jueves, 31 de marzo de 2011

Apuntes (LXXXV): Un rato con los chupasangre

Aún siento un rescoldo de miedo cuando me pinchan para sacarme sangre, herencia de aquellos terrores infantiles de penicilina y estreptomicina con agujas esterilizadas a la llama en una especie de lata de sardinas donde el practicante vertía alcohol. Parece que lo estoy oliendo. Recuerdo con todo detalle la cara del practicante de mi barrio, canoso, adusto, con una sonrisa heladora que más que tranquilizarme me angustiaba. En una ocasión, tendría yo seis o siete años, salí huyendo despavorido escaleras abajo y me atraparon ya en la calle como a un conejo huyendo de la escopeta del cazador. También había en el barrio una practicante gorda, rubicunda, con aspecto bonachón y que siempre olía a cloroformo. Ella me resultaba aún más cruel, pues me ejecutaba igualmente pero con la sonrisa en la boca. Creo que se llamaba Loli, o Conchi, o algo así. Su cara es lo que no se me olvida. Tenía cierta amistad con mi madre, y cuando nos la encontrábamos por la calle se paraba a hablar con nosotros con gran espanto mío. Yo permanecía agazapado, receloso, y no respiraba hasta que la veía marchar ufana con sus andares de oca. Todavía tiemblo al recordar esas torturas que comenzaban cuando el médico, también amigo, también paternalista, me recetaba unas dosis de inyecciones, que se compraban en la farmacia y venían envueltas en una caja grande, casi lujosa, innumerables ampollas que prometían otros tantos gritos de dolor, alineadas como si fueran misiles que tenían como diana infalible mi pobre culito dolorido.

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Y ahora estoy aquí, en el centro de salud (no existe nombre más aséptico), aguardando a que me saquen sangre, y engaño mi miedo escribiendo en el diario.

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Los recuerdos de la infancia son de lo menos literario que existe, pero los adornamos tanto, los teñimos con una pátina de melancolía tan hermosa y entrañable, que se convierten en historias de aventuras o relatos líricos de los que somos los protagonistas.

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Panero, Gil de Biedma, Foxá... poetas marcados por la sombra fascista, por el sino político de su patria, como lo fueron Alberti, Cernuda o, de manera póstuma, Lorca y Miguel Hernández. Poesía impura por comprometida, o eso dicen quienes no los leen. Alma desnuda, como todos. Vida, amor, belleza y dolor. Poesía limpia que se mira en el espejo de Juan Ramón.

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Al escribir en el cuaderno quedan los tachones como testigo del trabajo literario; se ve el armazón del texto. En el ordenador, sin embargo, lo borrado desaparece; todo es inmaculado; se ve únicamente el resultado, como los pasteles de un obrador expuestos en el mostrador, mientras detrás de la puerta cerrada se perciben apenas los sudores exhalados en una madrugada de trabajo duro y noble.

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Ya me han pinchado, y yo aquí como un tonto contándolo en el diario. Entré con aprensión, extendí el brazo izquierdo, me palparon un rato y me dijeron que me descubriera el derecho. Nada. Consulta con la otra enfermera; parece que hoy mis venas no están precisamente rebosantes. Encuentran una pequeñita y me dicen, ante mi horror, que lo van a intentar. Trato de bromear, y les digo que anden con cuidado no vayan a ensartarme la vena. Me miran con lástima. Aprieto los dientes, cierro los ojos y el puño y siento, más que un pinchazo, una desagradable y dolorosa invasión en mi antebrazo. Esparadrapazo. Ya está. Me despido, un poco avergonzado pero contento, no de mi gallardía, sino de que todo ha terminado.

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Sí que ha cundido mi periplo vampiresco. Me alegro mucho de haber traído el cuaderno. No se hubiera perdido nada para la posteridad, así entendida como algo homérico, pero sí para mi posteridad y la de mi diario.

miércoles, 30 de marzo de 2011

Apuntes (LXXXIV): De neologismos


Ni duele ya, ni volverá a doler. Una continua inquietud, un desasosiego insano que carcome el ánima. Un agujero incómodo que vacía el aire y lo corrompe.


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Lluvia fina, niebla y melancolía evocan siempre la eterna letanía verleniana, como decía Sawa.

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Me gusta inventarme nuevas palabras, neologismos, para decirlo en fino, y seguro que muchos puristas pondrán peros a esta inofensiva afición, a lo que respondo: 1. Los elijo a conciencia, pensándome bien cada letra. 2. El cuaderno es mío, y hago lo que quiero. 3. Me hace ilusión.

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Si yo fuera un neologismo me sentaría como un tiro que los señores académicos me incluyeran en el diccionario de la RAE. Sería algo así como la primera vez que me hablaron de usted al ir a comprar el periódico... o mucho peor, como cuando llega el momento en que una mujer joven se levanta para cederte su asiento en el autobús.

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Nunca entenderé el interés que tiene contemplar una obra durante horas a través de la malla verde que proteje el recinto.

martes, 29 de marzo de 2011

Apocalypse Soon (no indicado para aprensivos)


La gráfica de arriba recoge el crecimiento de la población mundial en los últimos ocho mil años, una fracción muy pequeña del tiempo que llevamos habitando la Tierra, y apenas un suspiro entrecortado desde que el big hizo bang. Como se puede apreciar, hasta aproximadamente el año 1800 el crecimiento fue lentísimo. La revolución industrial lo aceleró considerablemente hasta mediados del siglo XX, pero en los últimos años el crecimiento ha sido vertiginoso, una rampa casi vertical, lo nunca visto, ni en las subidas más espectaculares de las bolsas de valores. La gráfica es impactante, y la lección que se ha aprendido al estudiar este tipo de gráficas, independientemente de lo que midan, es clara e infalible: un crecimiento de ese calibre es insostenible; todo lo que sube baja, antes o después, y si es fuerte la subida más dramática será la caída. Sería vano jugar a futurólogos, pero es claro que en relativamente pocos años vamos a asistir a un caos poblacional, que se traducirá en caídas bruscas, posibles repuntes; incluso, por qué no, en el fin de nuestra especie. El viejo Malthus tenía razón: hemos roto el orden natural con nuestra audacia técnica, con nuestro disfraz de superhombres.

No es que me haga ilusión dar estas noticias, pero la estadística no miente, aunque sea por una burda aproximación que predice el final pero no el camino. No nos debe quitar el sueño, pero tampoco sirve de nada engañarnos. No viviremos para verlo, y espero y deseo que nuestros hijos tampoco.

Nota para el optimismo: Al fin y al cabo, ¿qué diferencia hay entre el fin de nuestra raza y la muerte individual? Polvo somos, y, quién sabe, también espíritu inmortal.

This is war! - C'est la guerre!

Apuntes (LXXXIII): Ilusiones perdidas


Redacto estos apuntes directamente en el ordenador, más por pereza que por otra cosa. Fuera el agua cae con rabia, golpeando el techo del patio como si estuviera llamando para entrar en casa, en esta casa nueva que es ahora mi refugio y mi prisión, penumbra entreabierta a ese mundo amable, incierto y cruel, insensible al paso trémulo de las ilusiones perdidas.

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Hay dos tipos de personas: las que hablan mucho de sí mismas y las que escuchan a las que hablan mucho de sí mismas.

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Madame Monet sostiene el parasol envuelta en la ventisca imaginada por su esposo, mientras su hijo emerge del verdor como un querubín de mejillas sonrosadas. Posan ambos para la gloria postrera de museos congelados en su asepsia, construidos con millones de monedas de oro, incapaces de conservar el arte enterrado en el jardín de Giverny.

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Nos equivocamos al tratar de ganar a otros para nuestra causa, precisamente porque la causa es nuestra, y no de ellos.

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Resulta extraño y en cierto modo inquietante conocer en persona a aquéllos a los que se ha leído, y con los que únicamente se ha mantenido un breve contacto epistolar.


