lunes, 16 de noviembre de 2015

John Donne: Meditation XVII (2ª parte)


Ningún hombre es una isla, completo por sí mismo; cada hombre es parte del continente, parte de la corriente. Si un terrón es arrastrado por el mar, Europa se reduce, como si hubiera sido un promontorio, o una mansión de tu amigo, o tuya: la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy implicado en la humanidad, y así nunca encargues averiguar por quién dobla la campana; dobla por ti. Tampoco podemos llamar a esto una súplica por la desgracia, o una apropiación de la desgracia, como si no fuéramos suficientemente desgraciados nosotros, y tuviéramos que cogerla de la casa de al lado, tomando sobre nosotros la desgracia de nuestros vecinos. Sería en verdad una codicia excusable si así lo hiciéramos, porque la aflicción es un tesoro, y pocos hombres tienen bastante de ella. Ningún hombre tiene suficiente aflicción que no haya sido madurada y sazonada por Dios y hecha apropiada para Dios por la misma aflicción. Si un hombre acarrea un tesoro en lingotes, o en un bloque de oro, y no lleva ninguna moneda, su tesoro no costeará su viaje. La tribulación es un tesoro en su naturaleza, pero no es moneda corriente para su uso, salvo que lleguemos cada vez más cerca de nuestra casa, el cielo, a través de ella. Otro hombre puede estar enfermo también, y enfermo de muerte, y esta aflicción puede residir en sus entrañas, como el oro en una mina, y no ser de ninguna utilidad para él; pero esta campana, que me habla de su aflicción, desentierra el oro y me lo ofrece: si por esta consideración del peligro de otro contemplo el mío propio, y así me pongo a salvo, acudiendo como recurso a mi Dios, que es nuestra única seguridad.




No man is an island, entire of itself; every man is a piece of the continent, a part of the main. If a clod be washed away by the sea, Europe is the less, as well as if a promontory were, as well as if a manor of thy friend's or of thine own were: any man's death diminishes me, because I am involved in mankind, and therefore never send to know for whom the bell tolls; it tolls for thee. Neither can we call this a begging of misery, or a borrowing of misery, as though we were not miserable enough of ourselves, but must fetch in more from the next house, in taking upon us the misery of our neighbours. Truly it were an excusable covetousness if we did, for affliction is a treasure, and scarce any man hath enough of it. No man hath affliction enough that is not matured and ripened by and made fit for God by that affliction. If a man carry treasure in bullion, or in a wedge of gold, and have none coined into current money, his treasure will not defray him as he travels. Tribulation is treasure in the nature of it, but it is not current money in the use of it, except we get nearer and nearer our home, heaven, by it. Another man may be sick too, and sick to death, and this affliction may lie in his bowels, as gold in a mine, and be of no use to him; but this bell, that tells me of his affliction, digs out and applies that gold to me: if by this consideration of another's danger I take mine own into contemplation, and so secure myself, by making my recourse to my God, who is our only security.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

En los campos de Flandes




Hoy, 11 de noviembre, se cumplen 97 años de la firma del armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial. Quiero recuperar mi traducción del poema de John McCrae In Flanders Fieds como homenaje a la sangre derramada en una contienda que cambió el mundo para siempre. Ya no queda ningún superviviente de esa guerra, pero la memoria perdura, para bien y para mal.


En los campos de Flandes

En los campos de Flandes se agitan las amapolas
entre las cruces, hilera sobre hilera,
que marcan nuestra morada, y en el cielo
cantan valientes las alondras, en vuelo
silencioso entre los fusiles allá abajo.
Somos los muertos; hace pocos días
vivíamos, caíamos, contemplábamos la luz del amanecer;
amábamos y éramos amados, ¡y ahora yacemos
en los campos de Flandes!
Proseguid la lucha con el enemigo:
Os arrojamos, con nuestras manos exangües,
la antorcha; que sea vuestra y la alcéis.
Si perdéis la fe en nosotros, los muertos,
¡no podremos dormir, aunque crezcan las amapolas
En los campos de Flandes!