Una nube se está cerniendo sobre nuestras cabezas hace ya varios años. Todo empezó con un charco que fue apareciendo en los hogares en forma de bytes, megabytes y gigabytes, hasta que llegó un momento en que, aupado por las tres w, el charco fue apuntando a los cielos en una especie de ascensión cibernética. Al principio la gente seguía confiando en los embalses de datos acumulados en discos duros, pen drives y DVDs, pero poco a poco fue descubriendo las ventajas de esa nube incipiente que cubría con su manto protector nuestras andanzas por los ordenadores del país. Más recientemente hemos logrado que la nube nos persiga, como en aquellas imágenes entrañables de la Pantera Rosa, y gracias a nuestros flamantes smartphones conseguimos hacer que llueva con un simple toque digital, inundándonos de datos, fotografías y programas que se han instalado en las alturas para liberar de espacio a nuestros dispositivos informáticos. La cosa ha ido a más, y hoy se alojan en la ubicua nube nuestros datos bancarios, incluidas las cifras que componen el saldo de nuestras cuentas corrientes, inversiones en bolsa, nóminas, recibos, préstamos y operaciones con las tarjetas de crédito. Los bancos han dejado de enviarnos recibos en papel, movidos por una sospechosa fiebre ecológica, y nos conectamos a la nube para realizar transferencias, comprobar saldos, abrir depósitos y autorizar operaciones. Nuestros ahorros están custodiados por una forma vaporosa, invisible, hecha de códigos binarios que podrían desaparecer en cualquier momento, porque... ¿qué sucedería si de repente la nube sufriera un apagón irreversible? ¿Dónde quedarían nuestros dineros, nuestras claves de Internet, nuestras fotografías y nuestros escritos destilados pacientemente en blogs como éste? Si la nube lloviera de forma torrencial el suelo quedaría inundado de impulsos electrónicos que se disolverían como azucarillos sin dejar huella. Nuestras hipotecas quedarían canceladas por falta de evidencia -¡bien!-, lo mismo que nuestros ahorros -¡glup!-. El escaso efectivo que guardáramos en casa sería un tesoro inestimable, el único medio de adquirir lo necesario para vivir. Los sinvergüenzas acaparadores de dinero negro serían los reyes, y los yernos de los reyes. La gente volvería a agarrarse a la tierra, que sólo entiende de nubes blancas y negras hechas de agua. La Economía volvería a ser una ciencia útil y simple, libre del lastre de las finanzas. La gente se dedicaría a producir cosas necesarias para vivir, y no bagatelas superfluas y esclavizadoras. Podríamos aprovechar los conocimientos acumulados durante siglos al servcio del bienestar, y si volviéramos a divisar esa nube nefasta en el horizonte romperíamos a martillazos todo el hardware imprescindible para que su contenido se condense en la tierra. La dejaríamos pasar como una mala pesadilla, perdiéndose en el espacio de los protones imposibles, del que nunca debió salir.
¡Ups! Desolador panorama, Ridao, algo así como una lluvia ácida que acaba con todo, tipo ciencia ficción, de sólo pensarlo dan escalofríos. Adelantándome a tu entrada, publiqué un cuento que vendría a situar la nube en el peor de los pasados... Y sí, estamos "atrapados sin salida".
Ante la amenaza de dicha tormenta podríamos hacer como nuestros antepasados-no tan lejanos-: guardar nuestro dinero y nuestra intimidad en casita. Claro que si entran ladrones todo se va al garete. Besos
No lo hagas, Mery, acuérdate del dinero republicano. Pon que los alemanes nos conquistan y recuperan el marco. Los euros a tomar por saco.
Pues lo mismo me pasa a mí, Rafael. Eso sí, tenemos que pasar a un disco duro las entradas del blog, y después, por mi parte que se llueva toda la nube esa cabrona. Veo que redoblas tu esfuerzo por pinchar la nube.
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7 comentarios:
¡Ups! Desolador panorama, Ridao, algo así como una lluvia ácida que acaba con todo, tipo ciencia ficción, de sólo pensarlo dan escalofríos.
Adelantándome a tu entrada, publiqué un cuento que vendría a situar la nube en el peor de los pasados... Y sí, estamos "atrapados sin salida".
Besos y cariños.
Pues corro a leer tu cuento, Liliana, esto es de película de miedo.
Besos acojonados y cariños optimistas.
¡No lo encuentro en tu blog! Voy a seguir buscando mejor.
Ante la amenaza de dicha tormenta podríamos hacer como nuestros antepasados-no tan lejanos-: guardar nuestro dinero y nuestra intimidad en casita.
Claro que si entran ladrones todo se va al garete.
Besos
Como debo más de lo que tengo ahorrado, hago votos para que la nube se vaya al carajo y de camino el Banco.
Saludos
Como debo más de lo que tengo ahorrado, hago votos para que la nube se vaya al carajo y de camino el Banco.
Saludos
No lo hagas, Mery, acuérdate del dinero republicano. Pon que los alemanes nos conquistan y recuperan el marco. Los euros a tomar por saco.
Pues lo mismo me pasa a mí, Rafael. Eso sí, tenemos que pasar a un disco duro las entradas del blog, y después, por mi parte que se llueva toda la nube esa cabrona. Veo que redoblas tu esfuerzo por pinchar la nube.
Abrazos.
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