miércoles, 29 de febrero de 2012

Timo bisiesto


Curiosa fecha, el 29 de febrero. Un día postizo que nos endilga el calendario gregoriano chispas más o menos cada cuatro años (hay también una historia cabalística en torno a los años finiseculares). Disfrutamos, pues, de un año de 366 días, pero a la hora de la verdad todo se calcula en torno a la más normal cifra de 365, incluida mi nómina de febrero, me cago en los muertos del Papa Gregorio –con perdón-, que trabajo un día más para cobrar lo mismo. Lo de disfrutar, pues, lo dejamos en cuarentena, pero podemos quedarnos con la parte positiva: me han aparecido como por arte de birlibirloque veinticuatro horas nuevas para escribir chorradas como ésta, para dormir, para vivir y para muchos otros “ir” con desigual fortuna y reparto entre todos ellos. Y todo hecho así, de tapadillo, con la sensación de que esta jornada es de balde, como mi trabajo. Definitivamente, se trata de un día a la remanguillé, que difícilmente se recordará en el futuro; es más, desaparecerá de los anales de la historia, como los cumpleaños de aquellos afortunados que vinieron a nacer un 29 de febrero. Hoy mismo dedica google un doodle, dubidubidubidubidú, a Rossini, que nació un 29 de febrero de 1792, así que de vivir, y si no me fallan mis cálculos, habría cumplido el hombre unas 52 primaveras, o falsos umbrales primaverales, para no faltar a la verdad. Un chavalillo, vamos.

Dejémoslo, pues, en que estos días extraños y taimados son en el fondo una promesa de juventud, una ilusión evanescente que atrapa con su halo a unos pocos afortunados: a saber, parados con la vida resuelta y con cuatro veces menos años en el calendario que en el DNI.

Y dale con el gasto público


Cuando salgamos de esta malhadada crisis, que saldremos, será gracias a un tirón de la demanda agregada, que se traducirá en el esperado aumento de la producción y, consecuentemente, del empleo. Uno de los conceptos en que hago más hincapié al enseñar Economía a mis alumnos es esta magnitud macroeconómica, cuyo desglose debería ser de dominio público, tanto como las tablas de multiplicar; a saber: consumo, inversión, gasto público y exportaciones netas. En una situación como la actual resulta difícil atacar la fórmula anterior desde ningún flanco: difícilmente se puede aumentar el consumo si el desempleo crece constantemente y los exiguos fondos de que disponen las familias apenas sirven para sobrevivir, mientras que se tratará de ahorrar en la medida de lo posible en previsión de tiempos peores. En cuanto a la inversión, los pocos emprendedores de que disponemos en el país se ven desanimados ante el riesgo creciente de que su negocio no prospere, y eso sin contar la poca o nula predisposición de los bancos a concederles crédito, preocupados como están de tapar sus propias vías de agua. De las exportaciones netas mejor nos olvidamos: España tiene históricamente un déficit en la balanza comercial, y el buen comportamiento del turismo el ejercicio anterior puede no ser más que un espejismo debido a la inseguridad en los destinos alternativos. Nos queda, pues, el gasto público, y ahí está el debate político actual. Una política fiscal expansiva de manual consiste en expandir esta variable para empujar la demanda. No olvidemos que esto fue precisamente lo que hizo el gobierno de Zapatero con medidas como el famoso plan E en enero de 2009, con una crisis recién estrenada. Aún recuerdo con estupor el frenesí de obras en muchos ayuntamientos que se dedicaron a cambiar rotondas de sitio y abrir zanjas para después taparlas, siguiendo las "enseñanzas" de Keynes. Así nos fue: la genial medida de política económica creó empleo a corto plazo que en ningún caso se consolidó, y dejó las arcas públicas con telarañas; y ya se sabe, de aquellos polvos... A día de hoy el fantasma de la crisis tiene abierto un nuevo frente, que no es otro que la deuda pública y, sobre todo, el déficit público que aumenta año tras año y nos obliga a emitir bonos en condiciones nada favorables para financiarlo. No estamos solos: tenemos a Portugal, Irlanda, Italia... ¡Grecia! Ahora vendría el refrán de las barbas del vecino. ¿Cuál es la prioridad, entonces, el empleo o el déficit? El paro es una sangría con tintes de tragedia, pero si se enciende la luz roja de la deuda impagable, la economía puede pegar un batacazo antológico, llevándose consigo el poco empleo que quede. El fantasma del corralito argentino está ahí, con su sábana blanca, y aún hay quien habla de utilizar el gasto público como motor, con la que está cayendo; Krugman, sin ir más lejos. Qué pena de ciencia, tomada por premios Nobel que sientan cátedra en un mundo azotado por la crisis. Y lo malo es que los experimentos hay que hacerlos con gaseosa. No parece que sea tiempo de experimentos, sino de medidas serias y firmes, donde todos los partidos políticos hagan piña. Será el mercado quien nos empuje fuera del hoyo, pero tampoco está de más dar un ayudita a este señor tan caprichoso, a ser posible tendiéndole la mano, no pisando su cabeza.

