sábado, 5 de febrero de 2011

Apuntes (LX): Pessoa: una semblanza



Hoy estreno cuaderno. Es un objeto precioso, cosido a mano, con la reproducción de un mapa antiguo en la tapa, en el color original, hecho de papel libre de ácidos, procedente de bosques que se regeneran. Me costó bastante caro, y es probablemente uno de los objetos más prescindibles que he comprado: para escribir bastan unas cuartillas de papel blanco, y si se quieren tener ordenadas es suficiente con un cuaderno más modesto, como el que tenía antes, regalo de una editorial, que ya estoy añorando en este primer apunte.

También estreno separación entre apuntes: una españolísima virgulilla copiada del diario de Alejandro Sawa editado por Nórdica.

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Cuando me invade esa fructífera sensación de aflicción que me es tan familiar siempre pienso en Pessoa, y me imagino a Bernardo Soares en su oficina de la calle de los Doradores esperando a que llegase la hora de guardar su recado de escribano y acudir a la misma casa de comidas de todos los días para intercambiar exactamente las mismas palabras con el mismo señor de la mesa de enfrente, en un ambiente que se me antoja coloreado de gris anaranjado. Un caballero circunspecto, ataviado igual que muchos otro lisboetas, con su bigote, su terno gris y su sombrero, que nunca imaginó que una estatua suya adornaría en el futuro el barrio del Chiado. Un niño huérfano de padre criado en Durban, donde intimó con la lengua inglesa. Un poeta respetado en su tiempo, y por lo tanto ignorado por la provinciana sociedad portuguesa, que hizo de Lisboa su casa, su alma y sus ropajes, y que encarnó como nadie el sentimiento intraducible de la saudade. Un hombre que era muchos hombres, que desdobló su espíritu admirable en una serie de alter egos insospechados, cada uno con su estilo propio, pero que compartían un único genio irrepetible, incomprendido en su tiempo y muchas veces incomprensible, porque sus palabras siempre conducen a lugares distintos, aunque uno nunca se pierde en ellos, sino que más bien se encuentra, porque Pessoa, como Shakespeare, hablaba un lenguaje universal y, por tanto, infalible; Pessoa hablaba el lenguaje de los hombres.

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No tengo miedo de publicar este diario, ni de desnudar el alma aún más de lo que estoy haciendo. El lector nunca sabrá dónde, en qué apuntes, está el alma más desnuda. Eso queda para mí... y para otra persona más.

5 comentarios:

José Miguel Domínguez Leal dijo...

He visto tu réplica de una entrada anterior, y te contesto aquí, tocayo: de C.S. Lewis podría recomendar "Cartas del diablo a su sobrino", "Los cuatro amores", "los milagros". Nos vemos pronto, parece.
Un abrazo.

Liliana G. dijo...

Menuda semblanza, me encantó. Menos mal que tu aflicción es fructífera, aunque es una pena que debas estar afligido para escribir algo tan bueno.

Lo del cuaderno nuevo, me dieron unas ganas imperiosas de tener uno. Claro, no como el tuyo, pero sí uno "especial", bonito y caro. Las Letras se merecen que les demos ese gusto de vez en cuando. ¡Quiero uno!

Besotes, José Miguel.

P.S.: El lector sabe que en cada una de tus entradas está tu alma, desnuda, vestida o en bañador, pero está.

José Miguel Ridao dijo...

Tienes razón, Rafael, y es el gran olvidado. En el caso de Pessoa, además, tanto en su poesía como en su prosa, cada destinatario es único, y la interpreación es distinta.

Tomo nota, tocayo, muchas gracias. Me alegro de que vengas, ya te escribo.

Mira que eres cariñosa, Liliana, y te lo digo de verdad. No puedo decir más.

Abrazos.

Mery dijo...

Cualquier dia de éstos releo los Diarios de Pessoa, que siempre se nos van de la memoria pasajes estrellas.

Ah, me ha encantado lo de la virgulilla. Gracias por rescatar estas palabras en desuso.
Un beso

José Miguel Ridao dijo...

A mí Pessoa siempre se me va de la memoria. Es una de las mejores cosas que tiene, que siempre lo lees como si fuera la primera vez.

Un beso.