Quedó la plaza sola,
y las ausencias del verano
muerto
hablaban tristes con las
golondrinas.
¡Chí!, ¡Chí!, ¡Chí! Chía,
pájaro circense,
y cubre de optimismo la
mañana
clara, con una luz
tornasolada
que se cuela por todas las
rendijas,
tan modesta y tan cruel.
Hace ya mucho tiempo que
no paro
en aquella fonda de
cristales negros.
A cientos rellenaban los
aleros,
y yo me despertaba antes
que ellas,
y una algarabía llenaba el
aire,
y al fin podía despedir la
noche,
siempre negra y de plata.
Chía, regálanos tus
acrobacias;
vuela por los tejados y
las calles
y anúncianos la suerte de esos
prados
de frutas maduras y de
ilusiones
nuevas, que se marchitan
lentamente,
y nosotros seguimos sin
saberlo,
porque sólo escuchamos vuestros
trinos.
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