lunes, 26 de agosto de 2013

El voto de Alájar


Ayer contribuí como un vecino más a la llamada Póstula para la función del Voto a la Reina de los Ángeles. Es ésta una tradición con un origen de lo más curioso, pues se remonta a la epidemia de cólera morbo que se abatió sobre estas comarcas en 1833. En el mes de septiembre se decidió bajar de su ermita de la Peña a la Reina de los Ángeles, que quedó en la iglesia parroquial de San Marcos para ofrecer su protección. En noviembre de 1834, y ante el desastre en poblaciones vecinas como Santa Ana, Aracena, Zalamea o Valverde, el Ayuntamiento, el Clero y los principales vecinos se reunieron para hacer un solemne Voto (conservado en el Archivo Parroquial de Alájar):
[…] hacemos voto solemne ante las aras de Jesucristo Sacramentado y su Santísima Madre Reina de los Ángeles que hemos traído en rogativa a esta parroquia para nosotros mismos y a nombre de las generaciones que nos sucedan, para siempre jamás, que si como lo esperamos y nos lo inspira nuestra fé y misericordia experimentados en la Reina de los  Ángeles nos liberte del terrible azote que nos amenaza cumplir con lo que a continuación sigue.
PRIMERO. […] celebrar anualmente el día del Dulce Nombre de María Santísima domínica infraoctava de su natividad una procesión a la que asistirá por lo menos una persona de cada casa o familia […] cuya procesión saldrá de esta parroquia para la ermita de la Reina de los Ángeles, de donde se sacará en procesión la santa Ymagen y se celebrará una solemne función de tercia, misa con diáconos y sermón, todo en acción de gracias y gratuitamente por el venerable Clero y demás ministros de esta parroquia.
SEGUNDO. Que el último Domingo del mes de Agosto de cada año por el Real Ayuntamiento y Clero se haga una póstula general en esta villa y sus barrios cuya limosna se invertirá en los gastos de cera y sermón de la antes dicha función y lo sobrante en lo que sea más necesario para el adorno de dicha Ermita a cuyo fin se entregará al Administrador que fuera de ella.
[…]
Ayer, pues, último domingo del mes de agosto, y previa invitación formal del ayuntamiento de Alájar, apoquiné la astronómica cifra de 2.495 reales y 26 maravedís para que no falte la cera, que el cólera es mucho cólera, y sé se buena tinta que los americanos y los rusos tienen guardadas unas cepas por si las moscas.

Texto del voto: Archivo Parroquial de Alájar. Citado por M. Moreno Alonso.

domingo, 25 de agosto de 2013

Nostalgias alajeñas



Esta noche al fin llegó el frescor. Llevamos unas semanas de calima; no como en Sevilla, claro, aquí se duerme, y a eso de las diez se levanta un viento fuerte desde la Peña, pero hoy por la mañana al despertar nos ha llegado esa sensación inconfundible del verano que se acaba, y hasta se veía el campanario a través de un aire más transparente, engalanado ya para los Ángeles, para recibir a la Reina desde la contigua ermita, cuando se asomará por la escarpada hacia el valle saludando al pueblo, como todos los años desde tiempo inmemorial. En estos lugares apartados se siente el paso de las estaciones, y aunque las bestias ya no cruzan apenas las calles aún persiste el empedrado de cantos rodados, y las anillas empotradas en las fachadas recién encaladas para las fiestas, aún más este año, en que la Reina de los Ángeles bajó al pueblo no en rogativa, que gracias a Dios hace tiempo que no hay sequía, sino para no perder la costumbre y convertir esa visita esporádica en una fiesta, y hacer que venga el cardenal a predicar, que aunque no hay profundidad en las creencias tampoco la ha habido nunca, y se mantiene el sentimiento religioso intemporal, el rito como elemento aglutinador de un pueblo, como seña cultural que los distingue y les hace sentir orgullosos de ser hijos de Alájar.

Ha llegado el frecor, sí, y el pueblo está también más silencioso, son muchos los que fueron anoche a la aldea de los Madroñeros, ésa que no tomaron los franceses, a rezar el rosario a la Virgen de la Salud. Desde hace pocos años se puede ir en coche por un carril, pero hasta hace nada la media legua que separa el pueblo de la aldea había que recorrerla a pie, o a lomos de cabalgadura, y los pocos mayores que quedan en el pueblo hijos de la aldea, como Amalia, cuentan cómo iban y venían todos los días de la aldea a la escuela, con lluvia o sin ella, y andaban siempre contentos, y las pocas familias que vivían allí lo compartían todo, y no tienen recuerdos malos de aquellos años de miseria, sino todo lo contrario.