Imagen superior: Claude Monet. Mujer con sombrilla. 1875

lunes, 28 de marzo de 2011

Apuntes (LXXXII): Miedo del tiempo


El miedo te va minando por dentro; destruye tu autoestima y aniquila la felicidad. Es el sentimiento más ominoso que puede albergar un hombre, y difícil de apartar.


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Por muy tolerante que crea uno ser, siempre existe un componente visceral, un rechazo irracional a ciertas personas o instituciones. Yo diría que existe un gen de la intolerancia, que cuando se desarrolla en exceso conduce a problemas como el racismo, el fundamentalismo religioso o el anticlericalismo militante.

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El otro día Gonzalo estaba quejoso, doliéndose del brazito. Lola le cambió la venda a la hora del baño y se puso contentísimo, como si se le hubiera puesto un brazo nuevo. Los niños pequeños encuentran la felicidad primaria, ésa que nos está vedada a los adultos, que debemos inventarnos a cada instante las más extrañas formas de felicidad, generalmente caras y superficiales.

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Ignacio tiene los ojos grandes y expresivos, y sólo necesita que le escuchen y le mimen. Si lo haces, es el niño más dulce del mundo.

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La clave es disponer tú del tiempo, y no que el tiempo disponga de ti.


Imagen superior: Pablo Picasso. Guernica (detalle). 1937

domingo, 27 de marzo de 2011

Jolie de couleur


- Elle est jolie?


- Très-jolie, de couleur surtout; on dirait qu'elle se débarbouille le matin avec la palette de Watteau.


- ¿Es guapa?

- Muy guapa, sobre todo de color; se diría que se lava la cara por las mañanas con la paleta de Watteau.

Diálogo del libro Scènes de la vie de Bohème, de Henri Murger.

Imagen superior: Nymphe de Fontaine. Jean Antoine Watteau. ca. 1717-18

viernes, 25 de marzo de 2011

De sectas: Un nuevo amanecer


Está tan arraigado en España el gregarismo que somos capaces de crear una secta de adoradores de la cerveza, y no ando muy desencaminado, pues aquí en mi tierra más de uno mataría por defender a la Cruzcampo ante los ataques de cervezas foráneas, sin saber que esta marca ya no pertenece a Sevilla ni a España, y encima han puesto a dieta al pobre de Gambrinus para ponerse a tono con estos tiempos modernos en que los gorditos no son bien vistos, ni siquiera si su barriga es cervecera. Esto de las sectas tiene su miga; en primer lugar está su definición: el diccionario de la RAE decepciona en este caso, pues las identifica con una doctrina religiosa más o menos diferenciada. No creo que a un protestante, por poner sólo un ejemplo, le agrade que le digan que pertenece a una secta. La Academia no incluye en su definición el claro carácter peyorativo que tiene este término. Creo que todos sabemos de lo que estamos hablando cuando nos referimos a una secta: se considera como algo dañino, donde han "lavado el cerebro" a sus miembros, que siguen de modo automático las consignas dadas por su líder o por su doctrina, y hacen del proselitismo una de sus principales misiones, pues las sectas tienen vocación de universalidad: su doctrina es la única verdadera, y es preciso hacer salir de su error a los partidarios de otras facciones.

La mayoría de las sectas son de origen religioso; algunas de ellas derivan de una doctrina principal, como por ejemplo de la religión cristiana o musulmana, y hacen interpretaciones distintas, apartándose de la ortodoxia y creando nuevas religiones, como pueden ser los mormones o los testigos de Jehová, aunque volvemos al mismo problema terminológico: no creo que a un mormón norteamericano de los que recorren España para captar adeptos le agrade saber que su religión es considerada una secta. El mismo derecho tiene él a considerar una secta al catolicismo. También existen sectas en el seno de una religión, que tienen sus propias pautas de comportamiento sin salirse de la doctrina oficial. Se me ocurren al menos dos de ellas dentro del catolicismo, y de nuevo hay que tener mucho cuidado con el uso que se hace de la palabra, que puede ofender a sus miembros. Hace poco leía a Trapiello en uno de sus diarios cómo fue invitado a dar una conferencia a una universidad privada, y al contar su experiencia hablaba de que le recibieron los de "la secta", término impecable con el DRAE en la mano, pero con su puntito (o su puntazo) de mala leche, dada la organización de que se trataba.

Un sectario nunca reconocerá que pertenece a una secta, pues considera su doctrina como la única realmente válida. Así pues, cabe otorgar al resto de la sociedad la facultad para determinar qué organizaciones son sectas y cuáles no. Como se trata de un asunto muy espinoso, prefiero no entrar en detalles sobre las sectas que yo detecto en el panorama civil y religioso; supongo que una secta se nombra por aclamación, aunque tampoco las mayorías tienen que estar en lo cierto. Se suele decir que los miembros de una secta tienen una venda en los ojos, unas orejeras como las de los burros que sólo les hacen mirar en una dirección, sin usar el razonamiento más allá de los límites de su credo. Hay que respetarlo; no me importa cruzarme con androides programados para creer, siempre que me respeten a mí, y ahí está precisamente el problema de las sectas: el fanatismo, que en ocasiones hace uso de la violencia, como se observa en muchas sectas nacidas del islam, ahora y antiguamente, como por ejemplo la famosa secta de los Asesinos, fundada en el siglo XI.

Por supuesto, también hay sectas fuera del ámbito religioso, y algunas son de lo más curioso. Siempre según mi opinión, veo claramente una secta en los seguidores de la empresa informática Apple, que comercializa los productos Macintosh. Son una legión en aumento, que hace cola días antes de que salga al mercado la última versión del i-phone o el i-pad, y no atienden a razones cuando se les asegura que otros productos pueden ser tan buenos o mejores que los suyos. El icono de la manzanita es sagrado, y pobre del que ose vilipendiarlo. Otra secta bastante simpática es la del robot de cocina Thermomix. En este caso tienen hasta una estructura piramidal, muy típica en las sectas, de modo que se organizan reuniones de mujeres donde una de ellas hace una demostración del aparato, deslumbrando a sus amigas, que a su vez se convierten en fuentes de captación de nuevas acólitas. Ponen en marcha toda una parafernalia para adorar al dios Thermomix, con sus páginas web, foros, convivencias... no hay más que ver la portada del cuaderno que entregan con la compra del aparato, en la imagen superior: una Thermomix flotando en un cielo anaranjado, como el sol que todo lo alumbra en ese "nuevo amanecer" que experimentarán las afortunadas compradoras.

Existen muchas más sectas de este tipo, aparentemente inofensivas, pero que condicionan nuestra vida más de lo que creemos. Yo animo desde aquí a que me digáis algunas más, a ver si entre todos podemos construir un diccionario de sectas, al que daremos un carácter anónimo, para evitar ataques de los fanáticos.

jueves, 24 de marzo de 2011

Apuntes (LXXXI): Desorden en el diario


Hay personas que están tan centradas en sí mismas, en su valía, en su originalidad e independencia, que necesitan imperiosamente a los demás.


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El desorden es objetivamente malo para el ser humano, por mucho que digan los desordenados para autoengañarse. La paz interior que proporciona una mesa de trabajo despejada, una cama bien hecha y un cuarto bien arreglado proporciona unos beneficios inestimables; incluso diría que favorecen la consecución de la madurez. Yo reconozco que soy un auténtico desastre, pero últimamente, tras mucho reflexionar he descubierto las dos recetas mágicas para lograr el orden: 1. Buscar un sitio para cada cosa; 2. Procurar colocar cada cosa en su sitio en el mismo momento en que la dejamos de usar. Ya sólo me queda poner en práctica mi remedio; no creo que sea tan difícil, con un poco de disciplina -¿dónde venderán ese mejunje-?

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Dentro de poco no habrá en casa pañales, ni chupetes, ni carritos, ni cambiadores. Seguro que somos tan tontos que echaremos de menos todos esos chismes.

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No me cuesta agarrarme a un argumento para escribir, o más bien ponerme a escribir y ver cómo el argumento se va desplegando milagrosamente por delante de mi pluma, y alcanzo pronto velocidad de crucero relatando historias y dando vida a personajes. Sin embargo, casi nunca lo hago; prefiero centrarme en este diario incierto que avanza a trompicones sin rumbo, sin principio, sin final.

