He terminado de leer hace unos días el libro de Friedrich Hayek Camino de servidumbre (gracias, Tato). Me ha defraudado en cierto modo, pero por otro lado pocas veces he sacado tantas enseñanzas de un libro. Todo él gira en torno a la tesis de que los sistemas económicos de planificación central conducen, aparte de a una ineficiente distribución de los recursos, a la inevitable pérdida de las libertades. La proposición es atractiva, y en la época en que se escribió (1944) bastante novedosa. Por eso los liberales han hecho bandera de Hayek, con más fuerza incluso en el siglo XXI que en la época de la posguerra, donde reinaba el pensamiento de Keynes, por otro lado en absoluto incompatible con esta obra, que al fin y al cabo trata de Filosofía política. El problema que yo le veo al libro es la excesiva repetición de ideas: Hayek cae en numerosas ocasiones en la redundancia, expone un mismo planteamiento de mil maneras distintas, como si fuera necesario ese arsenal fraseológico para sostener una tesis que resulta meridianamente clara desde el inicio. Aunque esto quizá quite mérito al Hayek escritor, no lo hace al Hayek pensador, que da absolutamente en el clavo y desmonta en cuatro plumazos el mito del socialismo, de la bondad de la planificación central para la distribución equitativa de los recursos. Ya en las primeras páginas demuestra, con toda la contundencia que se puede aplicar a una cuestión sociológica, que el planificador, por muy buena voluntad que tenga, en ningún caso será capaz de resolver los múltiples problemas que se generan ante un número elevado de agentes económicos, cada uno con sus necesidades y opiniones concretas. Es más: cada decisión suya generará el descontento de una gran parte de la población, que se sentirá defraudada. Obviamente, en un mundo como éste, aparte de generarse una economía precaria las libertades brillarán por su ausencia, pues el plan exige disciplina, y la jerarquía entre los que deciden y los que sufren las decisiones será más marcada aún que en una economía capitalista entre el jefe y sus empleados. Hayek no hace distingos entre el comunismo, el socialismo y el fascismo. El mundo era testigo por entonces de los últimos coletazos del régimen nazi, donde la economía estaba tan planificada o más que en la Rusia de Stalin. Cuando todos los recursos de un país se ponen al servicio de algo, bien sea la nación, el ejército, la raza o la justicia social, por muy paradójico que parezca, la libertad muere sin remisión. Si el lector de esta obra extrae esta lección podrá compensar con creces el esfuerzo de su lectura, a pesar de lo farragosa que pueda resultar en ocasiones.
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Hace 19 horas
5 comentarios:
Monsieur Ridao:
¿Ve usted como tenía yo razón? Mejor ver a la Hayek que leer al Hayek...
¡Y no sé de dónde saca usted lo del bigote! Se habrá quedado usted con la caracterización para la película sobre la pintora Frida Kahlo.
Saludos.
Mira, mira a tu ídolo.
Amos, ome...
Una mujer babuda da un morbo que te ri(l/d)as...
Saludos, jajajajajajaja.
Además, eso se arregla con las Gillettes que se dejaron olvidadas los ingleses en la entrada anterior.
Saludos.
Sí, se trataba de navajas multiusos, lo mismo valían para afeitarse que para cortar el pescuezo a los prusianos del casco puntiagudo o para rebanar los cataplines a Hitler y Stalin juntos.
Un abrazo.
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