De vez en cuando cogías tu guitarra junto a la chimenea y los trémolos brotaban como por encanto. Y me mirabas de hito en hito. Y al final me sonreías. Y simplemente así éramos felices. Nadie ha vuelto a coger esa guitarra que tú tocabas ya de niña. Descansa apoyada en un rincón del salón de Alájar, junto con otra que era mía pero jamás aprendí a tocar, esperando unas manos que ya nunca la acariciarán, y yo esperando una sonrisa y unos ojos dulces que sólo subsisten en mi recuerdo.
Cuando un recorte sanitario silencia a las víctimas de violencia de género
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Como es bien sabido, una de cada tres mujeres en el mundo sufre violencia
física y/o sexual alguna vez en su vida, en la mayoría de los casos
infligida por...
Hace 8 horas