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Mi diccionario andurrialero ha recibido una visita desde Islandia. Voy a tener que emular a Arias Montano, y hacer una biblia políglota pagana y andurrialense.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Trapielleando

Llevo un tiempo metiéndome mucho con Trapiello, pero en realidad es de boquilla; estoy enganchado a sus diarios, que escribe con un estilo desenfadado y muchas veces cáustico. Casi siempre habla de su relación con la literatura, con editores, con otros autores... (¿de qué iba a escribir si no, él que confiesa trabajar dieciséis horas diarias?). No deja títere con cabeza. Aunque de vez en cuando hay palabras amables para algunos de los que se cruzan en su camino, casi siempre les dedica párrafos cargados de veneno. Me pregunto qué sentirán los retratados cuando lean el diario, unos años después del suceso que se relata. Algunos son encuentros muy esporádicos, por ejemplo con el propietario de un negocio que no le trató con la consideración debida a su plebeya excelsitud, con el señor de Baeza que ha consagrado su vida a reproducir a escala pétrea los monumentos de su ciudad o con unos operarios municipales a los que ofreció sin éxito diez mil pesetas si trepaban a un árbol para cortarle una flor de magnolio (también habla de que su quehacer literario es "pobrete", por lo que a uno le sorprende tamaña magnanimidad). Uno piensa que a más de uno le entrarán ganas de estrangularle, por muchas iniciales que ponga para camuflar sus víctimas, porque ésa es otra, utiliza unas letras supuestamente misteriosas y después da pelos y señales del retratado. Por ejemplo, pone a parir sin piedad a un tal O.P., dice que es mejicano, que recibió el Nobel y que ha creado un estilo octaviopacístico. Y así con muchos personajes, a los que somete a tortura diarística con efectos retardados, recreándose no sólo en sus defectos literarios, sino también cebándose en detalles personales como lo gordos que están o el dinero que gastan en antidepresivos. Uno, qué quieren que les diga, se lo pasa pipa leyendo estas lindezas, y tratando de adivinar, wikipedia en mano, quién se esconde detrás de cada inicial, eso sí, todo con un estilo impecable (dejando aparte la abundancia de unos), pero también siente uno cierta tristeza ante el muestrario de miserias desplegado, que confirma la podredumbre del gremio de los que enarbolan la pluma, los que critican a los plumíferos y los que consagran sus dineros a revestir de celulosa las ocurrencias del personal. Y uno tiene la certidumbre de que el autor de estos diarios no es ajeno, ni mucho menos, a tanta purulencia. Ante este panorama, uno no siente demasiados remordimientos al dedicar al ínclito escritor leonés estas humildes entradas, fruto (y no es coña) de la admiración de uno por su obra.

Setas indigestas


Por si alguien no lo sabe, en Sevilla están terminando de instalar una especie de setas mastodónticas y ultramodernas en pleno centro histórico, junto a edificios centenarios. Esto podría ser más o menos discutible, con un debate entre los mal llamados vanguardistas y los bien llamados rancios sevillanos, pero cuando conocemos el coste de los puñeteros honguitos, con un presupuesto inicial de cincuenta millones de euros que se ha multiplicado por dos por arte de birlibirloque ("imprevistos", le llaman nuestros amados políticos municipales), hasta la bonita cifra de cien millones de leuritos, ya no hay debate que valga. No hay más que comparar el pretendido "valor añadido" de esta obra para la ciudad con su coste de construcción más el de mantenimiento de tamaño engendro, que como es tan moderno requerirá unos cuidados propios de cirujanos plásticos. A todo esto hay que sumar la lamentable situación de muchos servicios públicos indispensables para los ciudadanos, así como el creciente desempleo causado por la crisis. Las setas de la Encarnación no son otra cosa que un monumento a la obscenidad, a la incompetencia y a la impunidad de unos mandamases públicos que gastan el dinero de los sevillanos en algo que sólo beneficia a la empresa constructora y al ultralaureado arquitecto alemán que las diseñó, que el pobrecito no tiene para comer.

P.S. Digo yo que alguien se llevará algún regalo calentito (y no churros, precisamente), pues son muchas manos las que se encargan de contratar tantos detalles de una obra como ésta. Con el manejo de cien millones de euros habrá algunos leaks, que goterán lentamente en las relucientes calvas de los munícipes. Que baje Julian Assange y lo vea.


P.P.S. Se me olvidaba: los políticos están gastándose un pastón en turnos dobles y horas extraordinarias para inaugurar las setas justo el día que marca como límite la ley electoral. Eso sí, después continuarán las obras durante al menos tres meses.

martes, 22 de marzo de 2011

Apuntes (LXXX): ¿Crisis?



Me resultan graciosas, por lo patéticas, las declaraciones de mucha gente famosa y adinerada, del tipo de "... En estos tiempos duros de crisis nos toca apretarnos el cinturón", como si la crisis fuera con ellos. Y cuando esta declaración la hacen los gerifaltes de la confederación de empresarios españoles desde sus butacones de cuero y fumándose un veguero ya es que me mondo. Y cuando es Emilio Botín quien lo dice, que lo hace mucho, me da tal ataque de risa que temo por mi vida.

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Cuando un religioso comete un delito que atenta contra la ética más cercana a su credo, como por ejemplo una comunidad de monjas que atesora cientos de miles de euros debajo de una losa del patio de la clausura (el delito es presunto y doble: manejo de dinero negro -se atenta contra la ley- y atesoramiento -se atenta contra la ética cristiana-), se le señala con el dedo mucho más que si se tratara de un delincuente común, lo que por lo general levanta airadas protestas entre los fieles de esa religión. Una reacción lógica, la primera, y poco justificable, la segunda.

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El libro de Murger Scènes de la vie de Bohème es ameno y, a ratos, ingenioso. No parece escrito hace casi doscientos años. Su lenguaje es actual y las situaciones que narra podrían darse hoy en día, salvando las diferencias en las costumbres. Lo mismo sucede, ahora que lo pienso, con el Lazarillo de Tormes. Y es que la picaresca es inmutable e inmortal.

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No recuerdo la última vez que reí a carcajadas.

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Ayer por la mañana, amago de tragedia. Gonzalo dio un manotazo a la cafetera grande recién hecha y le cayó encima todo el café hirviente, gracias a Dios no en la cara, sino en el brazo. Salimos corriendo hacia el hospital, y la quemadura, como sospechábamos, era importante. Le curaron, y el pobrecito no se quejó en todo el tiempo. A mí se me cortó el cuerpo viendo su bracito en carne viva y las ampollas en la mano. Habrá que hacerle sus curas y no dejar que le dé el sol en el brazo durante un año. Doy gracias; podía haber sido peor.

