Esta noche al fin llegó el frescor. Llevamos unas semanas de
calima; no como en Sevilla, claro, aquí se duerme, y a eso de las diez se levanta
un viento fuerte desde la Peña ,
pero hoy por la mañana al despertar nos ha llegado esa sensación inconfundible
del verano que se acaba, y hasta se veía el campanario a través de un aire más transparente,
engalanado ya para los Ángeles, para recibir a la Reina desde la contigua
ermita, cuando se asomará por la escarpada hacia el valle saludando al pueblo, como
todos los años desde tiempo inmemorial. En estos lugares apartados se siente el
paso de las estaciones, y aunque las bestias ya no cruzan apenas las calles aún
persiste el empedrado de cantos rodados, y las anillas empotradas en las
fachadas recién encaladas para las fiestas, aún más este año, en que la Reina de los Ángeles bajó al
pueblo no en rogativa, que gracias a Dios hace tiempo que no hay sequía, sino
para no perder la costumbre y convertir esa visita esporádica en una fiesta, y
hacer que venga el cardenal a predicar, que aunque no hay profundidad en las
creencias tampoco la ha habido nunca, y se mantiene el sentimiento religioso
intemporal, el rito como elemento aglutinador de un pueblo, como seña cultural que
los distingue y les hace sentir orgullosos de ser hijos de Alájar.
Ha llegado el frecor, sí, y el pueblo está también más
silencioso, son muchos los que fueron anoche a la aldea de los Madroñeros, ésa
que no tomaron los franceses, a rezar el rosario a la Virgen de la Salud. Desde hace pocos años se
puede ir en coche por un carril, pero hasta hace nada la media legua que separa
el pueblo de la aldea había que recorrerla a pie, o a lomos de cabalgadura, y
los pocos mayores que quedan en el pueblo hijos de la aldea, como Amalia,
cuentan cómo iban y venían todos los días de la aldea a la escuela, con lluvia o
sin ella, y andaban siempre contentos, y las pocas familias que vivían allí lo
compartían todo, y no tienen recuerdos malos de aquellos años de miseria, sino
todo lo contrario.
Ha llegado el frescor, y se anuncia también la vuelta a la
ciudad, a la vida artificial que hemos creado lejos de la naturaleza y de la
esencia del hombre, donde lo que importa es justo lo que aquí no tiene
importancia, aunque reconozco que esta visión está teñida de nostalgia
anticipada, la misma que cantaba el poeta Montesinos:
¿Inventaría yo Alájar,
con sus calles, con su torre,
con su Peña y con su plaza?
Ay tiempos que yo viví,
cuando mi tiempo se acaba
Alájar me inventa a mí
2 comentarios:
Monsieur Ridao: el espíritu de Rousseau nos hace creer que la vida rural es idílica pero no las tengo yo todas conmigo. Disfrutemos de la tranquilidad y del fresco de los montes
Estoy de acuerdo, Dyhego, estas mariconadas sólo las dicen señoritos de la ciudad que pasean por el campo.
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