El chuloplaya: también llamado pecholobo, este espécimen es fácil de distinguir. Va ataviado con un bañador
marking-paquete y jamás usa camiseta para poder lucir sus trabajados músculos. Si uno se fija detenidamente descubre que lleva una prótesis debajo del bañador. Normalmente es un calcetín enrollado, de ahí que jamás se bañe.
Los jartibles de las palas: estos sujetos o sujetas acuden a la playa exclusivamente para golpear una pelotita en un tuyamía que no tiene fin. Lo demás no les importa en absoluto. Ellos visten bañador de flores sin camiseta, y ellas bikini a juego con el bañador de su partenaire. Es especialmente interesante observar el vaivén de sus domingas cuando corren en pos de la pelota.
El dominguero cervecero: este sujeto llega a la playa, jinca el culo en el nylon y ya no hay quien lo mueva de allí. La silla se sitúa estratégicamente al lado de la neverita portátil, de la que extrae una a una las latas de Cruzcampo a una velocidad pasmosa. Normalmente actúa en compañía de uno o más cuñaos.
Las tías en top-less: se dividen en dos categorías: aquéllas que no se sabe cómo no tienen vergüenza de enseñar sus huevos fritos y las otras, que son las que interesan, que milagrosamente apuntan los pitones hacia arriba. Pueden ser con relleno o sin relleno, pero últimamente la silicona se va imponiendo.
Los niños-croquetas: tienen entre 7 y 12 años, algo entraditos en carnes, y dedican toda la jornada de playa a revolcarse en la arena cerca de la orilla, de modo que uno no sabe si está viendo un niño o una ortiguilla de Chipiona bien fritita.
La parejita de tortolitos: cuando llegan a la playa extienden su toalla –una sola- y se tumban en ella muy juntitos. Al poco tiempo comienzan las carantoñas y los besitos, y cuando la cosa se pone más seria él se coloca boca abajo y ella le da a él besitos en el cuello y en la orejita, y le susurra palabritas. Si nos fijamos detenidamente el cuerpo de él levita levemente a la altura del ombligo, como si una palanca hidráulica tirara de él hacia arriba. Nuestras sospechas se confirman cuando abandonan la playa bien entrada la tarde y comprobamos que en el lugar que él ocupaba parece que alguien ha clavado una sombrilla.
La parejita pornográfica: es una versión evolucionada de la anterior. Comienzan igual, pero pronto se dejan de tonterías. Ni besitos ni susurros. Él no se coloca bocabajo, sino bocarriba, y ella se abalanza rauda en lo alto, le mete la lengua hasta el colodrillo y permanecen así unos minutos. Después le mete mano disimuladamente, detalle que al buen observador no le pasa desapercibido, y el bultaco comienza a hincharse. En ese momento ella se sienta a horcajadas con una sonrisa picarona que él no puede corresponder, tan concentrado está en lo que pasa. Si no fuera por el bañador ella saldría disparada hacia arriba.
Los niñatos de la pelotita: suelen actuar en manadas de unos veinte individuos. Hacen unas porterías con montículos de arena y montan un partido de fútbol en menos que canta un gallo. Les súa la polla que haya gente paseando, o niños jugando, ellos a lo suyo. Se cuenta como gol tanto pasar la pelota entre los dos montículos como pegar un balonazo a una vieja en tor bebe. Alguna vez he tenido que retirar a mis retoños ante la visión de una pelota viniendo hacia ellos y quince tíos detrás en estampida, pero en el fondo los comprendo; no hace tanto que yo era uno de ellos.
El mirón playero: existen dos categorías: el que mira por vicio, que espera con fruición el momento de bajar a la playa para marcar a todas las tías que se le ponen a tiro, y el mirón por aburrimiento, como yo por ejemplo, que ante el coñazo que supone un día de playa se dedica a clasificar especímenes para su blog.