lunes, 21 de marzo de 2011

Un calvo


Aprovechando que hablaba ayer de la calvicie, quiero dejar hoy un calvo bien grande al que me lea y se dé por aludido. Me explico: pocas cosas me molestan en este mundo, y ésta que cuento no es la mayor, pero sí curiosa y hasta divertida. Se trata de que por muchas cosas que uno haga, siempre me consideran un principiante, y soy contemplado con desdén, con las narices apuntando hacia arriba, por las glorias nacionales que cultivan las artes que yo oso atacar. Uno se considera una persona polifacética, no como Trapiello, que sólo sabe escribir, y esa pretendida virtud juega en cierto modo en mi contra, pues no me he dedicado a fondo a ninguna actividad. Así, por ejemplo, en mi faceta profesional de economista tengo buen expediente académico, saqué las oposiciones de instituto y también trabajo como profesor asociado de universidad. Además, tengo publicados varios libros de texto y divulgativos (como verán, aprovecho para tirarme un buen pegote). Pues bien, todo ello no me otorga mucho prestigio: mis colegas universitarios me ningunean por ser profesor de instituto, y los escritores sobre temas de Economía, bien en el ámbito académico o el profesional, miran con displicencia mis publicaciones, por estar dirigidas a principiantes. Otro ejemplo: hace unos quince años ingresé en un coro polifónico y, gracias a mi afición por la música, aprendí rápido y tomé clases de canto. Al año de comenzar llegué a cantar en dos ocasiones con el coro del Teatro de la Maestranza de Sevilla, una de ellas la maravillosa Sinfonía nº 2 de Mahler, Auferstehung. También acudí dos veranos consecutivos a un curso especializado en música antigua en la ciudad de Daroca (para este último párrafo se puede aplicar aquello del Pisuerga y Valladolid y tal...). El ambiente en esos cursos era irrespirable; estaba rodeado de bachitos, haendelitos y palestrinitos, que además de componer tocaban todos la viola da gamba, el sacabuche, el corneto y la trompeta de sus muertos renacentistas. Ni me miraban a la cara, los tíos. Continuando mi periplo artístico, me dio hace poco por escribir, pero no de Economía, sino mariconadas literarias como poemas y prositas anenazadas, para lo que me abrí este blog, y sois todos testigos. Bueno, pues aunque no me lo dicen, los escritores "de verdad", y la verdad en literatura está hecha de celulosa, me tienen por un arribista, y yo les diría que sí, que bien arriba he llegado. ¿Pero qué se habrá creído éste, que empezó a escribir antes de ayer? ¡Y tiene la desfachatez de llevar un diario infulado! ¡Y se inventa palabras, como infulado! ¡Y cita a Pessoa! A mí, por decirlo finamente, todo esto mayormente me la súa, pero no deja de ser curioso como fenómeno costumbrista, como testimonio del carácter del artista celtíbero, agarrado al terruño, practicante del nacionalismo literario más galopante, por detrás y por delante (es lo que tiene ser poeta...).

Podría poner más ejemplos de actividades que he acometido con entusiasmo para toparme con las miradas furibundas de sus maestros: ajedrez (los ajedrecistas son para darles de comer aparte, un día escribiré una entrada), tenis, y algunas más que se han perdido en mi memoria de aficionado. Hoy quiero dedicar a todos estos monstruos de sabiduría, a estos cancerberos del Parnaso, un pedazo de calvo, y como me da vergüenza hacerme una foto le cedo el placer a Bart Simpson, uno de mis héroes más admirados.

domingo, 20 de marzo de 2011

Apuntes (LXXIX): Calvicie trascendente


Decididamente, nacemos con el chip que valora la importancia de las cosas totalmente desconfigurado de fábrica. Se le estropea a uno el coche y se nos viene el mundo abajo; se viene el mundo abajo de verdad y nos apresuramos a coger sitio frente al televisor con un paquete gigante de palomitas.


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Claro que todo eso tiene una explicación muy sencilla: la intensidad con que nos afecta un suceso es directamente proporcional a su cercanía a nosotros, e independiente a su importancia objetiva. Así está el chip, así nos luce el pelo, así va el mundo.

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Y hablando de pelos lucientes e importancias relativas, nunca he entendido esa obsesión de los humanos por el pelo; debe de ser una especie de fuerza ancestral que nos hace desear volver a nuestros orígenes simiescos. Yo, que no me caracterizo precisamente por lucir lanas, tan sólo le veo ventajas a mi escasez capilar. Ya de por sí tengo poco pelo, pero hago todo lo posible por llevarlo muy corto. Me ahorro varios minutos al día en peinarme; también tardo menos en la ducha lavándome la cabeza, además del consiguiente ahorro en champú; los piojos huyen despavoridos ante el panorama desolado de mi cráneo; las sábanas amanecen libres de esos molestos pelillos que no salen ni con un centrifugado ultrarrápido; no padezco depresiones por unas entradas de más o de menos, como tantos adonis y apolos de pacotilla; me evito el trance ridículo de dejarme un manojo de pelánganos a un lado y pasarlos airosamente hacia el otro a la manera anasagástica; y, lo mejor de todo, mi autoestima sube una barbaridad al ver a tanta gente agobiada por su pelo, cuando a mí me importa un pimiento; me hago la ilusión de que yo soy más listo que ellos.

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Y, después de todo, al final tos calvos...

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Escribo apuntes intrascendentes tratando de engañar mi sentido trascendente de la vida, del que no puedo escapar aunque emplee toda la ironía del mundo y vuelva las cosas del revés. El mejor antídoto contra el existencialismo no es el humor, sino la risa espontánea, pero esa medicina no se receta, ni se compra en ningún sitio.

sábado, 19 de marzo de 2011

Augen


Nunca oí una palabra de su boca. Ella sólo me miraba con esos ojos del color de la miel, y yo no podía apartar la mirada. Trataba de huir, buscaba el cielo, las montañas, los pájaros que revoloteaban por encima de nuestras cabezas, pero siempre volvía a esos dos agujeros negros que me querían tragar. Yo le hablaba mucho, le decía que me contara cosas de su vida, que me dijera al menos su nombre, que ni siquiera eso sabía después de tanto tiempo como pasábamos juntos, y sus ojos eran los que me respondían, cambiando ligeramente la tonalidad, del oro al verde pasando por todos los matices que pueden salir de la paleta de un artista celestial, y también me hablaba con el brillo de sus pupilas, que se encendían y apagaban con una velocidad asombrosa, y despedían chiribitas que me hacían cosquillas en los labios. Un día me la encontré llorando, y cuando le alcé la cara por ver qué le pasaba, la pena de su mirada me atravesó el corazón como si fuera un puñal afilado y hermoso. A la mañana siguiente ya no estaba allí, y la busque en vano por la casa, por el pueblo, por los montes. Nadie la había visto. Ya no la busco, sé que es inútil, ella es invisible como un hada. Sueño con sus ojos todas las noches, y por la mañana lloro como un niño al recordar su ausencia.

viernes, 18 de marzo de 2011

Apuntes (LXXVIII): Novillos mercuriales



Hace ya mucho tiempo que me entero de las noticias por los periódicos digitales. El otro día cogí con ganas en una cafetería un periódico de papel para leerlo a conciencia, y disfruté realmente de su lectura, a pesar de que cuando llegué a las páginas deportivas me di cuenta de que se trataba de un ejemplar del día anterior .

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Lo de las musas y la inspiración es verdad, pero si hay que escribir un poema, se escribe.

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La modestia sólo es falsa cuando la exhibe un necio.

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Leyendo a Trapiello ayer por la noche he asistido a las riñas de gallos entre escritores y críticos que tienen lugar en el ruedo patrio. Se despliega todo un muestrario de puñaladas traperas, ofensas, egoístas insufribles, ajustes de cuentas y cuitas patéticas que ocupan buena parte del tiempo de los escritores, incluido el antes citado. Mucho predicar que el arte está por encima de las miserias humanas para caer en el mismo defecto que se critica. No es un asunto nuevo, desde luego; no hay más que recordar a Quevedo y a Góngora, pero no por ello deja de ser lamentable que se malgaste de ese modo el talento. Está visto que el gusano de la vanidad contamina a las mentes más preclaras. Por mi parte, me agrada leer a los escritores que están por encima del bien y del mal o, al menos, que se toman con humor los inevitables ataques de los envidiosos. Es un espejo donde me gusta mirarme.

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Ayer no acudí a la tertulia de los Mercuriales y hasta siento remordimientos. Sentía por la noche un extraño cosquilleo en el estómago, como si alguien se estuviera acordando de mí para bien o para mal. Ha habido buenos momentos esta semana en el chat que formamos en el correo electrónico, y me hubiera gustado reírme en compañía.

