viernes, 24 de agosto de 2012

Apuntes (176): Sugestión ombliguista


En estas últimas mañanas de agosto parece como si las campanas del pueblo y de la Peña repicaran más limpias, o a lo mejor es que el aire es más liviano, y se está sacudiendo las pesadas alfombras del estío.

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El poder de la sugestión: Ignacio tiene otitis, y le estamos aplicando unas gotas en el oído. Esta mañana le dolía la barriguita a Gonzalo, y me ve echando las gotitas a Ignacio. Me dice que le dé algo a él también. Cojo el cuentagotas, voy al grifo y lo lleno de agua. Le digo que se tumbe y que se levante la camiseta. Le echo cuatro o cinco gotas en el ombligo y le digo que se esté quieto unos minutos. Mano de santo: al rato está el niño corriendo y saltando por la casa.

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La piscina de Fuenteheridos tiene un gran encanto: es una piscina rural, con hierba en lugar de césped, poblada por todo tipo de árboles, con el sonido de fondo de las esquilas del ganado y el canto de los gallos. No se oye una máquina; sólo voces y ruidos de la naturaleza. La piscina está prácticamente vacía, a pesar del calor de la jornada. No es tan difícil pasar del horror al paraíso.

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Son repulsivas las imágenes del tal Breivik triunfante tras recibir su veredicto de cárcel, saludando al mundo con el brazo en alto, una alimaña que cazó y mató como si fueran conejos a decenas de jóvenes en una isla noruega, en una escena que parece salida del horror de las peores películas de miedo, y ahora se le permite posar perfectamente trajeado, desafiando al mundo, da la impresión que ha llegado al punto más elevado de su vida. Y todo gracias al Estado de Derecho, un gran avance, hace trescientos años le habrían desollado vivo, o descuartizado atando una soga a sus extremidades tiradas por caballos, y todo a la vista de un público encantado, jaleando el espectáculo. ¿No son ambos extremos igualmente alejados del deseable punto medio?

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Cuando un tipo es capaz de escribir su autobiografía a los 34 años, cuando aún le quedaban 56 años de vida, y contar lo que cuenta, como lo hace Robert Graves en Adiós a todo eso, uno no sabe si sentir envidia, frustración o admiración, o las tres cosas juntas. Por lo que estoy pudiendo comprobar, la Gran Guerra marcó a fuego a los que combatieron en ella, muy por encima de cualquier otra guerra.

4 comentarios:

Antonio López-Peláez dijo...

Muy cierto, José Miguel: el tal Breivik está tocando el cielo con las manos. Más vale no tratar de buscar moralejas.

José Miguel Ridao dijo...

Pues sí, Antonio. Corren tiempos extraños...

Anónimo dijo...

Yo recuerdo esas mañanas diáfanas en Andalucia como el primer anuncio del otoño. Bellísimas. Leo tu primer apunte y me parece escuchar las campanas de tu pueblo. La piscina de Fuenteheridos suena también de lujo...¡ay, que morriña la mía! Pero estos apuntes me sirven de "gotas" contra este mal. Mil gracias por las imágenes, José Miguel.

José Miguel Ridao dijo...

Pues fíjate que ahora estoy yo leyendo a muchos autores ingleses que hablan de la campiña inglesa, o del viento de verano en las montañas de Gales (Robert Graves), y me da hasta envidia. Qué bien que la imaginación permita fabricar estas gotas refrescantes. Por aquí ya se huele el final del verano, aunque aún nos quede.

Gracias a ti, Sara, un abrazo.