Ha llegado el frescor, y se anuncia también la vuelta a la ciudad, a la vida artificial que hemos creado lejos de la naturaleza y de la esencia del hombre, donde lo que importa es justo lo que aquí no tiene importancia, aunque reconozco que esta visión está teñida de nostalgia anticipada, la misma que cantaba el poeta Montesinos:
¿Inventaría yo Alájar,
con sus calles, con su torre,
con su Peña y con su plaza?
 
Ay tiempos que yo viví,
cuando mi tiempo se acaba
Alájar me inventa a mí

viernes, 23 de agosto de 2013

Las cuentas de San Bartolomé (Alájar, 1865)


Estoy teniendo un verano de lo más lector. Mi último descubrimiento, en la bliblioteca de Alájar, es la magnífica monografía del profesor Manuel Moreno Alonso: La vida rural en la Sierra de Huelva: Alájar. Lo añejo del estudio, de finales de los 70, no empaña en absoluto su interés; se trata de un libro ampliamente documentado y escrito en un estilo ameno, accesible a todos los públicos, y que cualquier amante de la modesta historia de los pueblos serranos, en especial Alájar, leerá con deleite. Entre otras muchas perlas, hoy entresaco esta jugosa lista de gastos que aparece en el Libro de Cuentas de San Bartolomé, conservado en el Archivo Parroquial de Alájar, correspondiente a la romería del año 1865:
98 reales por decir la novena y la función religiosa el cura; 40 reales a los diáconos; 35 reales al sochantre; 25 reales al sacristán; 10 reales a los monaguillos; 120 por el sermón; 40 reales por el tamboril; 24 reales al albañil por levantar las goteras; 5 reales por la búsqueda del tamborilero en Galaroza; 17 reales a otro hombre que se mandó a Zalamea para traer el tamborilero; 2 reales por una vidriera para el retablo; 13 reales por tres arrobas y media de cal para el blanqueo de la ermita; 5 reales por escobas y aljofifas; 15 reales a un hombre por traer agua de aseo; 15 reales a un hombre, día y medio, trayendo agua para beber las gentes; 3 reales a dos mujeres durante tres días para el aseo y limpieza del Santuario; 50 reales por un refresco en la mayordomía.
 No me digan que no es curioso: 120 reales por un sermón, 15 reales a un hombre día y medio acarreando agua; 3 reales a dos mujeres por tres días limpiando. Igualito, igualito…

jueves, 22 de agosto de 2013

W.H. Auden: Funeral Blues (2ª traducción)


Ofrezco una nueva traducción del famoso poema de Auden, prescindiendo ahora de la rima y centrándome más en el ritmo. Creo que se acerca más al espíritu del poema que la que publiqué hace dos años.

Detened los relojes, apagad los teléfonos,
Arrojad huesos a los perros para que no ladren,
Silenciad los pianos, y con tambores en sordina
Sacad el ataúd, dejad paso al cortejo.

Haced que los aviones vuelen en círculo
Y tracen en el cielo el mensaje Él se ha muerto.
Poned crespones negros en los cuellos de las palomas callejeras,
Vestid a los guardias de tráfico con guantes negros.

Él era mi Norte, mi Sur, mi Este y Oeste,
Mi jornada de trabajo y mi descanso de domingo,

Mi mediodía, mi medianoche, mi palabra, mi canción;
Pensé que el amor sería eterno: fue un error.

Ya no se necesitan las estrellas;  apagadlas todas,
Empaquetad la luna y desmantelad el sol,
Vaciad el océano y barred los bosques;
Porque ya de nada sirven sin su vo
z.




Stop all the clocks, cut off the telephone,
Prevent the dog from barking with a juicy bone,
Silence the pianos and with muffled drum
Bring out the coffin, let the mourners come.
Let aeroplanes circle moaning overhead
Scribbling on the sky the message He is Dead.
Put crepe bows round the white necks of the public doves,
Let the traffic policemen wear black cotton gloves.