martes, 28 de febrero de 2012

De nubes y lluvias cibernéticas


Una nube se está cerniendo sobre nuestras cabezas hace ya varios años. Todo empezó con un charco que fue apareciendo en los hogares en forma de bytes, megabytes y gigabytes, hasta que llegó un momento en que, aupado por las tres w, el charco fue apuntando a los cielos en una especie de ascensión cibernética. Al principio la gente seguía confiando en los embalses de datos acumulados en discos duros, pen drives y DVDs, pero poco a poco fue descubriendo las ventajas de esa nube incipiente que cubría con su manto protector nuestras andanzas por los ordenadores del país. Más recientemente hemos logrado que la nube nos persiga, como en aquellas imágenes entrañables de la Pantera Rosa, y gracias a nuestros flamantes smartphones conseguimos hacer que llueva con un simple toque digital, inundándonos de datos, fotografías y programas que se han instalado en las alturas para liberar de espacio a nuestros dispositivos informáticos. La cosa ha ido a más, y hoy se alojan en la ubicua nube nuestros datos bancarios, incluidas las cifras que componen el saldo de nuestras cuentas corrientes, inversiones en bolsa, nóminas, recibos, préstamos y operaciones con las tarjetas de crédito. Los bancos han dejado de enviarnos recibos en papel, movidos por una sospechosa fiebre ecológica, y nos conectamos a la nube para realizar transferencias, comprobar saldos, abrir depósitos y autorizar operaciones. Nuestros ahorros están custodiados por una forma vaporosa, invisible, hecha de códigos binarios que podrían desaparecer en cualquier momento, porque... ¿qué sucedería si de repente la nube sufriera un apagón irreversible? ¿Dónde quedarían nuestros dineros, nuestras claves de Internet, nuestras fotografías y nuestros escritos destilados pacientemente en blogs como éste? Si la nube lloviera de forma torrencial el suelo quedaría inundado de impulsos electrónicos que se disolverían como azucarillos sin dejar huella. Nuestras hipotecas quedarían canceladas por falta de evidencia -¡bien!-, lo mismo que nuestros ahorros -¡glup!-. El escaso efectivo que guardáramos en casa sería un tesoro inestimable, el único medio de adquirir lo necesario para vivir. Los sinvergüenzas acaparadores de dinero negro serían los reyes, y los yernos de los reyes. La gente volvería a agarrarse a la tierra, que sólo entiende de nubes blancas y negras hechas de agua. La Economía volvería a ser una ciencia útil y simple, libre del lastre de las finanzas. La gente se dedicaría a producir cosas necesarias para vivir, y no bagatelas superfluas y esclavizadoras. Podríamos aprovechar los conocimientos acumulados durante siglos al servcio del bienestar, y si volviéramos a divisar esa nube nefasta en el horizonte romperíamos a martillazos todo el hardware imprescindible para que su contenido se condense en la tierra. La dejaríamos pasar como una mala pesadilla, perdiéndose en el espacio de los protones imposibles, del que nunca debió salir.

Hombres grandes y pequeños


El desprecio a los demás es un síntoma del desprecio a uno mismo: un desprecio a la inteligencia, a la verdadera inteligencia, que no está en las cifras de un coeficiente, ni en la potencia intelectual, ni en la habilidad para ganar dinero; ni siquiera en la facilidad para crear obras de arte menores, siempre menores, que para hacer arte verdadero hay que tener cualidades humanas; no mentales. La inteligencia no está en la mente, sino en el afecto, y el afecto no parte de las capacidades de una persona, sino de su predisposición para sentir, para reír, para llorar, para crear. Los "grandes hombres" nunca ríen, tan preocupados están de su grandeza. ¿Cuántas mentes preclaras son capaces de ponerse en el sitio del otro? Es muy común que vean en sus semejantes una prolongación de sí mismos; que les atribuyan ideas y pensamientos que no les pertenecen; que les oigan pero no les escuchen, pensando únicamente en contar sus logros, palabra inmunda donde las haya, cuando les llegue el turno. Moldean a conveniencia al otro yo y le niegan entidad, incapaces de ver más allá de sus propios alardes vanos.

Y contra toda esta inhumanidad los humildes poseen la risa, patrimonio de los que tienen el alma limpia y clara, de los que iluminan sus ojos cuando contemplan unos niños jugando, o una puesta de sol en el mar de septiembre con unos pescadores a contraluz. Eso vale más que todas los triunfos que un soberbio podrá acumular en cien vidas.

domingo, 26 de febrero de 2012

Apuntes (156): Ortega, Cela y Vitamina C


Algunas de las tesis de Ortega en La España invertebrada resultan disparatadas, rozando lo grotesco, como eso de que para que una sociedad progrese debe haber unos cuantos aristócratas seguidos dócilmente (sic) por el pueblo inferior. También da la matraca con la a su juicio lamentable falta de importancia de los hombres de letras y de ciencia en comparación con otros estamentos de la sociedad, como por ejemplo los políticos, o más aún si se les compara con sus pares franceses. Ahí se le llena la boca a don José: que si Mesié X. o madame Y. entraban en un salón y dejaban la escena en suspenso, prendido el aire con un aura de gloria. Se conoce que a nuestro insigne filósofo le hubiera gustado ser francés, y más viendo cómo se entretiene en sacar las vergüenzas a su patria. Lo que está por ver es la reacción de la alta sociedad francesa al verle franquear las puertas de uno de sus salones.

