Estoy convencido de que nadie sabe un pimiento de Economía: ni los catedráticos, ni los ministros, ni los premios Nobel, ni los empresarios. Aquí tenemos un magnífico ejemplo de la máxima de Sócrates de
Sólo sé que no sé nada. Eso sí, hay muchos listos que se aprovechan de sus dotes para vivir como reyes, mientras que la gran mayoría sólo puede sufrir las consecuencias de esta ciencia no del todo mal llamada lúgubre, pero eso no significa que sean unos sabios, al fin y al cabo tampoco los grandes filósofos sacaron gran partido a su sapiencia. Simplemente hay un juego desigual de gente que tiene información frente a gente que no la tiene en una carrera donde el punto de salida es fundamental: dos terceras partes de la humanidad parten con un retraso de tres vueltas en el estadio olímpico para una carrera de cien metros. Los grandes "banqueros" no son unos genios; son más bien tipos sin escrúpulos que chupan la sangre de su prójimo sin contemplaciones, y encima van por ahí dando lecciones de moralidad, como ese cántabro impresentable al que todos parecen tener tanto miedo. Los empresarios afortunados, por su parte, tampoco es que entiendan mucho de Economía; sólo han tenido grandes dosis de trabajo, motivación y, sobre todo, suerte. Por último, los académicos que escriben artículos enjundiosos sobre la predicción de los precios en condiciones de competencia limitada con un riesgo que tiende a cero me recuerdan siempre a ese niño que citaba San Agustín intentando vaciar el agua del mar con un cubito, con la diferencia de que ni son niños, ni tienen cubo ni la humildad suficiente para restarse importancia. Para ser justos algo se consigue, pero es un avance mínimo frente al tsunami económico de la realidad que todo lo arrasa y no hay quien detenga. No digo con esto que no merezca la pena enseñar Economía, yo mismo me dedico a ello, pero es una asignatura que hay que enfocar con una visión amplia, en cierto modo filosófica, siendo consciente de sus limitaciones prácticas. Hay que huir del dogma de la ciencia, de la tiranía de las cifras y la pobreza de los modelos. No viene mal un cierto talante escéptico, pero a la vez inculcando en los alumnos la curiosidad y el buen juicio, que al fin y al cabo es lo que les va a valer en la vida.