De vez en cuando cogías tu guitarra junto a la chimenea y los trémolos brotaban como por encanto. Y me mirabas de hito en hito. Y al final me sonreías. Y simplemente así éramos felices. Nadie ha vuelto a coger esa guitarra que tú tocabas ya de niña. Descansa apoyada en un rincón del salón de Alájar, junto con otra que era mía pero jamás aprendí a tocar, esperando unas manos que ya nunca la acariciarán, y yo esperando una sonrisa y unos ojos dulces que sólo subsisten en mi recuerdo.
La Economía de los Datos
-
Por Isaac Baley (UPF, CREI, BSE, CEPR) Vivimos en una era donde los datos
no solo acompañan nuestra actividad económica, sino que se han convertido
en el m...
Hace 4 horas