Ocho años cumple ya Miguel. Ocho años desde que los niños se instalaron en nuestras vidas para cambiarlas, para alegrarlas con sus risas y su cariño, para crisparlas a veces con sus llantos, para dotarlas de un sentido distinto al que hasta entonces habían tenido.
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Al salir anoche al patio, revuelo escandaloso entre las ramas de la glicinia: una pequeña bandada de pájaros asustados al ver profanado su tranquilo santuario. Uno de ellos se coló en la casa desorientado por la luz, y aquí ha pasado la noche. Muy de mañana hemos oído unos sollozos apagados. Era Ignacio, que al bajar por las escaleras ha visto una “cosa” volando, y se ha quedado agazapado en el rellano con más miedo del pájaro que el que el pájaro tenía de él.
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Doblan a muerte las campanas de la Peña en el silencio de la mañana, un sonido que se ha mezclado durante siglos con los murmullos del campo, un tañido fúnebre, que no lúgubre, anuncio de la llegada de una visita largo tiempo esperada, asumida por las generaciones de campesinos con una sabiduría que nunca han tenido las gentes de ciudad.
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Ayer cenamos en la plaza, y los niños no pararon de correr de un lado para otro con los demás niños, jugando a cogerse, intercambiando bicicletas, trepando por la fuente y por los muretes, mientras nosotros, plácidamente sentados, cazábamos al vuelo de vez en cuando a uno de ellos para meterle en la boca un trozo de croqueta o una cucharadita de pisto. El más difícil de atrapar era Gonzalo, que daba vueltas como un loco y no atendía a nuestras llamadas, mientras que a Jaime no había que perseguirle, porque acudía de vez en cuando a la mesa a recoger su ración. Con Gonzalo tuvimos que tomar medidas especiales, y salíamos a recibirle como a un torito travieso, esgrimiendo un tenedor en lugar de un estoque, y él abría la boca feliz para seguir jugando a la vez que comía.
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Soy consciente de que estas horas felices que pasan los niños en verano en Alájar son hoy un raro privilegio de los pocos pueblos donde los padres dejan jugar solos en las calles a sus hijos. Yo no he tenido esa suerte en mi infancia, ni en la ciudad ni en el pueblo costero donde veraneábamos. Tan sólo recuerdo un viaje, tendría yo seis o siete años, en que mis padres me llevaron a pasar unos días en Antas, un pueblo de Almería de donde procede mi familia. Tengo un grato y vago recuerdo de aquellas horas felices plagadas de luciérnagas, calles vacías de coches, silenciosas por la tarde y llenas de los gritos de los niños a la caída del sol, mientras los mayores tomaban el fresco a la puerta de sus casas; aventuras trepando por los tejados y una pariente nuestra que era monja joven y se apuntaba a todas nuestras proezas; parras con la fruta madura y dulce que comíamos allí mismo; el agradable olor dulzón de las higueras, baños en las albercas, casas umbrías de muros anchos… Un paraíso de la infancia perdido hoy en aras de la prosperidad y la riqueza que han dejado los cultivos en invernaderos. Los antenses son ahora muy ricos, pero sus hijos no pueden jugar en las calles.
20 comentarios:
Cuando era niño deseba que mis padres me llevasen cuando quedaban con varias de sus amistades en un lugar apartado, como el campo, la montaña, o algún pueblo pequeño y lejano. Me sentía exento de la prisión que me suponía su protección. Andaba a mis anchas, libre para hacer y jugar con mis compañeros de juegos, lo que queríamos.
Les miraba de reojo, pero les veía enfrascados en su conversación, sin hacernos caso, era como el Paraiso.
Ha hecho falta que me haga mayor y sea padre, para comprobar que los que realmente se sienten en la gloria en estos casos, son los padres, al verse descansados de la custodia con la que tiene que estar un niño para que no se vea envuelto en tantos peligros como hay por ahí fuera.
Jamás pensé que diese tanto trabajo esa vigilancia a la que era sometido. Es más, yo, como ya he dicho, pensaba que era al contrario.