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Y Cela volvió a la Alcarria en un Rolls Royce, con choferesa negra y de largas piernas. Igualito que en el 46. Donde más se nota el cambio es en su prosa florida, juguetona, sembrada de palabras raras y resonantes. El escritor parco del primer viaje –especialmente desafortunados los poemillas esparcidos por el texto- me dejó con un regusto de escasez sintáctica propio de la posguerra, añorando a Azorín, y este “hombre maduro” que pretende ser un viejo verde y cachondo, a mí me da que era un farsante con mucha labia, eso sí, dueño de una prosa tocada por los dioses.

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Siempre se dice que en el campo las cosas se ven de otro modo, pero en realidad no es así: simplemente no se ven las cosas que nos sobran en la ciudad.

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Hablar mal de escritores consagrados tiene siempre una mezcla de sinceridad, atrevimiento y provocación.

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Llevo un par de meses comiendo cinco naranjas diarias, aproximadamente un kilogramo, que me sale por unos 35 céntimos. Contra la crisis, vitamina C.

jueves, 23 de febrero de 2012

Apuntes (155): Macías Pajas


Genial el robo que aparecía en prensa hace unos días: una mujer pegó un cambiazo a su cuñada, llevándose una hucha con mil ochocientos euros y dejando en su lugar otra vacía exactamente igual. Se descubrió el pastel porque la astuta ladrona ingresó en un banco un saco de monedas. ¡Cúñáaaaaaa!

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Cuando se pasa de escribir lo que se piensa a pensar lo que se escribe lo que era una afición se convierte en obligación o, peor aún, en obsesión.

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También está el recurso de escribir lo que te pasa, pero generalmente a un escritor no le pasa nunca nada, y las personas a las que les pasan muchas cosas suelen tener alergia a los libros (salvo algunos casos pintorescos como Conrad, Hemingway, Ezra Pound y gente de esa ralea).

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Lo confieso: de vez en cuando tecleo en google mi nombre y apellido. Qué pasa, ¿es que vosotros nunca os habéis hecho una macoca?

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Y esto de las pajas siempre me recuerda al inolvidable protagonista de Gomaespuma Macías Pajas, con el que tuve un emotivo encuentro en los principios de este blog.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Madrid, Las Vegas y Mefistófeles


Que la Economía tiene caminos inextricables, como la sabiduría, la fe y otros dones celestiales, es algo que a estas alturas no debe asustar a nadie. El último destello en este circo caprichoso ha deslumbrado a todos en el corazón del reino patrio, bajo la forma nada menos que de 200.000 empleos bien hermosos, con la que está cayendo, no ciertos, pero posibles. Sucede, y no creo que nadie, salvo los hipócritas de turno, puedan escandalizarse, que tamaño tinglado salvador se articula en torno al juego, esa actividad pecaminosa a la que tienen tanta afición todos los pueblos de la Tierra. El asunto merece una reflexión sobre los mecanismos del empleo: partimos de una situación en que 200.000 personas del entorno de Madrid están en el paro, y de repente, como por arte de birlibirloque, ¡zas! Se ponen a trabajar. Pero no en algo realmente productivo, en el sentido ortodoxo del término, sino para hacer circular el dinero de unas manos a otras en alas de la diosa fortuna. Así es la Economía, señores, todo consiste en dar el empujón; lo que se haga luego carece de importancia, aunque… ¿es eso del todo cierto? El promotor del proyecto, un multimillonario de nombre Adison, consciente del regalo que hace a los madrileños y, ya de camino, a sus políticos, pone unas condiciones dignas de estudio: en primer lugar, y como quien no quiere la cosa, pide que se le exima del cumplimiento de unas leyecillas de nada: entre otras cosas, pide que se permita fumar dentro de las instalaciones, que se modifique el Estatuto de los Trabajadores para tener una menor rigidez en la contratación, que se les permita traer trabajadores extranjeros más fácilmente, dos años de exención en el pago de Seguridad Social y demás impuestos, que el Ayuntamiento y la Comunidad les cedan el suelo público y se reubiquen las viviendas protegidas en otros lugares, o que se permita a ludópatas y menores entrar en los casinos.

Y claro, uno no puede más que pensar en Fausto y en las orejas de Mefistófeles.

martes, 21 de febrero de 2012

Ese peaso de ministro españó...

Como puede verse, nuestro ministro de Economía, Luis de Guindos, es clavaíto a Chiquito de la Calzada.


Dise que iba andando por la calle un fistro de ministro, que le disen Luis de Guindor que s'había caío de ahí mismo, y s'encuentra con un amigote periodista, que va y le suerta: - Hola, Lui, tú cómo ve la cosa, que yo lo veo más negro quer culo un gorila, y va Lui y le dise: - Tú ha escuchao a Mariano que vamo a tené un défisi der 6%, ¿no? Po un mojón pa é, con suerte nos queamo en el 8. Y te vi a desí má, porlagloriamimadre, pienso fichá a quien me dé la gana pa trabajá conmigo, lo mismo a un compare der profesó bacterio ese que se ríe con los diente, o una periodista der Paí, aquí entran los mejores, mecagonmismuerto, y que me echen si quieren a las niñata ésa estreñía, que saben meno de economía que Tarzán en Nuevayó. Y dise el amigote: - Jorrrrll, Lui: po va a durá meno que un basoka en la puerta un colegio.

