada menos democrático, y me parece casi una aberración, que se pueda heredar un Estado, como si se tratase de una finca particular. Pocos méritos han hecho los reyes de todos los tiempos para merecer sus atribuciones, y los reyes actuales menos aún, por lo que entiendo que su figura debería desaparecer, pues va en contra de la institución democrática, la única que considero válida en los tiempos que corren. Dicho esto, que puede ser o no compartido por los españoles (sospecho que la mayoría suscribiría mis palabras), entiendo que tampoco el asunto es demasiado grave: al fin y al cabo, la figura del rey es meramente representativa, y aunque sigue manteniendo un poder indudable, éste se deriva de su carácter de embajador de nuestro país en el ámbito internacional. No me cabe duda de que gracias a su prestigio (merecido o no), España ha conseguido beneficios económicos y concesiones que de otro modo nos habría sido imposible obtener. En el caso de que España fuera una república, la labor del rey sería desarrollada por su presidente. Se critica mucho el dinero que se destina a mantener la Casa Real, pero no creo que sea superior a los gastos que supondría la presidencia de la república. Es cierto que el presidente de la república sería elegido democráticamente, pero no veo tan claro que fuera capaz de representar a España como lo hace el rey. En países de larga tradición republicana, como Francia, éste es un cargo muy reconocido, pero España debería partir prácticamente de cero, y además, el debate que se generaría en el caso de tratar de instaurar seriamente una república sería agrio y peligroso; se reavivarían heridas no del todo cerradas por mucho que hayan pasado ochenta años. La única manera viable que veo de llegar a la Tercera República es mediante una evolución natural, asumida por la mayor parte de los españoles, y no creo que nuestro país esté maduro para ello.


Así pues, mi corazón y el sentido democrático me piden una república, mientras que la razón y el sentido práctico ven con buenos ojos la continuidad de la monarquía. Me pasa un poco como a mi hijo Gonzalo, que estoy dividido, aunque en el fondo, y mientras la sangre no llegue al río, es un asunto que no me qita el sueño. Por mí, que se sigan manifestando los republicanos, que yo no acudiré aunque comparta su credo. Lo único que espero es que no se llegue a las barricadas, que me recuerdan con temor tiempos de guillotinas, terrores y directorios.

lunes, 28 de marzo de 2011

Apuntes (LXXXII): Miedo del tiempo


El miedo te va minando por dentro; destruye tu autoestima y aniquila la felicidad. Es el sentimiento más ominoso que puede albergar un hombre, y difícil de apartar.


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Por muy tolerante que crea uno ser, siempre existe un componente visceral, un rechazo irracional a ciertas personas o instituciones. Yo diría que existe un gen de la intolerancia, que cuando se desarrolla en exceso conduce a problemas como el racismo, el fundamentalismo religioso o el anticlericalismo militante.

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El otro día Gonzalo estaba quejoso, doliéndose del brazito. Lola le cambió la venda a la hora del baño y se puso contentísimo, como si se le hubiera puesto un brazo nuevo. Los niños pequeños encuentran la felicidad primaria, ésa que nos está vedada a los adultos, que debemos inventarnos a cada instante las más extrañas formas de felicidad, generalmente caras y superficiales.

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Ignacio tiene los ojos grandes y expresivos, y sólo necesita que le escuchen y le mimen. Si lo haces, es el niño más dulce del mundo.

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La clave es disponer tú del tiempo, y no que el tiempo disponga de ti.


Imagen superior: Pablo Picasso. Guernica (detalle). 1937

martes, 22 de marzo de 2011

Apuntes (LXXX): ¿Crisis?



Me resultan graciosas, por lo patéticas, las declaraciones de mucha gente famosa y adinerada, del tipo de "... En estos tiempos duros de crisis nos toca apretarnos el cinturón", como si la crisis fuera con ellos. Y cuando esta declaración la hacen los gerifaltes de la confederación de empresarios españoles desde sus butacones de cuero y fumándose un veguero ya es que me mondo. Y cuando es Emilio Botín quien lo dice, que lo hace mucho, me da tal ataque de risa que temo por mi vida.

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Cuando un religioso comete un delito que atenta contra la ética más cercana a su credo, como por ejemplo una comunidad de monjas que atesora cientos de miles de euros debajo de una losa del patio de la clausura (el delito es presunto y doble: manejo de dinero negro -se atenta contra la ley- y atesoramiento -se atenta contra la ética cristiana-), se le señala con el dedo mucho más que si se tratara de un delincuente común, lo que por lo general levanta airadas protestas entre los fieles de esa religión. Una reacción lógica, la primera, y poco justificable, la segunda.

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El libro de Murger Scènes de la vie de Bohème es ameno y, a ratos, ingenioso. No parece escrito hace casi doscientos años. Su lenguaje es actual y las situaciones que narra podrían darse hoy en día, salvando las diferencias en las costumbres. Lo mismo sucede, ahora que lo pienso, con el Lazarillo de Tormes. Y es que la picaresca es inmutable e inmortal.