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El tema propuesto para la tertulia de ayer era el humor en la literatura, y la causa de que éste tuviera mala fama y fuera algunas veces denostado. Yo tengo mi teoría al respecto: el sentido del humor es una virtud escasa, y los críticos literarios no suelen estar adornados por ella. Es sabido que los hombres poco inteligentes desprecian los dones que ellos no poseen, luego es frecuente encontrar críticas adversas sobre libros inteligentes escritos con sentido del humor, a los que tachan de frívolos e intrascendentes. Yo mismo he sufrido una crítica de estas características a mi libro Blogueína en una revista de prestigio, donde se hablaba de la "sal gorda" que vierto en mis páginas del blog. Se presta especial atención a las entradas donde me río hasta de mi sombra usando a veces un lenguaje soez, pasando por alto otras entradas reflexivas de contenido profundo. He comprobado que si uno (¡hola, Trapiello!) escribe de forma desenfadada aparecen como fieras los eruditos intransigentes para revelarme como un escritor mediocre con injustificables concesiones a la galería. De lo que no se dan cuenta es de que no es tan sencillo escribir de esa manera sin perder (¡olé mi inmodestia!) la calidad. Ande yo caliente...

jueves, 17 de marzo de 2011

Apuntes (LXXVII): Limones gratis



Los que lo pasan realmente mal no son los tartamudos, sino quienes los escuchan.

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Ante una provocación lo inteligente no es responder, ni callar, sino cachondearse del provocador, aunque tal alarde de inteligencia puede hacer peligrar la integridad física del provocado.

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Es más el dinero que se invierte en los actos de presentación de los programas de fomento del empleo, subvenciones a pymes, programas de formación... con toda su parafernalia de carteles, páginas webs y gasto en guardaespaldas de los gerifaltes que acuden a la inauguración, que el pírrico alivio que obtienen los poco probables beneficiarios a los que se destinan estos fastos.

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Es curioso observar cómo los niños conceden importancia a algunas cosas que son para nosotros intrascendentes. En nuestra nueva vecindad hay muchos naranjos y limoneros, y de vez en cuando, si lo necesitamos para cocinar, cogemos algún limón directamente del árbol. Eso es algo que fascina a los niños. Ayer por la mañana, al recogerlos del colegio, Jaime me estaba hablando entusiasmado del asunto, hasta que al fin ha dicho: "Papá, ¿a que está muy bien nuestra nueva vida de limones gratis?"

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Estudié Economía como podría haber estudiado Filología; trabajo de profesor como podría hacerlo de notario; escribo a diario como podría acudir a un gimnasio todas las mañanas.


Imagen superior: Vincent Van Gogh. Naturaleza muerta con limones en un plato (1887).

miércoles, 16 de marzo de 2011

Como en Hiroshima


Se habla mucho del golpe que ha supuesto para la economía japonesa el terrible terremoto sufrido. Las pérdidas son evidentes: dejando a un lado los muertos y heridos, cuya valoración económica no es procedente, se han destruido puertos, aeropuertos, edificios, comercios... en definitiva, una gran cantidad de bienes cuya producción ha supuesto un esfuerzo enorme en términos de trabajo y capital, y que hacían más fácil la vida a los habitantes del país. Se trata de la consabida definición de la ciencia económica: estudio de las necesidades humanas y la forma de satisfacerlas. Pues bien, buena parte de ese trabajo ha sido barrido de un plumazo. Sin embargo, la mayoría de los estudios económicos adolecen de miopía, y no ven más allá de la catástrofe material. En Economía es también muy importante el estudio de los llamados "intangibles", que son beneficios no observables a primera vista pero que sin embargo pueden ser muy importantes. En el caso del terremoto japonés, como en casi todas las catástrofes de esta naturaleza, se origina una enorme oportunidad, debido a que desde ahora el país va a "partir de cero", y será necesario un esfuerzo enorme de reconstrucción que comprometerá muchos recursos (si ya había poco desempleo en Japón antes del terremoto, menos va a haber ahora). Gracias a ello se podrá acometer la construcción de nuevas infraestructuras mucho más modernas y eficientes; los errores que se habían cometido en el pasado no volverán a reproducirse; si se optara por reconstruir las centrales nucleares (ya sé que es ciencia ficción, y es una pena basar la decisión en un accidente como éste), se prepararían para soportar terremotos de mucha mayor intensidad; en definitiva, de los solares ocupados hoy por ruinas humeantes surgirán ciudades nuevas más modernas, más cómodas, más seguras, más ecológicas.

Lo que estoy diciendo no se trata de algo nuevo: en el mismo Japón se pudo comprobar tras la devastación sufrida al término de la Segunda Guerra Mundial. Las ciudades de Hiroshima y Nagasaki fueron literalmente borradas del mapa. Decenas de miles de ciudadanos de Hiroshima, empezando por su alcalde, murieron en su casa. El aparato administrativo de oficinas y todo tipo de organismos públicos fue aniquilado, junto a los sistemas de comunicación, incluyendo los trenes. Un mes después de la explosión, grupos de supervivientes comenzaron a volver a la ciudad levantando chozas improvisadas con sábanas, aún aturdidos, sin una oficina a la que acudir a trabajar; sin fe; sin esperanza. En ese momento la naturaleza se cebó con ellos en la forma de un terrible tifón que mató a 3000 personas más. La ciudad fue anegada y muchos tuvieron que volver al campo. Nunca en la historia un pueblo había sido castigado de manera tan cruel. Pues bien, después de tanto sufrimiento, en unos años Japón se convirtió en la segunda potencia económica del mundo (seguida de cerca por Alemania, otro país que tuvo que partir de cero), y la ciudad de Hiroshima es desde entonces un emblema de la lucha por la paz.

La ilusión con la que los japoneses afrontan la reconstrucción de su país tiene un valor difícil de medir en yenes, como también lo tiene la mejora que se logrará en las infraestructuras, pero ahí están. No creo que tengan problemas para cubrir sus necesidades básicas. Quizá tengan que renunciar por un tiempo a sus ultramodernas cámaras de fotos y dispositivos electrónicos, pero enterrarán a sus muertos, sobrellevarán el dolor (esto también tiene un coste, por desgracia), levantarán la cabeza y avanzarán hacia la construcción de una nación mejor. Yo me quito el sombrero ante este pueblo admirable.

Imagen superior: Dos niños japoneses frente al Cenotafio de la Paz en Hiroshima.

martes, 15 de marzo de 2011

Apuntes (LXXVI): Como en el 36


Tras la claudicación esta madrugada de Jaime, el fortachón de la familia, ya hemos sucumbido los seis al virus de la gastroenteritis, tan traicionero e intenso como efímero, pero no podemos confiarnos: dicen que este año se trata de un virus de repetición.

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Debería escribirse una antología de las frases que se cogen al vuelo a los viandantes que se cruzan con nosotros mientras paseamos. Hoy he escuchado una un tanto inquietante: "Como esto siga igual, vamos a acabar peor que en el 36"; entonada con mucha convicción, yo diría que con orgullo. Por lo pronto, habrá que empezar a quemar conventos, digo yo...

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A más de uno lo querría ver yo en el 36, seguro que se cagaba en los pantalones y se tragaba sus ideales políticos con tal de salvar la pelleja.

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Hay escritores que al hacerse la fotografía para la solapa de sus libros tienen la manía de abarcarse la cara con unos dedos largos y retorcidos, dejando apenas adivinar unos ojos que pretenden parecer inteligentes y su boquita de piñón, mientras el codo actúa de peana para esa especie de sarmiento con forma de brazo humano .

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Uno ha vuelto a caer, y se ha comprado dos libros de Trapiello. Uno (de los libros, no yo) es una novela, así que uno espera no leer tantos unos, que uno está hasta el gorro de unos (y de otros). En realidad uno sólo ha comprado un libro, porque uno (de los libros, y también yo) lo ha devuelto, y es que uno tiene ya empacho de unos. Uno seguirá informando...

