Cuesta trabajo conciliar la aparente entereza del maestro con el dolor interior que padece.
Muchas veces tengo ganas de pegar puñetazos contra la pared, de levantar la voz y de preguntarme por qué me ha sucedido esto a mí. Es una situación de impotencia. En su momento pensé que no pintaba nada en esta vida, que lo justo sería que dos personas que se quieren durante tantos años tienen derecho a morir juntas. Quizá sea un problema de mentalidad, pero sería mejor que aprendiéramos a convivir con la idea de la muerte, igual que ocurre en las culturas orientales, porque luego sucede que estos batacazos te dejan sin aliento, sin ganas de vivir, sin retos ni expectativas. S
í, después analizas la situación con mayor frialdad y te das cuenta de que tienes algunas cosas por las que luchar que todavía merecen la pena, una familia, unos hijos, unos nietos, unos amigos. Si ellos han perdido a su madre y a su abuela, también sería peor que ahora se quedaran sin padre y sin abuelo. No lo sé, pero tengo la impresión de que las mujeres son más capaces de remontar estas situaciones, que tienen más fortaleza y han adquirido una capacidad de autosuficiencia con la que se enfrentan a los problemas de manera más valiente y sólida. Yo siempre pensé que me iría antes de este mundo que Rosa, pero ahora me doy cuenta de que estoy solo, desalentado. Sé que tengo que salir del bache como sea y participar de la vida, porque es mi obligación. Y aún así, me asaltaron las dudas de no querer seguir en la vida.
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