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No recuerdo la última vez que reí a carcajadas.

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Ayer por la mañana, amago de tragedia. Gonzalo dio un manotazo a la cafetera grande recién hecha y le cayó encima todo el café hirviente, gracias a Dios no en la cara, sino en el brazo. Salimos corriendo hacia el hospital, y la quemadura, como sospechábamos, era importante. Le curaron, y el pobrecito no se quejó en todo el tiempo. A mí se me cortó el cuerpo viendo su bracito en carne viva y las ampollas en la mano. Habrá que hacerle sus curas y no dejar que le dé el sol en el brazo durante un año. Doy gracias; podía haber sido peor.

domingo, 30 de enero de 2011

Apuntes (LV): Escenas de domingo


Cuando era niño las tardes de los domingos me traían una especie de ilusión por lo que depararía el futuro próximo de la semana; de joven lo que sentía era angustia, una opresión en el estómago que me hacía desear que se parase el tiempo para que nunca llegase el lunes.
Ahora, recién estrenada mi madurez, siento una melancolía entre dulce y amarga, tirando a uno u otro lado según mi estado de ánimo, cambiante como el crepúsculo. Intuyo que en la vejez los domingos me dejarán indiferente, como cualquier otro día de la semana, porque habré llegado a entender que el tiempo no significa nada.

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Jaime está tosiendo malamente, una de esas toses de perro que anuncian la laringitis, y sólo quiere acurrucarse a mi lado. Ojalá pueda encontrar toda su vida un regazo cálido donde enjugar los males y las tristezas.

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Y ahora es Gonzalo quien me llama, con una voz clara, nítida, desde la cuna, reclamando su derecho a ser recogido amorosamente, a ser mimado, como corresponde a un niño de poco más de un año. Porque yo mimo a mis hijos, sí, y estoy orgulloso de hacerlo. El amor y el cariño es el mejor regalo que un padre puede ofrecer, y además nunca se agota, y no cuesta dinero.

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Cojo en brazos a Gonzalo y lo llevo a la cocina para darle la merienda. No se despega de mí, y mientras sorbe el batido con su pajita me pone la cara para que le de besitos. El muy carota no se conforma con uno sólo.

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Mientras tanto, Ignacio revolotea por la casa con su andar pausado, y Miguel está arriba ayudando a su abuelo, que monta una cajonera. Ignacio se piensa cada palabra que dice, y habla con convicción, mientras que Miguel ya me aventaja de largo en cuestiones relacionadas con destornilladores, alicates y taladradoras.

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Y tras esa aparente calma sigue acechando un fantasma, aunque ya hace tiempo que no temo al lunes.

martes, 28 de diciembre de 2010

Apuntes (XLVI): Horizontes cercanos


La primera noche que paso solo en la nueva casa. Es una sensación extraña, sobre todo porque sé que los niños están a cien kilómetros; algo así como la libertad recobrada, y sin ningún tipo de remordimientos, para qué voy a mentir. La jornada no ha podido ser más anodina: los yeseros se han pasado toda la mañana repasando unas grietas en las paredes, y alguien tenía que quedarse en casa (me ofrecí voluntario en un gesto heroico, alguien tenía que sacrificarse). Ya en serio, ayer por la tarde, cuando todos partieron hacia Alájar, quedé como anonadado, pero el knock-out me duró poco, y de pronto me sentí como el capitán del barco que deja el puerto para cruzar el océano: había roto amarras con mis hijos, aunque fuera por un día, y ante mí se desplegaba el horizonte infinito de la jornada.


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Por la mañana me llamó L., y me dijo que Gonzalo al despertarse exclamaba extrañado: “¿papá?, ¿papá?”. Debía de ser raro para él también, aunque menos placentero, supongo. Parece mentira cómo liga uno su vida a la de un bebé, que es el que marca los tiempos a impulsos del afecto recíproco y de la dependencia.

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En el viaje a Alájar la cabeza me iba dando vueltas a más revoluciones que el motor del coche. Lástima que no se haya inventado todavía esa grabadora de pensamientos que me habría permitido teclearlos imaginariamente. El 90% de ellos habita ahora el limbo de las ideas flotantes.

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Tengo mucha ilusión (y ya es raro en mí) por el e-reader. Sí, así debe llamarse: el e-book me lo descargo de Internet para leerlo en ese pedazo de e-reader con pantalla táctil y tecnología de tinta electrónica que se parece mucho al papel.

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… Pero no es lo mismo, estáis pensando muchos. Desde luego que no. Yo no tengo prejuicios contra los libros de papel. ¿Los tenéis vosotros contra los electrónicos? ¡Qué malo es dejarse llevar por las ideas preconcebidas! Y lo peor es que muchas veces nos cerramos a cosas que pueden ser útiles por el mero hecho de que no nos gusta el cariz que va tomando el progreso.