jueves, 28 de abril de 2011

Al fin, una noche


Entra aire fresco por la ventana, y me acaricia
en esta noche sin pena de ser noche;
una noche de finales de abril, o de mayo, o de junio,
o de cualquier otro mes castigado por el tiempo.
Y yo trabajo de noche, pero me quedo quieto
para que la tarea me pase por encima,
y así no tengo que dar explicaciones,
porque mi rostro habla por mí,
y mi mirada se busca en el vacío de la sala abandonada.
Alguien entra, y me dice unas palabras
que yo no escucho,
pero respondo sin dudarlo, sacrifico
mi voz al ruido de los necios, para poder estar
a salvo en mi castillo de lágrimas secas.
Y entre tanto la noche se sigue haciendo noche, a pesar
del neón amarillo que espanta el aire y me ha nombrado
vivo entre los muertos; entre los muertos de una noche
olvidada como aquel tiro en la nuca,
olvidada pero mía, y que me mata
con su cuchillo frío afilado en todas las locuras.

4 comentarios:

Mery dijo...

A estas horas de la noche uno puede estar a salvo en su castillo particular; eso si, las lágrimas van o vienen, y también la serenidad.
Felíz noche; tu entrada ha sido estupenda.

José Miguel Ridao dijo...

Muchas gracias, Mery, fue una entrada fruto del cansancio de la noche.

Liliana G. dijo...

Estupendo poema, Ridao, crudo, sin concesiones a la metáfora que se cuela con alevosía entre el verso y el sentimiento.
Cuando la noche es nuestra, no nos importan los filos ni los fantasmas.

Besotes.

José Miguel Ridao dijo...

Pues te lo agradezco, Liliana, es un poema que después de releerlo a la mañana siguiente me parecía escrito por otro. Más besos.