De felicidad, hormigas y motocarros


En una época de crisis como la que vivimos se suele olvidar que la principal preocupación del hombre, el fin al que debemos dirigir nuestra vida, es la felicidad. Resulta obvio que la felicidad plena es incompatible con una situación de miseria en la que no se tengan cubiertas las necesidades básicas, pero si contamos con un mínimo de recursos está a nuestro alcance el ser felices. Todos hemos visto a personas que tienen mucho menos dinero que nosotros, que andan por el mundo ligeros de equipaje, y precisamente por eso tienen la ilusión dibujada en el rostro. Se ve muy bien en los niños: más reían y más jugaban los chavales que apenas tenían nada que los hijos de los ricos, siempre seriecitos con sus trajes limpios mirando cómo jugaban los demás. El problema es que ahora todos los niños tienen mucho, y desprecian los juguetes, luego pierden la ilusión, y con ella gran parte de la felicidad. De los adultos ni hablamos: en este mundo de mentira que nos hemos inventado en los últimos años donde comprarse un coche de lujo era tan fácil como conseguir un motocarro en los años 60 no cabe la felicidad, sino el ansia por consumir, por poseer, por ser más que los demás, cosa que nunca se va a lograr totalmente, y en cualquier caso sería una felicidad hueca, postiza, de menor ley que la del humilde campesino que cambiaba su mula por el flamante cachivache de tres ruedas. En este marco sólo tiene oportunidad de realizarse quien cuenta con una cultura amplia, un espíritu cultivado que le permita disfrutar de algo tan sencillo como un buen libro, o la contemplación de un amanecer detrás de las montañas. Para ése no hay crisis, mientras pueda seguir nutriendo su cuerpo, que del alma ya se encarga él. También serán felices los espíritus puros, no contaminados por el materialismo de nuestros días, pero de ésos van quedando pocos, ni siquiera en las zonas rurales.

Muchos filósofos y sociólogos dicen que nuestros esfuerzos vitales deben dirigirse a un fin elevado como puede ser la contribución al desarrollo de la sociedad, pero los hombres no son hormigas, sino seres independientes, cada uno con unas opiniones distintas sobre la vida, vertebrados históricamente en torno a la familia como unidad de cohesión y equilibrio interno. Es cierto que pertenecemos a una sociedad, pero ésta no debe ser sino el marco en que transcurre nuestra vida, un marco que debemos perfeccionar para estar cómodos en él, pero que en ningún caso ha de constituir el fin último de nuestros desvelos. No debemos olvidar que la felicidad está en nuestro interior, y también en nuestro entorno más cercano. Lo demás es pura contingencia; una contingencia necesaria, pero contingencia al fin y al cabo.

domingo, 19 de febrero de 2012

Hayek: Camino de servidumbre



He terminado de leer hace unos días el libro de Friedrich Hayek Camino de servidumbre (gracias, Tato). Me ha defraudado en cierto modo, pero por otro lado pocas veces he sacado tantas enseñanzas de un libro. Todo él gira en torno a la tesis de que los sistemas económicos de planificación central conducen, aparte de a una ineficiente distribución de los recursos, a la inevitable pérdida de las libertades. La proposición es atractiva, y en la época en que se escribió (1944) bastante novedosa. Por eso los liberales han hecho bandera de Hayek, con más fuerza incluso en el siglo XXI que en la época de la posguerra, donde reinaba el pensamiento de Keynes, por otro lado en absoluto incompatible con esta obra, que al fin y al cabo trata de Filosofía política. El problema que yo le veo al libro es la excesiva repetición de ideas: Hayek cae en numerosas ocasiones en la redundancia, expone un mismo planteamiento de mil maneras distintas, como si fuera necesario ese arsenal fraseológico para sostener una tesis que resulta meridianamente clara desde el inicio. Aunque esto quizá quite mérito al Hayek escritor, no lo hace al Hayek pensador, que da absolutamente en el clavo y desmonta en cuatro plumazos el mito del socialismo, de la bondad de la planificación central para la distribución equitativa de los recursos. Ya en las primeras páginas demuestra, con toda la contundencia que se puede aplicar a una cuestión sociológica, que el planificador, por muy buena voluntad que tenga, en ningún caso será capaz de resolver los múltiples problemas que se generan ante un número elevado de agentes económicos, cada uno con sus necesidades y opiniones concretas. Es más: cada decisión suya generará el descontento de una gran parte de la población, que se sentirá defraudada. Obviamente, en un mundo como éste, aparte de generarse una economía precaria las libertades brillarán por su ausencia, pues el plan exige disciplina, y la jerarquía entre los que deciden y los que sufren las decisiones será más marcada aún que en una economía capitalista entre el jefe y sus empleados. Hayek no hace distingos entre el comunismo, el socialismo y el fascismo. El mundo era testigo por entonces de los últimos coletazos del régimen nazi, donde la economía estaba tan planificada o más que en la Rusia de Stalin. Cuando todos los recursos de un país se ponen al servicio de algo, bien sea la nación, el ejército, la raza o la justicia social, por muy paradójico que parezca, la libertad muere sin remisión. Si el lector de esta obra extrae esta lección podrá compensar con creces el esfuerzo de su lectura, a pesar de lo farragosa que pueda resultar en ocasiones.

sábado, 18 de febrero de 2012

¡Es la libertad, estúpido!


