Y también acabé las crónicas sevillanas de Chaves Nogales, curiosísimas. Parece mentira que hace relativamente poco tiempo se fueran quemando herejes un día sí y otro también en la plaza de San Francisco, y que junto al actual puente de Triana hubiera un tenebroso castillo con profundas mazmorras donde penaban las presas del Santo Oficio a la espera de que les encasquetaran un capirote y los montaran en un asno para arrearles doscientos azotes a la vista de la multitud entusiasmada y, para redondear el espectáculo, se escogiera un puñado de entre esos infelices para asar a la parrilla. Para colmo, troceaban los cuerpos en cuartos y colgaban cada uno de ellos en una puerta de la ciudad, supongo que para acojonar a las numerosísimas brujas y apóstatas que debían de pulular por Sevilla en aquellos días. Pero no servía de mucho: al día siguiente, ¡zas!, una nueva cuadrilla para el talego, y a preparar de nuevo la barbacoa.
Trapiello es ante todo un poeta; sus diarios le delatan.
7 comentarios:
Me quedo con la última reflexión, sin duda la más profunda de todas.
Saludos.
No estoy de acuerdo, Sombras. La profundización sería mayor en el caso contrario ;)
Abrazos.
Ya era consciente, Sombras, "afueraparte" de lo chistoso del caso.
Ahí has estao sembrao, Fernando. Te cabe el Mani atravesao, pero has estao sembrao.
Abrazos, para no ser menos.
Esas Crónicas Sevillanas han de ser bien jugosas.
Y si, también creo que Trapiello es un poeta, y un soñador.
Un abrazo. Aquí entras a leer comentarios y sales con un ataque de risa.
Pues sí, Mery, no sé qué sería de mí sin vosotros, y lo digo sin asomo de ironía, sin que sirva de precedente.
De todo esto nos darás cumplida cuenta en la tertulia.
Descuida, Jesús, y ya aviso que los poetas son los más pajilleros...
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