Mi cabeza tiene una tecla de on-off, pero lo malo es que no soy yo quien la controlo. Por mucho esfuerzo que hago algunas veces por encender mi cerebro para escribir, se me queda encasquillado y sólo me salen lugares comunes, de ésos que me hacen salir del paso gracias al piloto automático que me he procurado (éste sí lo controlo yo), un piloto tan eficiente como peligroso para mi integridad poética.
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Un artesano del lenguaje debe tratar de decir en cinco palabras lo que corrientemente se expresa en diez. Un artista debe, además, elegir con cuidado las palabras y engarzarlas con maestría.
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Y también es importante lo que se cuenta, pero no tanto como algunos piensan. El que quiera ver cómo suceden muchas cosas que vaya al cine.
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Es inútil buscar un sentido a la vida pasada, al camino que hemos recorrido hasta llegar al momento actual; es como preguntarse por qué una ballena ha surcado los mares. El presente tampoco tiene sentido, en cuanto instante infinitesimal, y encontrar un sentido al futuro es como contemplar la dimensión del tiempo desde el punto de vista del Creador. Entonces, nada tiene sentido en la vida, si acaso hay Alguien fuera del hombre y fuera del tiempo que se lo otorga, sin que nosotros lo podamos saber, ni hacer nada al respecto.
Y también es importante lo que se cuenta, pero no tanto como algunos piensan. El que quiera ver cómo suceden muchas cosas que vaya al cine.
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Todo depende de lo que se pretenda al escribir. En el caso de la literatura de evasión, lo que podríamos llamar los Big Macs literarios, importa contar muchas cosas, muy tremendas, con doble ración de instintos primarios, empleando una forma lo más digestible posible, y todo ello envuelto en un paquete bien grande fácilmente reciclable. Si se pretende escribir algo profundo, erudito, poco accesible para los no iniciados, las tornas cambian: se olvidan los instintos, ni primarios ni secundarios ni terciarios, se cuenta una sola cosa (el objeto de la erudición), y la forma ha de ser indigesta a más no poder, para disuadir a los parvenus que intentan de forma ilegítima ganarse un puesto entre los connaisseurs con pedigrí contrastado en la materia. Por último, en el caso de que se pretenda escribir una obra literaria buena, el procedimiento es el más sencillo: no importa lo que se cuente, ni los ingredientes que se quieran añadir a lo contado. Tan sólo hay que combinar las palabras con espíritu de artista.
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Es inútil buscar un sentido a la vida pasada, al camino que hemos recorrido hasta llegar al momento actual; es como preguntarse por qué una ballena ha surcado los mares. El presente tampoco tiene sentido, en cuanto instante infinitesimal, y encontrar un sentido al futuro es como contemplar la dimensión del tiempo desde el punto de vista del Creador. Entonces, nada tiene sentido en la vida, si acaso hay Alguien fuera del hombre y fuera del tiempo que se lo otorga, sin que nosotros lo podamos saber, ni hacer nada al respecto.
2 comentarios:
Los buenos escritores no sé cómo se las apañan que, haya instintos primarios o erudición en su libro, hacen una obra maestra. En cuanto al sentido de la vida, yo creo que lo importante es darle un sentido, lo tenga o no lo tenga la vida. Eso es, desde mi punto de vista, lo sabio. Ese Alguien tan ajeno y lejano sirve poco para eso. Puestos a creer en Dios, prefiero el teísmo al deísmo.
Desde luego que es mejor el teísmo, pero hay cosas que no se pueden elegir. Y tampoco es fácil dar un sentido a la vida si no se le ve, no es cuestión de sabiduría. Pero bueno, lo importante es ser bueno y ser feliz, y ahí sí entra en juego la sabiduría, independientemente de las creencias.
Yo no recuerdo ninguna obra de arte entre los eruditos. Genios con instintos primarios, sí.
Un abrazo, Jesús, interesante intercambio.
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