Cultura paniaguada


Cada vez me resulta más insoportable aguantar los lamentos de esos pobres artistas que ven insuficiente el dinero que el Gobierno destina a subvencionar sus obras excelsas, que por si fuera poco se ve ahora algo reducido con la crisis. Pobrecitos; como la cosa siga así no les va a llegar para pagar la hipoteca de sus mansiones, y van a tener que cambiar el Jaguar por un Kia de los que anuncia Rafa Nadal. Los hay para todos los gustos: titiriteros, en afortunada expresión de algún enemigo de ZP, que se reparten subvenciones y festejan por todo lo alto y a la salud de los contribuyentes unos premios Goya cutres, sucedáneo de los Óscars americanos que se financian con dinero privado, mientras que los cineastas independientes tienen que salir adelante por sus propios medios; artistas, por llamarlos de algún modo, contemporáneos, que acuden a ARCO y otras exposiciones acunados por el Ministerio de Cultura y otras instituciones autonómicas y locales, donde montan performances tan geniales como una pareja de esqueletos que bailan sobre un espejo; ganapremios profesionales de concursos literarios públicos que han hecho un estudio exhaustivo de los parámetros que suelen cumplir las obras premiadas, y hacen un esquema que lo mismo les vale para un concurso de novela histórica o para otro sobre la importancia del trabajo de las mujeres en el paleolítico inferior; pintores, músicos, fotógrafos, seres tocados por las musas que vuelan ligeros en alas de su inspiración hacia el trinque y disfrute a la mayor gloria de su genio sin par.

Seamos serios: el argumento de que el Estado debe contribuir a sostener las actividades artísticas no tiene una base sólida: los creadores de verdad no necesitan del dinero público para sobrevivir. Puede que no se hagan ricos, pero podrán vivir de su arte, o bien lo compatibilizarán con un trabajo que les procure el sustento, dedicando el tiempo libre a su vocación. Ni Cervantes, ni Shakespeare, ni Tolstoi, ni Van Gogh, ni Monet, ni Beethoven, ni la mayoría de los genios de la historia de la humanidad han necesitado de dinero público para construir su obra. Algunos han tenido, es cierto, mecenas, como Miguel Ángel, Leonardo, Velázquez, Bach o Mozart, en unos tiempos en que la aristocracia dominaba el panorama económico, pero también hoy en día existen filántropos que a través de Fundaciones financian con su propio dinero las creaciones artísticas. El arte se debe afrontar "por amor al arte", sin contaminación política, sin luchas de poderes, sin lobbies odiosos; el propio artista con su dignidad, con su independencia y con su genio.

P.S. Los titiriteros de verdad siempre fueron pobres.

lunes, 14 de marzo de 2011

Apuntes (LXXV): De rusos cabrones y salchichones lechosos


Esta mañana, mientras desayunaba, me dio por consultar los ingredientes de un salchichón en lonchas que estaba comiendo. Además de los consabidos conservantes, estabilizantes y otros "antes" comprobé que contenía leche en polvo y proteína de leche. No entiendo por qué demonios tienen que añadir esas porquerías a un salchichón. Yo creo que debería estar prohibido, o, al menos, podría haber una ley que dijera que para llamar "salchichón" a un producto debe contener exclusivamente los ingredientes tradicionales y, como mucho, un conservante, pero...¿leche? Que lo vendan con otro nombre, como por ejemplo "salchichón lechoso".

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Acabo de caer en la cuenta de que el bolígrafo que estoy utilizando es made in Japan. Hacía mucho tiempo que no veía esa leyenda, que hace unos años era muy común, mientras que si veíamos un objeto made in China era de lo más exótico, y evocábamos tierras lejanas de arrozales y palacios dorados. Ahora con el made in China lo más que se evoca son las tiendas de todo a un euro.

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Es mucho más penoso escribir un diario que una novela. Y más lento.

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Lo difícil no es arrancar, sino que te arranque el motor.

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Hoy me he comprado una cazadora roja como la que llevaba James Dean en Rebelde sin causa, aunque ni soy rebelde, ni gasto tupé ni nunca me subiría en un coche apodado Little bastard. Al salir de la tienda con la compra ha pasado junto a nosotros una pareja bien vestida, él de unos 45 años y ella de unos 30, con aspecto ciertamente pudiente. Pasamos por el arco de seguridad casi a la vez, y la alarma sonó. La dependienta nos rogó que pasáramos de nuevo; nosotros superamos la prueba con éxito, pero al pasar ellos la alarma volvió a sonar. Entonces se han mostrado muy sorprendidos; ella ha pronunciado unas palabras en un idioma que me ha parecido ruso, y él mascullaba que no era cierto que hubiera pitado, mientras que la dependienta les pedía que le mostraran el contenido del bolso. Entre excusas y malas caras se han escabullido, sin dar tiempo a la pobre empleada a reaccionar. Lo que me sorprende, aparte de la poca vergüenza demostrada, es la evolución que ha sufrido con el tiempo mi imagen de los ciudadanos rusos. Cuando en mi primera juventud leía a Tolstoi y Dostoievski me parecía un pueblo idealista y noble, compuesto en su mayoría por mujiks que soportaban con resignación una milenaria servidumbre feudal. Tras la Revolución de Octubre pasaron a ser unos comunistas despiadados, burócratas sin sentimientos capaces de enviar a un gulag a su madre por haber hablado mal del padrecito Stalin. Y últimamente, desde que el telón de acero se abrió como una lata de sardinas, cuando veo pasear a los rusos por nuestras calles sospecho que son unos mafiosos cabrones que vienen a sacar tajada de la jauja zapateril en que se ha convertido nuestra España.

Apuntes (LXXIV): Antonio Azorín y el milagro japonés



Escribo en una cafetería llamada Neyda, en la calle Japón, urbanización Nueva Heliópolis, barrio de Sevilla Este. No hay un solo nombre auténtico en esta nómina desarraigada y triste. Lo que antes era bosque, campo o huerta es ahora refugio de exiliados, morada de hombres sin memoria.

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El drama se reproduce. The show must go on.

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Hace escasamente setenta años Japón era un pueblo vilipendiado por todas las naciones del mundo. Una potencia beligerante, que buscaba en los pueblos vecinos los recursos naturales de los que carecía, y no dudó en someter por las armas a cuantos se resistían a su avance imperialista. En unos meses se cumplirá el septuagésimo aniversario de su acción más audaz, el ataque por sorpresa a la poderosa flota norteamericana del Pacífico en Pearl Harbor. Unió sus destinos al demonio nazi y le sobrevivió en unos meses, pero sufrió un castigo mucho más cruel: Hiroshima es desde entonces sinónimo del horror y del apocalipsis llevado de la mano del hombre, y en la bahía de Nagasaki, escenario de los amores desgraciados de Butterfly y tocada por el genio de Puccini, enmudecieron los pájaros al unísono, y reinó el silencio más atroz. Pocos años después de la hecatombe el pueblo japonés renació de sus cenizas, apretó los dientes, olvidó a sus héroes negros de la guerra y volvió la mirada a occidente, para imitar su prosperidad capitalista. También los haijin renacieron, y las geishas volvieron a cultivar la ceremonia del té. Todo eso se logró unos años después del horror de los hombres. ¿Qué no se conseguirá tras el castigo de la naturaleza?

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Azorín es un autor injustamente olvidado. Su estilo preciosista es atrayente, a pesar de lo pretendidamente aburrido de su lectura. Hay escritores de los que se aprende y, sobre todo, se disfruta más por la forma que por el fondo. Es cierto que en sus obras no "pasa" nada, pero en la auténtica literatura no tienen por qué suceder muchas cosas; es suficiente con que se transmita belleza, y Azorín lo consigue en un grado elevado. Su prosa es rica y asombrosamente descriptiva; rezuma sabiduría y humanidad. Acabo de terminar la lectura de Antonio Azorín; Castilla será la próxima estación.

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Últimamente estoy notando un cambio al escribir, y es que busco en cada momento la palabra justa, como si fuera la pieza de un puzle. Esto me ocurre desde hace unos meses, pero se ha acentuado al leer a Azorín. Mi compañero mercurial José Manuel Gómez, que propuso hablar de este autor en la última tertulia, cuenta que en una ocasión preguntaron al maestro cómo podía escribir con tanta perfección, y él respondió que era sencillo: poniendo una palabra después de otra.

domingo, 13 de marzo de 2011

Apuntes (LXXIII): 日本庭園 - Jardín japonés



La lluvia redobla con furia sobre la montera del patio, como sólo sucede en los chaparrones primaverales, pero no engaña a nadie con una exhibición tan grotesca, tan de mentira, tan distinta a las lluvias pausadas y eternas del invierno.