Dicen que al finalizar la Primera Guerra Mundial los alemanes se sorprendieron de encontrar maquinillas de afeitar abandonadas en las trincheras inglesas. Para ellos eso era una prueba irrefutable de la depravación a la que había llegado el pueblo británico. Es sabido que durante el período de entreguerras los alemanes, heridos de muerte, se armaron hasta los dientes, y en su país floreció primero el socialismo y más tarde el fascismo, formas ambas de totalitarismo al fin y al cabo, al que los ciudadanos alemanes se ajustaron a la perfección, como engranajes de una máquina bien engrasada donde no importaba el individuo, sino una organización que alcanzaba todas las esferas de la vida.

Esas maquinillas de afeitar de la marca Gillette son todo un símbolo de la libertad, de unos hombres que luchaban hasta el límite de sus fuerzas para defenderse de un enemigo mortal, pero que a la vez pensaban en ellos mismos, y no sólo en la patria. Treinta años más tarde acudieron al frente los hijos de aquellos soldados en un mundo teñido de rojo y negro. Hasta Francia había vuelto grupas, y el mariscal Pétain, héroe de la Gran Guerra, vendió el alma francesa al diablo nazi con el beneplácito de buena parte de sus compatriotas. No olvidemos nunca que debemos gran parte de la libertad de la que hemos disfrutado hasta ahora a ingleses y norteamericanos, pueblos individualistas hasta la médula, liberales en el sentido amplio de la palabra, también el económico. Por eso, en estos tiempos inciertos no debemos dejar de usar esas maquinillas de afeitar. Habrá quien quiera que dejemos de afeitarnos, o que nos afeitemos todos a la vez y cuando nos lo digan, y este llamamiento se hará en nombre de la libertad, como ha sido siempre. Pero nosotros seguiremos rasurando nuestra barba, no desde las trincheras, que hoy se ven muy lejos, sino desde nuestras casas, desde nuestros trabajos o desde la calle, cuando allí nos haya arrojado el desempleo. Puede que sigamos indiferentes o que construyamos barricadas reclamando con fuerza lo que es nuestro, pero miraremos por nosotros mismos y los que tenemos más cerca, para así avanzar entre todos hacia un mundo más justo.

martes, 14 de febrero de 2012

Apuntes (154): Crisis mágica


Si la crisis hace que nos tengamos que esforzar por conseguir las cosas, entonces renacerá en el mundo la ilusión, y todo se encenderá a nuestro alrededor con una luz brillante, mágica, inalcanzable en su belleza cargada de promesas.

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Pero esa luz corre el peligro de apagarse, y sumirnos en las tinieblas.

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Los camiones que circulan por la noche parecen putiferios con ruedas.

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Una mente cultivada e inquieta es un regalo inapreciable, sobre todo porque nos permite esquivar el terrible aburrimiento.

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Hay que leer a Hayek con un ojo en Marx y otro en Keynes.

La justicia que queremos


El Estado de Derecho es una garantía, y también un complemento indispensable para la democracia. Podemos dar gracias a que vivimos amparados por unas leyes que hacen muy remota la posibilidad de un régimen totalitario, sea de izquierdas o de derechas, lo mismo da, donde el Estado se inmiscuya arbitrariamente en nuestras vidas y controle de modo absoluto la economía, que es la fuente de nuestra libertad. Pero ese Estado de Derecho tiene, cómo no, sus limitaciones e incluso sus peligros. Las leyes han evolucionado de modo apabullante, mientras que la justicia se ha quedado anclada, lastrada por su peso y por la inercia de siglos, con la venda igual de mal puesta que hace cien años. Esto ha dado como resultado que los delincuentes campen a sus anchas, amparándose en unos derechos que no encuentran su contrapartida en la eficacia del sistema judicial. La justicia está dirigida por manos tendenciosas, algo que no es nuevo, pero sí las ventajas que el nuevo Estado de Derecho concede a los criminales para actuar con impunidad. Por esto, y porque estamos en democracia y no hemos de temer asonadas, conviene corregir este estado de cosas, no vulnerando las leyes, por supuesto, ni haciendo que la justicia se aplique desigualmente, sino tratando de equilibrar la balanza, que en estos momentos se inclina abrumadoramente del lado de los malos. Y para ello hay que olvidar rencillas, intereses espurios y rabietas infantiles. Bastaría con que recordemos siempre cuál es el objetivo de la justicia, y pongamos todos los medios para alcanzarlo.

lunes, 13 de febrero de 2012

Apuntes (153): Sopor invernal


Es agotador el esfuerzo de dejar pasar las horas; parece que las llevamos a cuestas por el camino de la vida. Sin embargo, si conseguimos montarnos en ellas a horcajadas avanzamos más rápido y más felices, ligeros como un peregrino sin equipaje.

