No me voy a quejar de los Reyes; por ahora he sido agraciado con mi primera petición: me he levantado fresco como una lechuga. Ni un simple resfriado, aunque no estoy muy seguro de que haya sido lo suficientemente bueno. Veremos...
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Son muy pocas las actividades sociales del hombre donde los egos no salen a relucir. No el trabajo, desde luego, ni los cócteles y reuniones de todo tipo, ni los clubs y asociaciones (vulgo, sectas). Por eso evito ir a "bolos", soy antisectario, y trabajo porque no tengo más remedio. Y, a pesar de todo, no soy misántropo, mi rotunda falta de misoginia me libra de eso.
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He leído el prólogo del insigne Ortega y Gasset a la primera edición de las Cartas finlandesas de Ganivet, y me ha parecido un ejercicio de petulancia y erudición insufrible. Hay hombres de letras y filósofos que cimentan su fama en un estilo pretendidamente culto, infiriendo teorías innovadoras hasta en el prólogo de un libro: aquí se habla de lo que es una generación literaria, de trabajos pasados y presentes de Ortega, de por qué ciertos autores se ven abocados a la originalidad... de todo menos del autor y de la obra que se prologa. Increíblemente, no hay una sola referencia a las Cartas finlandesas, y de Ganivet se habla de pasada, para ponerlo como ejemplo (junto con Unamuno, del que se habla más, Bernard Shaw y Barrés) de la tesis presentada. Por mi parte, si a mí me escribieran un prólogo de esas características, por muy Ortega que fuera, lo mandaría a la papelera de reciclaje previo paso por el cuarto de baño.
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Los niños disfrutaron ayer muchísimo de la cabalgata de Alájar. El único incidente fue la primera andanada de caramelos lanzada por el rey Melchor, que hizo diez o doce dianas en la cabeza del pobre Gonzalo. Me costó hacerle ver que los Reyes eran muy buenos y se habían equivocado, pero no quedó del todo conforme y ha elegido sin dudarlo al rey Baltasar, que le alcanzó los caramelos en la mano.
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Lo bueno de las cabalgatas en los pueblos es que se tiene enchufe: los Reyes, como son magos, conocen perfectamente a los niños, y claro, como los míos se hacen notar se llevan sus favores, hasta el punto de que volvieron (sus tres primos también ayudaron) con una bolsa de al menos siete kilos de caramelos, a una media de un kilo por barba, que no está nada mal. Lo mejor fue que no quedó un solo caramelo en las calles, a diferencia de la cabalgata de Sevilla, que resulta obscena: no hay nada más deprimente que las calles amanecidas el seis de enero con una alfombra de caramelos pisoteados.
4 comentarios:
Muy bueno (el post, y tú, que seguro que te traen algo más que caramelos).
Pues algo sí ha caído, José Manuel, muchas gracias, y espero que tuvieras suerte también.
Muy aguda la segunda consideración, J. Miguel, más allá de Schopenhauer incluso.
Totalmente identificado.
Un saludo
Gracias, Jesús. Espero que no se identifique mucha más gente, porque entonces vamos a caer de nuevo en la manada. Un abrazo.
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