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Nos estremece el terremoto en Japón porque vemos a los japoneses como nuestros pares, con los mismos afanes y emponzoñados con el mismo veneno capitalista. Otros terremotos menos intensos pero con mil veces más muertos no nos asustan tanto, y nos limitamos a contemplar con una pena como de telediario los barrios arrasados de míseras chabolas donde se convive a diario con la muerte. A veces es tanta nuestra compasión que anotamos el número de cuenta corriente que aparece en pantalla con el firme propósito de hacer una donación.

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La muerte sigue siendo la misma, ya venga de la mano de un terremoto, de una caída por las escaleras o con un soplo dulce que sorprende a un anciano de noventa años que dormita al pie de su jardín japonés.

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Ante el espectáculo de la tierra abriéndose en canal y los rascacielos temblando como banderolas los poetas no pueden sino callar y sentir. Ya habrá tiempo de componer haikus cuando la naturaleza recupere su amabilidad teñida de sakura y embriagada de aromas del campo.

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En el tiempo que he tardado en escribir estos apuntes la lluvia ha amainado hasta casi cesar. Algunas gotas perdidas aún golpean el techo tímidamente, como pidiendo permiso para entrar, abandonadas a su suerte. Lluvia, viento, rayo... o la madre Tierra que se despereza aburrida, insensible a los gritos de indignación de los hombres ensoberbecidos, protegidos por unos artefactos de papel que se deshacen con un simple aleteo de pestañas.

sábado, 12 de marzo de 2011

No puede ser... verdad tanto talento



Hoy dedico la entrada musical de los sábados a un cantante que, de tanto como se nombra y de tanto como lo oímos, se nos olvida a veces lo grande que es. Plácido Domingo es sin duda alguna uno de los grandes tenores del siglo XX, y seguramente el mejor formado, el más versátil, el de mayor talento. Trasciende la figura de cantante, tenor pero también barítono, y se adentra en la categoría de músico con mayúsculas. Director de orquesta, productor, compositor... un auténtico fenómeno de la naturaleza.


Pero centrémonos en su faceta de tenor, la que mayor fama le ha dado. De los famosos Tres tenores es para mi gusto el mejor con gran diferencia. Su timbre es cálido, inconfundible, asombrosamente brillante en sus años de juventud, y aunque su voz ha perdido lógicamente frescura con los años, ha conseguido mantenerse en activo más tiempo que cualquiera de sus compañeros de generación, con un repertorio asombrosamente amplio, que dice mucho de su capacidad intelectual para aprenderse los papeles en tiempo récord. Algunos le acusan de no llegar bien a los agudos y trasponer algunas veces las óperas medio tono o, incluso, un tono hacia abajo para cantar más cómodo. Yo no se lo reprocho: él comenzó como barítono, y lógicamente su registro no puede llegar al do de pecho, aunque sí ha emitido el si bemol agudo con solvencia hasta tiempos recientes. Antes de arruinar su voz, como otros cantantes (uno de sus compañeros de Los tres tenores, sin ir más lejos), ha preferido cometer una pequeña traición con las partituras originales.

Plácido Domingo siempre ha sentido una especial predilección por la zarzuela, nuestro género mal llamado chico, y que tantas glorias nacionales ha dado. Sus padres eran ambos cantantes de zarzuela, y él creció acompañándoles por sus giras en Méjico. Llevaba nuestro género lírico en la sangre, algo de lo que ha hecho gala con numerosas representaciones y grabaciones, sobre todo en la primera mitad de su carrera, y las romanzas que ofreció y aún ofrece en sus recitales por los principales teatros de todo el mundo, contribuyendo a la difusión internacional de un arte que bien lo merece.

Yo siento una especialidad debilidad por la archiconocida romanza de La tabernera del puerto "No puede ser", y la ofrezco aquí en una de las actuaciones de los tres tenores, con un Plácido de 49 años. Tengo grabaciones mejores, con su incomparable voz juvenil, pero en este concierto Domingo estuvo especialmente acertado y en comunión con el público. Hasta El director Zubin Mehta no pudo ocultar su emoción, como se puede apreciar al final del vídeo. Sirva esta entrada como modesto homenaje hacia un cantante al que admiro profundamente por su trabajo y, sobre todo, por su grandeza.

viernes, 11 de marzo de 2011

El puto amo


Uno está leyendo uno de los volúmenes de los diarios de Andrés Trapiello, y uno no tiene mas remedio que quitarse el sombrero ante la capacidad de trabajo de este escritor. Como diría
el Jonan, es el puto amo. El tío dice que dedica a escribir dieciséis horas diarias. Trabaja en su casa, y se toma un respiro de una hora al mediodía. En este diario cuenta que está terminando Las armas y las letras, uno de sus libros de mayor éxito. Parece ser que fue un encargo que le hicieron con cinco meses de antelación, y para cumplirlo durmió cuatro horas al día. Para escribir ese libro tuvo que rastrear innumerables bibliotecas privadas, acudir todas las mañanas al Rastro para encontrar joyas bibliográficas olvidadas que trataran sobre la Guerra Civil, se compró la colección de ABCs desde el 36 hasta el 39 tanto de la zona nacional como de la republicana, y encima el tío se las leyó. Uno se queda acojonado ante tamaño despliegue, es el puto amo de los escritores. Y por si no fuera poco, mientras escribía ese libro iba contando sus cuitas en el volumen que estoy leyendo, Los hemisferios de Magdeburgo, con sus cuatrocientas páginas bien despachás, donde no deja títere con cabeza, y se ceba especialmente con su editor, un tal X. (por cierto, en el libro sale el abecedario completo), que le traía por la calle de la amargura con sus exigencias y un trato humillante. Resumiendo, en esos cinco meses escribió un libro bien gordo y exigente, que requería una documentación exhaustiva, más un tocho de diario donde cuenta su día a día (como ustedes comprenderán, no esperen aventuras a lo Emilio Salgari).

Uno tiene que joderse, con el Trapiello de los cojones...

jueves, 10 de marzo de 2011

Apuntes (LXXII): El sentido de la vida y de la escritura


Mi cabeza tiene una tecla de on-off, pero lo malo es que no soy yo quien la controlo. Por mucho esfuerzo que hago algunas veces por encender mi cerebro para escribir, se me queda encasquillado y sólo me salen lugares comunes, de ésos que me hacen salir del paso gracias al piloto automático que me he procurado (éste sí lo controlo yo), un piloto tan eficiente como peligroso para mi integridad poética.

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Un artesano del lenguaje debe tratar de decir en cinco palabras lo que corrientemente se expresa en diez. Un artista debe, además, elegir con cuidado las palabras y engarzarlas con maestría.

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Y también es importante lo que se cuenta, pero no tanto como algunos piensan. El que quiera ver cómo suceden muchas cosas que vaya al cine.

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Todo depende de lo que se pretenda al escribir. En el caso de la literatura de evasión, lo que podríamos llamar los Big Macs literarios, importa contar muchas cosas, muy tremendas, con doble ración de instintos primarios, empleando una forma lo más digestible posible, y todo ello envuelto en un paquete bien grande fácilmente reciclable. Si se pretende escribir algo profundo, erudito, poco accesible para los no iniciados, las tornas cambian: se olvidan los instintos, ni primarios ni secundarios ni terciarios, se cuenta una sola cosa (el objeto de la erudición), y la forma ha de ser indigesta a más no poder, para disuadir a los parvenus que intentan de forma ilegítima ganarse un puesto entre los connaisseurs con pedigrí contrastado en la materia. Por último, en el caso de que se pretenda escribir una obra literaria buena, el procedimiento es el más sencillo: no importa lo que se cuente, ni los ingredientes que se quieran añadir a lo contado. Tan sólo hay que combinar las palabras con espíritu de artista.