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Lo malo de leer las primeras obras de Cela es que se imagina uno al personaje, que cae gordo, al menos a mí. En Viaje a la Alcarria no he podido dejar de pensar en ese joven escritor de 30 años, con 40 kilos menos de como lo recordamos, seco, irónico, escritor del régimen franquista que camufla su nulo compromiso social con una ironía no exenta de mala fondinga.

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Las naranjas pasadas saben a flores.

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Con polémicas como la que ha desatado la sentencia del juez Garzón se pone de manifiesto lo dividido que está este país. Las posturas son irreconciliables, y se centran más en el odio o la idolatría del sujeto que en el fondo del asunto, que a fin de cuentas ya se ha ventilado en otras sentencias no tan llamativas.

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No sé por qué dicen que el frío es estimulante, si no hay nada que paralice más. A esto le llamo yo sopor invernal.

sábado, 11 de febrero de 2012

Gracias, señor Garzón



Gracias, señor Garzón, por combatir a los malnacidos de ETA y Batasuna, por arrestar a torturadores, por perseguir sin descanso la corrupción que asola nuestro país, por acabar con el narcotráfico que azotaba Galicia. Gracias por trabajar al servicio del bien, con aciertos y errores, como todos, pero con mil veces más resultados que los funcionarios apoltronados y envidiosos que le han juzgado. Usted ha hecho más por la justicia que todos los jueces que le han condenado, que pasan sus cómodas vidas enredados en resquicios legales, mientras que jueces como usted son los que abren procesos y condenan a los verdaderos culpables de que en esta España nuestra valga más la palabra de un delincuente que la de un ciudadano honrado. Gracias por hacer nuestro aire más respirable y más limpio. Gracias.

Y no se pierdan esta otra entrada al respecto.

viernes, 10 de febrero de 2012

Gana la banca


Qué gran verdad es ésta, tanto en la ruleta como en la economía nacional. La banca juega con ventaja: tiene las cartas trucadas, se asocia con los potentados, a los que quita un buen pellizco de las ganancias que han obtenido con sus negocios, y se ceba con la sufrida clase media, con los pequeños empresarios, con los millones de ciudadanos que necesitan de ella para comprar su vivienda, para financiar su coche o para tomarse unas vacaciones de lujo al reclamo de unos cómodos plazos que basan su comodidad en los muchos años que duran, sin que a nadie se le ocurra mirar eso que llaman TAE, ni saben qué significa.

Se suele argüir, y yo soy el primero en explicarlo así a mis alumnos, que el sistema bancario constituye un eslabón indispensable entre el ahorro y la inversión o el consumo, pues facilita el flujo del dinero, esa savia de la que se nutre la economía y sin la cuál sería imposible su funcionamiento. Con ser esto verdad, no lo es menos que existe un desequilibrio brutal, intolerable, entre los bancos y los ciudadanos. En primer lugar debido al tamaño: una empresa grande siempre impone sus condiciones y maneja una información privilegiada de la que no disponen sus clientes. El otro factor que contribuye a esta situación es la complejidad de los productos financieros, que ha ido en aumento en los últimos años: si ya es bastante complejo un préstamo, qué decir de los fondos de inversión, los SICAV y una multitud de productos cada vez más sofisticados colocados por la banca a sus clientes sin que éstos sepan realmente lo que compran, entre otras cosas porque tampoco lo entenderían si se les explicara. Cuando el cliente dispone de fondos, el taimado banquero le engatusa con un producto que, además de beneficiarle, interesará sobre todo al banco. Muchas veces, cuando el inversor quiere retirar su dinero se descubre el pastel, y se puede encontrar por ejemplo con que su dinero esté invertido en una renta perpetua, que podrá retirar digamos que en mil años. Si se trata de una operación de pasivo la cosa pinta peor, pues el cliente acude al banco temeroso pidiendo un préstamo hipotecario, y el banco se relame pensando en el negocio que hará (siempre que el cliente sea solvente, o que el préstamo interese por otros motivos, como pasó en los últimos años de bonanza económica). Quien esto escribe, economista por más señas, acudió hace años a una caja de ahorros a solicitar su primer préstamo hipotecario. En aquella época la mayoría de los préstamos se referenciaban al índice MIBOR, y un precio normal era, digamos, MIBOR + 1. Pues bien, el empleado que me atendió propuso referenciarlo a un índice distinto, el IRPH, y me ofreció un interés del IRPH + 0,75. Ante mi solicitud de que prefería el MIBOR me miró con ojos de asombro, diciendo que el diferencial que me ofrecía era mejor. Le tuve que explicar que como el IRPH partía de un nivel más alto, al final pagaba por lo menos un 1% más de interés. Entonces me sacó dos gráficos en los que se comparaba la evolución del MIBOR y el IRPH, diciendo que este último índice era mucho más estable, mientras que el MIBOR tenía "picos". Efectivamente: el IRPH era estable por abajo, y el MIBOR tenía picos altos. Salí de allí descorazonado y agradecido de mis nociones sobre finanzas, con la certeza de que de cada diez clientes timaba a nueve.