Por cierto José Miguel, felicidades a esa parte de tu prole.
También ayer mi hija pequeña cumplió ya tres años. Toda una mujer.
Me gusta y me trae muchos recuerdos tanto tu entrada como mi comentario. Como estoy para crear mi propio blog (esto es una epidemia), permíteme que me lleve y modifique aunque sea parte del comentario para algún día ponerlo... si se tercia.
Yo también tengo mis mejores recuerdos en el pueblo, con mis primos, las bicis y toda la libertad del mundo. Aunque yo aún pude disfrutar de la calle en Madrid, cosa que ahora es impensable. Me dan mucha pena los niños de ahora, aunque también los padres, auténticos esclavos y chóferes de sus hijos.
En cuanto a Paco... ejem... estamos esperando ese blog...
Gracias por tan sentido comentario, Paco, y digo como Teresa, ¡¡Blog paquero ya!!
Teresa: ¿jugabas en Madrid en la calle? Creía que éramos de la misma quinta, jeje.
Abrazos.
felicidades por Miguel, y por ese paisaje poblado de niños.
Me das una sana envidia.
Un abrazo.
Ridao,yo también tengo mis mejores recuerdos,de cuándo iba en verano a casa de mi abuela en el campo,anda que no me lo pasaba bien,to el día en la calle,montada en bici,hasta por la carretera,que era de tierra,me lo pasaba pipa,hasta ordeñé alguna vaca y tó,fijaté,también tuve la suerte de ir de pequeña a finlandia de donde son mis abuelos maternos,y allí jugar con la nieve en plan salvaje,yo soy de la opinión de que a los niños,no se les puede robar la niñez,que es la única época en que podemos ser enteramente irresponsables,salvajes y vividores,viva la niñez.
Uun beso pal del cumple.
Yo soy de pueblo y de campo... con campanas que tocan a muerto, con señoras que toman el fresco, con verbena torta y vino.
Mis raices de campo por mucho mundo que trote están donde están y a veces cuando "afean" a alguien por pueblerino salta en mi corazón un resorte que me hace gritar !Que pasa con los de pueblo!
¡Felicidades a Miguel!
Yo he jugado muchísimo en el pueblo en la calle. Y lo mejor era que te pusieran la cena en un bocadillo ¡nada era mejor ni más delicioso!
Pues no sé, ¿de qué quinta eres tú? Yo soy del 67, y aún se podía bajar a la calle con tranquilidad, y jugar al balón prisionero, al rescate, a la goma, a los cacharritos y a lo que hiciera falta. Ah, y en verano, subíamos a casa ya de noche, cuando nuestros padres se recogían después de tomar el fresco en la calle, con los vecinos. Incluso mi hermano, que es diez años menor que yo, pudo vivir todo eso, igual que yo.
Siempre digo que he tenido la suerte de nacer en un pueblo. Las horas son distintas, el Sol es distinto, la Luna es distinta y sobre todo la vida es de otra manera. !Que suerte tienes de tener la Peña tan cerquita!
Grácias Ridao.
Entiendo muy bien lo que cuentas de los niños corretenado libres en un pueblo porque mi infancia tuvo veranos así. La gente dejaba abiertas las puertas de sus casas a todas horas y no pasaba nada.
Gracias a Dios sigo yendo a ese pueblo y, salvo las puertas abiertas, lo demás sigue mas o menos igual.
Y si, los niños dan otra dimensión a la vida.
Un abrazo
Hermosas estampas... ¡Qué suerte los niños que pueden correr por la calle totalmente asilvestrados! Recuerdo los paseos con mi abuelo entre caseríos, vacas y huertas. Y no es porque tuviéramos caserío (que no lo teníamos) sino porque mi abuelo nos llevaba al monte cada dos por tres desde la ciudad.
Un saludo.
La infancia nos demuestra lo imprescindible que es la inconsciencia para ser felices.
Felicidades al NIÑO.
Ridao, por cierto te vi a pedir un favor en público. estoy acometiendo mi enésimo intento de empezar a leer con regularidad y asiduidad.
Por donde cojones empiezo pa no volver a fracasar?
