lunes, 19 de septiembre de 2011

Impresiones lisboetas



No es necesario en absoluto hablar portugués: basta con decir las palabras en español con boquita de piñón y con la “u” como única vocal: te entienden perfectamente; lo que no sé es si pensarán que somos gilipollas.

El pobre Pessoa debe de estar removiéndose en su tumba. Con lo que fue él y las cosas que escribió, su desprecio por la fama y por la vida, van y lo entierran en el claustro del Monasterio de los Jerónimos en una especie de mausoleo entre columnas majestuosas. Por si fuera poco, le han hecho una estatua en el barrio del Chiado sentado en un banco y la gente se hace fotos con él dándole collejas, fueraparte de que las palomas se cagan impunemente en su sombrero.

En Lisboa también hay gorrillas, aunque sin gorras.

Todos los taxis son de la marca Mercedes, y los taxistas tienen por costumbre pitar a los semáforos para que se pongan en verde.

Los edificios del centro de Lisboa son todos enormes, señoriales, con grandes balconadas de piedra y portadas aristocráticas. La habitación del hotel tenía una altura de seis metros hasta el techo. Me entraron ganas de hacer un dobladito a tres metros y realquilarla.

No he visto nunca estatuas más grandes y más broncíneas en todas las plazas. Se diría que de este modo se reconfortan con su pasado esplendoroso al compararlo con su presente primarriesguístico.

En Lisboa no se ven inmigrantes, sino ciudadanos de sus antiguas colonias. Hay una diferencia grande: se les ve como en su casa.

Los tranvías no los cambian desde los tiempos de Vasco da Gama.

Los lisboetas se pasan todo el tiempo diciendo “obrigado”, palabra tremendamente contagiosa. Uno acaba utilizándola para todo: como saludo, despedida, insulto…

Hasta ahora creía que Sevilla era la ciudad con más bares y restaurantes por metro cuadrado, pero ya no me cabe duda de que es Lisboa. Debido a la feroz competencia, cada restaurante tiene apostado en la puerta a un sujeto esgrimiendo una carta de menús que te asalta con saña.

Es asombroso el número de librerías de viejo que hay en Lisboa. Lo malo es que están cerradas a todas horas.

El agua mineral embotellada es demasiado "mineral". Es lo más parecido a beber agua del mar.

A pesar del carácter cortés y ceremonioso de los lisboetas, sobre todo de los dueños de comercios, uno tiene la sensación de que le están timando en todo momento.

3 comentarios:

Liliana G. dijo...

Bienvenido, Ridao, se te extrañaba. Me encantó tu semblanza de la ciudad, lo espontáneo no da lugar a dudas de que has disfrutado del viaje. Enhorabuena.

Un beso aportuguesado (¿cómo será?)

P.S.: Para librería de viejo y abiertas a toda hora, aquí JM, en Argentina son una delicia, es salir de una y meterse en otra, se encuentran verdaderos tesoros allí dentro.

Alejandro Muñoz dijo...

Noto incompletos estos apuntes lisboetas (sin premio, ¡eh!) A muchos nos interesa más saber cómo es posible darle esquinazo a los cuatro churumbeles.

Un abrazo, obrigado.

José Miguel Ridao dijo...

¡Gracias, Liliana! Ojalá pudiera pasarme alguna vez por Buenos Aires, estoy seguro de que me encantaría. Lo que pasa es que soy tan cateto que ya me cuesta ir más allá de Alájar.

¿Ti da cuen, Álex? Uno, que tiene una suegra encantadora, a pesar de los intentos de ciertos indeseables por denigrarme a sus ojos...

Abrazos collejeros, como a la estatua de Pessoa.