Se habla mucho de algunos fallos del capitalismo, como la crisis y la distribución de la renta, pero se olvida uno que a mi juicio es crucial: el desequilibrio entre las partes que negocian, y en este sentido el ejemplo de la banca es clarísimo. Puede que sea algo necesario, pero se antoja obsceno que entidades como la CAM o, en su tiempo, Banesto, hayan sido reflotadas utilizando fondos públicos (cuando son absorbidas por otras entidades, éstas reciben a cambio favores políticos más o menos inconfesables). Cualquier otra compañía caería por su propio peso. Es asombroso que en plena crisis todas las entidades bancarias sigan teniendo beneficio, auque sea "el 20% menos", cuántas empresas se contentarían con la mitad de eso.

La banca es poderosa, la banca sigue codeándose con el poder, la banca tiene alfombras rojas en los despachos de los magnates que la dirigen, y cuadros valorados en millones de euros colgados de las paredes. La banca es necesaria, y lo sabe, y por eso es impune. La banca siempre gana, y los pequeños usuarios que le dan de comer casi siempre pierden, y en tiempos de crisis como éstos quedan aplastados sin compasión ni remordimientos.

jueves, 9 de febrero de 2012

Mariposas


Aún me paran por la calle cuando vuelvo
de cualquier recado, las manos escondidas,
la cabeza baja.
- ¿De dónde vienes? Ya no te vemos
por el barrio, ni te acuerdas de nosotros.
Yo siempre les sonrío, pregunto
que cómo van las cosas, la familia,
y no les dejo hablar. Regreso
de mis ensoñaciones, y miento todo lo que puedo.
- Me ha alegrado verte, Juan, te veo bien.
Y yo no quiero escuchar lo que me dicen.
- A ver cuándo nos vemos, llámanos,
Pero ellos siguen su camino sin mirar atrás, dejándome
con mariposas en la boca.
Yo doy la vuelta y sigo andando, saco
las manos de dentro del abrigo,
y siento cómo tiemblan, otra vez.
Me cojo de tu brazo, aprieto fuerte,
y siguen temblando…

martes, 7 de febrero de 2012

Ese pedazo de libro



Hoy toca celebración, que no todos los días ve uno sus ocurrencias negro sobre blanco en un papel en condiciones, y no esa mariconada de TFT que hace daño a los ojos. Se trata de un grueso volumen que se lee de una cagada, dedicado con todo cariño a esos padres que pasan las noches en vela, incapaces de dormir mientras dejan llorar a sus bebés influidos por unos siniestros manuales conductistas. Yo propongo un método revolucionario, con una eficacia contrastada, y el que lo quiera saber que se compre el libro, me cago en los muertos de los piratas informáticos, como coja a uno lo meto en el trullo.

Como primicia, ofrezco aquí el aviso que aparece al comienzo del libro:

Este libro es políticamente incorrecto. Absténganse de leerlo aquellas personas que se la cogen con papel de fumar; los/las que son tan gilipollos/as que piensan que van a resolver el problema de la violencia doméstica duplicando el género de todas las palabras sospechosas de ser sexistas; l@s que son aún más gilipoll@s que l@s anterior@s y emplean la arrobita del internés para solucionar sus problemas sexuales; los que llaman a los negros personas de color y a los blancos les llaman blancos, como si pintando de colores a la gente se les tuviera más respeto; en definitiva, no pierdan el tiempo con mis consejos todos aquellos que se creen las cosas que dicen los políticos: no les voy a convencer; lo más que voy a lograr es enfadarles, y para eso siempre hay tiempo.
Y para terminar, last but not least, como dicen los ingleses, que son unos pedantes, no como yo, que escribo en el libro palabras como culo y coño, pero también soy bien nacido, y por eso mismo y porque lo siento, quiero agradecer y agradezco a Javier Sánchez Menéndez, presidente de la Fundación Ecoem entre otros menesteres emprendedores y creativos, la confianza que una vez más ha depositado en mí, no en vano es el quinto libro que me publica bajo este sello editorial. Los otros cuatro eran profesionales, pero éste me hace más ilusión, será por el histrión que se esconde detrás de mi rostro serio. ¡Muchas gracias, amigo!

lunes, 6 de febrero de 2012

Pickwick



He terminado de leer recientemente Los papeles de Pickwick, de Dickens, y una vez más me debo rendir ante el talento del novelista inglés, que a mi juicio no tiene parangón. Esta obra fue su primer gran éxito, y en ella recurre a un sentido del humor universal, tan actual hoy como en la época victoriana en que se escribió. Las andanzas de señor Pickwick y el resto de miembros de su selecto club son antológicas. En realidad no sucede gran cosa, pero el genio de Dickens convierte cualquier anécdota, cualquier peripecia, en una obra maestra de estilo y de humor. No hay que olvidar que los trabajos de Dickens aparecían por entregas semanales, e iban dirigidos a un público muy amplio, en absoluto selecto. Se trata de uno de los pocos casos en la historia de la literatura en que una obra de calidad fuera de lo común haya ido destinada a un gran número de lectores, y aquí se demuestra que el Arte, así con mayúsculas, no tiene por qué ser exclusivo, y que hay bastante de pose y de pedantería en muchos escritores, parapetados en una pretendida barrera cultural, que piensan que para que una obra sea buena debe ser difícil acceder a ella.