Me recomendaron El guardián entre el centeno, y no me ha seducido lo más mínimo y mira que me gustan los personajes "puterillos".
Si Ridao o alguna de las bellas personas que por aquí moran me recomiendan algo o me ofrecen alguna pista, de por donde empezar lo agradeceré eternamente.
Muy bonito, me gusta mucho cuando escribes de lo que sientes, me parece que te fluyen mejor las palabras.
Un beso
Escassamente leído,yo te recomendaría algún libro,pero igual no son aptos para ti,y es que por el sur semos mu pecadoras,y lo mismo te ponías cardiaco,así que mejor que te lo recomiendo Ridao,pero vamos que interés le he puesto en ayudarte,pero lo que no puede ser,no puede ser,que le vamo a hace.
Un beso picarón.
Muchas gracias, tocayo. A mí también me das envidia muchas veces, por la libertad de estar sin niños. En fin, no se pueden tener las dos cosas...
Rocío: lo de jugar con la nieve en Finlandia tenía que ser la caña. Como nos lo pasamos de niños, no nos lo pasamos luego.
MPVX2: las raíces sólo se echan en la tierra. En el asfalto no las hay, debes estar orgullosa.
Gracias, Tita. Es verdad, qué bien sabían esos bocadillos. ¡Y el pan con chocolate!
Yo también soy del 67, Teresa. Por eso te hice la "bromita", te lo leí e el blog hace poco. No sé por qué, tengo la imagen de que en Madrid no se puede jugar en las calles desde los tiempos de Galdós.
Abrazos.
Hombre, Ridao, por las calles en las que se movía Galdós, imposible desde mucho antes de que yo naciera. Pero Madrid es bastante más que los alrededores de Sol o el Palacio Real. Yo viví hasta los seis años en Vallecas, y luego, hasta que me independicé, en Moratalaz, en una zona bastante libre de coches y muy tranquila. Tuve la suerte de poder disfrutar de esa libertad de movimientos tan necesaria y tan lejana de las infancias urbanas actuales.
Naranjito: el Pedroso, si mal no recuerdo. Recuerdo que hice allí una excursión de pequeño con el colegio, a la zona de la estación, y me parecía una jungla, tan verde todo.
Pues sigue disfrutando de ese pueblo, Mery. En Alájar la gente sigue dejando las puertas de sus casas abiertas.
Alegre: el País Vasco debe de ser un paraíso. Yo fui de pequeño, mi familia materna es de allí. Lástima de canallas que lo envenenan...
Bonita y profunda frase, Escasso. Muchas veces pienso que soy demasiado consciente de mi propio ser, y por eso salgo mal siemprer en las fotos (no es broma). En cuanto a los libros, te hago dos recomendaciones: léete uno de los diarios de Trapiello, la serie se llama "Salón de los pasos perdidos", y lleva unos diecisiete. Te recomiendo que leas alguno de los primeros, "El gato encerrado", por ejemplo. Los edita Pre-textos. Su lectura es muy amena, y se aprenden muchas cosas. Otra recomendación: cuentos de Benedetti, o cualquier cosa escrita por él. Una maravilla. Te desaconsejo novelas kilométricas tipo Tolstoi, Dostoievski, Stendhal, Dumas... Ah, "Los episodios nacionales", de Galdós. Todo Shakespeare, el Quijote (de verdad, no es coña, seguro que no lo lees de hace tiempo). Por ahora se me ocurre eso. Ya te digo más adelante.
Muchas gracias, Ángeles, la verdad es que estas entradas me salen del tirón, del corazón.
Hija, Rocío, el Kamasutra le gusta a todo el mundo, no te cortes en recomendarlo.
Abrazos posturales.
Tienes razón, Teresa, Madrid es muy grande. Con estas cosas siempre me acuerdo de la gente que dice que los chinos son de tal o cual forma, porque han viajado allí y lo han visto, como si no hubiera lugar a la disparidad entre mil y pico de millones. Eso sí, Vallecas y Moratalaz ahora estarán imposibles para los niños, supongo.
Un abrazo.
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