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Es inútil buscar un sentido a la vida pasada, al camino que hemos recorrido hasta llegar al momento actual; es como preguntarse por qué una ballena ha surcado los mares. El presente tampoco tiene sentido, en cuanto instante infinitesimal, y encontrar un sentido al futuro es como contemplar la dimensión del tiempo desde el punto de vista del Creador. Entonces, nada tiene sentido en la vida, si acaso hay Alguien fuera del hombre y fuera del tiempo que se lo otorga, sin que nosotros lo podamos saber, ni hacer nada al respecto.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Silencio


Canta el pájaro azul de la mañana
unos acordes suaves, melancólicos.
Algunos árboles doran sus frutos
y otros alumbran sus primeras flores.
Sólo a lo lejos un rumor odioso
de motores, de gente, de progreso
rompe la sinfonía de la Tierra.

Calla el poeta, mueren las metáforas,
cesa el ruido de los hombres,

el ave emprende su vuelo…
                                                                                   Silencio            

martes, 8 de marzo de 2011

Scènes de la vie de politique


Ofrezco hoy cinco entrañables escenas, a modo de cuadros costumbristas de nuestra clase política.


1. Ese pedazo de político municipal en la oposición que aparece con unos papeles en la mano rodeado de unos vecinos a los que va a resolver en un periquete los inveterados problemas del barrio, o en un parque convertido en yoncódromo asegurando que lo va a mutar en un vergel donde podrán ir a solazarse sus señores votantes.

2. Ese fistro de jefe del político anterior en una entrevista televisiva enumerando uno a uno los problemas del país, de los que conoce con absoluta precisión las soluciones correspondientes y cómo llevarlas a cabo, en un escenario más parecido a un teorema matemático que a la realidad económica y social.

3. Ese torpedo de político, ahora en el ejercicio del poder, que ofrece una rueda de prensa con las medidas económicas que tomará el gobierno para salir de la crisis, y que insulta a la inteligencia de los estudiantes de primer curso de la facultad de ciencias económicas, pero que el público, lego y complaciente, se traga sin pestañear.

4. Ese cobarde de la pradera de político que aún no se ha enterado de que Marx se ha muerto, y también Lenin, y Stalin, y Trotski, y el que asesinó a Trotski, pero sigue erre que erre con que el capitalismo es una lacra, y que llegará un día en que todos los hombres serán iguales (de pobres), y en esto que le pillan in fraganti jartándose de langostinos con dinero público.

5. Ese pecadorrr de político-cacique que lleva en el poder desde el día después de la muerte de Franco que contrata a sus tíos, sobrinos, cuñados y concuñados en la empresa pública que dirige su hermano, y que tiene como único proveedor a una empresa fundada por su padre con una subvención de cien millones de pesetas de la época... Y lo va contando a quien le quiere oír... Y sale por televisión, el tío, desmintiendo las acusaciones de corrupción... Y todo porque sabe que le seguirán votando, caiga quien caiga.

C'est pas adorable, ça?

Apuntes (LXXI): Mon jardin


Hay días en que por mucho que busque dentro de mi cabeza no encuentro nada nuevo que llevarme al papel, tan sólo la repetición obsesiva de una letanía absurda, o la película recurrente de un día sin gloria.

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La ciencia es un conjunto de obviedades encadenadas. El resultado puede parecer milagroso, pero se sustenta sobre un armazón de relaciones simples, que como tales nunca llegarán a trascender la vida del hombre. Por eso nunca se podrá demostrar científicamente la existencia de Dios, porque no es algo obvio, como tampoco es obvia su no existencia.

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Muchos escriben y escribieron en cafés de nombres pomposos y con honda raigambre literaria. Yo lo hago en la cafetería de Carrefour.

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Il faut cultiver notre jardin, decía Voltaire, y yo lo dejo crecer descuidado, salvaje. Tan alta está la hierba que ya no puedo ver los árboles, ni las flores, ni oler el perfume leve del jazmín moruno, ni anticipar la primavera en las primeras glicinias altas, ondulantes, dulcemente evocadoras.

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Ni lírico, ni épico ni trágico; soy (y estoy) más bien escéptico.

lunes, 7 de marzo de 2011

Apuntes (LXX): Patriotismo made in Andalucía


Si elimináramos la impostura de casi todos los escritores, quedaría un armazón de autenticidad tan débil que se vendría abajo al menor soplo de la crítica.

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Hay personas con una presencia tan imponente, con una personalidad tan arrebatadora, que contaminan el aire y lo hacen casi irrespirable.

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Para mi muerte faltan segundos, minutos, horas... Dios quiera que días, meses, años... en cualquier caso nunca siglos. La angustia ante la muerte deriva de esa incertidumbre en el tiempo (aunque si supiéramos cuándo llegará nuestra hora sería infinitamente peor), combinada con la certidumbre de que finalmente sucederá. Pensemos en una raza de hombres a los que se ha hecho creer que nunca morirán, y los individuos que van muriendo se escamotean para que pasen por huidos. Esos hombres se comportarían como inmortales, aun sin serlo, lo que demuestra que el ejercicio de un atributo no pasa necesariamente por la posesión del mismo. Así, un hombre puede ejercer de inmortal sin serlo, o comportarse como un ser inteligentísimo cuando en realidad es un asno que camina a dos patas. En la arena política abundan estos especímenes.

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La vehemencia al sostener ideas y opiniones propias no es fanatismo; el fanatismo va más allá, y trata de imponer esas ideas.

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El patriotismo y su vertiente legal, el nacionalismo, lo dejo para los que sientan hondo ese concepto abstracto llamado patria, y que yo, por más que busco, no me encuentro. Veo cierta semejanza entre el patriotismo y la fe: ambos se me antojan un don, y por lo tanto están vedados para los pobres mortales que, como yo, se deben conformar con su propio raciocinio. Es tanto lo que se parecen que observo con estupor y cierta indignación cómo se adoctrina a los niños en las escuelas sobre la patria andaluza. Si ese sentimiento patriota debe inocularse en la escuela, porque no está arraigado en el pueblo, ¿qué sentido tiene? Un sentido inquietante, en todo caso...

sábado, 5 de marzo de 2011

O sole mio


Siempre he sentido una especial predilección por las canciones napolitanas, y de entre ellas quizá la más emblemática sea O sole mio, compuesta por Eduardo di Capua, con una música tan luminosa como el cielo de Nápoles en una mañana soleada.


Quiero hacer hoy una especie de concurso para el que tenga tiempo, afición y ganas, de modo que traigo cinco versiones de la famosa canción, las mejores según mi oído de aficionado, y quiero que me digáis cuál de ellas os gusta más. En cuanto a mi preferida, me la guardo por ahora para no condicionar a nadie (seguro que decís otra para fastidiarme, jeje). Hay que tener en cuenta que las grabaciones más antiguas no pueden competir técnicamente con las modernas, como la de Pavarotti, lo que requiere un difícil ejercicio de abstracción. Al final hago algunos comentarios sobre cada versión.

1. Luciano Pavarotti



2. Beniamino Gigli



3. Jussi Björling



4. Enrico Caruso



5. Tito Schipa




1. Jamás he escuchado cantar tan bien a Pavarotti como en este vídeo, con una voz tan llena, especialmente en los graves. Fue un tenor algo irregular, pero aquí se lució.

2. Gigli fue el tenor lírico italiano por excelencia, un timbre cálido, acariciante, una voz hecha para el canto.

3. He incluido a Jussi Björling a pesar de no ser italiano, sino sueco, pero es que su voz sí era italiana. Para mí, la voz más hermosa del siglo XX.

4. Enrico Caruso era napolitano. Quizá el tenor más famoso de todos los tiempos, y puede que el más grande. Era un ídolo de multitudes. El público le adoraba, y los que no tenían dinero para comprar una entrada le esperaban a la salida del teatro rogándole que cantara en la calle, algo a lo que accedía con frecuencia.

5. Tito Schipa no tenía una voz grande, pero sí exquisita y extraordinariamente modulada. Fue el tenor preferido de gran parte del público en los años 30 del siglo XX, y pocos tenores pueden presumir de una técnica tan depurada.