He was my North, my South, my East and West,
My working week and my Sunday rest,
My noon, my midnight, my talk, my song;
I thought that love would last forever: I was wrong.

The stars are not wanted now; put out every one,
Pack up the moon and dismantle the sun,
Pour away the ocean and sweep up the wood;
For nothing now can ever come to any good.

lunes, 19 de agosto de 2013

Todas las noches


Todas las noches llaman a mi puerta, pero yo ya no quiero verlos. Me amparo en el silencio, y lo que un día fueron risas resuenan como aullidos en el cráneo de los amantes muertos. Entonces aprieto los labios, y cierro fuerte los párpados hasta que el gris se vuelve tiniebla, y mis dedos empujan por dentro los oídos, pero todo es vano: un resplandor de muerte penetra poco a poco en todo mi ser, y ya no me abandona hasta el amanecer. El día es un pánico creciente a la visita ineludible, y ya no sé cuándo han llegado y cuándo temo que ya están aquí; el sufrimiento es el mismo. Tendré que dejarles entrar, quizás mañana, no puedo resistir muchas más noches. Y sé que entonces habrá llegado el fin, la voz de los amigos del pasado recorrerá mi estancia; todos los himnos, todos los libros, las horas vomitadas de la juventud. Seré arrastrado por la inmundicia acumulada hacia un destino incierto, negro y pavoroso.

viernes, 16 de agosto de 2013

George Moore y la modernidad



Desde hace un tiempo estoy decidido a dejarme llevar en mis lecturas por las recomendaciones de gente de fiar, que generalmente se refieren a libros cuyos autores llevan muertos al menos medio siglo. Es el caso de Cyril Connolly y su lista de cien libros clave del movimiento moderno, todo un filón, con la ventaja de que se pueden encontrar muchos de ellos gratis (y legalmente) en internet, por ejemplo en la página del proyecto Gutenberg. Acabo de terminar Memoirs of my Dead Life, de George Moore, una verdadera delicia. Se trata de un libro inclasificable, dividido en trece capítulos a modo de relatos independientes, pero que en realidad no son capítulos, ni relatos propiamente dichos, sino pinceladas trazadas de modo magistral por el escritor irlandés referidas a sus propias experiencias vitales, sus viajes, su modo de entender la estética, la poesía, la vida en definitiva, y todo ello en una prosa evocadora, trufada de una rara belleza. Estamos ante la obra de un hombre culto, refinado y, sobre todo, inteligente, que muchas veces nos hace sonreír y casi siempre nos mueve a la reflexión: “Mirth is enchanting only when the source of it is the intelligence. Vacuous laughter is the most tiresome of things” (La risa es encantadora sólo cuando nace de la inteligencia. Las carcajadas vacías son la cosa más tediosa). A Moore debo la observación más aguda sobre la utilidad de la religión para el hombre moderno:  “Some fruits are better dried than fresh; religion is such a one, and religion, when nothing is left of it but the pleasant, familiar  habit, may be defended, for were it not for our habits life would be unrecorded, it would be all on the flat, as we would say if we were talking about a picture without perspective” (Algunas frutas son mucho mejores desecadas que frescas; la religion es una de ellas, y, cuando no queda más que el hábito agradable y familiar, puede ser defendida, porque si no fuera por nuestros hábitos no quedaría registro de la vida, todo resultaría plano, como diríamos al hablar de un cuadro sin perspectiva”. O esta observación sobre la naturaleza y el amor: “Birds understand love better than all animals, except man”. Todo el libro es una sucesión de impresiones profundas, un alarde de inteligencia sencillo y sin complejos, un reto a la moral victoriana que crucificó a Moore por su atrevimiento, pero que nos llega hoy fresco, mucho más moderno que las obras de nuestros contemporáneos.

Imagen: Retrato de George Moore por Edouard Manet (1879).

sábado, 10 de agosto de 2013

Los amantes de Orelay


There was a delicious coo in her voice, the very love coo; it cannot be imitated any more than the dead rattle…
George Moore: The Lovers of Orelay

Se dejaron llevar, y no pensaban en el alma, ni en los dioses, ni en el mundo en torno suyo; contemplaban el mar que surcó Menelao after Helen’s beauty—beauty, the noblest of men’s quest.

Y triunfó el instante, y el recuerdo de tres días perdura por una eternidad.