Dickens es un maestro en muchas cosas, pero destaca especialmente en el retrato de los personajes. Es asombrosa su capacidad para trazar en un par de líneas una serie de matices tan precisos que nos parece estar viendo al sujeto en cuestión, tratando con él y participando de su experiencia vital. En Los papeles de Pickwick hay un despliegue asombroso de tipos, y yo me quedaría, aparte de los miembros del club, con el "rascal" de Mr. Jingle, que usa un lenguaje peculiarísimo, con frases cortas de no más de tres o cuatro palabras, Joe, el niño gordinflón al servicio de Mr. Wardle, con una facilidad increíble para quedarse dormido en cualquier sitio, y sobre todo el inefable Mr. Weller, criado de Mr. Pickwick, junto a su padre Mr. Weller Senior. Otra de las habilidades de Dickens consiste en imitar el acento de sus personajes en función de su clase social. Aquí brilla su genio humorístico, llevado a su máxima expresión en esta obra. Cada intervención de los Weller es una invitación a la carcajada, pues nos llevan de la mano con sus filosofías llenas de sentido común expresadas en un lenguaje que nos hace reír por lo llano y real. Ofrezco a continuación una muestra, y hago notar lo importante que es leer en el idioma original, aun a riesgo de perder parte del sentido de la obra. En este caso se pierde, o al menos yo no sé darle, la variante dialectal empleada por Weller, no digamos ya la semejanza entre "vider" y "viser":

'You think so now,' said Mr. Weller, with the gravity of age, 'but you'll find that as you get vider, you'll get viser. Vidth and visdom, Sammy, alvays grows together.'

'Eso piensas ahora,' dijo Mr. Weller, con la gravedad que le daban sus años, 'pero llegará un momento en que aprendas que cuanto más grande sea tu panza más sabio serás. La gordura y la sabiduría, Sammy, siempre van de la mano.'
Grande entre los grandes Dickens, sin lugar a dudas.

sábado, 4 de febrero de 2012

Pureza



El viajero mira andar a las mulas, tirante el aparejo en la cuesta arriba, flojo y como descansado en la cuesta abajo. Las mulas andan moviendo las orejas a compás, haciendo sonar las campanillas de bronce del pretal. Martín llama pretal al collarejo.
—Esta se llama Catalana; el delantero se llama Pantalón.
Por Valdenoches, los picapedreros parten la piedra. Están negros como tizones y llevan un pañuelo debajo de la gorra para empapar el sudor. Trabajan despacio, rendidamente, y se defienden los ojos con un cuadradito de tela metálica, atado con unas cintas a la nuca.
Camilo José Cela: Viaje a la Alcarria
La crónica del viaje a la Alcarria de Cela data de 1946. Cada vez que leo descripciones de nuestro paisaje físico y humano de esta época, hasta los años 50 del siglo pasado, me entra añoranza de un tiempo que no he vivido sino en sus últimos suspiros. Un tiempo en que las máquinas no habían cambiado en nada la vida del hombre sencillo, que seguía arando la tierra con la ayuda de mulas y bueyes, compañeros inseparables durante milenios. Un tiempo en que la única manera de transportar mercancías era el empleo de carros de largas lanzas que circulaban a paso de tortuga por caminos polvorientos. Una vida en que las noticias llegaban con retraso de días, o incluso de meses, el tiempo que tardaban en cruzar el océano. Una vida rutinaria y monótona para la mayor parte del pueblo, que seguía aferrado a la tierra. La principal ocupación de las mujeres era lavar la ropa en la fuente o en el río, y así se les iban las horas, entre bromas y sudores, cuidando a los hijos, y al llegar a casa debían disponerlo todo para el marido que llegaba del campo con sus pantalones de pana y su camisa blanca abotonada hasta el cuello, oliendo a sudor honesto. Una vida que ninguno querríamos ahora para nosotros, acostumbrados al golpe antológico que ha dado el progreso a nuestros menesteres, rompiendo en unos años decenas de siglos de tradición, sufrimiento, miseria y pureza. Sobre todo, pureza.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Carta a una desconocida



Ya no sé qué más contarte, vida mía,
ni puedes tú decirme nada
que no hayas dicho todos estos años.
Ayer miraba el cielo, por la tarde,
y vi pasar una bandada
de pájaros sin nombre. Parecían
heraldos de las nubes.
Después, al regresar del campo,
quise beber en nuestra fuente,
y vi que el agua estaba viva: me contaba
historias milagrosas de hombres de otro tiempo.
Ahora estoy en casa, y ya no quiero hablar, por eso escribo.
No me tengas en cuenta los silencios, mira
que en cada instante habita una promesa.
Escucha el roce del papel mientras te pienso,
y ciérrame tus ojos,
ciérramelos despacio,
como yo los cierro en ti.