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Primer día de playa
Como todos los años desde hace cuarenta y cuatro he puesto rumbo a cierto pueblo costero de la provincia de Cádiz, invadido en su día por los americanos, que llegaron en plan Mr. Marshall, poblado en las vacaciones de mi infancia por unos pocos veraneantes que teníamos toda la playa para nosotros, y convertido hoy en una bulliciosa urbe que se ha ido expandiendo a base de chaleres adosados, plantados en lo alto de las dunas ante la mirada horrorizada de los camaleones.
Mis primeras impresiones son desalentadoras. La fauna que ya observé el año pasado, lejos de menguar, ha proliferado hasta unos límites intolerables. Llegué esta mañana acompañado de mi familia enarbolando la sombrilla y las sillas playeras y me hice con un sitio bastante amplio, como con unos cinco metros a la redonda. Pero poco a poco nuestro espacio vital se fue reduciendo a cuatro, tres, dos, un metro, hasta que un espécimen audaz colocó su sombra tangente a la mía, y por si fuera poco llegó un cuñao con una mesita plegable llena de viandas y litronas de cerveza, acudieron de no se sabe dónde muchos más cuñaos, y en un periquete mi sombrilla era una ínsula rodeada de jaimas, toldos, suegros, suegras y cuñaos, muchos cuñaos barrigones, cada uno con su botellín de cruzcampo en la mano.
Yo pensaba que este año, con la crisis, la playa estaría mucho más vacía, pero sorprendentemente está el doble de llena. Alguien me ha apuntado que, al haber menos dinero, hay menos gente con pisos alquilados y muchos más que vienen a pasar el día, en plan dominguero o sabadero. Puede que no les falte razón, pues al volver la vista al chiringuito me lo encontré vacío, pero digo yo que la gasolina cuesta un dinero, y mantener el coche, y las litronas de cerveza, y los tatuajes triangulares en la rabadilla de las niñas buenorras, y los cadenones de oro de los cuñaos más ostentosos. En fin, para mí sigue siendo un misterio insondable el contraste entre los números pavorosos que anuncian la crisis con la realidad observable en la calle de baretos llenos y niñatos con coches tuneados.
Si el año pasado se nos perdió Jaime, éste se ha perdido Ignacio. El pobre se despistó al volver del agua, y no fue capaz de localizar nuestra sombrilla entre el bosque umbelífero en que se había convertido la arena. Lo encontró una señora, que lo entregó a los de Protección Civil. Cuando se encontró conmigo, el pobre estaba serio, sin llorar, como reprochándome no haberle cuidado lo suficiente. Lo cierto es que ya vamos teniendo experiencia en este tipo de situaciones. No diré que nos pudimos relajar un rato con la falta de Ignacio, sabiendo que antes o después estaría en buenas manos –todo se andará-, pero tampoco nos agobiamos demasiado, después de la experiencia de perder también a Jaime en la calle del Infierno, que como todo el mundo sabe está llena de gitanos campistas cuya principal ocupación es robar niños.
Si fuera por mí, ya he tenido bastante playa por hoy, pero cualquiera dice a los cuatro fieras que esta tarde no hay playa. Hasta han inflado una barquita de plástico con la que dicen que van a pescar peces provistos de una red camaronera. No he querido quitarles la ilusión, pues es lo más preciado que tienen.
Seguiremos informando.
10 comentarios:
Me ha gustado lo del adjetivo "umbelífero". A ver si venís un día a las playas de Cádiz y tengo oportunidad de veros, dando una de arena.
Un abrazo.
Pues por la descripción que das de la reunión, creo que hemos estado toda la mañana juntos y no nos hemos dado cuenta.
Yo era el gordo que llevaba la sandía.
El lunes será otro día, que disfrutes de las gordas roteñas.
Un abrazo
Pues no sé, José Miguel, pero teniendo casa en Alájar, a mi esto me suena a masoquismo puro...
Pues me lo he inventado, tocayo, no sé si está en la RAE, ahora lo miro. Es difícil moverse con los cuatro, pero si vamos te llamo seguro, muchas gracias.
Ojú, Rafael, pues te he dejado hace sólo un ratito. Vaya cómo os lo montáis, en cuanto ha venido el frío habéis juntado las sombrillas y parecíais una legión con los escudos en caparazón. Mira que no reconocernos...
Lo hago por los niños, Sara, que hay que reconocer que en la playa se lo pasan pipa, y tienen un montón de primos y amigos con quienes jugar. Eso sí, el mes de agosto enterito en Alájar, a la sombra de la peña, que ya la estoy echando de menos.
Abrazos ensombrillados.
José Miguel ¿has probado perderte tú?, que conste que me río...
Besos.
Veo que tienes de lectura a José Martí, es genial; yo me sé de memoría "Odio la máscara y vicio".
Ridao,cariño pon una afoto tuya en bañador,en esa playa de Cádiz tan solicitá,si yo llego a sabé que estás por allí,me planto mi biquini de los chinos y me voy pan debajo tu sombrilla,allí con los cuatro niños y to,cuida a ese chavalín,que no se pierda mas,yo también estoy en Alemania,aquí no hay ni sombrillas,ni sandías,ni litronas ni ná,pero lo paso de rechupete,ay,que pena me va a dá volver,pero como me de tiempo,me paso por Cádiz solo por conoceros,no veas lo importante que ere,eh,chaval.
Lourdes: Martí me está sorprendiendo, tiene una prosa "florida". Ya nadie escribe así, y es normal, pero es muy agradable de leer.
Pues sí que me siento importante con lo que me dices, Paqui. La foto no la pongo para no deslumbrar demasiado a mis lectoras ni poner celosos a sus maridos.
Abrazos menosloberos.
Con cuñaos y con jaimas incluídas, tengo así como una envidieja por el mar que este año no veré.
En fin, me resarzo con tus entradas costeras, benditas sean.
Buenas noches
NO envidies tanto, Mery, que cada día está más caro clavar la sombrilla.
Un beso.
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